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ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

¡Yo no!

"Frente a la cobardía.".

Nos facilita una gran personalidad, el siguiente texto que destaca por su belleza, pero principalmente por su sustancia:

Benengeli engañó a Cervantes cuando, según él, Don Quijote contesta a quien le aconseja la vuelta a su lugar manchego con un obediente "Decís bien". El magnánimo hidalgo no pudo someterse a un apremio tan sensato. ¿Volverse él a casa? Antes imagino su mirada compasiva posándose de rostro en rostro y su voz sonora respondiendo así:

- Señor Bachiller, señores caballeros: Cuando tantos se cobijan en casa rabo entre piernas, forzoso es que otros salgan de allá. Aunque esos encargos vuestros rebosan discreta intención, parad mientes en que me pedís que sosiegue renunciando a la empresa que me he impuesto. Me exhortáis a la cordura; pero también a la flojedad y al desánimo que acompañan al que deserta de su oficio. Me recordáis la prudencia, sin adivinar que es prudencia arrostrar el peligro sin acrecentarlo, de suerte que no caiga en temerario el valiente, ni el juicioso en cobarde. Pues, ¿no veis que las maldades del mundo son naturales hijas de nuestra querencia a la muelle habitación donde echamos llaves y cerrojos a las ansias de nuestro espíritu? ¿No veis que Jesús, Señor Nuestro, púdose quedar en Altísima Casa, sobre los espaciosos cielos, y, sin embargo, quiso bajar de ella para redimirnos? ¿Qué hubiese sido de nosotros, señor Cura, si después, en medio de la Transfiguración, hubiese El escuchado las pláticas de Pedro cuando pidióle que afincase allí con ellos, en una tienda o palacio, que para El construiría en aquel monte?

Imagino al caballero (frente y voz en alto), siguiendo así:

- Escóndanse los muy avisados que ven la injusticia y, pudiéndola remediar, siguen adelante, camino de casa, como si fueran en la paz y gracia de Dios que, con sólo esto, ya han perdido. Pero ¿vamos a amadrigarnos los ganosos de enderezar lo torcido con nuestro fuerte o quebradizo brazo? No hay razón ni derecho a quejarse si calentamos a la lumbre nuestros miembros, más ateridos de miedo que de frío. Porque detrás de las villanías, de las traiciones, de las deshonras, de los escándalos y los infortunios (como a espaldas de todos los excesos de que hubo y habrá noticia) ha habido y habrá siempre un prójimo que prefirió disimularse en casa.

Don Quijote, con el puño en la noble espada, los ojos encendidos y la voz crespa, haría retumbar estas palabras:

- ¡Quédese en casa el que no osa o no sabe o no quiere sudar el pan, la fama y el honor! ¡Yo, no! Quédese en casa el que tiene por oficio la lisonja y por beneficio las rentas de la adulación. ¡Yo, no! Quédese en casa el que rezonga en voz baja lo que calla en voz alta ¡Yo, no! Quédese en casa el que se mofa de las sandeces del pobre y finge oír música sacra ante las necedades del rico. ¡Yo, no! Quédese en casa el que aplaude la Burla y el Cieno cuando usurpan el trono del Arte. ¡Yo, no! Quédese en casa el baladrón de anchas costillas que se engulle el orbe a voces. ¡Yo, no! Quédese en casa el tarugo que se cree navegante porque sigue a flote. ¡Yo, no! Quédese en casa el que sigue el rumbo que le fija el miedo, el que se hincha con los buenos vientos y desfallece con los adversos. ¡Yo, no! Quédese en casa el que atisba a diestra y siniestra, como comadreja asustada, a ver si le permitirán vivir el próximo instante. ¡Yo, no! Quédese en casa el que piensa blanco y proclama negro y el que diciendo negro no piensa nada. ¡Yo, no! Quédense en casa el listo, el cuco, el harto y el displicente. ¡Yo, no! Quédese en casa el que se venda los ojos para no ver lo que el corazón debe sentir. ¡Yo, no! Quédese en casa el que llama delirio al fervor, chifladura al entusiasmo y desvarío a la lealtad. ¡Yo no! Quédense en casa los astrólogos que sólo escrutan el sol que más calienta. ¡Yo, no! Quédese en casa el que piensa mal de los hombres todos y peor de todas las mujeres. ¡Yo, no! Quédense en casa el cuco, el listo y el harto, el pícaro y el displicente. ¡Yo, no! Quédese en casa el mezquino que sólo ve cálculo en la bondad, interés en la munificencia y jactancia en la largueza. ¡Yo, no! Quédese en casa el pequeño que no se crece ante lo grande y el grande que no se amengua ante lo chico. ¡Yo, no! Quédense en casa el tigre astuto, la sierpe cabildera, el topo zapador, el ratón callado, la hiena acuciosa, el verraco galamero, el camello ufano, el sordo pedrusco y el mono berreón. ¡Yo, no! Quédese en casa el que entiende la vida; quédese en casa el que no entiende la muerte; quédese en casa el que teme pasar por iluso, enamorado, tierno, crédulo, ingenuo y loco. ¡Yo, no! Quédese en casa el que se ríe de las Españas, de la Imperial Toledo, de las Siete Partidas y del santo amor que inspiran la Tierra y la Fe de nuestros padres. Yo... ¡no!

En suma, señor Bachiller: el que recibiendo un cuerpo no le pone alma; el que siendo hombre no se hace caballero, váyase a casa, enciérrese en ella y deje libre y acendrado el aire tormentoso, gélido, raramente apacible, pero siempre limpio, que con trabajos y con honor respiramos los andantes. Por todas estas razones y por las nobles leyes de la caballería... ¡jamás se dirá que Don Quijote de la Mancha se volvió a casa!

Juan Luis Calleja *


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