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ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

Distorsiones y falacias .

El nacionalismo separatista aunque tiene su origen en el rechazo del centralismo del estado liberal decimonónico no es mas que un derivado del romanticismo, es decir de ese mismo liberalismo, que basa la nación en caracteres raciales, lingüisticos, etc.... Por otra parte son los partidos "progesistas", los que siguiendo la teorías de marxistas de autodeterminación de los pueblos, apoyaron los movimientos separatistas, incluso los terroristas, tanto en cuanto socavaban los estados al servicio de las Naciones.

Suele ser frecuente ver reproducido en artículos de analistas políticos, ideólogos, filósofos (Papell, Sabater), un determinado esquema del conflicto vasco que, sin ser falso del todo, resulta reductor y conduce a una visión seriamente distorsionada de la auténtica realidad de ese país. Ya se sabe que las medias verdades pueden ser más falaces que las mentiras rotundas.

Remontándose en la Historia, se fijan preferentemente en las pugnas carlistas y en la oposición entre Ilustración-laicismo y conservadurismo-clericalismo, para concluir que el conflicto presente es la continuación actualizada de aquella antigua pugna. Sostienen que hoy también las fuerzas del progreso luchan contra las del oscurantismo y la superstición religiosa; los herederos de la Ilustración contra la obscuridad de los retrógrados; y que éstos son los nacionalistas, y aquellos los colocados más o menos a la izquierda del espectro político no nacionalista.

Como suele ocurrir con los planteamientos sociológicos esquemáticos, aún con los que tienen algún viso de razón, éste provoca también el importante e injusto efecto de dejar fuera de consideración a gran parte de la sociedad estudiada. En este caso, gran parte de la población vasca: aquella que, no siendo nacionalista, tampoco tiene a la Ilustración como referente esencial de su pensamiento. Es más, es frecuente el caso de muchos que no aprecian este movimiento intelectual como algo plenamente positivo, y hasta condenan a la Revolución Francesa, y, sin embargo, no son nacionalistas. Se trata de personas pertenecientes al centro-derecha vascoespañol que, puesto que está representado por el segundo partido del país, a no mucha distancia de los nacionalistas, resulta un evidente error que sea marginado de cualquier estudio serio. Máxime, cuando son sus miembros quienes más sufren los ataques nacionalistas. Ataques mortales muchas veces, debido a que son las personas que más odio concitan.

Por tanto, esta teoría, esta representación, no se adecúa debidamente a la realidad. De forma interesada, atribuye un protagonismo excesivo en el conflicto a la izquierda no nacionalista, mientras vela la existencia de otra colectividad tanto o más importante.

Otro planteamiento quizás más exacto sería el derivado de suprimir la mayúscula de Ilustración. Si hablamos de gente ilustrada o no ilustrada, es decir, instruída o no, veremos como hecho comprobable que los nacionalistas abundan sobre todo en las zonas rurales y semirurales, de inferior cultura, y los no nacionalistas dominan las ciudades, donde hay más instrucción. Este síntesis tiene la ventaja de no excluir a grandes colectividades, pues llama ilustrados, no a aquellos que se identifican con los ideales y las ideas de la Ilustración francesa, sino a todos los que tienen una cultura general aceptable, sea su orientación progresista o conservadora, de izquierdas o de derechas, religiosa o irreligiosa; y no ilustrados a aquellos de deficiente educación, más primitiva y carente de auténtica sustancia civilizadora; pudiendo ser, a su manera, también de izquierda o derecha, religiosos o no, etc.

Se podrá objetar que tampoco este esquema resulta exacto, puesto que entre los nacionalistas hay personas instruídas. Posiblemente, pero a mi entender el número de personas que queda marginado injustamente es bastante menor que en el primer planteamiento.

De todas formas, queda claro que los esquemas son simplificadores por naturaleza y no acaban de corresponder debidamente con la complejidad de lo real. Más acertado es atenernos a lo obvio, es decir, que hay un sector heterogéneo de de población que se considera nacionalista y otro sector igualmente heterogéneo que se siente no-nacionalista.

Y, si se hiciera así, no se caería en el error, insidioso y buscado, de preterir a grandes grupos de población, siquiera sea en los planteamientos intelectuales (por ahí se empieza), en determinados foros; por ejemplo, en el Foro de Ermua, surgido, como todos sabemos, con motivo del asesinato de un representante municipal del partido conservador español. Ha resultado inevitable y, en principio, podía parecer positivo, que determinados intelectuales se adhiriesen a este foro. Pero resulta distorsionador que postulen su ideario como propio del mismo, confiriéndole un significado que, por reductor, es inexacto, si no falso. El reconocimiento de la pluralidad ideológica de sus componentes, además de obligada, redundaría en la eliminación de malentendidos y en la mayor apertura de dicho foro a la sociedad, con el reforzamiento correspondiente. Pero esto resulta difícil, por no decir imposible, cuando se parte de las posiciones de sectarismo ideológico que predominan en la actualidad y si en el sector afectado cunde el amedrentamiento ante la posibilidad de ir a contracorriente.

A este respecto, y descendiendo a algo concreto, habremos de convenir en que más adecuado y conveniente que combatir el sentimiento religioso de los nacionalistas mediante ironías más o menos volterianas que previsiblemente serán despreciadas, ha de ser crear una seria controversia de índole religiosa, a cargo de personas autorizadas en el sector religioso no nacionalista. La argumentación ética cristiana ha de tener más posibilidades de erosionar posiciones encastilladas que los argumentos filosóficos racionalistas adobados con burlas. Esto está ocurriendo ya con magníficos trabajos, que se fundamentan en la ética y la religión, debidos a plumas laicas y eclesiásticas. Pero son trabajos aislados, y, desde luego, no surjen allí donde el pensamiento progresista impone su imperio.

Otra manifestación del continuado fraude ideológico de los progresistas, consiste en aplicar reiteradamente a los terroristas separatistas los calificativos de fascistas y nazis; cuando de todos debería ser sabido que son marxistas, como así lo han declarado en muy repetidas ocasiones de palabra y por escrito. Pero nunca los progresistas han admitido tal cosa.

Es evidente que uno de los componentes del pensamiento progresista, el pensamiento único, es la simpatía por el marxismo; tanto por parte de los antiguos marxistas, acomodados hoy forzadamente al capitalismo liberal, como por la de los liberales izquierdistas, de un filomarxismo a la moda. Por tanto, resulta entendible, aunque no justificable, que estos hacedores de opinión rehuyan la verdad del marxismo de los terroristas. Les resulta íntimamente vergonzoso, y, por tanto, repugnante, atribuir a sus enemigos la misma ideología con la que simpatizan y muchos todavía profesan. Así que recurren a las viejas ideologías enemigas, fascismo y nazismo, para arrojarlas como supremo insulto a los que, en estricta verdad, son sus correligionarios.

Por tanto, realizan dos operaciones alienadoras para la opinión pública, y con éxito, puesto que dominan los medios de comunicación: En primer lugar, se presentan como los sucesores espirituales e intelectuales de la Ilustración y la Revolución Francesa, en lucha contra el oscurantismo, la superstición religiosa y el terror. Con esto, dejan marginada, sin protagonismo alguno, a gran parte de la población, que es católica, española y antiterrorista. (Se podría también discutir la pretendida herencia ilustrada de los progresistas, pues su liberalismo y democratismo ostentosos se compadecen muy mal con su simpatía por las dictaduras marxistas).

En segundo lugar, atribuyen decidida y mentirosamente a sus enemigos las ideologías ya derrotadas hace muchos años y que son, en parte debido a una propaganda de inalterable persistencia, unánimente despreciadas y abominadas por la opinión pública; y resguardan pudorosamente a la ideología marxista de toda mácula.

El progresismo no siente el menor respeto por la verdad, pero triunfa gracias a su abrumadora influencia sobre la opinión pública, que adolece de falta de discernimiento y puede llegar a asumir como artículos de fe lo que no son, en el mejor de los casos, más que medias verdades y, en el peor, flagrantes mentiras, incorporándolas a ese conjunto de tópicos malintencionados y degradantes que constituyen la sustancia del pensamiento único.

Ignacio San Miguel.

 


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