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ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

España no somos todos

España nos une y nos diferencia. España imprime carácter como algunos sacramentos, y algo hay de sacramental cuando un hombre hace el descubrimiento de lo absoluto que es el hecho de ser español, que no sólo dura toda la vida, sino que nos presenta a la misma muerte de un modo original.

España no somos todos. Se diría aún más: los hombres no somos España; España es, al contrario, la parte noble de cada uno de nosotros. Es la parte que somos capaces de compartir con los demás. España es, pues, la comunicación que podemos establecer con los demás. ¿Es entonces España el idioma? No: España no es el idioma en que hablamos, aun el idioma - los idiomas y dialectos nuestros - está lleno de España como está lleno de Dios. España no es el idioma, es UN IDIOMA muy distinto, sin palabras, pero con señales que todos entendemos a la perfección. Y ay de aquel que las olvida. La parte general de nuestras personas, la que no nace con nosotros, esa forma de ver el mundo; lo que sabemos - poco o mucho - del pasado, de la sociedad, del bien y del mal; la ligera materia de nuestros sueños, no son del todo nuestros: España los ha puesto en nosotros. Los ha puesto de cien formas distintas: en nuestra familia, en las escuelas, en la calle y hasta en la soledad. Lo que nos diferencia, es nuestro. Lo que nos une, es España: la base sobre la que podremos entendernos o discutir; la obligada referencia al mundo en que vivimos, que siempre - siempre y para siempre - es distinto al mundo que viven y ven los nacidos en otras Patrias. España nos une y nos diferencia. España imprime carácter como algunos sacramentos, y algo hay de sacramental cuando un hombre hace el descubrimiento de lo absoluto que es el hecho de ser español, que no sólo dura toda la vida, sino que nos presenta a la misma muerte de un modo original, que no es el de los franceses ni el de los chinos, por ejemplo. España no somos todos. Sumados no formamos España. Pero en todos está España irremediablemente. España nos da, precisamente, la capacidad de comulgar, la alegría de tener sentimientos que no son sólo nuestros; la posibilidad de entender a los demás. Por eso cuando uno es español no puede ser otra cosa. Y, si lo intenta, sólo llega a ser un mal español: nunca nadie distinto. Y, puesto que no está obligado a ser español para toda la vida, vale la pena tomarse el tiempo necesario para investigar a lo que obliga esta circunstancia.


Arturo Robsy *


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