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ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

La reacción necesaria (2).

"Todos debieran creer en esta tierra, en medio de cualquier locura o fracaso moral, que su vida y temperamento tienen alguna finalidad en la tierra. Todos debieran creer en esta tierra que tienen algo que dar al mundo, que de otro modo no le puede ser dado"

De la misma manera que un hombre sediento en el desierto necesita agua, una civilización descaecida necesita vivificarse. La necesidad, sin embargo, no implica la factibilidad. El hombre en el desierto probablemente no encontrará agua, y la civilización es también probable que muera para dar lugar a otra. Pero la necesidad existe con independencia del éxito o fracaso de los esfuerzos por darle satisfacción.

Son diversos y de peso enorme los factores que obstaculizan un movimiento de reversión en una civilización a la que se ha llevado a la negación de sí misma, como es el caso del Occidente cristiano.

Hay que partir de la base de que los medios de comunicación: Prensa, televisión, editoriales, etc. están controlados por grupos que, sin duda, no están interesados en ningún tipo de cambio y, por el contrario, trabajan en el mantenimiento de una clase de pensamiento conformista y adocenado. La plutocracia, que está detrás de estos medios, así lo desea, puesto que conviene a sus intereses.

Por otra parte, el hombre contemporáneo está inmerso en una lucha constante de carácter darwinista por subsistir primero, prosperar después, y competir siempre. Así es el sistema capitalista liberal que ha salido triunfante de todos los avatares de la Historia. De lo dicho se desprende que este hombre común, preocupado intensamente por su situación personal, poco tiempo y ganas ha de tener para pensamientos de carácter general, filosófico, ético o religioso. Aparte de la disposición discreta que, por naturaleza, tiene para este tipo de pensamiento. Así como nadie está totalmente negado para la música, pero es una minoría la que aprecia debidamente la música culta, así también es una minoría la que se mueve con seguridad en el campo del pensar filosófico y moral, aunque, naturalmente, todo el mundo piense.

Pero la mayor parte de esta minoría está captada por el sistema vigente, sirviendo y consolidando sus intereses. Se trata de una situación muy difícil de romper.

Porque para provocar el cambio, habría que contar con esa minoría, que es la encargada de suministrar pensamiento elaborado a la gente, pero esto no es posible, porque, por convicción o interés, esta minoría se debe a las ideas que esparce. O bien, habría que sustituirla por otra de signo contrario, lo cual es tarea ímproba. Esta última minoría, aún suponiendo que exista, se libra muy bien de expresar sus verdaderas opiniones. Es más, ha llegado a una situación de servidumbre respecto de las ideas dominantes, puesto que juzga que la única forma de hacer carrera es no enfrentándolas. Y en consecuencia, se suceden gobiernos de derecha e izquierda, pero son casi tan parecidos como una gota de agua a otra.

Esta situación no se oculta, naturalmente, al hombre de pensamiento crítico, al hombre que es consciente de esa subversión de valores que se ha dado en las cuatro últimas décadas, y que tiene la convicción de que el rumbo tomado por la civilización occidental es equivocado. Debido a la firmeza de esa convicción, este hombre crítico se ha convertido en un rebelde, en un contrarrevolucionario, aún sin pretenderlo.

Este hombre no abunda, por las razones dichas. A estas se podrían añadir los inconvenientes de la edad. Las personas maduras o viejas tienen la rémora de la falta de energía que les conduce a la aceptación de lo dado: "¿Para qué luchar? Mi tiempo ha pasado. Yo ya estoy cansado. Y los tiempos cambian. No hay nada que hacer." Sin embargo, tiene la ventaja de haber sido testigo de la revolución.

El joven tiende a gozar de la vida y a no pensar demasiado. Se inclina también a considerar su tiempo como mejor que el pasado, que no ha vivido. No obstante, tiene la ventaja de la energía.

Pero si el hombre mayor mantiene intacto su vigor mental y físico, lo que no es infrecuente, y el hombre joven es inconformista, tendencia no rara en la juventud, y se documenta debidamente y con talante crítico sobre el pasado, las desventajas quedarán anuladas y nos hallaremos ante dos rebeldes en potencia.

El rebelde decidido es inalterablemente firme en sus convicciones, ya que éstas se basan en la valoración exacta de los hechos y de las evidencias. Por ejemplo: que el aborto es un crimen se le presenta como una evidencia, y la consecuencia lógica e irrefutable de esta evidencia es que una sociedad que admite legalmente tal crimen marcha por un camino fundamentalmente equivocado. Es un simple ejemplo, pero el más apropiado e importante, pues la admisión legal y social del aborto es signo indefectible de la decadencia de Occidente. El rebelde así lo comprende y piensa que la reversión de este estado de cosas es necesaria. Nada ni nadie le hará abandonar esta certeza.

Pero queda dicho que es consciente de las dificultades que se oponen a este cambio necesario, y su rebeldía es tranquila y segura, consciente como es de que él no alcanzará a ver ese cambio, y quizás nadie lo verá, por lo menos en su deseable desarrollo.

Su acción es variable, de acuerdo con sus circunstancias. Quizás, su situación personal le impida hacer poco más que dejar caer sus palabras a la espera de que, ocasionalmente, las acojan oídos proclives a sus ideas. Es posible que pueda publicar algunos artículos. Puede ser miembro de alguna organización u obrar en solitario. Puede también ocupar puestos de responsabilidad y, en tal caso, su acción tendrá mayor trascendencia.

Existen, asimismo, organizaciones políticas minoritarias procedentes del pasado. También trabajan contra corriente. Por su misma naturaleza, deben ser fieles a determinadas figuras políticas que son despreciadas y vilipendiadas por el pensamiento dominante. Es laudable esa fidelidad, puesto que las valoraciones del presente están viciadas y deforman y manchan las personas y los hechos históricos que estén relacionados con los códigos abatidos. El rebelde de que hablo puede o no pertenecer a alguna organización de esta índole. Aunque existe una dificultad añadida, en orden a la creación de un estado de opinión siquiera modesto, en el caso de esa pertenencia: el citado forzoso vínculo de los valores perdidos y a recuperar con figuras desprestigiadas en la opinión pública. Resulta más fácil influir defendiendo los valores aislados y con su fuerza propia, pues frecuentemente hallarán un eco, aunque éste pueda ser débil, en lo íntimo de las personas, aún entre las que participen, por inercia, en determinadas descalificaciones. Pero, naturalmente, es justo y obligado que haya quienes reivindiquen la memoria de figuras que hoy en día son presentadas con falsedad interesada.

Aunque posiblemente no lo sepa, el rebelde cumple lo que el poeta Robert Browning, según Chesterton, pensaba de todo hombre: "Browning creía que a todo hombre que vivió en esta tierra le había sido dada una definida y peculiar confianza de Dios. Cada uno de nosotros estaba alistado a un servicio secreto; cada uno de nosotros tenía un mensaje especial..." Estas palabras pudieran ser útiles al rebelde en el supuesto de que tenga momentos de dudas sobre la validez de su posición. Y también: "Todos debieran creer en esta tierra, en medio de cualquier locura o fracaso moral, que su vida y temperamento tienen alguna finalidad en la tierra. Todos debieran creer en esta tierra que tienen algo que dar al mundo, que de otro modo no le puede ser dado".

También puede encontrar algún aliento en noticias favorables. Algo se va consiguiendo. La cumbre Beijing+5 ha supuesto un frenazo para el progresismo. El número de abortos se va reduciendo. Estos pequeños avances en la dirección correcta se van consiguiendo por la rebeldía de gente que no está dispuesta a comulgar con las ruedas de molino progresistas. En ambientes de esta última tendencia se comenta periódicamente que hemos entrado en una fase de involución. Si bien resultan temores exagerados, no dejan de constituir un buen síntoma.

Las ideas neoconservadoras suelen ser combatidas por los adversarios con la consabida cantinela: "Pero ustedes piensan que están en posesión de la verdad. Son unos fanáticos. Constituyen un peligro". Son muchos, efectivamente, los que llaman fanáticos a los que tienen ideas distintas de las suyas. Pero aún en el supuesto de que el rebelde del que estoy hablando pecase algún tanto de soberbio orgullo, bien se podrían recordar las palabras del mismo Chesterton en su biografía de Robert Browning: "La maldad agitada por el orgullo místico, grande como es a veces, resulta una pajita al lado de la maldad agitada por un materialista abandono de sí mismo. Los crímenes del diablo que se juzga con inmensurable valor, no son nada junto a los crímenes del diablo que se cree sin valor alguno".
Y ha sido precisamente este diablo el que ha reinado en las últimas décadas, inundando a Occidente de relativismo, amoralismo, humanitarismo pervertido y, como consecuencia, depresión espiritual.

Ignacio San Miguel

 



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