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ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

Hablar de España.

¿Nos gusta a los españoles hablar de España? Sí y no. Nos gusta hablar mal de España entre nosotros y no nos gusta hablar de España seriamente porque hay algo en ella, en su historia y en su presente, que nos intranquiliza. Sospechamos que España padece doble personalidad - y no es así - y que tiene un alma contradictoria: exaltada y apática; tierna y seca: juvenil y decrépita

¿Es España un enigma histórico? Desde luego es bien cierto que España no acostumbra a comportarse como se espera de ella. La reacción de España ha sido y es siempre imprevisible, pero ahí no podemos quedarnos. No es una respuesta.

¿Por qué es imprevisible España? Porque para prever algo hay que conocerlo bien y a España no la conocemos los españoles ni poco ni mucho. Con esto hay que terminar del único modo posible: hablando mucho de España. Pensando mucho en España. A poco que lo intentemos, puede resultarnos apasionante.

Conocer su historia es básico (y por eso no la enseñan ya), pero más aún preguntarse siempre por qué han llegado a suceder los acontecimientos que nos han traído hasta este punto negro. Hasta aquí tiene España algo de inevitable que al principio nos puede asustar. Pero sólo hasta comprender que la única posibilidad de un futuro grande y pleno pasa por la interpretación exacta de por qué suceden las cosas aquí.

Cuantos más hombres se preocupen de ello, más cerca estaremos del éxito. Pensar, pensar y pensar, para poder actuar. Conocer, conocer y conocer nuestra realidad para conseguir dominarla. La tarea no exige grandes inversiones económicas ni esfuerzos sobrehumanos: leer, comentar con los amigos, hacerse preguntas. Eso es todo lo que necesitamos hoy para triunfar.


En cuanto empezamos a hablar de España, descubrimos algo fundamental: que existen muchas versiones de ella y que, además, han existido muchas Españas. Todos conocemos al señor que aplica al desarrollo de España criterios económicos y habla, por ejemplo, de cómo la España ganadera se impuso a la agrícola y del modo en que la pobreza influyó en la colonización de América (no fue colonización sino repoblación). Lo terrible es que este señor no considera otras realidades distintas; se niega a hacerlo y, por lo tanto, se engaña. Hay quien sólo considera a España una aventura espiritual, que lo es, pero no exclusivamente. Para él sólo cuentan la fe y los santos, los esforzados y los místicos, pero olvida a los traidores y a los conspiradores, a los extranjeros y, ¿cómo no?, a los banqueros.

Que haya tantísimas versiones sólo explica que nos acercamos al ser de España con ideas preconcebidas, con el juicio de lo que deseamos que sea hecho. El superviviente marxista se obstina en ver una sucesión de clases dominantes, dueñas, según las épocas, de los medios de producción: monarca, nobles, clero y burgueses esclavizando a un pueblo sin carácter y sin inteligencia. ¡Vaya! Otros creen que España es una pura casualidad, una buena o mala suerte. Hay quien intenta la versión a través de las razas y su mezcla: celtas, íberos, árabes, africanos y judíos... Y aún otros lo explican todo con la geografía en la mano para opinar que tales cosas nos suceden por vivir donde lo hacemos: no hay otra razón.

Que haya tantísimas versiones sólo explica que nos equivocamos muchísimo, porque sólo puede haber una razón auténtica. Pero ¿cuál es? Ni sólo la geografía, ni sólo el poder de una clase, ni sólo las invasiones ni sólo la raza. Todo ello unido explica algo mejor nuestros problemas, que han sido muchos, desde el aislamiento pirenaico - que nunca lo fue del todo - hasta nuestra religión.

Cuando seguimos hablando, acabamos por tener la sensación de que en realidad nos preguntamos por quién tiene la culpa de que España sea así, y esa no es una actitud muy positiva, por más que es muy nuestro eso de intentar echarle a alguien la culpa de todo. La Leyenda Negra señala a Felipe II, el monstruo del mediodía. A Fernando VII se le cargaron todos los mochuelos habidos y por haber. Vemos últimamente como se intenta hacer responsable al último Jefe de Estado facellecido.

¿Y adónde nos conduce? A engañarnos. España no es una culpa ni un fracaso por el simple hecho de no ser como otras naciones. España no es un error. No puede serlo, porque los errores históricos de un pueblo se pagan con su desaparición, y eso todavía no nos ha sucedido a pesar de los intentos de los partidos y de los separatistas. Lástima que se piense así, porque significa que año tras año, siglo tras siglo, nos negamos a aprender de España.

¿Sentimos a España como fracaso? Muchos, sí. ¿Sentimos a España como éxito? Nadie lo hace ahora, desde luego. A veces somos capaces de ver, casi con claridad, la España de una época, pero esa ya no es nuestra España de hoy, que es siempre mucho más, que ha crecido en muchas otras direcciones. Quizá lo que de verdad importe sea dar con el motor de España, con lo que la mueve. Antes ya dije que sigo creyendo que hay uno fundamental: su necesidad de independencia.

Tal vez no sea el único. Es más: algo tan grande como España no puede depender de una sola fuerza para empujarse hacia el destino.


Nunca hasta la fecha he encontrado a nadie que tratara de interrogarse con el problema de la Cantidad de España. Quiero decir que España puede ser mucha, algo o poca, y que esto ha de ser analizable.

¿La España de los reyes godos, era más o menos; tenía más cantidad de España que esta de ahora? ¿Y la de los reyes Católicos? ¿Y la de la época napoleónica? ¿Y la de Franco? No se trata de una pregunta fútil. E importante medir la vitalidad de España en el tiempo y encontrar el método para hacerlo.

Tengo para mí, aunque es muy discutible, que España, como las ciencias, es una entidad acumulativa. En España se van sedimentando las experiencias de sus generaciones, sus éxitos y sus fracasos, sus problemas y el modo que tuvieron de resolverlos. Es una Patria de aluvión que nunca está hecha del todo y que necesita geólogos que vayan analizando sus estratos.

España fue - porque tuvo que serlo alguna vez - un embrión de Patria. Con ese embrión empezó a ser y a dar respuestas colectivas y a general modos y actitudes unívocos. Por el éxito y el error, adoptó los comportamientos más prácticos para su modo de ser y los fue convirtiendo en universo, en cultura, en su modo particular de responder a las necesidades del devenir.

¿Qué número de hombres fueron españoles por primera vez? ¿Qué número de españoles hallaron y usaron a España como principio de atribución de sus relaciones con el mundo? El nacimiento de una Patria no es acontecimiento fácil. No todos los pueblos consiguen ser Patria, y no todas las Patrias nacientes se consolidan.

Es de suponer que las primeras generaciones tienen de ello una conciencia muy difusa, si la llegan a tener, pero sus comportamientos patrióticos necesariamente han de ser más solidarios, estrictos y permanentes que cuando la misma Patria lleva siglos ya en movimiento. Por eso las Patrias que funcionan lo hacen por la vía del esfuerzo, y contagian. Así crecen.

¿Fueron cien mil los primeros españoles? Su «cantidad española» era la del Todo dividido entre cien mil. Aquí, claro, lo que se reparte es la responsabilidad, y de la forma de aceptar esa responsabilidad dependió el futuro de España. Siete millones de españoles hubo con Felipe II. Una cantidad de responsabilidad mucho menor que al principio. España podía, pues, permitirse el lujo de que algunos españoles no se sintieran tales, y no aceptaran sus responsabilidades, mientras otros cargaban con el esfuerzo de varios.

¿Y hoy? Nos basta dividir el Todo, el mismo principio de atribución de nuestras relaciones con el mundo, entre los cuarenta millones (o, quizá, entre los cuatrocientos millones), de donde resulta que la cantidad de peso que reposa sobre cada uno de nosotros es infinitamente menor que al principio de nuestra historia, Podemos tener traidores, convidados, zánganos, indiferentes y hasta enemigos.

La Cantidad Española por persona es inversa al número de hombres. Pero hay algo más: la experiencia aprendida ha aumentado con cada generación. El número y la intensidad de relaciones, también. Esto no hace que la Patria sea más grande o más importante, pero sí la convierte en mucho más compleja y resistente. Más difícil de comprender, también, y hasta de servir.

Si la Cantidad de España que directamente nos corresponde es menor, -y esa es la cantidad con que nos relacionamos con los demás - , y la complejidad del Todo (del principio de atribución de nuestras relaciones con el mundo) es mayor a cada generación, está claro que tenemos problemas para vivir nuestro patriotismo, y, también, para explicarnos como es nuestro universo español.

En otras palabras: el de hoy necesita atender más a su condición de español; no darla por supuesta simplemente. Necesita meditar largamente sobre su responsabilidad histórica y atender a que no se pierda el único camino verdadero que tiene para comunicarse con el mundo: su patria.

No pocos compatriotas han perdido ya su capacidad para usar de lo español como elemento básico de relación con el mundo.: han dejado, en cierto modo, de ser españoles, pero no han podido ser otra cosa: están extraviados en un mundo que no pueden comprender ya, y despojados de la mitad de su humanidad: justo la mitad que les hermanaba.

Y esta es una de las más importantes causas de nuestro drama. La medicina -siempre insisto en ello - la sabemos ya todos: Hablar de España. Nada une tanto como esto.

Pruébelo usted, lector amigo. Tiene mucho que ganar y, con usted, todos nosotros.


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