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ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

La Caridad en la historia de la Iglesia: 2000 años de servicio.

El artículo en primer lugar define, diferencia y clarifica los conceptos y marca las bases sobre las que se apoya la filantropía, la beneficencia, la justicia y la Caridad. Y en base a ellos hace un repaso histórico y doctrinal de la influencia y actividad, con algunos ejemplos, de la Iglesia en la sociedad y durante todos los tiempos.

Introducción.

A lo largo de toda la Historia de la Iglesia, uno de los aspectos que más llama la atención es el desarrollo de la beneficencia, elemento que ha podido ser esgrimido por la propia Iglesia con frecuencia cuando ha tenido que hacer frente a numerosos ataques y acusaciones contra ella. Pero, ¿de dónde nace propiamente esta beneficencia? La respuesta a la cuestión creemos que es en realidad sencilla: de la "caridad".

La beneficencia, que en un sentido literal significa "hacer el bien", podemos definirla más ampliamente como la actividad dirigida a satisfacer necesidades vitales de quienes se encuentran en situación de indigencia o de precariedad, por medio de prestaciones gratuitas y graciosas.

Y la caridad, según la doctrina católica, es una virtud teologal, esto es, que tiene a Dios por objeto inmediato y nos es dada por su gracia. Es la mayor de las tres virtudes teologales, tal como expresa el propio San Pablo: "Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, esas tres; mas la mayor de ellas es la caridad" (I Co. XIII, 13). Y la caridad no es otra cosa que el amor, el grado supremo del amor, es decir, el amor a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo y a nosotros mismos por este amor de Dios. Por eso, la caridad es ciertamente la mayor de las tres virtudes teologales, pues será la que permanezca en la vida futura, y en ésta es la expresión auténtica de la fe. En definitiva, el auténtico amor al prójimo nace del amor de Dios. Toda la Sagrada Escritura, y muy especialmente el Evangelio, está llena de exhortaciones al amor al prójimo, especialmente al más desvalido y necesitado, y se observa siempre la unión del amor de Dios y del amor del prójimo, pues si se pretende el uno sin el otro, es algo falso y vacío. Asimismo, no hay que olvidar el reconocimiento que el cristianismo hace de la dignidad de la persona, como hijo de Dios e imagen de Cristo, como hermano; de ahí que también se pueda hablar de una verdadera "fraternidad" cristiana, distinta del concepto de "fraternidad" que enarbolaría la Revolución Francesa de 1789.

Esta visión de la persona como imagen de Cristo, sobre todo en el caso de los más necesitados, tiene buena parte de su fundamento en las propias palabras de Cristo al hablar del Juicio Final y el examen de la caridad que en el mismo tendrá lugar: "Entonces dirá el Rey a los de su derecha: «Venid, vosotros los benditos de mi Padre, entrad en posesión del reino que os está preparado desde la creación del mundo; porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; peregrino era, y me hospedasteis; desnudo, y me vestisteis; enfermé, y me visitasteis; en prisión estaba, y vinisteis a mí.» Entonces le responderán los justos, diciendo: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos peregrino y te hospedamos, o desnudo y te vestimos? ¿Y cuándo te vimos enfermo o en prisión y fuimos a ti?» Y respondiendo el Rey, les dirá: «En verdad os digo, cuanto hicisteis con uno de estos mis pequeñuelos, conmigo lo hicisteis.»"(Mt., XXV, 34-40).

Por lo tanto, la auténtica caridad cristiana no es mera limosna piadosa, como muchas veces se ha pretendido y se pretende decir. Es algo que tiene una raíz muy profunda para el cristiano y que se puede manifestar de muchas maneras en la atención espiritual y material al prójimo: limosna, atención sanitaria, enseñanza, consejo, consuelo, etc.; y, por supuesto, la oración por las necesidades ajenas y por los difuntos, y la difusión de la fe de salvación (evangelización), como el mayor don que uno puede transmitir.

Muy unida a la caridad debe ir la idea de "justicia", una de las cuatro virtudes morales o cardinales que indica la doctrina católica y que también aparece recogida en el pensamiento de Platón. Como virtud, la justicia es un hábito, es decir, una disposición permanente del hombre para actuar, y se puede definir, de acuerdo con Santo Tomás de Aquino, como el hábito según el cual el hombre tiene la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno según su derecho. Básicamente, se suelen señalar dos tipos principales de justicia: la justicia conmutativa, referida a las relaciones de individuo a individuo, como personas privadas, y la justicia distributiva, que regula las relaciones entre la comunidad social y el individuo. Como una síntesis y aplicación de ambas, en la Época Contemporánea se habla también de "justicia social", especialmente referida a las cuestiones económicas y sociales (igualdad de oportunidades, justa distribución de los bienes, etc.). Todas ellas están contempladas en la doctrina católica y no deberían en realidad separarse de la caridad, pues el verdadero amor al prójimo ha de conducir a un deseo de justicia.

Otro concepto que se suele poner en relación con la beneficencia es el de "solidaridad", del que pueden darse varias acepciones. En relación con la política de raíz cristiana, el principio de solidaridad es el que asevera que el bien común de la sociedad es obra y responsabilidad de todos, aunque el conjunto social se halle bajo la dirección y tutela de la autoridad. Pero, más bien fuera del marco del catolicismo, desde la Sociología y desde ciertas corrientes generalmente laicistas, se ha utilizado el término para definir un sentimiento natural humano que llevaría a adherirse circunstancialmente a la causa o la empresa de otros. Aquí tendríamos, pues, un rasgo que distinguiría este concepto respecto de la caridad: mientras que la caridad, como virtud que es, ofrece un carácter de disposición permanente del alma, la solidaridad entendida al modo de la Sociología y de varias corrientes laicistas es algo más circunstancial, aun cuando se trate de un sentimiento natural del hombre.

Y, en fin, debemos referirnos también a la idea de "filantropía", nacida en los ambientes ilustrados del siglo XVIII, y de un modo particular en el seno de la francmasonería, y que se define como el amor al género humano; un amor meramente humano y desligado totalmente del amor de Dios y del reconocimiento del valor de la dignidad de la persona como hijo de Dios.

Como hemos apuntado más arriba, en la caridad cristiana es posible observar muchas vertientes o líneas, muchas maneras de expresarse, y que principalmente podemos resumir en las siguientes: una caridad que cabría denominar "de primera mano" (más sencilla y de respuesta a las necesidades más inmediatas del prójimo desvalido: limosnas, repartos de comida, alojamiento y albergue, etc.), una hospitalidad más especialmente desarrollada, la asistencia a los enfermos en hospitales, la enseñanza (tema que no tratamos en esta conferencia), la lucha contra la usura, la redención de cautivos, y toda una gama de obras de promoción social y cultural, así como una actitud y una doctrina ante la economía para que ésta no pierda su finalidad social y su carácter humano.

Así, pues, el tema de este artículo se podría abordar de dos maneras: de acuerdo con un criterio cronológico, o de acuerdo con un criterio temático. En esta ocasión, hemos preferido optar por el primero, dado que consideramos que permitiría una mejor visión de síntesis, en la que fuera posible ver la evolución histórica de las diversas constantes que se han dado a lo largo de los siglos, así como las respuestas ofrecidas ante necesidades nuevas. Por otra parte, nuestra actitud parte de la del historiador, tratando de acercarse con objetividad al asunto, pero a ello añade la condición de historiador católico, que ciertamente le puede condicionar en algunas valoraciones subjetivas, pero que también le permite comprender muchas realidades de fondo que la ausencia de fe impide irremediablemente.

Caridad y beneficencia en la Iglesia antigua.

Por supuesto, toda la vida de Cristo es la expresión máxima de la caridad: reconocimiento de la dignidad de las personas como hijos de Dios, compasión hacia los que sufren, milagros en favor de los desvalidos, llamadas profundas a la conciencia social y al amor al prójimo,… y todo ello culmina con su Sacrificio Redentor en la Cruz.

Por ello, los Apóstoles y las primeras comunidades cristianas se volcaron en una vida de caridad, tanto en el interior como hacia el exterior. En el seno de las comunidades cristianas, tenemos referencias del Nuevo Testamento acerca del espíritu de amor fraterno existente, siguiendo el mandamiento nuevo de Jesús: "Amaos los unos a los otros como Yo os amé; en esto conocerán que sois mis discípulos". Y quizá cabe resaltar de un modo especial la atención prestada a los cristianos encarcelados en épocas de persecución. También podemos recordar que inicialmente se estableció la comunidad de bienes. Y hacia el exterior, se llevó a cabo igualmente toda una labor de asistencia hacia sectores especialmente necesitados: las viudas y los huérfanos, los pobres, etc., mediante limosnas y con los pocos recursos entonces habidos, así como con la atención personal.

Respecto de las viudas y los huérfanos, hay que decir que constituyeron siempre un sector "privilegiado" de la beneficencia cristiana, como también lo había sido ya en la época veterotestamentaria. Así, en el capítulo IV del libro del Eclesiástico se puede leer: "Sé para los huérfanos como un padre, y a modo de marido para las viudas, y Dios te llamará su hijo y te será clemente y te librará de la destrucción" (Eccli. IV, 10). Y Jesucristo, que en numerosas ocasiones hace referencias a ambos y se vuelca en ellos, llega incluso a obrar en su favor una de las tres resurrecciones recogidas en los Evangelios: la del hijo único de la viuda de Naím, movido por su compasión; o, como traduce muy bellamente el P. Bóver desde el texto original, "viéndola el Señor [a la madre viuda], sintió que se le enternecía el corazón con ella, y le dijo: «No llores»", y a continuación resucitó al muchacho "y se lo entregó a su madre" (Lc. VII, 11-17). Decimos que es especialmente bello porque aquí se observan dos hechos: como en las otras dos resurrecciones obradas por Jesús, se manifiestan a la vez su humanidad y su divinidad, y también se ve que es su Corazón Sagrado el que le mueve a la compasión y a realizar el milagro.

En la Iglesia de la época romana nos podemos encontrar con varios aspectos de la caridad. Por una parte, vemos que la nobleza romana cristiana es protagonista de varias acciones en este sentido, y de un modo particular tiene importancia entre el círculo de discípulos de San Jerónimo. Se trata, en general, de matrimonios y de viudas y viudos que se entregan de lleno a distintas obras: la venta de sus bienes para repartir el fruto entre los pobres y otros necesitados, el reparto de propiedades y otros bienes a éstos, la manumisión de esclavos, la edificación y mantenimiento de albergues, hospicios, hospitales, etc. Algunos incluso murieron en una situación de una gran pobreza, habiendo sido inicialmente grandes potentados. Ejemplos de esta caridad del patriciado romano en el siglo IV son los del senador Panmaquio, la matrona Fabiola, el matrimonio formado por Melania y Pimiano, etc.

Asimismo, diversos pastores de la Iglesia, a través de la predicación y de su mensaje escrito, promovieron la conciencia social y alentaron a los ricos a ayudar a los pobres, llegando a veces a criticar duramente la dureza de corazón y el lujo de bastantes poderosos. Es el caso del propio San Jerónimo, o de San Basilio Magno con sus homilías En tiempo de hambre y A los ricos, o de San Juan Crisóstomo, San Efrén el Sirio, San Ambrosio de Milán,… Ellos mismos destacaron en muchas ocasiones por su propia acción caritativa, tal como hizo San Juan Crisóstomo, organizador de la beneficencia en la ciudad de Constantinopla, donde por medio de orfanatos, refugios y otras obras llegó a dar asistencia a unas 5.000 personas necesitadas.

Por otra parte, en la época antigua nacieron los primeros hospitales cristianos. Parece que Santa Elena (c. 242-329), la madre del emperador Constantino, pudo haber fundado los primeros, y que su hijo habría erigido uno en Constantinopla para dar acogida a los peregrinos que iban a Jerusalén. Sin embargo, de los que tenemos mayor certeza y documentación es de los surgidos a partir del siglo IV: el de San Efrén en Edesa, con trescientas camas para apestados, el de la matrona Fabiola y el del senador Panmaquio en Roma, etc. En el caso de éste último, el propio personaje se dedicó a la atención a las personas asistidas. Pero, sin duda alguna, resultan de un gran interés, en el ámbito de la Iglesia oriental, los llamados "xenodochia", hospitales para distintos tipos de necesitados edificados junto a los monasterios basilianos, es decir, los monasterios que se regían por las dos Reglas monásticas de San Basilio Magno (c. 330-379), el cual había fundado además en su propia vida un gran hospital que fue denominado "Basilias". Y volviendo a Occidente, cabe recordar el importante centro que erigió el obispo Másona de Mérida († c. 600) en esta ciudad en la época del Reino hispano-visigodo.

La Iglesia jugó un importante papel en la reducción de la esclavitud. Ésta no llegó a desaparecer del todo, pero sí se redujo muy considerablemente. También es cierto que la propia evolución de la economía romana, por la crisis del sistema agrario de latifundios trabajados con mano de obra esclava y una producción dirigida hacia el gran comercio, dio paso al llamado sistema del "colonato", pero esto no debe dejar de hacer ver que, gracias a la predicación de los pastores de la Iglesia y las manumisiones realizadas por grandes propietarios cristianos, se produjo una reducción enorme de la esclavitud tan característica del mundo romano. Así, entre las manumisiones podríamos recordar las llevadas a cabo por el matrimonio patricio romano de Melania y Pimiano, o las del obispo Másona de Mérida en época visigótica, el cual además les repartió tierras de la Iglesia para trabajarlas y poder vivir de ellas.

En fin, el último aspecto que debemos señalar es la cristianización del Derecho Romano y de la legislación de los reinos germánicos, sobre todo en lo que afecta a la beneficencia. Ya Constantino otorgó una serie de disposiciones en favor de las viudas, por ejemplo, pero fue a partir de la época de Teodosio y del Código Teodosiano cuando se estableció más claramente el deber del Estado de apoyar a la Iglesia en la asistencia social. Asimismo, se especificaría después que los obispos habrían de visitar semanalmente las cárceles y vigilar que los presos recibieran un trato humano y que pudieran recibir la atención espiritual necesaria. Otro elemento sin duda importantísimo, sobre todo en el Derecho de la España visigoda, y por influencia cristiana igualmente, fue la protección a todos los hijos en las herencias, pues en la legislación romana un padre podía dejarles totalmente desheredados y en la mayor pobreza.


Caridad y beneficencia en la Iglesia medieval.

En la época medieval hay que señalar, en primer lugar, varios aspectos de una caridad que llamamos "de primera mano", no de un modo despectivo, sino refiriéndonos a la atención a las necesidades más inmediatas que se presentan: limosnas, reparto de comidas y de vestidos, etc.

En este sentido, destacaron, en primer lugar, algunos papas en Roma desde bien pronto. Por ejemplo, San León Magno a mediados del siglo V, o Símaco a finales de éste y principios del VI (construyó tres refugios para pobres), o San Gregorio Magno al disponer el destino de algunos ingresos pontificios hacia los sectores más desfavorecidos, etc. También varios obispos resaltaron por su caridad, y en numerosos concilios, predicaciones y disposiciones eclesiásticas, sobre todo desde la época carolingia, se indicó el deber de los ricos de no desentenderse de los pobres. No obstante, fueron sin duda alguna los monasterios quienes de un modo especial sobresalieron en las actividades caritativas de este tipo. Por un lado, el reparto de limosnas, algo en lo que llaman la atención los casos de algunos abades como San Odilón de Cluny (994-1049), quien vendió incluso vasos y objetos sagrados para asistir a los necesitados. Otra faceta importante fue el reparto de comidas a las puertas de estos centros, construyendo en muchas ocasiones unos comedores o refectorios para acoger mejor a las personas que acudían solicitando alimento; algunos monasterios lo facilitaron hasta unas trescientas personas diariamente, y la gran abadía de Cluny llegaría a atender algunos años hasta 17.000. Estas actividades fueron habituales tanto en los distintos monasterios prebenedictinos, como en los de las diversas órdenes posteriores: benedictinos y cluniacenses, cistercienses, premonstratenses y de canónigos regulares, cartujos,… Asimismo, un aspecto singular de la caridad monástica fue el regalo de medicinas a pobres enfermos, por lo que las boticas de estos centros solían situarse con frecuencia hacia la puerta. En fin, también muchos sacerdotes seculares y seglares protagonizaron variadas obras de esta caridad "de primera mano".

Pero, volviendo nuevamente al mundo monacal, hay que decir que es en las propias reglas y disposiciones monásticas donde se establecen los deberes benéficos. Por ejemplo, de las Reglas hispano-visigóticas, la de San Isidoro determina que una tercera parte de los ingresos vayan destinados a los pobres, y también la de San Fructuoso y la "Regla Común", de la misma época histórica, señalan cuestiones caritativas. Además, desde el período carolingio comienzan a ser abundantes este tipo de ordenaciones, tal como sucedió en el Sínodo de Aquisgrán del año 817, en el que los abades decidieron dar a los pobres la décima parte de los donativos recibidos por los monasterios. Por otro lado, cabe recordar la importancia de la figura del "limosnero" en Cluny y su Orden.

Ahora bien, la caridad monástica sin duda más originaria es la hospitalidad, la hospitalidad monástica. Casi todas las reglas ordenan dar una acogida especialmente buena a los huéspedes, si bien es en la Regla de San Benito (siglo VI) donde se puede observar la raíz cristocéntrica más profunda: en el capítulo LIII, el santo italiano manda a sus monjes recibir a los huéspedes "como al mismo Cristo en persona". Con el tiempo, dentro de los monasterios se fue diferenciando un "hospitale pauperum" para los pobres, un "hospitale peregrinorum" para los enfermos y peregrinos, y un "hospitale hospitum" para los huéspedes propiamente dichos. Por supuesto, la clausura y el recogimiento de los monjes habrían de quedar siempre salvaguardados, para lo cual las reglas dejan todo bien claro. De un modo especial, la hospitalidad monástica alcanzaría una gran relevancia e influencia en las rutas y centros de peregrinación medievales, sobre todo en el Camino de Santiago.

También resultan llamativas las atenciones ofrecidas por algunos personajes y pequeñas instituciones a los viajeros y peregrinos, como San Bernardo de Aosta o de Menthon en los Alpes († 1081), Santo Domingo de la Calzada en La Rioja († 1109), los "Fratres Pontifices" en Francia (nacidos en 1189), etc., que se encargaron generalmente de construir puentes y caminos y conceder albergue.

Los hospitales medievales ocupan otro punto interesante de la beneficencia medieval y debemos señalar una serie de características. Por una parte, su abundancia y dispersión, es decir, existían muchos hospitales en numerosos lugares, tanto del campo como en las ciudades, y solían ser de un tamaño pequeño o muy pequeño: habitualmente, no pasaban de cuatro o seis camas, o, a lo sumo, de doce. Todo ello se debía en realidad a la diversidad de su fundación: podían haber sido erigidos por papas, obispos, sacerdotes seculares de distinto rango, monasterios, cofradías o seglares de muy variada estratificación social. Por ello, otro elemento frecuente eran los escasos medios con que contaban y el cuidado no raramente deficiente que mostraban.

En relación con este tipo de asistencia, hay que destacar el nacimiento de unas primeras órdenes hospitalarias en la Edad Media. Algunas de ellas vincularon el carácter militar con el hospitalario, pues se orientaban a la vez a la defensa y el albergue de los peregrinos, sobre todo de aquellos que se dirigían a Tierra Santa: es el caso de la Orden Militar de San Juan de Jerusalén o del Hospital (actual Orden de Malta), nacida en 1048, y de la Orden Teutónica, surgida a finales del siglo XII en favor de los peregrinos alemanes.

Otras órdenes adquirieron un carácter más específicamente hospitalario, como la Orden de San Antonio o antonianos, creada en 1095 por el noble Gastón en Motta, y que se ocupaba de los pacientes del llamado "fuego de San Antón", enfermedad bastante habitual en la Edad Media y que, aunque no lo era, se creía contagiosa; en realidad, era producida por consumir con el pan de centeno un parásito vegetal de éste, el cornezuelo, y causaba una sensación interna de quemazón muy dolorosa y frecuentes calambres, y en muchas ocasiones acababa llevando a la muerte. Su curación se atribuía a San Antonio Abad (San Antón), y la Orden fue suprimida por mandato pontificio en 1787. Otra Orden hospitalaria fue la del Espíritu Santo, fundada en 1198 por el noble Guido de Montpellier, y no deja de ser interesante la Orden de San Lázaro de Jerusalén, de tipo militar-hospitalario en sus inicios, que fue aprobada en 1255 y que se orientaba a la atención a los leprosos; sería suprimida por el papa en 1603. Tampoco deberíamos olvidar a los "Cruciferarios" de Praga.

En el siglo XV italiano se produjo un fenómeno singular, que fue el nacimiento y desarrollo de las "Compañías del Divino Amor", un movimiento principalmente seglar, aunque promovido también por algunos eclesiásticos destacados (San Antonino de Florencia, San Jacobo de la Marca y el Beato Bernardino de Feltre), y que se enlazó con la recuperación de la espiritualidad jeronimiana y de la figura de San Jerónimo que en esta época se produjo en varias partes de Europa, especialmente España e Italia. Por el impulso de Héctor Vernazza, se orientó en gran medida hacia la asistencia a los enfermos de sífilis, los llamados "incurables", dado que se consideraba que no tenían curación, además de ser rechazados por la sociedad por la transmisión generalmente sexual de la enfermedad (por promiscuidad y prostitución); fue así como nacieron los "hospitales de incurables".

En fin, cabe recordar que en la Edad Media también se levantaron centros para enfermos mentales, los llamados "hospitales de locos", pero hay que decir que entonces no siempre se daba una actitud de gran caridad y comprensión hacia ellos.

Las órdenes mendicantes (principalmente dominicos y franciscanos) se vincularon igualmente a diversas obras benéficas: reparto de limosnas, comidas y vestidos, creación y mantenimiento de hospitales, inspiración y dirección de cofradías con fines sociales bastante marcados, etc.

Y un aspecto singular del período plenomedieval europeo es la cristianización del trabajo artesanal (y también de otros oficios, como el marinero) por medio de los gremios y las cofradías, que además cumplían unas importantes funciones en la previsión social, tanto hacia los propios miembros de estas instituciones (asistencia a las viudas y los huérfanos de los trabajadores, facilidades para el entierro de éstos, ayudas para bodas de sus hijos e hijas, …), como hacia el exterior (promoción de diversas obras dirigidas a los pobres, las viudas y los huérfanos, hospitales,…).

En la Edad Media, asimismo, adquirió una gran importancia la lucha contra la usura. Ya desde bien pronto, a través de los concilios, las predicaciones y diversas disposiciones, la Iglesia condenó duramente la usura (habitualmente ejercida por cambistas judíos) y promovió la prestación de créditos sin interés o con un interés muy bajo, en especial a favor de las personas más necesitadas económicamente. Por ello, fueron apareciendo algunas iniciativas e instituciones, y en la España visigoda, por ejemplo, nos encontramos con el obispo Fidel de Mérida, que concedió préstamos sin interés, u otro prelado de la misma sede, Másona, que llegó a establecer una caja de créditos.

Sin embargo, sería a partir de los años 20 y 30 del siglo XV cuando naciesen unas entidades totalmente renovadoras en este sentido, en Italia y España, muy vinculadas al movimiento franciscanista: los "Montes de Piedad", también llamados en España en ocasiones "Arcas de Misericordia". Su función era otorgar préstamos con un interés muy bajo o incluso nulo, sobre todo a los pobres, normalmente sobre prendas y otras garantías seguras, y sin buscar un provecho económico, sino un fin social. Además, aparecieron por entonces otras instituciones en relación con ellos, como fueron los "Montes Frumentarios" y los "Pósitos", también en Italia y España, como almacenes para aprovisionamiento de la población en épocas de escasez y para prestar grano y sementera a los campesinos necesitados en esos períodos. Como decimos, todo esto fue muy unido a la Orden de Hermanos Menores, destacando como impulsor principal en Italia el Beato franciscano Bernardino de Feltre entre 1462 y 1496, y en España el también franciscano cardenal Cisneros, a finales del siglo XV. Durante mucho tiempo se debatió si los Montes de Piedad deberían en realidad dar sus créditos sin interés o con algo de interés, y el debate lo cerró el papa León X en 1515, en el V Concilio Lateranense, al conceder que lo pudieran hacer con un pequeño interés suficiente para hacer frente a los gastos de la institución.

Sin duda alguna, otro de los aspectos más sobresalientes de la caridad medieval es la redención de cautivos cristianos en "tierras de moros", de dominio islámico. En las guerras entre cristianos y musulmanes en España, así como en los saqueos berberiscos a las costas europeas y en abordajes navales, los seguidores de Mahoma capturaban cristianos que eran después llevados como remeros a los barcos de los piratas, o bien a las prisiones, o a los mercados para ser vendidos como esclavos, siendo destinados unos como mano de obra, o para harenes en el caso de las mujeres. Así, aparte de la pérdida de libertad y de las malas condiciones humanas y laborales, podía ponerse en peligro su vida moral e incluso su fe, y por ello surgieron algunas iniciativas particulares para obtener fondos para pagar su rescate y el regreso. Sin embargo, sería a finales del siglo XII y principios del XIII cuando se produjera un hecho nuevo: el nacimiento de dos órdenes religiosas especializadas, orientadas de lleno a la redención de los cautivos cristianos de la España islámica y del norte de África: los trinitarios y los mercedarios.

La Orden de la Santísima Trinidad de Redención de Cautivos fue fundada por el provenzal San Juan de Mata (c. 1153/60-1213) y por San Félix de Valois en 1198, rigiéndose por la Regla de San Agustín, con hábito blanco con una cruz azul y roja sobre el pecho y capa negra, y haciendo profesión, por primera vez, de los que serían ya los tres votos clásicos de la vida religiosa: pobreza, obediencia y castidad, que antes se integraban en la fórmula genérica de la conversión de costumbres y la estabilidad en el monasterio. Los trinitarios se agruparon en comunidades pequeñas y desde el primer momento se ocuparon de cumplir su fin principal: la redención de cautivos, enviando cada año unos frailes "redentores" con el dinero recogido para pagar el rescate y traerlos de vuelta a Europa, e incluso se contemplaba la posibilidad, realizada en bastantes casos, de que el religioso pudiera entregar su propia libertad a cambio de la del cautivo. La expansión de la Orden se produjo ya de un modo temprano, contando además con la simpatía eclesiástica y social por el eficaz cumplimiento de su tarea, y hasta el siglo XVIII se beneficiarían de esta labor unas 500.000 personas. Asimismo, crearon las llamadas "casas de misericordia" para hospedar a los cautivos redimidos que, al regresar a su patria, se hallaban totalmente desamparados.

Por su parte, los mercedarios surgieron de la mano de San Pedro Nolasco (c. 1180-1249), comerciante del Languedoc que había residido en Barcelona desde su juventud. En 1203 creó una asociación de varones con vida religiosa en común y orientada a la redención de cautivos cristianos y en 1218 se erigió propiamente la Orden de Nuestra Señora de la Merced de Redención de Cautivos, confirmada por el papa en 1235, y con el apoyo de Jaime I de Aragón y el canonista dominico San Raimundo de Peñafort. También siguió la llamada "Regla de San Agustín" y sus frailes añadieron, a los votos de pobreza, obediencia y castidad, el de entregar su propia libertad a cambio de la del cautivo si era necesario. En su primer siglo funcionó en gran medida como una Orden Militar, contando con unos miembros guerreros cuya misión era proteger las costas frente a los ataques berberiscos, y otros miembros clérigos, más centrados en las labores de redención; en 1317 perdió el carácter militar. La liberación de cristianos, al igual que en el caso de los trinitarios, también se hacía generalmente a través del pago de su rescate, gracias a los donativos recibidos y a parte de los fondos de los conventos. Los mercedarios trataron de vincular a los seglares con estas labores por medio de las "cofradías de redención".

En fin, cabe decir que estas dos órdenes fijan buena parte de su espiritualidad en la figura de Cristo Redentor.

En la Edad Media se pueden observar algunos otros aspectos de transformación social por inspiración cristiana, normalmente más relacionados en esta época con un sentido de caridad que de justicia. Así, tenemos conocimiento de la manumisión de siervos por ciertos señores, los repartos de tierras realizados por algunas personas de la nobleza o del entorno de la realeza (como Teresa Enríquez, la "Loca del Sacramento", perteneciente al círculo femenino de la reina castellana Isabel la Católica), o disposiciones como la de la Regla de San Benito relativa a que los monjes rebajen un poco el precio de los trabajos artesanales elaborados por ellos, con respecto al que utilizan los seglares para vender sus productos (cap. LVII).

En fin, cabe recordar que los reinos cristianos europeos atendieron también la faceta benéfico-social por su inspiración católica, dando lugar así a diversas leyes en favor de personas desfavorecidas o necesitadas, creando instituciones públicas con fines sociales o asistenciales (hospitales, pósitos,… tanto la monarquía como los municipios), etc.


Caridad y beneficencia en la Iglesia moderna.

En la Edad Moderna, una cuestión fundamental va a ser la importancia que la ortodoxia católica dará a la fe con obras, frente a lo que predica el protestantismo, reafirmando así la doctrina tradicional y la sentencia de Santiago: "¿Qué aprovecha, hermanos míos, que uno diga que tiene fe, pero que no tenga obras? ¿Puede acaso la fe salvarle? La fe, si no tuviere obras, muerta está por sí misma. Aun podrá uno cualquiera decir: «Tú tienes fe y yo tengo obras; muéstrame esa tu fe desprovista de obras, y yo te mostraré por mis obras la fe»" (Sant. II, 14. 17-18).

Así, por una parte, se sigue observando esa caridad que hemos llamado "de primera mano", de respuesta a las necesidades más inmediatas: limosnas, reparto de comidas y vestidos, etc.
En cuanto a la atención a los enfermos, se observan principalmente dos hechos. Por un lado, a finales del siglo XV y en el XVI se produce una renovación hospitalaria, para poner fin al deficiente sistema existente en la Edad Media: se trata de concentrar más los hospitales y crear unos mayores y mejor atendidos, con un mayor control tanto desde la Iglesia como desde el Estado a través de visitas periódicas y disposiciones para su regulación. En este aspecto adquiere una relevancia especial la labor desarrollada por los Reyes Católicos en España.

Y el segundo punto al que hacemos referencia es el nacimiento de dos grandes órdenes hospitalarias en el siglo XVI. La primera de ellas es la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, nacida de la mano de este santo portugués en Granada, aunque erigida ya como tal en años posteriores a su muerte. Juan Ciudad (1495-1550), que ese era su nombre originario, se "convirtió" a un nuevo tipo de vida en 1537, al escuchar un sermón de San Juan de Ávila, el llamado "Apóstol de Andalucía", con quien se dirigiría en gran medida después, y comenzó al poco tiempo a recoger pobres y enfermos y atenderles caritativamente. Fue reuniendo en torno a sí unos pocos seguidores, y en Madrid logró la reconciliación de Antón Martín con el asesino de su hermano, Pedro de Velasco, haciendo de ambos dos importantes colaboradores de su obra. La formalización de la comunidad como Orden fue conociendo varios pasos desde 1571 hasta 1619 y se les concedió la "Regla de San Agustín" y hábito propio de color negro, así como poder profesar un cuarto voto de servicio a los enfermos. Muy pronto comenzó su expansión, haciéndose cargo de hospitales o creando otros nuevos, principalmente por Andalucía.

La otra Orden que nació con fines hospitalarios en el siglo XVI fue la de los Ministros de los Enfermos, Padres de la Buena Muerte o camilos, de San Camilo de Lelis (1550-1614), personaje que había nacido en el Reino de Nápoles (perteneciente entonces a la Corona de Aragón) y que comenzó su tarea en Roma, a partir propiamente de 1584. Se regirían también por la "Regla de San Agustín", su hábito sería una sotana negra con cruz roja y se constituirían como una Orden de clérigos regulares.

En el siglo XVII, San Vicente de Paúl (1581-1660) y Santa Luisa de Marillac (1591-1660) protagonizaron en Francia el surgimiento de dos nuevos institutos orientados a labores de misión y de caridad. Él fue limosnero de la reina Margarita de Francia y quiso consagrar su vida al socorro material y espiritual de los pobres, algo que trató de llevar a cabo en gran medida en el señorío de los Gondi. Pero, además, creó las "Cofradías o Compañías de la Caridad", y en 1625 la Congregación de San Lázaro o de la Misión, conocida de un modo general como lazaristas, paúles en España, o vicentinos en Hispanoamérica y en el mundo anglosajón. Su fin había de ser llevar a cabo misiones gratuitas entre los pobres, principalmente entre los campesinos, uniendo a ello otras labores benéficas. Asimismo, San Vicente se ocupó de la reforma del clero, la lucha contra la mendicidad, la asistencia a los galeotes, erigió la Obra de los Niños Expósitos, etc. Y contó como gran colaboradora con Santa Luisa de Marillac, mujer viuda que dio origen a las Hijas de la Caridad en 1633, instituto que supuso el inicio de las religiosas de vida activa. Ellas, concretamente, se irían encargando desde entonces del cuidado de enfermos pobres en sus casas, asistencia a niños abandonados, hospitales, asilos, escuelas rurales, cárceles, la formación profesional,…

En la Edad Moderna se puede observar una evolución de los Montes de Piedad. Por una parte, hay que destacar un mayor papel del Estado en la prestación de créditos a bajo interés, como sucedió con la creación de los Erarios Públicos en España en época de Felipe II, y que pretendían ser a la vez la base de una organización bancaria y realizar una labor benéfico-social. En este sentido, también cabría señalar el caso de los "Montepíos" estatales y profesionales nacidos en el siglo XVIII español. Por otra parte, en las centurias del 1600 y 1700 surgieron también nuevos Montes de Piedad en diversas ciudades y localidades más pequeñas. En España debemos destacar algunos como el de Madrid, que fue el origen de otros, y nació de la mano del sacerdote secular don Francisco Piquer y Rudilla, capellán de las clarisas del monasterio de las Descalzas Reales (por lo tanto, se puede seguir observando al menos cierta vinculación con el espíritu franciscano); aparte de desarrollar toda una tarea de concesión benéfica de préstamos, tenía por finalidad la realización de sufragios por las ánimas del Purgatorio, y tuvo desde el principio el apoyo de la Corona. Asimismo, en los siglos XVIII y XIX se fueron fundando otros Montes de Piedad profesionales en distintos puntos, igualmente de inspiración católica en su mayoría, y en no pocas ocasiones promovidos por los obispos, como el Monte de Piedad de Cosecheros del obispado de Málaga (1776), o el de Labradores del arzobispado de Zaragoza (1802). En fin, el último aspecto que tenemos que apuntar es la aparición de las primeras Cajas de Ahorros en algunas ciudades alemanas desde finales del siglo XVIII, pero de este tipo de instituciones vamos a ocuparnos más adelante.

En la época moderna se fue caminando además hacia el fin de la redención de cautivos en el norte de África musulmán, y la última se llevó a cabo en el siglo XVIII por mandato de la Corona española, para liberar a los que quedaban allí.

En fin, debemos referirnos a la inspiración cristiana que los Estados católicos europeos tuvieron en la legislación que dieron de tipo benéfico-social y en el apoyo que ofrecieron a las actividades e instituciones caritativas. Pero, sin duda, el caso que resalta por encima de todos es el de la obra social de España en América. A partir de las disposiciones del codicilo del testamento de Isabel la Católica, totalmente orientado hacia la evangelización y la promoción humana, social y cristiana de los indios, se fue gestando el "Derecho Indiano" o "Leyes de Indias", principalmente con las Leyes de Burgos de 1512 y las Leyes Nuevas de 1542, que constituyó en gran medida un auténtico Derecho Laboral muy avanzado para la época, gracias a su inspiración católica, asumida de lleno por la Corona española o "Monarquía Hispánica". Como muestra de esto, podemos recordar una de las Leyes Nuevas de 1542 dada por Carlos I, y que respondía al informe que se había recibido acerca de los muchos indios (libres) y negros (esclavos) que morían ahogados en una pesquería de perlas en aguas de Venezuela; el rey ordenó que una comisión estudiase el asunto y diera las normas necesarias para que se pudieran dar unas buenas condiciones laborales, pero incluso, "si les paresciere que no se puede escusar a los dichos indios y negros el peligro de muerte, cesse la pesquería de las dichas perlas, porque estimamos mucho más, como es de razón, la conservación de sus vidas que el interese que nos pueda venir de las perlas".

Se creó además, de forma más general, la figura del "protector de indios", y se constituyó toda una serie de instituciones de asistencia social, tales como las "cajas de comunidad", que funcionaban como una especie de cooperativas con diversos fines: prestación de créditos, compra de aperos de labranza, sostenimiento de hospitales y de colegios, etc. Asimismo, debemos señalar los hospitales, atendidos con frecuencia por los hermanos hospitalarios de San Juan de Dios, y otras obras de asistencia a huérfanos y desvalidos, además de toda la labor que se desarrolló de tipo cultural y educativo en favor de los indígenas.

Por supuesto, un hecho que ha resultado de un gran interés son las "Reducciones" jesuíticas, en especial las que se establecieron en las zonas habitadas por los guaraníes del Paraguay, y que fueron un intento de llevar la utopía a la realidad (se fundamentaban sobre todo en libros como la Utopía de Santo Tomás Moro y La Ciudad del Sol de Campanella), con un régimen comunal-paternalista de signo cristiano. A pesar de lo que a veces se ha dicho en años recientes, no significaron jamás un anticipo de la "Teología de la Liberación" y siempre se hallaron en plena comunión con el Papa y con la Iglesia, además de mostrar su adhesión a la Corona hispánica, de la que siempre tuvieron su apoyo hasta que en el siglo XVIII, por influencia de algunos ministros francmasones españoles y portugueses (en especial el marqués de Pombal), los jesuitas fueron expulsados de allí.


Caridad, beneficencia y preocupación social en la Iglesia contemporánea.

En el siglo XIX, a las actividades más propias de la caridad y la beneficencia, se va a unir una honda preocupación social en toda la Iglesia por la llamada "cuestión social", el problema del proletariado, surgido a raíz de la Revolución Industrial y el gran desarrollo del capitalismo industrial, que provocó la aparición de unas ingentes masas de población empleadas en esta faceta económica y que vivían en la mayor estrechez, en unas condiciones realmente terribles, quedando además bajo la influencia de propuestas "redentoras" de su situación como el marxismo y el anarquismo.

Por un lado, vemos que se siguió manteniendo la línea de la caridad "de primera mano": limosnas, reparto de comidas,…

La atención a los enfermos, niños, jóvenes, ancianos, pobres,… continuó de un modo importante, pero resalta ahora la enorme floración de nuevos institutos religiosos, especialmente femeninos, con estos fines. Por sólo citar algunos como ejemplo, principalmente españoles:
*Las Hermanitas de los Pobres, surgidas en 1839 en Francia de la mano de Juana Jugan (Sor Mª de la Cruz), para ancianos pobres de ambos sexos.
*Las Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl, fundadas en 1798 por el sacerdote don Antonio Roig Rexach en Mallorca, para la asistencia a enfermos y la enseñanza a niñas
*Las Hermanas de la Caridad de Nuestra Señora de la Consolación, creadas en 1858 por la M. Molas en Tortosa, para asistencia a enfermos y enseñanza de la juventud)
*Las Hermanas de la Caridad del Sagrado Corazón de Jesús, nacidas en 1877, en Madrid gracias a la M. Isabel Larrañaga, y orientadas a la enseñanza, roperos de caridad,…
*Las Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús, surgidas en 1881 en Ciempozuelos por iniciativa del P. Benito Menni Figini, hospitalario de San Juan de Dios, para la atención a enfermas.

Podríamos seguir citando otros muchos más, aunque cabe destacar quizá las Siervas de María, Ministras de los Enfermos, de una santa madrileña, Soledad Torres Acosta, junto con el sacerdote secular don Miguel Martínez y Sanz, que fueron aprobadas en 1867 y buscarían también una formación en enfermería; y las Hermanitas de los Ancianos Desamparados de Santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars, catalana, que aparecieron propiamente en 1873 en Barbastro.

Además, habría que añadir otros institutos más orientados hacia las familias obreras, tales como las Hermanitas de la Asunción, fundadas por el P. Esteban Pernet en París en 1865, para la recristianización de la familia obrera y la prestación de una asistencia social, médica, cultural, religiosa, doctrinal,…; y las Hermanas Apostólicas de Cristo Crucificado, nacidas en 1939 en Valencia, de la mano de María Seiquer Gayá y Amalia Martín de la Escalera, que se centraron en la atención espiritual y material de las clases necesitadas y la enseñanza primaria en aldeas y suburbios. También citamos estos casos por poner un ejemplo. Y en gran medida, los salesianos de Don Bosco, San Juan Bosco, se orientaron desde el principio hacia las familias obreras, y sobre todo hacia la enseñanza, la formación profesional y el progreso de los niños y jóvenes de estos ambientes.

Por otra parte, se crearon numerosas obras de beneficencia, muchas de ellas más vinculadas al mundo seglar y por iniciativa de laicos. Así, hacia la infancia desgraciada y las madres necesitadas: la Asociación de Caridad Materna, la Asociación de Madres de Familia, la Obra de la Cuna a Domicilio, la Obra de la Asistencia Maternal e Infantil,… Y hacia la niñez y la juventud desvalidas o en peligro: la Obra de Santa Ana en 1824, la Piccola Casa della Providencia en 1827 (fundada por Cottolengo), la Obra de Adopción en 1859 (para huérfanos), la Obra de Niños Expósitos en 1863, la Obra de Adopción de Niñas Abandonadas en 1879, etc.

En cuanto a la lucha contra la usura, hemos dicho antes que a finales del siglo XVIII comenzaron a aparecer las Cajas de Ahorros en algunas ciudades alemanas. Desde entonces, este fenómeno se comenzó a difundir por Europa. Se trata de entidades crediticias de carácter benéfico-social, regidas en régimen de patronato y con la colaboración técnica de profesionales, y orientadas hacia la asimilación del proletariado, ayudándole a convertirse en propietario por medio del ahorro. No siempre surgieron de la mano de la Iglesia, y muchas veces ni siquiera por una iniciativa propiamente católica, pero sí contaron desde el principio, en cada una nueva que se creaba, con el apoyo de obispos y sacerdotes seculares, así como de católicos seglares. Además, sobre todo en España y en otros países católicos, se vincularon a la tradición de los Montes de Piedad y se fusionaron con ellos, asumiendo así las labores benéficas que éstos venían desarrollando. Un aspecto que hay que destacar es que también los Estados trataron de favorecerlas y desde bien pronto dieron una legislación para ellas y su funcionamiento.

Entre una caridad más clásica y un modelo de respuesta nueva a la "cuestión social", al problema obrero, se hallan las "Conferencias de San Vicente de Paúl" de Antoine-Frédéric Ozanam (1813-53), un profesor casado de la Universidad parisiense de la Sorbona, que deseó que la doctrina fuera unida al testimonio de una caridad operante. Así, la labor de estos círculos consistiría en la exposición de la doctrina y la asistencia material y espiritual a los pobres, sobre todo de una manera personal y a través de visitas. Se optó por una visión evangélica de los pobres, la búsqueda de la pobreza de los propios socios y el fomento de la justicia social y del desarrollo humano, y desde bien pronto gozó del apoyo del papa Pío IX.

Pero, como decimos, la "cuestión social" suscitó en la Iglesia, tanto entre clérigos como entre seglares, una profunda preocupación desde el principio, que deseaba hallar una solución adecuada, partiendo de la doctrina católica y superando los males del capitalismo y los defectos de las propuestas hechas por el marxismo y el anarquismo. No es éste nuestro tema en realidad, pero sí creemos que al menos hay que hacer una referencia a él.

Las primeras respuestas doctrinales y prácticas ofrecen ejemplos como los de las reflexiones hechas en España por pensadores como Jaime Balmes y Juan Donoso Cortés (sobre quienes se ha debatido si son los precursores o no del llamado "catolicismo social" en España), o las de los "socialistas utópicos" cristianos en Francia. No obstante, es quizá el obispo Ketteler de Maguncia quien ya se ocupó de un modo más novedoso del asunto, a partir de 1848, y en 1864 publicó un libro acerca de La cuestión obrera y el cristianismo, además de erigir cooperativas de producción y esforzarse por mejorar la legislación laboral. En Austria aparecieron pronto varias iniciativas de tipo católico-social, como la del barón de Vogelsang, y en Italia jugó un papel importante el profesor Toniolo, de la Universidad de Pisa. En Francia, el conde Albert de Mun y el marqués de la Tour du Pin dieron lugar en 1871 a los "Círculos Católicos de Obreros", que en España habían comenzado a desarrollarse desde 1865 gracias al P. Vicent, jesuita. En Inglaterra fue el cardenal Manning uno de los adalides del "catolicismo social", y en Estados Unidos lo fue el cardenal Gibbons, creador de los "Knights of Labour".

El nacimiento de una doctrina oficial sobre el tema, la "Doctrina Social de la Iglesia", tuvo lugar en 1891 con la encíclica Rerum Novarum de León XIII, que puso en marcha ya de un modo definitivo y en todo el mundo el fenómeno conocido como "catolicismo social", del cual partieron numerosas iniciativas desde entonces: círculos y asociaciones de obreros, sindicatos católicos, cooperativas, diversas obras sociales, cajas de créditos, periódicos,…, tanto en el campo como en la industria y en otras facetas de la economía.

Y llegados al siglo XX, podemos distinguir también toda una serie de vertientes de la caridad y la atención social. Por una parte, se mantiene la línea de la asistencia clásica "de primera mano": limosnas, comedores para indigentes, etc. Por otro lado, y de un modo importante, se ha continuado incidiendo y profundizando en la "Doctrina Social de la Iglesia", sobre todo desde la encíclica Quadragesimo anno de Pío XI (1931), y a partir de la exposición de la respuesta católica a estos problemas también ha proseguido la labor del "catolicismo social": diversos tipos de obras, sindicatos católicos, etc. Cabe recordar el impulso dado por algunas personas, como lo hizo en España don Ángel Herrera Oria, primero periodista seglar de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas nacida gracias a él y al P. Ángel Ayala, jesuita; más tarde fue sacerdote, obispo y cardenal. En su primera etapa ya apoyó la Confederación Católico-Agraria y en los años 30 fundó el Instituto Social Obrero; en 1940 fue ordenado sacerdote, y entre los años 40 y los 60 creó la Escuela Social Sacerdotal en Málaga (1948), luego convertida en Instituto Social León XIII (1952), y promovió el conocimiento y la aplicación de la Doctrina Social de la Iglesia.

En la segunda mitad del siglo XX, a raíz de las secuelas de un proceso tan mal llevado a cabo como ha sido la Descolonización, la Iglesia ha tenido que hacer frente al problema del Tercer Mundo, impulsando la promoción humana y social en los países menos desarrollados y la prestación de su ayuda por parte de los más poderosos, y evitando al mismo tiempo caer en soluciones heterodoxas como la "Teología de la Liberación", surgida en América y que supone una mezcla de elementos cristianos y marxistas.

En la centuria del 1900 también han aparecido nuevos institutos religiosos con una dedicación caritativa-social, y algunos de ellos se han orientado plenamente hacia el Tercer Mundo precisamente, como los "Siervos de los Pobres del Tercer Mundo", del P. Salerno, agustino. Pero, sin duda, el caso que sobresale más es el de las Misioneras de la Caridad de la M. Teresa de Calcuta (1910-97), fundadas por esta pequeña monja albanesa en 1950 y aprobadas definitivamente por Roma en 1965, año en el que además comenzaron a fundar fuera de la India (más en concreto, en Venezuela). Sus tres líneas principales de actuación, siempre al servicio de "los más pobres de los pobres", fueron las siguientes: primero, el "Hogar del Moribundo", la atención a los moribundos para ofrecer una muerte humana y rodeada de afecto a aquellos que no habían tenido una vida digna; en segundo lugar, la asistencia a niños pobres y abandonados; y la tercera faceta, el cuidado de los leprosos, enfermos totalmente despreciados en la India. Asimismo, en años más recientes ella y sus religiosas se volcaron en la atención a los drogadictos y a los enfermos de SIDA, y la Madre se destacó desde bien pronto además por la lucha contra el aborto en todo el mundo, sobre todo en Occidente, y la promoción, como remedio, de la adopción de niños.

El espíritu de la M. Teresa dio lugar al nacimiento de una rama masculina, los Hermanos Misioneros de la Caridad, del Hno. Andrew (1963), y de otras ramas contemplativas de la Congregación, así como a todo un movimiento de Colaboradores (a través de la oración, la ayuda económica y el ofrecimiento de los sufrimientos y enfermedades propias). Entre los elementos característicos de la espiritualidad de la M. Teresa y de su obra, podemos resaltar el amor cristocéntrico a la persona concreta, la fuerte unión de oración contemplativa y acción caritativa, la comunión con el Papa y con la Iglesia, y la alta valoración del hábito religioso como signo externo de consagración a Dios.

Después de la Segunda Guerra Mundial surgió en Europa, de la mano del canónigo regular premonstratense llamado "Padre Tocino", el P. Werenfried van Straaten, la "Ayuda a la Iglesia Necesitada", una organización dedicada a apoyar espiritual y materialmente a la Iglesia perseguida, en especial por el comunismo, y de un modo aún más particular en los países del este europeo, si bien tras la caída del "Telón de Acero", e incluso ya antes, ha ido ampliando mucho su radio de acción.

Por otra parte, en los últimos años se ha reanudado la redención de cautivos o esclavos, sobre todo cristianos, en los países musulmanes donde la esclavitud sigue en plena vigencia práctica y en los que la población cristiana es muy duramente perseguida, como Sudán. Los trinitarios y los mercedarios, de esta manera, han comenzado a volver en gran medida a sus raíces, por sí mismos o a través de la organización "Solidaridad Cristiana Internacional".

Hay que añadir a todo esto, que en el siglo XX el papel de los seglares ha sido también muy importante en todas las labores de beneficencia por medio de su colaboración o de su propia iniciativa, tanto en tareas más "de primera mano" (ayuda en comedores y roperos, limosnas, etc.), como en otras más típicas del "catolicismo social", o en la adopción y cuidado de niños pobres y del Tercer Mundo, etc.

En fin, debemos recordar que algunos Estados han mostrado una clara inspiración católica en su legislación laboral y social, como el Austria de Dollfuss, el "Estado Novo" portugués de Oliveira Salazar y la España de Franco. En este último caso, tanto el "Fuero del Trabajo" de 1938 como todas las leyes posteriores de este cariz, se elaboraron siguiendo fundamentalmente dos fuentes: el nacionalsindicalismo de la Falange y la Doctrina Social de la Iglesia. Y las realizaciones logradas no dejan de tener relevancia, tal como demostró un informe de la Organización Internacional del Trabajo (O.I.T.), perteneciente a la Organización de las Naciones Unidas (O.N.U.), en el que se concluía que uno de los dos Estados del mundo donde mayor protección legal se garantizaba a los trabajadores, era la España del Régimen del 18 de Julio. No hay más que recordar la auténtica consolidación de la Seguridad Social y todos los demás sistemas de seguros gracias al ministro Girón, la constitución de las Universidades e Institutos Laborales para la formación de obreros cualificados, la labor de repatriación de emigrantes y el apoyo docente para aquellos que marchaban (fue en esta época cuando comenzaron a retornar más emigrantes que los que salieron, frente a lo que muchas veces se cree, y así se invirtió la balanza anterior), la creación de la O.N.C.E. (Organización Nacional de Ciegos de España) en plena Guerra de 1936-39, o el apoyo a órdenes como los hospitalarios de San Juan de Dios, por sólo citar algunos ejemplos.


Conclusiones.

Llegados a las conclusiones, lo que ante todo conviene resaltar es que la caridad, ciertamente, es la expresión más auténtica de la fe, y así lo ha entendido la Iglesia católica, siguiendo las indicaciones de las cartas de San Pablo y Santiago al respecto, que en puntos anteriores hemos recogido.

Su ejercicio en la Historia ha reflejado ser algo propio de toda espiritualidad católica, tanto de seglares, como de sacerdotes seculares y de religiosos consagrados, ya que es a la vez una manifestación de su fe y una exigencia para todos los cristianos católicos. Evidentemente, se pueden observar "luces y sombras" a lo largo de los siglos, pues ha habido bastantes casos de cristianos que han desatendido a su prójimo necesitado. Pero, sin embargo, no se puede recriminar esto al conjunto de la Iglesia, y el balance general de la beneficiencia y la acción social desarrollada por ésta resulta muy altamente positivo.

Otro elemento que tenemos que señalar es que se han producido unas constantes en la Historia, unas facetas concretas de la caridad que se han podido ver con el transcurso del tiempo: una asistencia "de primera mano", la atención a los enfermos, la hospitalidad, la lucha contra la usura, etc. No obstante, han ido conociendo unos altibajos según la evolución de los acontecimientos y del marco general, y también se puede ver que, ante problemas nuevos, se han aportado respuestas nuevas en momentos determinados: así, el nacimiento de las órdenes de redención de cautivos a finales del siglo XII y principios del XIII, o el desarrollo de la Doctrina Social de la Iglesia y el "catolicismo social" en el siglo XIX.

En fin, creemos que no se deben desvincular las ideas de caridad y justicia social cristianas, y que mantienen una plena actualidad ante el mundo presente. Asimismo, ante el fenómeno que hoy se está produciendo, y que nosotros nos atrevemos a calificar como "moda de la solidaridad", consideramos que conviene distinguirlo del verdadero sentido de la actuación de la Iglesia a lo largo de la Historia.

Por un lado, la caridad y la justicia, como virtudes que son, son hábitos y tienden a una actitud permanente, constante, mientras que la "solidaridad" que hoy se promueve, distinta del sentido católico de solidaridad, se concibe más bien como una tendencia natural humana a una adhesión circunstancial a las necesidades o las empresas de otro u otros; es decir, hace referencia a algo circunstancial, pasajero, y en gran medida esto se confirma porque no deja de tener el carácter de una moda, y las modas pasan. Así, pues, el primer rasgo que apuntaríamos sería la poca raíz de este fenómeno, frente al enraizamiento más profundo que ofrecen la caridad y la justicia social cristianas.

En segundo lugar, en la práctica se observa una contradicción: dos de los vocablos que hoy más se utilizan en la sociedad y en los medios de comunicación, son "solidaridad" y "competitividad". Por lo tanto, dos términos bastante contradictorios, pero cuyo sentido se observa las más de las veces porque se suele producir un sentimiento de "solidaridad" hacia personas necesitadas que se hallan muy lejanas de nosotros, y en cambio una actitud de competitividad hacia nuestro prójimo más cercano.

Y, por último, cada vez resulta más manifiesto que existe actualmente un auténtico "negocio de la solidaridad" por parte de muchas empresas multinacionales. Parece claro que el capitalismo, que es la expresión económica del liberalismo (la expresión política de éste es la democracia de partidos, y la expresión filosófica y moral es una forma de relativismo), ha encontrado una imagen amable en la "solidaridad", mostrando a los consumidores, a través de la propaganda, la bondad de sus negocios, por los cuales se destina un 0,7% de sus ingresos a alguna Organización No Gubernamental (O.N.G.). Cabe, sin embargo, concluir recordando la discreción que en la caridad recomendaba el Divino Maestro: "Mirad no obréis vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de lo contrario no tenéis derecho a la paga cerca de vuestro Padre, que está en los cielos. Por eso, cuando hicieres limosna, no mandes tocar la trompeta delante de ti, como lo hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser honrados de los hombres: en verdad os digo, firman el recibo de su paga. Mas cuando tú hagas limosna, no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha, para que tu limosna quede en secreto, y tu Padre, que mira a lo secreto, te dará la paga." (Mt. VI, 1-4).

Santiago Cantera Montenegro



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