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Utopía y barbarie. Lecturas del Facundo de Domingo Faustino Sarmiento Indice de Revistas Un libro incomparable. En el dia mundial del libro

ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

Una resolución reveladora.

El parlamento europeo, en vez de preocuparse de resolver los problemas de los ciudadanos apoya la corrupción.

El 16 de Marzo de 2000 se aprobaba con amplio margen en el Parlamento Europeo una resolución en la que pedía a todos los países de la Unión que introduzcan "la convivencia registrada entre personas del mismo sexo", reconociéndoles los mismos derechos del matrimonio.

Además, deploraba que en los Códigos penales de algunos Estados miembros estén todavía vigentes límites de edad para el consentimiento del menor en las relaciones homosexuales. Es decir, no se debe establecer una edad mínima al consentimiento de los niños para la pederastia. El adulto debería poder mantener libremente relaciones sexuales con niños de cualquier edad, siempre que fuesen consentidas por éstos.

Esta resolución aclara meridianamente la situación de decadencia moral de Europa, promovida por el sector que controla y dirige la opinión y el pensamiento, ante la pasividad o insuficientes protestas de quienes temen pasar por no progresistas. Han sido significativas las defecciones en la votación de diputados del Partido Popular Europeo y de otras formaciones de la derecha. Es decir, hubo bastantes que votaron a favor de la resolución. Otros muchos de estas formaciones se ausentaron. En esta posición de cobarde ausencia, se destacó, como era de esperar, España. Es natural, por tanto, que la resolución saliera cómodamente adelante por 251 votos a favor y 169 en contra.

España también se destacó por el sepulcral silencio con que acogió este acontecimiento, mientras en otros países europeos ganaba las primeras páginas de los periódicos. Nada sorprendente, dada la calidad de la Prensa española, de los grupos de presión que actúan y del escaso interés del pueblo español actual por cuestiones trascendentes. Si ha sido decisión del Parlamento Europeo, sus razones tendrá, ha de sentenciar Juan Español con su habitual sabiduría, reiteradamente alabada por los políticos.

Y efectivamente, tiene sus razones. Hay que tener en cuenta, en primer lugar, la enorme extensión de las prácticas sexuales aberrantes en todo el mundo occidental a partir de la secularización y consiguiente ostracismo de la religión y la moral. No es sólo cuestión que ataña a Bélgica, donde se descubrieron redes de pederastia recientemente ¿quién puede creer tal cosa? Esta punta de iceberg, como otras puntas más modestas, son revelaciones de la gran cantidad de vicio, corrupción, explotación y tortura moral y física que se ha extendido en una sociedad, la occidental, que envejece paulatinamente pues no tiene confianza en el futuro y suprime a los hijos, y que huye de todo lo que pueda coartar la satisfacción de sus deseos de placer, muchas veces degenerados.

Incapaz de enderezar su conducta, y sin verdadero interés en hacerlo, la sociedad occidental se decanta por el deplorable pero cómodo expediente de legalizarla.

Recordemos aquella avalancha de granujas cantamañanas de los años setenta, de aquellos sexólogos que ahora escasean, pero que en aquellos años dejaron su huella innoble. La teoría que entonces comenzó a ponerse en boga, impulsada por estos individuos, era la de que había existido y seguía existiendo una represión malsana de los instintos sexuales, originada en los ámbitos religiosos y utilizada políticamente, que era la causa de todas las anormalidades, excesos y crímenes sexuales. Que la solución a estos males estribaba en lo contrario, es decir, en no reprimir en modo alguno los instintos. De esta forma, y pasado un breve tiempo, la vida sexual de la sociedad adquiriría una completa normalidad.

Esta teoría fué siendo adoptada por toda la sociedad y, como todos sabemos, llevada a la práctica a través de los años. Naturalmente, no tuvo éxito en la presunta ambición de normalizar la vida sexual, puesto que las anormalidades, abusos y corrupciones sexuales fueron en aumento. Todo parecía indicar que alguna justificación había en la represión de los tiempos pasados, pese a sus indudables exageraciones. Pero no se buscó la solución en la dirección de coartar, siquiera moderadamente, el libertinaje sexual. Esto era prohibitivo para las mentes progresistas. Se decidió que lo mejor era declarar buenos todos los instintos sexuales. De esta forma, se diluía notablemente el problema. Se reducía exclusivamente a los casos de agresiones, de violencias. Todo lo demás: pornografía, homosexualidad, pederastia, etc., mientras no hubiese violencia, eran cosas buenas y naturales. Por lo tanto ¿dónde estaba el problema? Esta era una forma exitosa de evitar la opción reaccionaria de reprimir. Si todas las manifestaciones del sexo eran buenas ¿qué es lo que había que reprimir? Nada. Problema resuelto. Unicamente quedaban algunos códigos que ponían límites a la edad del consentimiento de los menores a la pederastia.

Y es esta filosofía del todo vale en el terreno sexual la que se ha plasmado políticamente en la resolución del Parlamento Europeo. Y no es ilícita la sospecha, dada la extensión del vicio, que en la actitud de los parlamentarios pesaran también intereses personales.

Es también una realidad la tendencia a considerar normales las relaciones sexuales de los padres con sus hijos, aunque todavía no haya traducción legislativa a este respecto. Pero está presente en muchas mentes. Como ejemplo, basta nombrar el caso de la sodomización de un niño de cuatro años por su padre en Andalucía no hace mucho tiempo. Los jueces se vieron obligados a aplicar la pena correspondiente, pero recomendaron el indulto. Uno de los jueces declaró en la televisión que no veía motivos para separar al padre de la familia, ya que estaba muy integrado en la sociedad, los vecinos le apreciaban, era la única fuente de ingresos de la familia, y el niño sodomizado le quería. Pareció quedar bastante claro que a este juez, igual que al reo, no le parecía aquella sodomización nada especialmente grave, algo que fuese más allá de una manifestación más de los instintos sexuales humanos que en ocasiones tienen sus caprichos.

Esta resolución infame del Parlamento Europeo lo deslegitima como organismo respetable. Pero como no deja de ser representativo de la sociedad europea, la falta de respetabilidad alcanza a ésta, así como a los diversos gobiernos.

El caso de España resulta destacable. Una nación que tiene un pasado glorioso, pero que se avergüenza de él porque le han convencido de que es vergonzoso. Una nación europea, pero tan acomplejada que pensaba que no lo era, y que todavía exulta de gozo por haber alcanzado esta distinción al ingresar en la Unión Europea, aunque fuese en condiciones leoninas. Una nación cuya máxima aspiración es parecerse al resto de Europa y que continuamente hace méritos en esa dirección, lo cual es premiado con la concesión de diversos cargos institucionales. Una nación dócil que obedece las instrucciones de Bruselas, que se ha convertido en su estrella polar, a falta de otra.

Era natural, por ejemplo, que el Tribunal Constitucional de esta nación dictaminara en sentencia del 17 de Junio de 1999 que "el no nacido no puede considerarse como titular del derecho fundamental a la vida". Tal resolución, que, entre otras cosas, facilita el camino hacia el aborto sin traba alguna, se acomoda muy bien con el pseudoprogresismo que impera en las naciones "civilizadas" a las que hay que parecerse. Si bien alguna agencia católica extranjera aprovechó para decir con cierta inquina que se trataba de "la mayor vileza de la historia de esa nación", hay que comprender que no son tales vilezas las que puedan espantar a la España actual.

En consecuencia, era impensable que una nación así pudiera oponer reparos a la resolución del Parlamento Europeo. Mejor votar a favor, o escurrir el bulto, que es lo que hicieron los parlamentarios de la derecha.

Y que este acontecimiento no haya tenido eco en la Prensa española es otra muestra más de la fascinación y respeto que sobre las mentes españolas ejerce todo lo que provenga de Europa. ¿Podían los flamantes titulados europeos criticar una resolución de una mayoría de parlamentarios europeos, máxime cuando va nítidamente en la dirección del progresismo?

Una resolución inmunda, por tanto, que resulta de suma gravedad, pues al mismo tiempo que expresión del talante de una sociedad corrompida ha de ser motor que acelerará el proceso degenerativo en que está inmersa.

Y en este largo viaje hacia la noche, que diría Eugene O'Neill, algunos de los viajeros se distingue del resto por su satisfecho temple de ánimo, pues su única obsesión era montarse en el tren, y en cuanto a la estación de destino, no hay duda de que, sea cual fuere, ha de contar con su aprobación


Ignacio San Miguel.

 



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