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Los portugueses que salvaron Etiopía Indice de Revistas Un falso tópico aceptado pasivamente: la ciencia es incompatible con la religión

ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

Brotes de renovación .

Frente a la decadencia intelectual del discurso dominante de lo políticamente correcto, renacen, en todas las latitudes, los autores jóvenes revindicadores de los valores de la civilización.

Uno lee una novela de la italiana Susanna Tamaro (n. 1947) y se encuentra con que la protagonista es una joven de nuestros días que no congenia con su madre, perteneciente a la generación del sesenta y ocho, no comulga con sus ideas progresistas, lo que es causa de diversos enfrentamientos; y, por el contrario, encuentra que fuertes vínculos espirituales, basados en valores profundos, le ligan a su abuela.

Naturalmente, Tamaro es frecuente blanco de las críticas de los progresistas, quienes le dirigen las habituales armas arrojadizas: reaccionaria, retrógrada, etcétera. Algunos, más sutiles, se contentan, discreta y solapadamente, con calificarla de escritora mediocre.

Se tiene noticia también de Michel Houellebecq (n. 1958) que, con "Las partículas elementales" ha causado revuelo en Francia. Su obra, que ha estado muy cerca de ganar el Premio Goncourt, constituye la más acerada y cruel crítica de la sociedad actual, resultado de la generación del sesenta y ocho. Dice cosas como: "Ha sido peor el remedio, la liberación, que la enfermedad". "La pornografía impide, en la práctica, la sexualidad". "No tenemos ganas de nada. Hemos perdido motivación". "El liberalismo conduce a la desaparición de las comunidades intermedias y, por tanto, de la familia. En conjunto, estamos solos". "El desapego no conduce a nada".

Odia a la generación del sesenta y ocho por su amoralidad despreciable, y, como Tamaro, estima mucho más a las generaciones anteriores. Sus palabras rezuman amargura y depresión.

Cae en nuestra manos un curioso libro: "Leo McCarey", de Miguel Marías (n. 1947). Se trata de un estudio muy completo de la obra de este cineasta, tan famoso en otros tiempos: el autor de, por ejemplo, "Siguiendo mi camino" (Going my way, 1944), "Las campanas de Santa María" (The bells of St. Mary's, 1945), "Mi hijo John" (My son John, 1952) y "Tú y yo" (An affair to remember, 1957), entre otras. Un autor comúnmente desdeñado. Por el contrario, el entusiasmo que por él siente Miguel Marías es desbordante. Tanto, que a veces llega a la exageración.

Lo que se puede encontrar que Marías tiene de común con los autores más arriba citados, es un desdén incalculable por el pensamiento dominante y el cine actual, y un aprecio de valores de épocas lejanas, años treinta y cuarenta, expuestos en el cine de aquella época, y concretamente en el de Leo McCarey. Una apuesta decidida por los "buenos sentimientos" en contraposición con el cinismo estéril actual. Es, pues, la suya una postura a contracorriente, igual que la de Tamaro y Houellebeck. Aunque, por su edad, pertenece a la generación del sesenta y ocho, o bien nunca compartió sus ideales (como el que esto escribe), o bien percibió sus consecuencias a no tardar y se apartó de esta corriente.

He aquí lo que piensa del cine de hoy: "El cine reciente está de lleno dedicado a mostrarnos personajes antipáticos e incluso detestables, que dicen groserías y estupideces, ni siquiera inocuas, sino canallescas, que cometen barbaridades y tropelías de todo género, y a los que encima de soportarlos un par de horas o más, se pretende que les encontremos gracia".

"Películas casi todas ellas llenas de estruendo digitalizado, furia artificial, espectaculares efectos pirotécnicos que ni siquiera son siempre hábiles, y matanzas que, si no nos repelen, es porque nos dejan indiferentes".

"Personajes de ficción inhumanos, a mitad de camino entre el animal salvaje y el robot, héroes de ficción que no soy ya extraterrestres antropomórficos y humanizados, sino puros "cyborgs", replicantes clónicos, militares o agentes supuestamente secretos adiestrados hasta el límite de los reflejos condicionados, y psicópatas programados para ejecutar lo que se les ordena".

De Rusia nos llega información de un singular (como todo lo que llega de allí) personaje político, Alexander Duguin (n. 1962), ideólogo seguidor de René Guénon y Julius Evola, y amigo de Alain de Benoist, el líder francés de la "nouveau droite". Se dirá que poco tiene que ver con Tamaro, Houellebeck o Marías, pero es que también él busca en el pasado no reciente el estímulo o ejemplo de aquellos valores que considera eternamente válidos. Piensa que el presente está corrompido definitivamente y que es necesario una regeneración espiritual. Considera al capitalismo como el mal absoluto: "El capital es la manifestación socioeconómica del anticristo espiritual". Se interesa por la "tercera vía" de los años veinte y treinta, pues piensa que la salvación está en el espíritu tradicional conjugado con lo socialmente avanzado. Piensa que Rusia salvará al mundo, y odia decididamente a Occidente, atribuyéndole todos los males del globo. Tanto es así que, antiabortista decidido, no ve mal que el aborto se practique en Occidente, pues será factor de su hundimiento. Coincide significativamente con Houellebeck: "Pese a la proliferación de la pornografía, el sexo en Occidente se ha secado como un dátil".

Son personas muy distintas las nombradas, y, sin duda, podrían haberse buscado algunas más significativas. Sin embargo, todas ellas tienen algo en común: el rechazo de la filosofía actual de Occidente, producto de la revolución del sesenta y ocho, y el intento, puenteando la generación que hizo esa revolución, de recuperar los valores disueltos por la misma y que se estiman valiosos, imperecederos y dignificadores del hombre. No se trata, naturalmente, de una vuelta nostálgica al pasado, que siempre es imposible, sino de volver a hacer nuestros unos valores que nunca debieron ser desdeñados y expulsados de nuestro horizonte vital.

Sin duda, no resulta imposible la crítica de diversos aspectos del pensamiento de estas figuras.

Con Susanna Tamaro es muy severo Vittorio Messori, el conocido escritor católico tradicionalista, juzgando que su vago misticismo cristiano no se aviene bien con la ortodoxia.

Es inevitable llegar a sospechar que en Michel Houellebeck se dan rasgos depresivos que pueden entrar en el terreno de la neuropatología. Sin embargo, nos vemos obligados a simpatizar con su implacable lucidez cuando, interpelado sobre la "New Age", contesta: "¿La New Age? Ah, sí, esa payasada..."

Miguel Marías, llevado de su entusiasmo, comete algunas extralimitaciones, y llega a la demasía cuando afirma la "aplastante superioridad de Leo McCarey sobre Orson Welles" (¡!). Es lo suficientemente avisado para declarar que le consta que nunca le será admitida como buena esta declaración. En efecto, no debemos hacer tal cosa.

Sin embargo, su libro está lleno de aciertos, y, por ejemplo, su estudio sobre "Mi hijo John" es perfecto. Esta película se sale de lo común, porque se trata de un filme anticomunista inteligente. Es decir, que está soberanamente alejado de lo cerril y lo primario. Por ello, no fué apreciada en su día. Molestó por razones obvias a los fanáticos comunistas, pero también irritó fuertemente a los anticomunistas obcecados, pues se vieron bien representados en la pantalla. Marías se luce desarrollando el tema.

De Alexander Duguin se pueden criticar muchas cosas. Su concepto mítico y místico de Rusia, tan eslavo, no es para tomarlo en serio. También Dostoyevsky profetizó que Rusia salvaría a Occidente gracias a la religión cristiana, y ya hemos visto en qué han parado sus profecías. Si ha habido dos profetas completamente equivocados en sus previsiones han sido Fiodor Dostoyevsky y Carlos Marx.

La condena del capitalismo occidental está bien, pero en el antioccidentalismo de Duguin resaltan vetas atávicas, derivadas de la ortodoxia y del eslavismo. Hay evidentes rasgos asiáticos en su postura.

Lo que está claro es que la revolución del sesenta y ocho, acelerando vertiginosamente la decadencia del Occidente cristiano, ha creado una sociedad secularizada, escéptica y sin valores, en la que el capitalismo liberal, intacto y más poderoso que nunca, adquiere caracteres despiadados, sin freno alguno. De las ruinas del Occidente cristiano ha ido surgiendo otro Occidente de rostro inhumano. No resulta incomprensible que Duguin odie a este Occidente y al capitalismo consiguiente que en Rusia ha adquirido rasgos claramente satánicos; con independencia de que en Duguin pesen otros factores, como arriba señalo.

Estas personas seleccionadas un poco al vuelo, con sus pensamientos y sentimientos tan a contracorriente, podrían considerarse como indicios de vías de agua en la nave conformista del pensamiento único. Si estas vías de agua se van a agrandar y multiplicar, el tiempo lo dirá. Pero, en principio, dan pábulo a alguna, siquiera modesta, esperanza.

Ignacio San Miguel.


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