Portada revista 23

Análisis de las justificaciones relativistas del estado totalitario liberal como instancia ética suprema Indice de Revistas Eutanasia versus cuidados paliativos

ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

La cultura, la educación. el destino y la misión auténtica de la Universidad, integrada y al servicio de la comunidad nacional y de la Verdad.

Debemos aspirar a personas, no solo bien informada, sino bien formada, no solo instruidas, sino educadas, es decir, con ideas veraces y claras, con valoraciones éticas seguras, con voluntad y carácter para el enfrentamiento con la vida.

La cultura en su acepción más noble y elevada es la formación del hombre, es decir, el cultivo y la maduración perfectiva de las potencialidades y capacidades humanas; y el conjunto de obras, instituciones, virtudes, ideas, principios, etc., que son capaces de formar a las personas porque encarnan en sí los valores fundamentales de los que depende el perfeccionamiento armónico, jerarquizado e integral de la persona humana. Estos dos conceptos relacionan adecuadamente cultura y educación y permiten precisar la forma en que se entiende la misión de la Universidad.

Cada generación ha de recibir la cultura como el conjunto de obras y realizaciones valiosas de los hombres en los distintos terrenos de la actividad humana: espiritual, moral, intelectual, político, artístico, económico, técnico, etc., que han permanecido a través del tiempo; y la debe aceptar con respeto por los valores que encarna, y con gratitud a los antepasados, quienes con su esfuerzo brindan a otros hombres la oportunidad de elevarse más allá de su estatura, y de hacerse mejores, más dignos y de acercarse más al ideal de perfección que hay en el hombre.

La cultura es patrimonio de todos los hombres; a todos deben brindárseles las oportunidades concretas de cultivar su cuerpo y su espíritu con el acervo cultural de la humanidad, de tal manera que puedan realizar su vocación personal, habida cuenta de las circunstancias concretas de capacidad personal, carácter, sexo, tradición cultural y posibilidades de la sociedad.

El hombre no debe conformarse con recibir la cultura, sino que ha de incrementarla, purificarla y proyectarla hacia nuevas realizaciones conforme a las necesidades de cada época; de ella permanece lo esencial, los bienes que no cambian y que son necesarios para el perfeccionamiento del hombre, que también permanece él mismo, con su naturaleza y necesidades fundamentales a través del tiempo.

La cultura es formación y no sólo instrucción o información. Frente a ella existe la seudocultura, manifestada en obras sin valor, realizaciones que son contrarias a las auténticas dimensiones del hombre, al que deforman o destruyen. Estas no son progreso sino subversión, destruyen al pueblo y a la Universidad porque destruyen al hombre.

La cultura es armónica, orgánica y jerarquizada, adecuada al orden y jerarquía natural de las potencialidades del hombre; en ella es más importante cualidad y profundidad que cantidad y acumulación. Por eso afirmamos que cualquier hombre puede ser culto a pesar de que no sea instruido, si hace el bien y hace bien lo que hace, por más humilde que sea.

La educación es el proceso permanente de actualización ordenado y jerarquizado, de todas las potencialidades y capacidades del hombre, de tal forma que llegue a la plenitud y madurez a que está llamado, y cumpla su vocación personal contando con sus cualidades individuales y las circunstancias sociales e históricas con que le ha tocado vivir.

En este sentido, la educación es la tarea fundamental del hombre, es el requisito de su realización. El fin de la educación es el hombre perfecto, pero entendemos que el hombre no es su propio fin, éste es trascendente al hombre mismo y a la luz de él, la tarea educativa y universitaria adquiere todo su sentido y valor.

El agente principal de la educación es el propio educando, quien asimila, conquista y se forma, al hacer suyos y recrear la cultura y las obras valiosas que el maestro le aproxima y le presenta de manera ordenada y sugestiva, guiándolo a los valores y bienes fundamentales que ha de hacer suyos e incrementar, para formarse como hombre sabio, justo y veraz.

Esta concepción de la educación que corresponde al concepto más noble y tradicional de la educación en Occidente, supone como algo evidente y necesario la libertad del educando, su actividad, su decisión, su deseo y voluntad de formarse; es una educación de la libertad. Una auténtica Educación Universitaria, no se limita a la información, ni a la formación intelectual, física, técnica o profesional, sino que culmina, madura y logra su fin con la educación moral.

La educación se logra por mediación de la cultura que forma a quien la acoge y la integra a su persona. Sobre todo, de la cultura que inspira las instituciones y la conveniencia humana; los valores vividos en la familia, la escuela, la Universidad y en cualquier grupo humano, son los que elevan a los hombres. Por eso ha de ponerse el empeño educativo, no sólo en la calidad académica de la enseñanza, sino también en el ambiente que anima a la comunidad universitaria, pues en definitiva son los hombres los que educan a los hombres conjugando dos libertades que se armonizan cuando coinciden en la verdad y en el bien.

Todo hombre tiene derecho a la educación, y aquellos que tienen la oportunidad de acercarse a la educación superior, deben ser los primeros en el servicio humilde que fructifique en la educación del Pueblo. Contra el orgullo intelectual y elitista se afirma que el hombre educado no es el que sabe más, sino el que es mejor.

La Universidad, Alma Mater

La Universidad en una institución que existe en el tiempo, pero que posee como cualidad esencial a su misión la de mantenerse fiel a la verdad que no está sujeta a la dinámica temporal.

Su propia estructura -si por estructura (struere) entendemos el término que significa construir o colocar ordenadamente una pluralidad de partes- está diseñada por la misión de la enseñanza y la investigación como actividades que se complementan. De ella nace la vertiente lógica en que se desenvuelve su cotidiano quehacer.

Su estructura se traduce en un complejo funcional en equilibrio, que mueve a investigar cómo se hace lo que se hace, implica una armadura u organización con clara dimensión teleológica.

En sí misma, la Universidad lleva la vocación para conocer la universalidad de las ideas, porque en su esencia está también su acendrado amor por la verdad.

Por eso la Universidad actual ha de hacer suyo el objetivo y misión que dio origen hace siglos a la institución universitaria, y definirse como una comunidad organizada y jerárquica de maestros y alumnos, que tiene por fin la transmisión, la investigación, la organización y defensa de la Verdad y de la Cultura fundada en ella, en el nivel más elevado y en sus manifestaciones más nobles, al servicio de la sociedad de la que forma parte.

La Universidad lleva grabado en su nombre el sello de su origen y la ordenación hacia su destino. «Universitas» designa al mismo tiempo la universalidad, la muchedumbre de maestros, alumnos y autoridades que participan de la misma Verdad, que da unidad y coherencia a la pluralidad de saberes, y que es el Bien Común de las inteligencias; y también implica esa misma verdad, en tanto que integra jerárquicamente la totalidad de los conocimientos humanos, en la unidad que tiene como polos al hombre y a la Verdad Suprema.

La «Universitas» es la comunidad concreta y el ideal de la institución que acoge la verdad en todas sus manifestaciones, desde la más sencilla hasta la más elevada y trascendente, y la proyecta como el núcleo esencial en que ha de basarse la formación de los hombres. Por encima de la ciencia, de la técnica y de las profesiones, la Universidad se preocupa por lo universal, por lo que es propio del hombre, de todos los hombres. Es la institución humana cuya misión por excelencia es cimentar en la verdad la formación integral de los hombres y de la sociedad.

La Universidad es esencialmente humanista, porque centra en el hombre su misión. Ha nacido del espíritu para representar sus intereses en el mundo de la cultura, y garantizar al hombre el alimento natural de su alma. Atenta a las necesidades materiales del hombre y de la sociedad, las estudia y las valora en su profunda dimensión humana. A la luz de esta consideración proyecta las soluciones prácticas.

El humanismo verdadero es el que considera al hombre en razón de su origen y en la grandeza de su destino que trasciende las dimensiones de la historia. No se encierra en dimensiones temporales porque ello sería mutilar el ser mismo del hombre y olvidar el fundamento de su dignidad.

La vitalidad de la Universidad estriba en la búsqueda desinteresada de la verdad, por encima de sus aplicaciones prácticas. La Universidad es el recinto de la teoría, el templo de la reflexión, de la contemplación para la acción. La fecundidad práctica de los conocimientos depende de la verdad de los mismos, pues el bien nunca se aparta de la verdad.

Nota característica de la Universidad, es el rigor filosófico y científico en que transcurre su cotidiano quehacer; por ello debe eliminar el estrecho cientificismo que pretende reducir la verdad a los alcances de un método o de una ciencia particular.

Fundada en un vigoroso humanismo que considera la integralidad de las dimensiones del hombre, la Universidad promueve el crecimiento de cada ciencia y saber, les da forma, orden y fin en la unidad. A ello contribuyen las escuelas y facultades, principalmente las que se orientan directamente a la consideración y jerarquización de la cultura a la luz de sus valores supremos.
Por ello, el universitario se forma por la «Universitas» más que por su escuela. La Universidad, es pues, ALMA MATER, fuente nutricia del saber, savia vivificante y unificadora del espíritu, conjunción de saberes multidisciplinarios, que busca la unidad en la diversidad. Es decir, un espíritu común que se proyecta hacia la vida y hacia la sociedad para impregnarlas de la riqueza y del orden de la cultura, y contribuir así, a saciar la sed de Absoluto que hay en el corazón humano.

Destino de la Universidad auténtica

En la tarea educativa, la Universidad debe sostener estos principios. Al definir su misión específica como Universidad, se debe fundamentar en esta concepción del hombre, de la cultura y la educación, que es su origen y razón de ser.

Ser una comunidad organizada y jerárquica de maestros, alumnos y autoridades. Una unión basada en la verdad, en el amor a una misma Verdad, compartida y buscada en enriquecimiento mutuo. Ligados por un mismo fin, maestros y alumnos deben trabajar investigando; los maestros como guías que convierten a los alumnos en colaboradores; los alumnos redescubriendo y haciendo suya la verdad transmitida y la verdad encontrada por la propia investigación.

La Universidad auténtica debe afirmar que los valores superiores de la cultura son los bienes espirituales, por eso fundamentar en ellos la misión de la Universidad.

La Universidad debe aceptar lo valioso del patrimonio cultural de la humanidad y sobre todo comprometerse a incrementar, difundir y defender el patrimonio cultural de la Patria y formar parte del ser del Pueblo, y que es la base y el cauce de su futuro progreso y enriquecimiento cultural. Más aún, afirmar que el respeto y desarrollo de la cultura propia es la condición de la solución de los problemas de la nación en todos los órdenes, la base de la unidad nacional y la fuerza en que se funda la realización del destino.
Abierta a las manifestaciones culturales válidas de todos los hombres a través de la Historia, debe tomar como fundamento, inspiración y criterio de síntesis a la Cultura Occidental, que revitalizada por el Cristianismo marca la identidad cultural del pueblo, luchando por defenderla, incrementarla y orientarla hacia nuevas realizaciones que den a la nación un lugar digno en la Historia.

La Universidad debe sostener como principio y criterio básico el respeto a la libertad, fuente de la dignidad humana. Entender la libertad como la capacidad que tiene el hombre de autodeterminarse y guiarse al cumplimiento de su fin y a la realización de su vocación personal. Por la libertad el hombre es responsable y dueño de sus actos, y tiene en sus manos la realización de su destino.

Respetar la conciencia de todos los miembros de la Comunidad Universitaria. Entender que la verdad no se impone, se propone y convence cuando es correctamente expuesta y vivida por el que la enseña; y por este mismo respeto, afirmar también el derecho de todo hombre a ser educado en la verdad.

La Universidad debe entender la libertad de cátedra como el derecho de enseñar la verdad, aunado al derecho de todo maestro de no ser obligado a enseñar aquello de lo que no está convencido, y al derecho del alumno a no ser obligado a aceptar una tesis mediante coacción.

La responsabilidad es la otra cara de la libertad. Asumir la que implica enseñar basados en el espíritu de este ideario, que inspira la vida de la auténtica Universidad, a la que han sido invitados a colaborar libremente maestros, alumnos, trabajadores y autoridades universitarias.

La auténtica Universidad debe valorar también que cualquier aportación verdadera a la ciencia y a la cultura vale independientemente de la raza, nación, credo o filosofía de los hombres que la han realizado, y recibirla segura de que una verdad no contradice nunca otra verdad, sino la enriquece.

Defender el derecho a la libre investigación científica, al que no se debe reconocer otros límites que el respeto a la verdad en todas sus manifestaciones, a las leyes de la moral y la justicia.

Afirmar la autonomía como valor esencial de la Universidad y como la garantía indispensable para el desarrollo de su vida y cumplimiento de su misión. Entendiéndola como la libertad de la Universidad para autodeterminarse conforme a sus propios principios y leyes en todo aquello que atañe a la realización de sus fines, organización interna, nombramiento de autoridades y personal académico y administrativo, admisión de alumnos, elaboración de planes académicos y selección de su contenido, elección de sistemas pedagógicos, adquisición y administración de recursos económicos. Sin autonomía no hay Universidad. Pero autonomía no significa que la Universidad deje de formar parte de la sociedad, ni que sea un estado dentro de otro estado. La auténtica Universidad debe reconocer la obligación de colaborar y estar sujetos a las exigencias del Bien Común de la sociedad. La Universidad auténtica sólo se somete a los intereses de la Verdad y a las exigencias de la Justicia.

Con el fin de colaborar y enriquecerse con las experiencias de otras Universidades e Instituciones de Enseñanza Superior, la Universidad debe buscar gustosa la relación y el intercambio con otras Universidades.

La auténtica Universidad debe considerarse una comunidad activa dentro de la gran comunidad nacional. Su actitud debe ser positiva, no querer destruir sino construir, aportar y compartir con todos la verdad que es el fundamento de la unidad. No aceptar la falacia que postula la división en el seno de toda sociedad. El enfrentamiento entre los que mandan y los que obedecen o entre quienes enseñan y los que aprenden, se da sólo en una sociedad decadente que se ha apartado de su fin, y es instigado por aquellos que quieren destruirla.

Considerar a los maestros como el elemento principal de la comunidad universitaria. De ellos depende lo que sea la auténtica Universidad. El mejor maestro no es quien más sabe, sino aquél que es capaz de comunicar la verdad y de enseñar a amarla; el que forma en sus alumnos los hábitos de estudio e investigación. Maestro es aquél que enseña a aceptar la Verdad y a vivirla hasta sus últimas consecuencias; el auténtico maestro enseña más con su vida que con la lección académica.

La auténtica Universidad debe proponerse lograr la meta de la excelencia académica, cuidando que ésta se armonice con una equilibrada formación integral de los alumnos. Para ello debe atenere en sus actividades docentes a los constantes progresos de la ciencia y la pedagogía, y considerar a la investigación como la actividad superior de la vida universitaria, a la cual dedicar los mejores recursos humanos y económicos.

La Universidad auténtica debe considerar a los alumnos como elemento activo e integrado a la comunidad universitaria, responsables de sí mismos y de los fines de la Universidad. Dentro de la comunidad jerárquica que es la universidad, los alumnos deben participar con su estudio e investigación empeñando todas sus fuerzas en su formación integral y en el engrandecimiento de la Universidad.

Congruentes con esta concepción de la Educación se debe concebir al alumno como el agente principal pero no único de su propia formación, pues necesita de un maestro que le comunique sus conocimientos, el acervo cultural y científico logrado con el esfuerzo común de la humanidad, que lo guíe y estimule a investigar, y que le evite trabajo inútil, errores y fracasos en su desarrollo intelectual, vocacional y moral.

Activo en la vida universitaria, guiado por las autoridades y maestros, se forma en la comunicación e intercambio con sus compañeros y maestros de todas las escuelas. Convive en el deporte que templa y fortalece su cuerpo y su carácter. Participa en las actividades culturales, artísticas y sociales de la Universidad y penetra por el servicio social en los problemas de la comunidad; cimienta así su preparación para realizar en el ejercicio de su vocación los ideales acrisolados en los estudios y trabajos universitarios.

Fin primordial de la Universidad auténtica es introducir a los alumnos en el conocimiento y análisis de los problemas sociales, económicos y políticos de la Patria, y crearles conciencia de su responsabilidad en la promoción del Bien Común. Por ello se debe considerar como parte esencial de la formación de los alumnos el servicio social, que a la vez de colaborar al desarrollo del Pueblo, los acerque a los sectores sociales más necesitados y les forme un sentido de solidaridad y servicio que impregne el ejercicio futuro de su profesión.

Responsables de su función, las autoridades de la Universidad deben poner todo su empeño en la selección, capacitación y actualización de los maestros; y respecto de los alumnos, les orientarán y apoyarán en sus iniciativas que contribuyan a su formación, y al engrandecimiento de la Universidad. Deberán crear y mantener un clima espiritual de colaboración, orden y respeto que permita a maestros y alumnos trabajar y convivir en auténtica amistad.

Quien es verdaderamente universitario lo es para siempre, y se caracteriza: porque en todas las circunstancias de la vida se guía por la verdad conquistada en el estudio y reflexión personal; porque jamás cesa en el estudio y la investigación y considera a la verdad no un medio, sino valiosa por sí misma y fecunda en todos los campos de la vida; porque integra todos sus conocimientos en una visión de conjunto, unitaria y jerárquica, que le aporta el sentido del mundo y de la vida y la posibilidad de fundamentar toda verdad en la Suprema Verdad; en fin, porque difunde y vive la verdad, y se compromete a realizarla en obras y a transformar la sociedad, para que todos los hombres vivan en ella. Este es el universitario que se debe formar.

La misión del universitario llega a su plenitud cuando en la vida profesional y en el seno de las instituciones que guían el destino de la sociedad, aplica competente y responsablemente los conocimientos que ha adquirido, y vive y defiende los valores de que se nutrió en la Universidad.
Para tal fin, la verdadera Universidad debe instrumentar los mecanismos necesarios para mantener el vínculo con sus Egresados, y colaborar en su actualización profesional.

Como la integridad de la verdad comprende a toda la realidad, la verdadera Universidad debe crecer equilibradamente hasta abarcar la diversidad de las disciplinas científicas; pero dar prioridad en su desarrollo a las ciencias y actividades profesionales que respondan a las necesidades más urgentes de la comunidad, y que contribuyan más eficazmente al progreso de la nación.

La verdadera Universidad no debe ser ajena ni indiferente a las necesidades del Pueblo, y debe afirmar que la sociedad en que vivimos debe reconstruirse desde lo más profundo. A las carencias y miserias materiales del pueblo que siempre se señalan, hay que añadir otras más graves, que son las morales, intelectuales y espirituales de todos los estratos de la sociedad.

Las soluciones a los problemas del hombre no se improvisan. O se fundamentan en la Verdad o destruyen en lugar de construir. Leal con su naturaleza y misión, la auténtica Universidad debe contribuir a la solución de estos problemas con el estudio serio y metódico de los mismos, con la difusión y defensa de los valores y principios de los que depende su solución. No dejando los problemas al futuro, la verdadera Universidad debe trabajar desde su nacimiento, en la transformación de los hombres por la verdad y la cultura.

La verdadera Universidad debe querer universitarios que tengan la dignidad y coraje de luchar por sus ideales. Estamos de acuerdo con la auténtica inconformidad juvenil que se rebela, en nombre de la Verdad, ante la mentira y la injusticia.

La mejor contribución de los jóvenes a la solución de los problemas urgentes de la sociedad, es el estudio serio de los mismos, y su preparación sólida para resolverlos cuando tengan a su alcance las responsabilidades directas de trascendencia social.

La verdadera Universidad debe buscar la autonomía frente a todo grupo o partido político, pues la transmisión e investigación de la verdad, no pueden ni deben estar mediatizadas o instrumentalizadas por intereses particulares que pretendan relativizar la verdad en función de pragmatismos políticos. Pues la verdad no sirve sino cuando es servida.

La verdadera Universidad no debe negarse a tener una función política, si entendemos este concepto en su auténtico y más puro significado, ya que la Universidad contribuye al bien y progreso de la sociedad al aportarle y esclarecerle, como fruto de su propia actividad, los fines y principios verdaderos que deben regular la vida política; las verdades de las que depende la solución de los problemas concretos en los diferentes campos de la vida social; y al proporcionarle los hombres preparados para cumplir las tareas de mayor responsabilidad en la dirección de la sociedad. La verdadera Universidad tiene la obligación y el derecho de defender esos principios.

En la actividad cotidiana de la verdadera Universidad, habrá de formar los hombres capaces de llevar adelante las verdaderas soluciones a los problemas sociales; los dirigentes formados en el esfuerzo, que resistan y salgan vencedores de la crisis de hedonismo y decadencia moral; de la claudicación de la inteligencia ante el escepticismo y confusión ideológica que corroe los espíritus; del egoísmo y avaricia de bienes materiales y de poder; de la tiranía tecnocrática o científica; y de la declinación del espíritu ante los sistemas totalitarios y materialistas, y construyan con el Pueblo una nación nueva.

«La Cultura al Servicio del Pueblo»: La Misión de la verdadera Universidad

Para profundizar en lo que debe ser y clarificar lo que busca la verdadera Universidad es necesario considerar las siguientes tesis que complementan el Ideario y precisar su perfil.

Las funciones sustantivas de la Universidad son: la investigación, la formación la docencia y la difusión de la verdad, y estas funciones tienen su razón de ser en el FIN 0 MISION que la Universidad debe realizar.
Para fines analíticos y prácticos se distinguen tres aspectos en la misión general de la Universidad: una Misión Histórica, una Cultural y una Pedagógica.

Toda Universidad responde a tres ejes vitales de donde surge y hacia donde proyecta su acción: la sociedad de la que forma parte, la cultura que desarrolla y difunde, los hombres que forma. Según sea el ámbito en el que ha de realizar su obra, se habla respectivamente de una Misión Histórica, de una Misión Cultural y de una Misión Pedagógica de la Universidad.

Las tres misiones están íntimamente relacionadas, ya que es en una sociedad, y gracias a la cultura, como la Universidad puede educar a las personas y son éstas las que crean la cultura; y es esta última a su vez, la que caracteriza a la sociedad y así sucesivamente...

La interrelación de estas tres misiones se aclara si se recuerdan los principios generales y las razones para la fundación de una verdadera Universidad y de cómo se fundamenta la educación en el hombre, en la sociedad y en la cultura.

La Misión Histórica

La Misión Histórica hace referencia al punto de partida de la Universidad, a su fundación. Esencialmente toda auténtica Universidad tiene el mismo fin pero, debido a la situación concreta en que surge, a los problemas que percibe, y a las necesidades que quiere responder, cada una tiene características particulares que matizan su fin. Ellas constituyen su misión histórica, es decir, la tarea a realizar respecto de la sociedad concreta en que han surgido, y que está contenida en las razones y propósitos de los fundadores.

Esta Misión Histórica viene a ser como la vocación particular que concreta a la general, que por naturaleza le corresponde como Universidad, y le confiere un estilo o personalidad característica que la distingue de otras instituciones semejantes.

Como persona moral, analógicamente a la persona humana, la Universidad progresa, madura, se desarrolla por la fidelidad a su vocación particular y a la responsabilidad en el cumplimiento de su misión.

Una nueva Universidad en el ámbito hispánico se gesta a lo largo de una lucha universitaria frente a grupos que, encarnando ideologías contrarias a la Verdad, la dignidad y trascendencia de la persona humana, destruyen la esencia de la Universidad al convertirla en botín de partido e instrumento de imposición ideológica y política. En esa lucha universitaria no sólo está en juego la existencia de la Universidad, sino también el futuro de la libertad de nuestra sociedad y el destino mismo de la Nación. Frente a la violencia destructiva, los fundadores de la verdadera Universidad deben oponer la fuerza de la Verdad y del Espíritu, y la firme decisión de mantenerlas como el fundamento de la sociedad, la educación y la cultura.

Por ello la verdadera Universidad nace como una institución que, con su actividad propia de investigación, docencia, difusión y servicio, ha de lograr una presencia social que la convierta en una fuerza vital para la vertebración cultural de la sociedad y en un baluarte de la libertad frente al totalitarismo.

La fundación de la verdadera Universidad no significa instrumentalizar la Universidad para otros fines ideológicos-políticos, sino rescatar los valores originales y la identidad tradicional de la Universidad, para adaptarlos y aplicarlos en las circunstancias actuales y a los nuevos problemas de la sociedad y la cultura.

En una palabra, se trata de fundar una auténtica Universidad y no una deformación o sustituto de ella. Se evidencia así que la lucha que le da origen a la verdadera Universidad no era simplemente «anti», sino el impulso vital de un espíritu positivo y constructivo.

Al fundarse la verdadera Universidad se busca también conformar una institución que contribuya a proporcionar en los jóvenes una sólida formación que persevere y desarrolle en ellos los valores espirituales, morales y religiosos de la familia y de la nación, y los haga aptos para enarbolar los ideales y continuar la lucha de donde surgió la verdadera Universidad.

Se trata pues, no solo de capacitar técnicos y profesionistas sino de preparar hombres, que con una sólida preparación universitaria, se conviertan en auténticos dirigentes y servidores de la sociedad.

La Misión Cultural

Existe una gran relación entre la cultura y la educación. Estas dos realidades se fundamentan en la persona, que es el sujeto de las mismas.

El mundo de la cultura es el ámbito propio de la Universidad, por ello la comunidad universitaria tiene una Misión Cultural que constituye la parte fundamental de la finalidad esencial.

Recibir, penetrar e incrementar la cultura de la sociedad en que la Universidad vive, y el patrimonio universalmente válido que la humanidad ha logrado a través de la historia, para ordenarlo y transmitirlo a las generaciones, es el quehacer cotidiano de la Universidad. Esa transmisión hace posible también la creatividad cultural que la Universidad debe fomentar.

La Misión Cultural de la Universidad es el núcleo central de su vida; ya que, sin un desarrollo adecuado de esta tarea, sus misiones histórica y pedagógica no se pueden cumplir.

Así pues, por misión Cultural de la Universidad se entiende la obra a realizar en el campo de las ciencias, las artes, los valores y todas las manifestaciones culturales del hombre en la sociedad.

Todo el campo del saber y del hacer del hombre, individual y socialmente considerado, el de las artes y las expresiones más nobles de la espiritualidad de la persona, así como las que hacen referencia a su realidad existencial y concreta, son el ámbito de la cultura que la Universidad debe desarrollar de cara a los hombres y a los problemas del tiempo presente.

El incremento de las ciencias, el desarrollo de nuevos campos de conocimiento, el orden y la unidad del saber, su proyección sobre los distintos aspectos de la vida, la solución de problemas que surgen del desarrollo de la técnica y su impacto en la sociedad; el estudio de los desafíos del mundo contemporáneo, así como el diseño de alternativas y propuestas; el análisis de las corrientes del pensamiento, las ideologías contemporáneas y su crítica y discusión; el esclarecimiento de los procesos históricos y culturales de la propia sociedad, su identidad y sus problemas; la defensa y adecuada fundamentación de los valores y del sentido de la existencia humana etc.; son algunas tareas que la Universidad contemporánea ha de afrontar para poder cumplir su Misión Cultural.

De este vasto campo que la Universidad ha de abordar, la verdadera Universidad, dadas sus características, posibilidades, y de acuerdo al sentido de su Misión Histórica y Pedagógica, debe afrontar con mayor interés e intensidad las siguientes tareas, sin menoscabo de la universalidad que como Universidad le corresponde:

La inspiración cristiana de la cultura, tomando en cuenta los valores del humanismo cristiano y, en particular, del patrimonio de la cultura occidental cristiana, ha de normar y se ha de realizar teniendo también presentes los procesos del secularismo inmanentista que le son contrarios, y las nuevas realidades y problemas del mundo contemporáneo. La Misión Cultural de la Universidad supone la apertura de ésta a toda verdad, incluida la de la fe, y a todo hombre, sin menoscabo de su eminente dignidad y la sublimidad de su vocación trascendente.

Objeto fundamental de la verdadera Universidad en este apartado es hacerse cargo de armonizar los desarrollos de la ciencia contemporánea y de la técnica, con una visión integral del hombre, que tome en cuenta su responsabilidad ética, los valores morales y espirituales de la persona.

En tercer lugar, hay que poner de manifiesto la particular preocupación que debe tener la verdadera Universidad por el adecuado cultivo y desarrollo de las ciencias humanas y sociales. La concreta concepción de las mismas, de su objeto y de su método, exigen una crítica de su desarrollo y una constructiva interpretación y apropiación de sus resultados.

El estudio de los problemas sociales y la búsqueda de soluciones exigen la justa aplicación de estas ciencias.

La verdadera Universidad debe entender que una parte importante de su Misión Cultural es el conocimiento, difusión y defensa del patrimonio histórico, cultural y espiritual que define la identidad patria y hace posible hablar de un destino nacional. No se trata simplemente de que sea mejor conocido, sino, sobre todo, de que sea tomado en cuenta como punto de referencia en la solución de los problemas y en el desarrollo general de nuestra sociedad.

En íntima relación con la Misión Histórica, forma también parte de la Misión Cultural el estudio, difusión y aplicación de la Doctrina Social Católica en proyectos y modelos que sean alternativas viables para una justa reordenación de la sociedad. Lo cual supone el estudio y el análisis de los problemas económicos, políticos, sociales, educativos, técnicos, etc. de la región y la nación.

El cumplimiento de la Misión Cultural de la verdadera Universidad supone, como requisito indispensable, una intensa labor de investigación que fundamente su acción propositiva hacia la comunidad, a la vez que haga posible el cumplimiento de su Misión Pedagógica.

La Misión Pedagógica

En tanto en cuanto que la Universidad se oriente a la búsqueda de la verdad, al desarrollo de la cultura y a la promoción de los valores, es que la Universidad puede educar, es decir, cumplir con su Misión pedagógica formando integralmente a sus miembros, de manera que puedan asumir con lucidez y responsabilidad su vocación personal y la de la nación en que viven.

La Universidad es esencialmente una Institución educativa y la llamada Educación Superior no es mera instrucción y capacitación, sino ante todo, un alto desarrollo del hombre al conocimiento y aceptación de la verdad, y de su responsabilidad ante ella.

La educación es la tarea más inmediata y concreta de la Universidad, ella consume normalmente la mayor parte de su tiempo y energías; es una labor cotidiana en la que resalta el encuentro de los hombres entre sí, y con el Bien y la Verdad. En ella se sintetiza y se proyecta lo mejor de su quehacer. Por ello la Universidad que renuncia a su deber y su derecho de educar en la verdad, renuncia al mismo tiempo a su derecho de existir.

Son varios los aspectos en que la verdadera Universidad debe hacer hincapié en su misión educativa.

En primer lugar, considerar como parte muy importante de la tarea educativa la preparación, la capacitación profesional de los jóvenes para que tengan un medio de vida y superación, y una forma de contribuir eficientemente al desarrollo integral del país.

Parte esencial de la Misión Pedagógica de la Universidad es el introducir a los jóvenes en la investigación de la verdad y el desarrollo de las distintas ramas del saber. La formación de hábitos de estudio e investigación, así como las virtudes que hacen fecundo el trabajo intelectual, es lo mejor que la Universidad puede legar a los estudiantes.

Directamente ligado con lo anterior, está otra tarea esencial de la Universidad, que consiste en producir y desarrollar una visión integrada del saber, independientemente de la disciplina científica o profesional que se cultive de manera especial.

Lo hemos dicho ya de otra manera, pero es necesario repetirlo aquí: la verdadera Universidad ha de enfocar su tarea educativa atendiendo a la formación intelectual, moral y profesional de los jóvenes en función de contribuir al discernimiento y realización de su vocación personal.

Todo lo anterior supone una tensión sistemática a la formación integral de los miembros de la Comunidad Universitaria, atendiendo a su desarrollo físico, artístico, social, moral, espiritual y cultural.

Por último queremos señalar la intención de la verdadera Universidad de fomentar en sus miembros el conocimiento y análisis de los problemas sociales, políticos y económicos de la Patria, de formar una clara conciencia de su responsabilidad ante ellos, así como actitudes y capacidades que los impulsen a la capacitación y al compromiso solidario de la Justicia, la Paz y el Bien Común.

Con base en estos conceptos y propósitos, la verdadera Universidad define los perfiles de un modelo universitario nuevo y, a la vez, profundamente tradicional.

Basado en el modelo universitario de la UPAEP ( http://www.pue.upaep.mx/formhum/ )


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