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ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

Los marginales de la generación X

"Las obligaciones de los súbditos para con el soberano sólo tienen vigencia mientras éste pueda protegerles por razón de su poder. Porque ninguna ley puede derogar el derecho natural del hombre a defenderse cuando nadie más es capaz de hacerlo;.".

Boace unos años saltó la noticia de que el norteamericano de 18 años residente en Singapur, Michel Fay había sido condenado por los tribunales del estado asiático, a recibir seis latigazos (con caña de bambú y por un especialista en artes marciales) como castigo por haber rociado de pintura 18 automóviles que se encontraban estacionados en la calle.

Verdaderamente sorprendía, para nuestra mentalidad occidental, esta fórmula penal. Pero también, el que una encuesta posterior realizada por la CNN, entre sus compatriotas estadounidenses, reflejase que más del 60% de los entrevistados fuese favorable a ese tipo de castigos físicos y creyese que, de implantarlos en su país, ayudaría a reducir de forma considerable los desmanes de los jóvenes ¿Barbaridad o sentido común?

España, aunque sus ciudades, no han alcanzado por ahora el nivel de conflictividad de otras durante el año pasado, se ha gastado en reparar gamberradas en servicios públicos (quema de papeleras, destrozos de transporte, rotura de cristales, limpieza de pintadas, cabinas rotas y robadas...) más de 50.000 millones de pesetas. Y esta cifra quedaría corta si tuviésemos que añadir lo gastado en arreglar desperfectos en vehículos estacionados, escaparates destruidos y propiedades privadas arrasadas por mero capricho.

Al hilo de todo esto, me viene a la memoria, un libro que leí hace un par de años del polifacético escritor e intelectual alemán, Hans M. Enzensberger : Perspectivas de guerra civil. En él, desarrolla la teoría de guerra civil molecular. Aquella cuyo comienzo es incruento y que se inicia de forma imperceptible ya que no necesita movilizar ejércitos pero que ya está presente en nuestras sociedades occidentales y cuyos focos, por repetidos, comienzan a formar parte cotidiana de muchas grandes ciudades.

"Poco a poco, en la calle se van acumulando basuras. En el parque aumenta el número de jeringuillas y de botellas de cerveza destrozadas. Por doquier las paredes se van cubriendo de graffiti monótonos cuyo único mensaje es el autismo : Evocan un yo que ya no existe. Los colegios aparecen con el mobiliario destrozado. Nos hallamos ante una declaraciones de guerra, aunque pequeñas, mudas, el urbanita experimentado sabe interpretarlas"

"Pronto la nostalgia del gueto se desahoga por medio de señales más claras : Neumáticos pinchados, teléfonos públicos inutilizados, coches incendiados".

Los implicados ni matan ni mueren en nombre de un ideal alguno, y aunque los encasillemos, ya que vivimos en la época del catálogo, su ideología es simplemente una fachada.

El odio, por falta de futuro, es el uniforme de estos combatientes, y la calle, el estadio de fútbol, la estación de metro o el autobús, es su campo de batalla : Ser distinto a ellos te convierte en enemigo mortal. Aunque la agresión no sólo se dirige contra otros sino contra la odiada vida de uno mismo.

Son jóvenes, entre 15 y 25 años , consumidores de cerveza mezclada con licor, a la que unen hachís y pastillas. Tienen serios problemas de adaptación social. Dependientes económicamente de sus padres, aún siendo muy consumistas, están convencidos de sufrir hostilidad por parte de los demás. Y buscan el protagonismo que encuentran en la publicidad que logran con sus "hazañas bélicas"
Son millones de personas sin trabajo ni expectativas, bombardeadas por una publicidad que desconoce la crisis económica que les ha tocado vivir, la carestía de viviendas y la imposibilidad de crear una familia. Viven en la sociedad del "tanto tienes tanto vales" y como no tienes nada, no vales nada.

Son la subcultura de esa generación definida por Douglas Coupland, en su libro La Generación X, con los de la envidia demográfica, que es ese sentimiento generalizado entre algunos de los jóvenes de los noventa que envidian la riqueza y el bienestar material de los miembros de la generación de los años cincuenta en razón de su afortunada fecha de nacimiento.

Los marginales de esa generación de la "suave cultura del desastre", pertenecientes a tribus urbanas que han adoptado los modos de los viejos movimientos juveniles (Skinheads, Punkies, Rokers, Mods...) aún sin ideas concretas, pueden, como quien supera el acné, convertirse en auténticos facciosos. En estos casi adolescentes sin futuro es donde encuentran su germen las organizaciones ultras -Herri Batasuna, por ejemplo- que de unos años a esta parte han cambiado su estrategia y sus viejos discurso nacional patrióticos, unas, e igualitarios-utópicos, las otras, por un nuevo lenguaje : directo, juvenil y violento, haciéndoles creer a unos cuantos bárbaros modernos que son los dueños de la calle.

Algunos barrios de ciudades occidentales han sido convertidos, por la implantación de pandillas juveniles violentas, en guetos depauperados donde la industria y el comercio se han marchado, buscando otras zonas más pacíficas, y el Estado ha renunciado, por imposible, a dar protección a sus vecinos. De estos lugares, aquellos ciudadanos con medios se marchan a otras zonas, buscando protección y quienes no lo pueden hacer buscan formas de autoprotección siguiendo la máxima de Hobbes : "Las obligaciones de los súbditos para con el soberano sólo tienen vigencia mientras éste pueda protegerles por razón de su poder. Porque ninguna ley puede derogar el derecho natural del hombre a defenderse cuando nadie más es capaz de hacerlo".

Antonio Martín Beaumont  *


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