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Tenemos una deuda de gratitud con Argentina: Colabora personalmente y presiona a la Instituciones para que desarrollen políticas reales de ayuda

Portada revista 52

Editorial Indice de Revistas Instalados en la derrota. Cuando los acomplejados "conservadores" buscan la coartada "progresista"

ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

La nueva ideología, el consumismo.

Exposición crítica de la dominación de la sociedad por el consumismo y de los sistemas que lo propugnan

Las ideologías clásicas, las admitidas, únicas que forman los parlamentos y sus mayorías, fueron víctimas de la Segunda Guerra Mundial y se convirtieron en una misión de imposición. Vivieron del Estado y las más emprendedoras "ideologizaron" el método democrático para sobrevivir. Método que se impone incluso a cañonazos y se convierte en una parte indiscutible del liberalismo, en único apoyo operativo del Capitalismo Privado o de Estado.

La democracia liberal, como ideología falsa, puso de manifiesto sus debilidades. Todo se volvía rígido y caro y se percibía falso al rechazar las modificaciones necesarias y posibles. Modificaciones en beneficio del elector y de cierta libertad, porque las modificaciones a favor del elegido sí se dieron: la propaganda subliminar, la cada vez menor explicación del programa, la impunidad del dinero, el resurgir del cacique y el bipartidismo de hecho.

Para el elector, en cambio, quedó inamovible la urna, condicionada por figurar en el censo o no y la imposibilidad de participar en la vida social al margen de un Partido. Pero hoy, de querer, se podría votar por teléfono y que uno de esos abundantes robots con voz hermosa presentara con práctica: Si desea votar al Parido Zutanez, pulse uno. Si desea votar al Partido Menganez, pulse dos... Etcétera. Con esto se podría implantar la circunscripción única y obtener una visión más exacta de la opinión de todos.

Tan sencillo que, del mismo modo telefónico o televisivo, se podría cambiar anualmente de voto, rechazar a quien no cumple lo prometido o a quien fracasa. Una especie de Bolsa o de Lonja de los políticos y de las ideologías. Pero nunca sucederá.

Desde aquí no se puede avanzar ni una coma sin primero aproximarse a lo que las ideologías son, olvidando un poco el significado de su nombre: ciencia de la idea, porque ni ciencias ni ideas tienen poca influencia en el fenómeno liberalista. Algunos han pensado que se trata de cosmologías y ellas tratan de serlo, de parecerlo, para justificar su existencia. Pero en lo intelectual no son ideas sino propuestas de cambio del cuerpo social y su organización, tanto si hay como si no hay buenas razones para ello. Ideologías que quieren cambiar todo menos a ellas y que olvidan que hay una gran diferencia entre la sociedad con radio y tranvías y la de la televisión y el automóvil privado. En lo práctico, visto el pobre contenido filosófico, son un método caro para hacerse con el poder y un camino para la confusión.

Con arreglo a los tiempos, la triunfante en el 2001 -y sucesivos- es una ideología de lo económico y no de lo político, que no ha tenido la oposición de las otras, las clásicas y antiguas (liberalismos y marxismos) porque no parece contener ni revolución ni conservadurismo. No se oponen los ciudadanos ni por moral ni por esencias, ni por injusticias: se queda a una altura pre-moral que todos alcanzan. Pero mantiene vivas, quizá momificadas, las viejas ideologías en crepúsculo, venales, ambas de épocas de diligencias y veleros. Son las encargadas de mantener a las naciones ricas o casi, en la órbita de la Economía de Mercado.

La nueva ideología para el siglo XXI es el Consumismo, que se ha impuesto entre nosotros no como tal sino como fenómeno agradable las más veces: no da palabrería sino publicidad de productos, catálogos hermosos y la falsa idea de no tener reflejo en política. No da fórmulas magistrales para arreglarlo todo. Pero trae tentaciones y nuevas necesidades más la forma de cómo satisfacerlas: con dinero.

El Capitalismo, llamado ahora Neoliberalismo, siempre ha sido proteico y muy bueno a la hora de transformar conceptos. Algunos filósofos dijeron que el hombre buscaba la felicidad, aunque no añadieron "en este mundo". Los Padres Constitucionales de Las Trece Colonias fueron quienes propusieron este mundo como lugar para la felicidad prometida, a sabiendas de que "el Valle de Lágrimas" no estaba obsoleto. Nada menos que derecho a la búsqueda de la felicidad. Felicidad, por cierto, que ellos no definen pero sí los economistas: la satisfacción de una necesidad.

D. Pedro Schwartz en El País (24-5-97), citado en la Tercera del ABC (12-8-2001) por D. Rafael Sánchez Ferlosio, escribió "El fin del trabajo", influenciado posiblemente por eso del Final de la Historia, de Fukuyama. Le cito por el mismo lugar que Sánchez Ferlosio: «la humanidad se cansa de este o de aquel bien en particular, pero es insaciable por cuanto se refiere a la posibilidad de consumir.» Sánchez Ferlosio, de su propia Minerva habla del apoyo fundamental a esta ideología nueva y solapada: «...en los EEUU la sacralidad del dogma del mercado se manifiesta en el airado -y aún casi paranoico- rechazo que puede suscitar cualquier ataque contra el consumo en sí o contra la industria de producción de consumidores.» Esta apreciación, nada ociosa, ya demuestra que la nueva ideología viene de USA, quizá empujada por los lobbies, como apoyo fundamental para la "globalización" o estado universal que persiguen los pocos poderes aún no fusionados. El Consumismo, tras los ensayos del último siglo, ha comprendido que las ideologías han de ser, al menos, tan cambiantes como la realidad y más adaptables que sus viejas parientes, que se han modificado lo mínimo posible.

Uno de mis maestros, verdadero tutor, me recordaba el otro día el claro ejemplo del conservadurismo ingles, los Conservatives, resumido en una frase de Lord Falkland: Es necesario cambiar lo que no funciona. Pero es obligatorio conservar lo que sí. Cito de memoria, no con absoluta exactitud pero sí con todo el sentido. En resumen, El Consumismo es la ideología de la producción y del consumo y, al mantenerse en la estructura del mercado, permite que bancos y seguros llamen productos a las variantes de sus servicios. Estamos en manos de la Política Producto. Que no necesita más estructura que las ventas.

Al principio se ha hablado de las ideologías a través de juicios de valor. Ahora, para disipar dudas, y marcar acepciones de su polisemia, se es más objetivo. Ideología, como quedó señalado, significa "ciencia de la idea", y esa voz construida para nombrar a una doctrina filosófica, no muy conocida, que trata del estudio del origen de las ideas. Su seguidor más notable fue DESTUTT, del siglo XVIII. Como hoy algunos equiparan moral con ética, que es sólo el estudio de la moral, la Ideología ha pasado a ser, oficialmente, "el conjunto de ideas fundamentales características de persona, colectividad, época, cultura, religión y política." Pero ya sólo se habla de Ideología en relación con la cosa pública.

Hay posiciones contrarias al Consumismo, pero los que las sostienen aún no han llegado a la certeza de que se trata de una ideología nueva, original, adaptable, nacida de las anteriores. Aún así, no identificada como ideología entre las masas, los riesgos potenciales de su publicidad son combatidos, por los peligrosos efectos de lo que sin duda es un ataque. Instituciones como la Iglesia Católica; conocimientos como Filosofía e Historia; actitudes que se basan en la verdad, que no creen que un nuevo coche o una lavadora den la felicidad, o los que consideran que las Patrias son la mayor fórmula posible de convivencia.

Como la riqueza, en pensamiento de Cristo, no suele ser el camino para el cielo, el consumo es la distracción, la falsa felicidad de conseguir un deseo. Si algo no se puede adquirir en un establecimiento, no interesa. Y las ideologías conocidas coinciden en prometer un mundo mejor (que no se puede comprar), que tampoco fabrican. No desean hacerlo, pero tampoco podrían: con una visión sectaria del mundo, es decir una concepción en parte falsa del hombre y de la sociedad no han conseguido influir sobre nosotros con certeza.

Resumen:

Pues, yo, señor, he escuchado de ti que en lo justo es bien obedecer y servir. Calderón de la Barca

Las ideologías, aceptadas como sistemas de ideas, sólo consisten en métodos para vivir mejor, aunque rara vez tengan éxito. Claro que, como en ese vivir no cuenta ya la fe ni la metafísica y sí cierto miedo a la originalidad, sus seguidores se hacen escasos. Por un lado la Ideología actual se ha ido implantando durante los últimos cuarenta años y necesitaba la debilidad de la Iglesia, de la fe; tachar eso de "Ved a los Lirios del Campo, que ni hilan ni tejen..."

Por el otro, el apoyo de la descomposición interna del comunismo y del socialismo que no hicieron vivir mejor. Tampoco el liberalismo, viejo tozudo, que ensangrentó las vida española del Siglo XIX. Todos han quedado como justificaciones, disfraces del ejercicio del poder.

Al ser las multinacionales las dueñas del mundo real, con sus bancos y sus productos, deben vender sus manufacturas y convertir el planeta en mercado. El Capitalismo, que no funcionó ni en manos del Estado ni en manos de la Sociedad Anónima, dio con la nueva ideología que ni siquiera se presenta como tal: El Consumismo que nos suministra pequeñas felicidades, aunque fabrique artículos de calculada poca duración. Todos, sin excepción, hemos aceptado esa idea parcial y casi invencible. No se puede pedir que vaya a pie a quien tiene coche, ni que pase calor el que instaló aire acondicionado. Yo, por ejemplo, disfruto leyendo catálogos, y el Consumismo, sin esfuerzo, nos ha convencido de ser inmensamente libres y nos ha facilitado la compra de todo, gracias a aceptar nosotros cuatro pesetas a duro. Pero ha de quedar claro: ya no hay ninguna magia política capaz de mejorar el mundo. Tampoco el consumismo.

Riesgos del Consumismo:


El Consumismo parece inocuo a los supra-saharianos, pero es más destructivo que las ancianas ideologías, a las que mantiene vivas como elementos para la docilidad de los pueblos y estabilidad de los mercados, a veces con cabriolas sociológicas que resisten poco porque quieren abarcar mucho. Todo.

La Ecología nació con ese afán mundial, destinada a ser la nueva ideología apoyada en cierta visión científica del mundo. Era atractivo defender el equilibrio entre especies en un medio, en un ambiente. Si el medio cambia lo hace todo lo demás. Dada la interrelación, si se modifica o desaparece alguna especie vegetal o animal, se deteriora el medio. ¿Razonable, no? Salvo que materialista, porque parte de ese ambiente es el pensamiento, o sea, la mayor fuerza transformadora sin la que no se puede vivir.

Si se requieren condiciones especiales para que prospere el lince, también son necesarias otras para que viva y actúe el pensamiento, forzosamente humano: Pensar exige una diferencia de potencial entre el hombre y el entorno, cierta cantidad de inadaptación al medio para que resalte lo fundamental: lo contrario, tan visible, es "espíritu de colmena". También es preciso situar al pensador y al pensamiento en entornos donde la Industria del Ocio sea más débil y se reciban menos órdenes de la publicidad. Urgente es -porque es lo primero que se altera- mantener una jerarquía de valores, una escala objetiva que vaya de lo más deseable a lo indeseable y que incluya la lectura y la crítica del medio, de la Naturaleza que, en manos de la Ecología, aparecía como una tirana que imponía un comportamiento. Se nos hablaba de lo que esa Naturaleza pensaba, organizaba y hacía, siendo que Natura es convención y carece de cualquier modo de pensar, organizar o hacer. Es risible que cuenten, como verdad, que la jirafa alargó el cuello -paulatinamente- para ramonear a mayor altura. No dicen, y debieran por la misma teoría, que la Catedral de Toledo, con su magnífico transparente, se debe a la erosión y al vulcanismo, es decir a la evolución. Esas posiciones sí paralizan el pensamiento y cuántos hombres hay que no se atreven a dudar en público del evolucionismo, de la teoría de la relatividad (Ya se han encontrado velocidades superiores a la de la luz, considerada Constante Universal) o de el Eros y el Thánatos de Freud.

Más necesidades del ambiente para que sobreviva el pensamiento, para la ecología de la idea: Moderar el consumo, pues se trata de la gran herramienta de igualación: vestir igual, consumir lo mismo; una igualación que materializa buenas porciones de vacío. Y acorazarse contra la contaminación de la mentira, única herramienta para definir la pseudo-idea de baja intensidad. Sin mentiras abundantes no existiría el poder que conocemos.

Así, la ecología no puede contemplarse sin el hombre ni éste sin el pensamiento. De hecho (epatemos, epatemos), el hombre es la ecología, el único elemento del cambio. Esa inconsistencia de origen impidió que la ecología llegara a ideología, porque se mostraba anticipo de la tiranía. El Pensamiento, la idea que quiere aproximarse a la verdad, precisa de un entorno ocupado por un espacio para hablae y de un espacio para transmitir la idea, y eso ya sólo depende de Sociedades Comerciales.

Las ideologías clásicas, descatalogadas ya porque se les nota la finalidad tiránica, siguen siendo el entorno de la ideología actual, la maquinaria que vela por la producción y venta. El Consumismo, que no tiene interés en mejorar ni la vida, ni la justicia. Sólo beneficia a la clase explotadora multinacional.

No se puede ignorar que el consumismo tiene aceptación universal: ninguna nación se enfrentará con otra por consumir más o menos. Pero tampoco se ha de olvidar que este método conduce a la insatisfacción y a la tiranía y que, cada día más, substituye al político de cierta calidad, por gente cuyo mérito fundamental es el dinero: estos serán los jefes de la Nación Universal si la globalización vence.

Y una «globalización» supone consolidar las prácticas de los años pasados: convertir la convivencia, la legislación y la policía en asuntos económicos, mientras aumenta en la sociedad -previsible era, pero peligroso es- el número de Psicópatas: pocos de ellos son los asesinos en serie que nos muestra el cine americano, pero sí las personas más peligrosas del mundo.

Distinguen el bien del mal, pero no tienen conciencia, ni remordimientos ni amor. Son como el egoísmo al cubo. Y crecen: no puede ser de otro modo cuando lo importante es satisfacer las propias necesidades y apartar cualquier obstáculo entre sus deseos y lo que los calmará. El Consumismo genera adicción, y llevamos tiempo leyendo sobre compradores convulsivos, verdadera enfermedad semejante a la ludopatía. La compra se usa -como el comer desordenadamente- para superar angustias, tensiones, estrés... Dado que nuestra sociedad genera más y más tensión, estrés e insatisfacción, el comprador convulsivo será más común, del mismo modo que el psicópata, que en sus relaciones se porta como un drogadicto: no ama, no cree, no busca más que la propia satisfacción y se vale, normalmente, de una innata capacidad de simpatía.

Se trata de trastornos que nacen como reacción a un mundo que falla y que da sucedáneos de libertad y de felicidad, incluida la cosificación del amor convenientemente envuelto en caucho, trasladado a la recompensa inmediata del placer sexual. Satisfacer necesidades (casi todas inventadas por la publicidad) equivale hoy a satisfacer deseos. Todo es bien de consumo: la tierra, el bosque, el viento, el libro, la educación y la enseñanza, el barrio, los hijos (disfrutar de los hijos, dicen) las novias o novios, los amigos y los enemigos, la religión y el ateismo, la información y la mentira.

La verdad social, la que padecemos, consiste en que El Poder es Uno: si se dividiera en dos, en tres -¡oh, Secondat!- no sería poder. Además, es indestructible. No porque haya sabido moverse de manera oportuna y dar con nueva ideología de poco riesgo y de alto rendimiento, sino porque el mayor éxito contra él consiste, apenas, en sustituir a los poderosos.

Arturo Robsy.



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