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ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

El amor racional, el patriotismo y sus degeneraciones

El patriotismo, ¿cómo podrá brotar con energía en el alma de aquéllos cuya vida moral, por muy robusta y pujante que pueda ser, está divorciada, se halla en contradicción con la historia, con el desenvolvimiento moral de su patria?

De la mezcla del amor pasional en el patriotismo, nacen sus desórdenes y sus degeneraciones o adulteraciones; pero antes de venir a tratar de ellos, bueno será fijarnos en el elemento esencial, que constituye la medida del patriotismo verdadero. Este elemento es, sin duda alguna, el amor racional, el cual es tanto más intenso, en lo que a la patria se refiere, cuanto la vida moral es más intensa y está más en harmonía con el desenvolvimiento moral de la Historia patria.

La primera parte de esta aserción es enteramente evidente, para quien penetre sus términos. La vida moral consiste esencialmente en conocimiento y amor racionales. Donde ambos faltan, como en los brutos, no hay vida moral; donde son rudimentarios, como en los salvajes u hombres degenerados, la vida moral es asimismo mezquina. Así como la vegetación, se proporciona a los influjos de la luz y color, por donde se muestra exuberante en los climas tropicales y exigua en las zonas heladas; así la vida moral guarda proporción con la claridad de la inteligencia, a que sigue la energía de la voluntad.

Por esta razón, no sólo en el salvaje, cuyo entendimiento está obscurecido, y toda su existencia absorbida por la apremiante necesidad de proporcionarse las cosas más indispensables a una vida física miserable, sino también en el hombre subyugado por la tiranía de los sentidos y el despotismo embrutecedor de las pasiones sensuales, la vida moral es raquítica, sin elevación ni vigor; es lo que los míseros musgos que cubren las rocas de las altos montañas, comparados con la frondosa vegetación que crece en el fondo de los repuestos y soleados valles.

En el hombre entregado a los viles apetitos de su carne, y tiranizado por las bajas pasiones, en el hombre en quien no se halla una vida moral intensa, es quimérico buscar los elevados sentimientos del amor a la patria. El patriotismo no es sino una de las manifestaciones más nobles de la vida moral; por consiguiente, no puede hallarse, por lo menos en un grado notable, donde la misma vida moral es ruin y rastrera.

Pero hay más; no basta cualquiera dirección enérgica de la vida moral, para dar lugar a una pujante eflorescencia del patriotismo ; sino es menester que esa vida moral intensa esté en harmonía con el desenvolvimiento histórico de la patria.

Esto se desprende, con lógica e ineludible necesidad, de los principios del patriotismo. · El patriotismo de la patria grande, es la solidaridad del individuo con la Historia patria...; esa solidaridad no se funda en solas consideraciones de utilidad o política , ni en solas relaciones de procedencia étnica; mas, incluyendo en mayor o menor grado esos elementos, tiene por causa el desenvolvimiento histórico, que da a los pueblos, bajo la dirección de la Providencia, su unidad y carácter propio., Mas siendo ésta la naturaleza del patriotismo, ¿cómo podrá brotar con energía en el alma de aquéllos cuya vida moral, por muy robusta y pujante que pueda ser, está divorciada, se halla en contradicción con la historia, con el desenvolvimiento moral de su patria? El amor solo puede estribar sólidamente en la conveniencia o harmonía de cualidades entre los seres que se amen; por consiguiente, el amor a la patria, al todo moral a que pertenecemos por nuestro nacimiento, no puede ser verdaderamente fervoroso, cuando no existe esa harmonía entre nuestra vida moral y el carácter moral de nuestra patria, que está determinado, no por el capricho de un corto número de hombres, sino por el desarrollo secular de su historia bajo la dirección suprema de la Providencia divina.

Con estas dos normas, es fácil estimar los verdaderos quilates del patriotismo, y convencer y sacar a la vergüenza los ruines intentos, que procuran encubrir con este nombre venerando sus maquinaciones abominables. El amor a la patria es uno de los más vehementes afectos de todo corazón generoso, y por ende, la apelación al patriotismo es uno de las más eficaces conjuras para excitar y dirigir a las muchedumbres populares. Por esa misma razón es más necesario un criterio, una piedra de toque, con que poder, en cualquiera momento, analizar y discernir el patriotismo verdadero y el falso, para abrazarse con el primero y repudiar y desenmascarar el segundo. Mas para esto, apenas se hallarán otros principios más claros y seguros que estos dos que proponemos.

-¿ Quienes son esos hombres que, invocando el nombre sagrado de la patria, alzan una bandera, y pretenden ponerse al frente de las aspiraciones y los movimientos populares? ¿Son hombres abnegados, desprendidos de sus propios intereses personales, señores de sus bajas pasiones, capaces de sacrificarse en aras de la virtud y del bien moral?—¡Ellos así lo afirman, sin duda; pero no podemos creerlos bajo su solo palabra. Atendamos primero a sus acciones; fijémonos en su moralidad; que, donde no hay una vida moral intensa, no es posible que haya un patriotismo fervoroso y capaz de las grandes acciones y sacrificios!

¿Quiénes son, pues, repito, esos hombres que nos hablan en nombre de la patria ? Examinad de cerca sus costumbres, para apreciar los grados de intensidad de su vida moral. Y notemos que aquí puede admitirse menos que en otras materias aquella sutil distinción entre la vida pública y la vida privada; pues la vida moral es esencialmente íntima, como que echa sus raíces profundas en la inteligencia y en la voluntad libre, que son lo más íntimo del humano compuesto.

¡Con este solo examen, caen en tierra innumerables alardes de patriotismo de tantos salvadores apócrifos, de tantos patriotas de tramoya, como han producido las agitaciones políticas, las sublevaciones militares, todas las revoluciones modernas! Ex fructibus eorum cognoscetis eos. "Por sus frutos los conoceréis", dice la irrecurable sentencia evangélica. Los resultados de las revoluciones, a que ha asistido la generación senescente, forman un inmenso mentis a los patrióticos alardes con que se inauguraron. La insaciable codicia que se descubrió en la hora de distribuir el botín, puso de manifiesto no haber sido el amor a la patria, sino el más feroz egoísmo, el sentimiento que había impulsado a los revolucionarios. ¡Pero no es menester aguardar al éxito de los trastornos, que se nos predican como incomparables panaceas, para aquilatar el patriotismo de los corifeos de la revolución política y social, en que se pretende hacernos ver la salud de la patria!

Ex fructibus eorum. —Por los frutos— esto es, por las obras de ellos— los conoceréis. Fijaos sólo un momento en su vida moral, y ved si es una vida intensa; una vida guiada por los brillos de la serena razón, una vida enseñoreada por la verdadera libertad moral, que consiste en el dominio de la voluntad racional sobre las pasiones y móviles inferiores del hombre.

¡Si no hay eso en vuestros flamantes patriotas, si viven esclavizados por los apetitos; si están sometidos al imperio de la vanidad, amantes de la ostentación, del lujo, de las frívolas adulaciones; si en su vida privada se arrastran por el fango de las pasiones bestiales, o sucumben diariamente a las tentaciones del interés, de la ambición, de la rastrera lisonja; dejadles alardear de patriotismo! ¿Cómo puede haber en ellos lo más alto de la vida moral, si les falta hasta el primer cimiento de ella? ¿ Cómo podemos creer que estén dispuestos a sacrificarse por la patria, los que sacrifican cotidianamente su moralidad en las aras de Venus y de Baco; de Plutón, dios del dinero, y de Mercurio, numen tutelar de los ladrones?

Bastaría abrir por cualquiera de sus páginas la historia contemporánea, para persuadirnos de la exactitud de estas observaciones, y hallarlas constantemente comprobadas por la experiencia. Pero no queremos escarbar en el inmundo lodo, ni hacer brotar la podre de los purulentos tumores. Fijémonos sólo en la última de las luchas que hace un siglo sostuvo nuestra patria por su independencia. ¿Quiénes fueron entonces los que se mostraron prontos a arrostrar los tormentos de la guerra, la miseria y la muerte, en las aras de la religión y del patriotismo?

¡No fueron, ciertamente, los muelles cortesanos, que capitulaban vergonzosamente en Bayona! ¡No fueron los hombres corrompidos por todas las degeneraciones de una larga decadencia! ¡Fue el sufrido pueblo, avezado a tolerar el despotismo de aquellos mismos que ahora se entregaban cobardemente; fueron los frailes, acostumbrados a vivir en la pobreza de una celda y macerar su carne, para someterla al imperio del espíritu, y hacer florecer en sí mismos con pujanza la vida moral!

Mas no basta cualquiera energía moral, que nos haga oponernos a los enemigos exteriores de nuestra nación, para elevarnos a los nobles sentimientos del genuino patriotismo; sino es necesario que esa energía moral intensa esté en harmonía con el carácter que ha impreso a nuestra patria el desenvolvimiento secular de su Historia.
Muchos Jeremías de la libertad tienen un patriotismo del revés; un amor a la patria, no en cuanto es su madre; el ser de quien ellos proceden; sino en cuanta quisieran que fuese su hechura, ajustada a sus gustos y formada a su imagen y semejanza. Ese amor, aun cuando tuviera un ideal elevado y sólido, nunca seria el verdadero sentimiento de patriotismo que venimos estudiando; pero, además, corre gran riesgo de no ser sino un disfraz del egoísmo y desordenado amor propio, el cual, mientras proclama el perfeccionamiento de la propia nación, no busca en realidad sino sus particulares ventajas.

De uno de los patriotas reformadores, sin duda el más famoso de la edad antigua, se refiere una cosa que quisiéramos nosotros se aplicara a todos los reformadores modernos. Licurgo, habiendo dado sus leyes a los espartanos, no sacadas de su cacumen, sino restablecidas según la norma de sus antepasados, los antiguos dorios, conservada de su pureza en la isla de Creta; luego que las planteó, se ausentó de Esparta, exigiendo a sus conciudadanos el juramento de no hacer innovación en ellas hasta su regreso..., i y no regresó en su vida!

No ignoro la interpretación que a este hecho dan vulgarmente los historiadores; pero sospecho que admite otra mucho más honda. Licurgo se debió ausentar de la nueva organización por el establecida, para asegurar a los espartanos que había procedido con desinterés, y tener un argumento ineludible con que rechazar las pretensiones de nuevos reformadores.

¡Oh "patriotas fervorosos", acérrimos defensores de la Supremacía del Estado! Nosotros creeremos en el patriotismo que os anima, cuando, al asegurarnos la excelencia de los atributos de la Soberanía, no pretendáis revestiros de ella; cuando, al proclamar la eficacia beatífica del Estado, nadie pueda sospechar que decís en vuestro fuero interno: ¡El Estado somos nosotros! ¡Presentadnos todos los proyectos que queráis para labrar nuestra felicidad; pero dadnos al propio tiempo un argumento fidedigno de la pureza de vuestros intentos, desterrándos voluntariamente, como el gran Licurgo, de toda posición que haga recaer principalmente sobre vosotros las ventajas de esa nueva organización que nos ofrecéis!

Ya sabemos que este expediente no se ha de adopta ; pero lo proponemos para sensibilizar una verdad oculta bajo muchos falsos patriotismos; es a saber: que el único móvil de todas esas aspiraciones seudo patrióticas, que pretenden sacar a una nación de los rieles por donde se ha movido su vida nacional durante los siglos que la constituyeron, no suele ser, en resumidas cuentas, sino el egoísmo, estimulado por la esperanza de entrar a la parte en la distribución de los cargos públicos, vacantes o nuevamente creados.

Esto se descubre claramente en las disidencias que acostumbran a dividir después del triunfo, cuando se trata de repartir el botín, a aquellos mismos que habían estado más unánimes en los días de la conspiración y el común peligro. Ellos mismos, con los bruscos desahogos de su egoísmo lastimado, suelen rasgar el velo que había cubierto durante algún tiempo sus fraudulentos manejos, y poner en evidencia que, el pretendido amor a la patria, no era sino grosera ambición; y que no reconocen otra patria suya, sino lo que el Apóstol llamó su dios: es decir, ¡el conjunto... de sus vísceras abdominales !

Para no dejarse engañar por las alharaca patrióticas de los tales, hay que recurrir de nuevo al primero de los criterios que hemos señalado: a la intensidad y pureza de su vida moral, persuadiéndose de que el patriotismo no es sólo un sentimiento, sino una virtud elevada, que no puede hallarse genuinamente en los hombres de endeble moralidad.

(continuará)

R. Ruiz *


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