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ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

Humanismo degenerado.

El mismo humanitarismo que, puesto que el hombre es bueno, permite dar rienda suelta a todos los instintos que antes se consideraban desviados. Y hasta se llega a legalizarlos y equipararlos con los normales .

Fué causa de escándalo la sentencia de la Audiencia de Córdoba en la que se condenaba a un padre que había violado a su hijo de cuatro años, pero se recomendaba el indulto; si bien el impacto de la noticia se ha diluído, como era de esperar, entre otras muchas noticias posteriores. Es posible que este hecho haya quedado en la mente de muchos como una ocasional extravagancia de unos jueces poco profesionales. Esta forma de pensar es la tranquilizadora de los bienpensantes, que no quieren ver alterada su tranquilidad con la consideración de que el mundo en que viven tal vez sufra una dislocación perversa en sus valores. Esto causa desasosiego necesariamente y el bienpensante ama la comodidad ante todo.

Sin embargo, no es posible recapacitar un poco sobre los hechos sin verse obligado a rechazar la teoría de la simple anécdota. Sobre todo, cuando llegan noticias repetidas de sentencias judiciales de una gran lenidad respecto de delitos sexuales. No es posible honestamente adoptar la postura del bienpensante. En realidad, este personaje tiende a desaparecer, siendo sustituído por el hombre que, lisa y llanamente, rehuye el pensar, pues ha decidido que nada ni nadie ha de alterar su vida plácida. Pero también hay otra causa para esta actitud de inhibición.

No hace falta ser una lumbrera para comprender que estas sentencias, inimaginables hace unas décadas, son producto de una atmósfera intelectual infestada de un sistema ideológico que predomina abrumadoramente, que impregna todo el quehacer de la sociedad occidental, incluyendo, naturalmente, a los jueces. Una sociedad que vive en un clima de decadencia moral, no es raro que tenga jueces decadentes. Lo raro sería lo contrario.

La naturaleza perversa de esta ideología es que se presenta como un humanismo. Y lo es, sin duda. Pero se trata de un humanismo del cual se ha erradicado toda referencia a lo trascendente. No ha lugar a la existencia de leyes externas al hombre mismo, convirtiéndose éste, y de una forma radical, en la medida de todas las cosas.

La enseñanza tradicional es que la naturaleza del hombre no es buena. Como consecuencia, el humanismo vigente, que hunde sus raíces en esta naturaleza, no puede ser bueno. Pero la enseñanza tradicional ha sido desechada, por lo que esta consecuencia no puede ser admitida por las mentes actuales.

Erradicado lo trascendente y desechada la idea de que la naturaleza humana pueda ser mala, el humanismo se encamina por la senda de un pedestre utilitarismo, en el que la moral ha quedado desnaturalizada. La comparecencia de uno de los jueces de Córdoba ante las cámaras de la televisión, fué todo un poema. ¿Qué utilidad tenía que el padre permaneciera en la cárcel, cumpliendo condena, si esto había de causar problemas económicos a la familia, y el reo era apreciado en su entorno, en el que estaba bien integrado? Si el objetivo de la reinserción estaba prácticamente asegurado ¿qué objeto tenía el encarcelamiento? Además, el niño quería a su padre. Había resultado hasta emocionante verlo correr a abrazarlo, después de un año de separación.

Estas fueron las razones expuestas por aquel juez al público. Eran razones de utilidad y también de una babosa y pervertida bondad.

Se trata del mismo humanismo, y su consiguiente humanitarismo, que ha introducido el aborto como práctica legal en todo el mundo occidental. Se parte de la compasión hacia las mujeres en apuros y se acaba en la admisión de la industria del aborto, con muchísimos millones de seres humanos en gestación masacrados.

Es el mismo humanitarismo que nos conduce a la eutanasia.

El mismo humanitarismo que, puesto que el hombre es bueno, permite dar rienda suelta a todos los instintos que antes se consideraban desviados. Y hasta se llega a legalizarlos y equipararlos con los normales.

El mismo humanitarismo que mima al criminal y se ocupa de reinsertarlo tan pronto como da señales de enmienda en la prisión. Recuerdo un caso de un violador múltiple al que se le concedió el tercer grado rápidamente, lo cual aprovechó para violar a varias mujeres. Hubo grandes críticas, y el capellán de la prisión, irritado por ellas, puesto que había sido parte en el cambio de grado, declaró que aquél era el precio que había que pagar... no recuerdo por qué: si por la democracia, por la tolerancia, por la reeducación, por el amor cristiano, o por qué.

Pero está claro, de todas formas, que este precio y otros precios los estamos pagando por la admisión en nuestras conciencias de un humanismo degenerado. El juez de Córdoba le hubiera entendido muy bien al capellán mencionado. Y viceversa.

Se podría hablar también de unas generaciones peculiarmente resentidas. Las de los nacidos en los años treinta y cuarenta. Nada más lejos de mi intención que aventurarme en generalizaciones. Pero es lo cierto que con harta frecuencia nos encontramos con personas que sobrepasan hoy la cincuentena y que erre que erre nos van desgranando el mismo y archisabido discurso progresista. Habitualmente, se consideran marcados por una época represiva que les causó traumas. Y, como consecuencia de su narcisismo masoquista y lamentoso, se proclaman partidarios de todo aquello que suponga derrumbe de trabas o coerciones morales: prácticas sexuales a tempranos años, homosexualidad, aborto, etcétera. Son los antiguos "rebeldes" juveniles que comenzaron a surgir en los años cincuenta y alcanzaron su apogeo en los sesenta. Ahora peinan canas, pero no han abandonado su discurso. Y como tienen puestos de responsabilidad e influencia en la sociedad (periodismo, judicatura, política, etc.) en gran parte la han modelado a su imagen y semejanza. El juez de Córdoba que compareció en la televisión era, bajo todas las apariencias, una de estas personas de psicología y filosofía específicas.

El cristianismo también ha sufrido alteración, tratándose de adaptar a estos nuevos tiempos. De forma que nos presentan un Jesús almibarado que únicamente nos habla de amor. Toda palabra dura o exigente ha sido eliminada, no vaya a ser que estas generaciones tan sensibles, que tanto han sufrido con la represión, tan humanitaristas, pudiesen escandalizarse y rebelarse.

Sin embargo, los Evangelios están ahí y no pueden alterarse. En la predicación se podrá omitir todo lo que se quiera, con todo lo que esto pueda tener de apostasía tácita. Pero uno puede coger los textos y leer: "Es inevitable que haya escándalos; sin embargo ¡ay de aquél por quien vengan! Mejor le fuera que le atasen al cuello una rueda de molino y le arrojasen al mar antes que escandalizar a uno de estos pequeños. Mirad por vosotros." (Lucas, 17, 1-3). Palabras fieras y amenazadoras que se avienen muy mal con el Jesús dengoso de los progresistas. Y cuya aplicación al padre violador (y no sólo al padre) es evidente.

Las palabras escritas están y escritas quedan. Inalterables, por mucha baba humanitarista y sofística con que pretendamos impregnarlas. A la espera de nuevas generaciones, menos débiles, narcisistas y resentidas que las que dominan hoy a la sociedad.


Ignacio San Miguel.


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