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Di no a la constitución antieuropea, totalitaria y tiránica

El rapto de España: Europa

por Javier Alonso Diéguez

Con el señuelo de la nueva Constitución europea se trata de desviar la atención del auténtico fraude constitucional que se está perpetrando en España, mediante la reunión de una Convención sui generis, integrada por los presidentes de las Comunidades Autónomas y encabezada nada menos que por el presidente del Gobierno de la Nación, con el objetivo bien definido de terminar de subastar lo que queda de nuestra Patria. ¿Se atreverá alguien a negar que esta “Convención” está desarrollando funciones materialmente constituyentes? ¿Con base en qué titulos pueden ejercer esta labor? Tal vez podría señalarse que el defecto viene de fábrica, puesto que la deliberada ambigüedad de la Constitución de 1978 ofrece como principal virtualidad la de prolongar indefinidamente la labor constituyente – fenómeno conocido eufemísticamente como el “consenso” -. Empero, tal argumento no enerva el peligro grave y real de desintegración absoluta de los rescoldos de esta “Christianitas minor” que aún alientan en lo que queda de la España tradicional.

Europa era una princesa, hija de Fénix o Agenor, rey de Fenicia y de Telefasa. Cierto día que Europa se encontraba cogiendo flores vio un toro blanco de gran majestuosidad y hermosura; quedó fascinada de su piel brillante blanca y se acercó para acariciarle. No sospechaba la princesa que el toro era el mismísimo Zeus que, locamente enamorado de Europa, se había disfrazado de toro. Europa se montó sobre el toro, trenzando guirnaldas en torno a sus cuernos y, en ese instante, el toro irrumpió mar adentro llegando hasta Gortina, en las costas de Creta. De la unión de Europa y Zeus nacieron Minos, Radamantis y Sarpedón. Asterión, rey de Creta, adopto a esos hijos e hizo a Europa su esposa.

Esta es la leyenda. Leyenda que, sin duda, le contaría Europa al rey cuando se enteró de que estaba en las costas de Creta, habiendo parido tres veces.

Cuando se habla de Europa se alude a un concepto cultural que juega al equívoco con el otro concepto, el geográfico, del cual sólo se destaca cuando en vez de decirse “Europa” se dice “lo europeo”. El nombre pagano de Europa, que no es sino una nefanda glorificación del estupro y el crimen bestial, sirve para consagrar la ruptura del orden de la Cristiandad medieval que se verifica al doblar del 1500. Europa es el estandarte de la modernidad, el ideal enarbolado en primer término por la falsa reforma protestante basada en el principio del libre examen – “cuius regio, eius religio” –, que se deslizó sucesivamente hacia el secularismo, el racionalismo y la furia revolucionaria. Por tanto, Europa significa tanto como secularismo, racionalismo y estatismo, es decir, algo radicalmente contrario a la identidad española configurada firmemente a partir de la Reconquista.

La tragedia de España proviene precisamente de los sucesivos intentos de “europeizar” a España, de convertirla en un “Estado”, en un país pluralista, tibio, liberal y transigente. Todos estos ensayos contra natura no han conseguido sino hacer de España una realidad anárquica, antisocial, anticlerical y blasfema, donde toda abyección moral pone su trono.

Pretende convocarse, entre otros, a los españoles para que refrenden con su voto el proyecto de Constitución presentado por la Convención Europea - denominación que pone de manifiesto una inspiración inequívocamente iluminista, corroborada por el tenor del preámbulo del nuevo Código -.

Pues bien, sin perjuicio de las consideraciones que podrían hacerse en relación con el contenido material de dicho texto, afirmo que el hecho realmente decisivo es que es España la que está siendo raptada y que el raptor se esconde bajo la máscara de Europa.

El otro referente histórico de una situación similar puede encontrarse en la mal llamada transición política española – en dicho término sobra la primera letra n y la s que le sigue -. Ya entonces, unas Cortes que no fueron convocadas con el carácter de constituyentes y que, por lo tanto, no ostentaban un mandato específico y suficiente para tal cometido, fueron las que metaforsearon las instituciones mediante la aprobación de un Texto Fundamental totalmente ajeno a la tradición nacional.

Ahora, con el señuelo de la nueva Constitución europea se trata de desviar la atención del auténtico fraude constitucional que se está perpetrando en España, mediante la reunión de una Convención sui generis, integrada por los presidentes de las Comunidades Autónomas y encabezada nada menos que por el presidente del Gobierno de la Nación, con el objetivo bien definido de terminar de subastar lo que queda de nuestra Patria. ¿Se atreverá alguien a negar que esta “Convención” está desarrollando funciones materialmente constituyentes? ¿Con base en qué titulos pueden ejercer esta labor? Tal vez podría señalarse que el defecto viene de fábrica, puesto que la deliberada ambigüedad de la Constitución de 1978 ofrece como principal virtualidad la de prolongar indefinidamente la labor constituyente – fenómeno conocido eufemísticamente como el “consenso” -. Empero, tal argumento no enerva el peligro grave y real de desintegración absoluta de los rescoldos de esta “Christianitas minor” que aún alientan en lo que queda de la España tradicional.

La incuria de nuestros gobernantes los convierte en candidatos perfectos para suscribir un nuevo e infame “Estatuto de Bayona” que rubrique la liquidación definitiva de la única España históricamente real para convertirnos en un decadente erial sembrado de cantones ridículos, formidablemente dispuesto para satisfacer los atavismos irredentistas del Islam y los intereses neocoloniales de nuestros rivales europeos seculares. Hasta el momento, la actitud de los próceres del “Reino de España” se reduce a un frenético afán de narcotizar a la sociedad española mediante un pansexualismo aberrante que, a estas alturas, difícilmente se detendrá en la zoofilia. El carácter infrahumano de los contenidos que informan la llamada “opinión pública” ya no produce sonrojo en muchedumbres inmensas que parecen presenciar insensiblemente su reducción a la asinidad.

Éste será, si no surge el oportuno remedio, el rapto definitivo de España, el rapto perpertrado mediante el ensalmo de Europa, que engendrará una raza bastarda, apátrida, monstruosa como el Minotauro y, como él, sin origen ni destino conocidos, carne de cañón para cualquier tiranía materialmente totalitaria.

Éste es hoy el peligro real, al que debemos atender todos los españoles so pena de convertirnos en una tribu nómada del Neolítico, más o menos informatizada: la auténtica Convención es la que está teniendo lugar de forma subrepticia en la propia España, en la que ésta se juega su propia supervivencia. Mientras no logremos salir airosos de semejante marasmo, ¿nos podemos embarcar en otra aventura constituyente en la que, aparte de tener aún menos posibilidades de influir de forma decisiva, con toda certeza buscarán su coartada todos los racismos caciquiles que laboran de consuno para destruir España? ¿Hace falta recordar cómo interpreta Francia el cumplimiento de determinados aspectos del acervo comunitario? ¿Hemos olvidado ya cómo entiende Bélgica la defensa de las sociedades democráticas frente a la amenaza del terrorismo?

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Javier Alonso Diéguez

 

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