Portada revista 55

El "lavado de cerebro". Indice de Revistas Una propuesta alternativa a la mercantilización de la "primera comunión".

ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

Una vocación para el Amor de Dios.

Testimonio de un jover profesor universitario llamado por la vocación monástica

Desde los doce años advertí en mi corazón una inquietud, cada vez más grande y que maduraba con los años, hacia la vida monástica. Y desde hace unos siete años y medio el Señor suscitó en mí, de una forma misteriosa y poderosísima, una atracción muy fuerte hacia la oración y un deseo de dedicarle más tiempo. Hasta la decisión final de ingresar en un monasterio contemplativo, a raíz de un mes de ejercicios espirituales ignacianos en agosto pasado, han transcurrido nada menos que diecisiete años desde lo primero. Creo que esa prolongación se ha debido en parte a mi carácter bastante indeciso, y en parte a que Dios ha estado realizando así sus planes. Y no obstante, sé que durante los años de noviciado habré de comprobar si se trata de una auténtica vocación o de una inclinación fuerte pero no vocacional y con lo que el Señor quiere resolver así mi duda.

Creo que se trata de una llamada verdadera de Dios para que le entregue toda mi vida, y aunque no estoy seguro de que por mis propias fuerzas pueda perseverar en ella, pues me sé realmente muy débil, sin embargo sí tengo la plena seguridad de que si es su auténtica voluntad sobre mí, Él me dará toda la gracia necesaria para ello.

La vocación monástica, contemplativa, la he ido viviendo esencialmente como una llamada de Dios al Amor, a su Amor. Como la define Santa Teresa de Lisieux, es la vocación del Amor: "mi vocación es el Amor". Y el Amor de Dios, en tres vertientes básicamente.

Primero, el amor a Dios por Dios mismo, porque como Creador y Salvador, Él merece todo nuestro amor y desea que correspondamos a su Amor desbordante para con nosotros, para conmigo. Él me conoce y me ama con un amor personal realmente misterioso, pues es magnífico contemplar cómo todo un Dios infinito y eterno se ha fijado en una criatura como yo, y cómo se fija en cada uno de nosotros y nos ama hasta el infinito. La vocación contemplativa es como una prolongación de la vocación angélica, pues su misión fundamental es alabar, adorar y amar a Dios.

Pero además, ese amor intimísimo no es egoísta, sino que de Él se benefician toda la Iglesia y toda la Humanidad. En su oración ante Dios, el monje lleva en su corazón las necesidades de todos los hombres y de la Iglesia entera, y es consciente de que al mismo tiempo, y a través de él, Dios derrama misteriosamente su Amor sobre todos los hombres y toda la Iglesia. Esto es lo que se conoce como "amor universal", propio de la vocación contemplativa.

Y en tercer lugar, está además el amor reparador, el deseo del monje y de la monja contemplativos de reparar todas las ofensas que Dios recibe en su Amor por la falta de correspondencia de los hombres, por sus pecados, empezando por los de uno mismo. El contemplativo desea con su entrega amorosa convertir en gozo el dolor del Corazón de Jesús y del Corazón de María, habitando en Ellos y Ellos en el suyo. Y Dios suscita almas para la vida monástica también con este fin, porque a través de ellas, derrama su Amor sobre aquellos que no le aman y mueve misteriosamente sus corazones a la conversión.

Por eso, como decía Santa Teresita, "mi vocación es el Amor". Pero además, y esto lo he visto de forma especial a mi alrededor en los últimos días, entre los amigos y los alumnos, la vida contemplativa tiene hoy un gran valor como testimonio de la existencia de Dios. Su razón de ser radica en sólo Dios, en la dedicación plena a Él y a su Amor, y por eso muchas personas, a raíz de conocer a los religiosos consagrados en la vida monástica o a personas que se retiran a un monasterio, comienzan a plantearse las cuestiones tocantes a la existencia de Dios, su Bondad y su Amor.

La invitación que parece haberme hecho Cristo para seguirle de lleno, junto con la fe, con la familia en la que crecí y con mi ser español, es para mí un inmenso regalo que me colma de felicidad, y esa felicidad deseo transmitirla a los demás. Asimismo, quiero transmitir un agradecimiento desde estas páginas al Grupo de Jóvenes del Centro de Madrid por su amistad y el apoyo mostrado en todo el tiempo que he estado entre ellos, a la Universidad San Pablo-CEU por haberme acogido como profesor, donde he disfrutado enormemente, y a D. Alfonso Coronel de Palma por su esfuerzo de continuar con fidelidad la obra emprendida en su día por el P. Ángel Ayala y D. Ángel Herrera Oria.

Un hijo de San Benito.



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