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ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

Lepanto.

Cuando llega el 7 de Octubre Occidente debiera recordar, y valorar, una victoria, fruto de un espíritu, que le salvo de la barbarie y la esclavitud, también la moral. El autor, con ironía nos lo trae a colación para reclamar un rearme moral

El director de esta revista me pide que haga yo, en un artículo, la apología de la Batalla de Lepanto. Tengo la impresión de que es uno de esos hombres a los que las gentes -no los académicos de la Lengua- llaman ahora "triunfalistas". El director, hombre culto, ha leído mil veces a don Marcelino Menéndez y Pelayo, a don Miguel de Cervantes y Saavedra. Incluso a San Pío V, Papa. Estos varones -cuyos nombres, como es harto sabido, se encuentran entre los más célebres y, por tanto, sus opiniones hay que recordarlas- comentan en forma encomiástica la gesta del 7 de Octubre de 1571 y elogian encendídamente a sus protagonistas.

Así, don Marcelino, refiriéndose a aquella España del siglo XVI, dice: "Nunca, desde el tiempo de Judas Macabeo, hubo un pueblo que con tanta razón pudiera creerse el pueblo escogido para ser la espada y el brazo de Dios; y todo, hasta sus sueños de engrandecimiento y de monarquía universal, lo refería y subordinaba a este objeto supremo: Fiet unumovile, et unus pastor". Don Miguel, combatiente en la propia Batalla, después de perder un brazo en ella, escribe con el otro este juicio -todo el mundo lo conoce- sobre aquella efemérides: "La más alta ocasión que vieron los siglos". Y el Santo Papa Pío V aplica a un español, Jefe supremo de la Santa Liga, nada menos que la frase evangélica de "Hubo un hombre enviado de Dios, llamado Juan".

Pero, desde entonces, ha variado la jerarquía de los valores que guían las conductas humanas.

Hoy, más de cuatro siglos después de la Batalla de Lepanto, no están vigentes normalmente las ideas que hicieron posible aquella hazaña: Un papa, después Santo, apremiando a los monarcas a organizar una armada para luchar contra los infieles. Un Emperador, que pone el poder al servicio de su Religión. Unos cristianos, que se arman de guerreros para denfender su Credo, Etcétera.

Es posible que lo que les pasase a todos aquellos hombres es que, al calar tan hondamente en sus seres la Fe, les fuese muy dificil precisar friamente -a diferencia de la generalidad de los hombres de hoy- la línea que en sus propias vidas señala dónde termina la Religión y dónde empieza la Política. Por otra parte, tampoco se comprende actualmente que los pueblos de nuestro continente se agrupen para discutir temas muy diferentes a los aranceles, la moneda única o los tipos de interés, todo ello alejado de cosas del estilo de la formación de Ligas Santas. Y es que Europa ha dejado de ser una Cristiandad para constituir un Mercado.

Pero, ¡quién sabe! La historia tiene también sus modas, y éstas cambian y hasta vuelven.

En el fondo el hombre tiene la imaginación limitada y como, además, apetece novedades, tiene que regresar con frecuencia a ideas y a usos abandonados ya hace tiempo. Esta es la causa, creo, de lo que ahora -según una pintoresca terminología- se llama "camp". Lo que sucede es que los saltos de nuestros jóvenes hacia el ideal son todavía modestos, tímidos. Pero cualquier día dan un brinco retrospectivo de cuatrocientos años y vuelve a ser "camp" la Batalla de Lepanto, don Marcelino Menéndez y Pelayo, don Miguel de Cervantes y Saavedra, el Papa San Pío V. Y los propios gustos del director de esta revista.

Patricio Borobio


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"ARBIL, Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el Foro Arbil

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