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ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

Elcano. Crónica de una pasión.

El miembro del Consejo Asesor, José Luis Olaizola, cuenta a Arbil el porque se decidió a escribir un libro sobre el hijo de Domingo Sebastián del Cano y Catalina del Puerto, pescadores acomodados.

Sebastián, que fue pescador y que con su nave sirvió en la flota marítima que auxilió al Gran Capitán en las campañas de Italia, así como en las operaciones realizadas por el ardenal Cisneros contra las plazas de Orán, Bujía y Trípoli, recibió del Emperador el nombramiento de caballero y un escudo que rememoraba su hazaña. Estaba dividido en dos cuarteles; en el superior tenía un castillo sobre campo rojo; en el inferior dos palos de canela, tres nueces moscadas en aspa y dos clavos de especie, representados sobre campo dorado. Como cimera un yelmo cerrado sobre un globo terráqueo con la leyenda Primus circumdediste.

Quién fue el primero que dio la vuelta al mundo? Juan Sebastián Elcano, natural de Guetaria, nacido en el 1476, en la hazaña naval más importante en toda la historia de la humanidad. Esto que debía de ser sobradamente conocido, por lo menos en España, no lo es; quizá la culpa la tengamos los vascos que, según Garibay, no nos hemos preocupado de contar nuestra propia historia. A su juicio hemos "cuidado más con las armas y la navegación que con las letras". Puesto que yo soy vasco, casi paisano de Elcano - los Olaizola de mi rama somos oriundos de Zumaia- , y me dedico a escribir libros, me pareció de justicia remediar esa inopia, recreando esa epopeya conforme al género para el que me encuentro mejor dotado: la novela. Porque la vida de Juan Sebastián Elcano es novelesca a más no poder, y su protagonista un personaje literario al límite. El problema es que con su vida se podrían escribir, no una, sino varias novelas, porque le sucedió de todo: amores y aventuras, heroicidades y traiciones…

Los novelistas por regla general, no somos investigadores, sino que novelamos sobre la documentación que nos facilitan los eruditos, seleccionando aquellos aspectos del personaje que lo humanizan y lo acercan al lector. Es lo que yo entiendo por descolgar los personajes de la Historia, en la que a veces aparecen como momificados, o disimulados por las hazañas que han acometido, con merma de lo que hay de más importante en el hombre, su alma, su temperamento, su espíritu, en definitiva su personalidad, que es a la postre la que mejor explica por qué hicieron lo que hicieron.

Cuando me dispuse a acometer el empeño, me llevé una gran sorpresa: en las librerías, tanto de las grandes superficies, como las más recoletas, NO HABÍA NINGÚN LIBRO DEDICADO A ELCANO. El último, de Arteche, había sido publicado por Espasa-Calpe en 1942. Había algunos más recientes compartiendo protagonismo con Magallanes, o con otros navegantes vascos, pero ninguno sólo para él.

Entonces fue cuando caí en la cuenta que lo que a mí me parecía evidente, no lo era tanto. Gente, incluso con formación universitaria, tenía una vaga idea de quién había sido Elcano. Es muchos sabían que había un barco-escuela muy famoso, con ese nombre, en el que había navegado el príncipe Felipe, pero no sabían por qué se llamaba así.

Investigué en el Museo Naval, de Madrid, y encontré que disponían de más documentación sobre el buque- escuela, que sobre el personaje que le diera nombre. Y no fue menor mi desilusión cuando me puse en comunicación con el Ayuntamieto de Guetaria, y me dijeron que no disponían de bibliografía sobre tan ilustre hijo de la villa, ni referencia de la casa o barrio en el que nació, y que únicamente había una estatua suya, mirando al mar.

A punto estaba de desistir de mi empeño, cuando me vino a las mientes una familia de guetarianos, los Echániz, con los que los Olaizola hemos mantenido una amistad que se cuenta por lustros. Y, efectivamente, uno de ellos, José Ignacio Echániz, me facilito lo más principal que se había publicado sobre su paisano, ya que como buen guetaiarra se había cuidado de comprar y conservar todo lo que se iba editando al respecto. A él debo el que haya podido consumar mi " Juan Sebastián Elcano, crónica de una pasión", que verá la luz calculo que en la primavera del 2002.

Lo que me ha dado más trabajo es hacer creíble la hazaña acometida por Elcano, porque con nuestra mentalidad no se comprende semejante heroicidad. Baste considerar que se enroló en la escuadra de Magallanes, con el modesto cargo de maestre de una de las cinco naves que la componían, y terminó siendo nombrado por aclamación capitán general de la única nave que consumo la hazaña, la Victoria. De los 265 tripulantes que componían la escuadra inicial, sólo alcanzaron, tres años después, el puerto de Sanlúcar de Barrameda, 18. El cúmulo de aventuras que les sucedieron durante esos tres años de navegación por mares, en buena medida, desconocidos superan a todo lo imaginable. Las rebeliones, deserciones y motines se sucedían - Elcano estuvo condenado a muerte en un motín en la Patagonia y salvo la vida de milagro-, los enfrentamientos con los indígenas eran el pan de cada día - en uno de ellos murió Magallanes-. Y para subsistir, en medio de hambrunas terribles, que se tenían que comer los cueros que protegían el palo mayor, Elcano tuvo que hacer de todo, incluso practicar la piratería.

Hoy en día está demostrado, históricamente, que Magallanes no hubiera dado la vuelta al mundo. Su único objetivo era alcanzar las islas de las Molucas, para proveerse de especias que, a la sazón, se pagaban a precio de oro en Europa, por un camino distinto de ruta de los portugueses, que lo hacían por el Cabo de Buena Esperanza. Magallanes tentó de encontrar un paso por el sur de América, y acertó con el estrecho que con toda justicia, lleva su nombre. Pero una vez encontradas las Molucas, se habría vuelto por donde había venido. Fue Elcano quien, con su espíritu aventurero, decidió poner por obra lo que científicamente se daba por cierto: que el mundo era redondo. Y en una navegación increible decidió retornar por el Cabo de Buena Esperanza, por mares absolutamente desconocidos, pues tenía que discurrir evitando todos los puertos ocupados por los portugueses, que se oponían a la apertura de una nueva ruta de las especias.

No solo lo consiguió, sino que como buen vasco, con un gran sentido práctico de la vida, pese a tantas dificultades llegó a puerto con 524 quintales de clavo, lo que permitió cubrir todos los gastos de la expedición y dejar un notable remanente de beneficios.

La hazaña de Elcano será la simiente de nuevas exploraciones a lo largo de los siguientes siglos, que introducirán, con sus luces y sus sombras, la civilización europea en el Pacífico. Juan Sebastián Elcano, pese a sus debilidades de la carne, tenía un profundo sentido cristiano de la vida, que a la sazón era parte irrenunciable del ser europeo. Como escribe el historiador Tormo Sanz, el mayor fruto de la aventura de Elcano no fue demostrar la esfericidad de la Tierra, sino la unidad del género humano, es decir, la fraternidad universal de todos los hombres, ya que Dios creó un hombre y una mujer de quien todos los hombres del mundo somos descendientes.

Debilidades de la carne tuvo puesto que como confiesa en su testamento tuvo amores con una doncella - María Dernialde- " siendo virgen la hube" y de los cuales nació su hijo Domingo. Todo hace colegir que la hubo, bajo promesa de matrimonio, que no tuvo tiempo de cumplir por su pasión por la mar, que le traía azacanado, pero bien que se dolía de ello, y así se refleja en su testamento. Eran gente que no siempre hacían lo que debían, pero tenían clara idea de lo que estaba, o no estaba, bien. Y no desaprovechaban ocasión de recurrir al tribunal de penitencia. En la amada de Magallanes viajaban tres capellanes y era habitual que hubiera confesiones masivas, prácticamente todaas las tripulaciones, en vísperas de combates o de acometer aventuras de riesgo.

Elcano era hombre profundamente entroncado en su familia de sangre. Sentía especial reverencia por su madre, Catalina Portu, cuyos consejos seguía incluso cuando ya era un marino famoso por haber consumado la epopeya.

Era ella quién le decía como debía negociar con el emperador, las prebendas que merecía por lo hecho. También sentía gran respeto por su hermano Domingo, sacerdote, que entendía que había elegido un camino más seguro que el suyo para disfrutar de la verdadera vida.

Es muy interesante en Juan Sebastián el contraste entre su pasión por la mar y la aventura, y el arraigo a su tierra y a sus gentes. A la hora de testar, a bordo de una nave en el remoto Pacífico, cuando se siente enfermo de muerte, todos su recuerdos y disposiciones son para los suyos y para su querida villa de Guetaria que siempre llevo en su corazón. Con una minuciosidad que admira va disponiendo mandas para todas y cada de las iglesias y ermitas de su pueblo: la de San Salvador, la de San Martín, la de San Prudencio, la de la Magdalena, la de San Lázaro, la de San Antón, la de San Pedro, la de Nuestra Señora de Iziar…

Eran hombres capaces de acometer las más desmesuradas empresas, no solo por la gloria humana, o por el provecho material, sino también porque confiaban en que eso era lo que Dios esperaba de ellos. Cierto que abusaban y no siempre respetaban las culturas indígenas, pero hoy en día se olvida que, con frecuencia, esas culturas tenían aspectos muy poco respetables.

Juan Sebastián Elcano fue el paradigma de los navegantes de aquellos siglos gloriosos, cuya vida merece ser mejor conocida en estos tiempos de relativismo para los valores esenciales de la vida.

José Luis Olaizola Sarría.



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