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El Colectivo Destino de Vizcaya. Reflexiones y aportaciones para el futuro del País Vasco Indice de Revistas Eran tiempos...de Luis Suárez

ARBIL, anotaciones de pensamiento y critica

Peticiones de perdón.

Algunas peticiones de perdón ¿tienen sentido?, y otras omitidas ¿no se hechan en falta?

El sacerdote, en su homilía, insistió en que la Iglesia había hecho lo correcto en pedir perdón por los extravíos del pasado. Repasó las muchas faltas cometidas. Es lo que hacía puntualmente, todos los sábados cuando celebraba misa. Lo habitual, según él, en la Iglesia del pasado era caer en profundos errores de conducta, y las actuales peticiones de perdón así lo demostraban, siendo, por tanto, correctas y oportunas. Esta vez acabó cansándome y decidí no volver a oirle más. Era la última vez que acudía a sus celebraciones.

El tiempo dirá si estas peticiones de perdón que han menudeado en la Iglesia Católica (en ninguna otra organización religiosa, política o de cualquier otra naturaleza) han de contribuir al refuerzo de la fe y a su extensión.

Pero algunas peticiones resultaron bastante raras. Por ejemplo, la de los obispos españoles. Refiriéndose a la guerra civil española, pidieron perdón por los excesos cometidos en ambos bandos. Y esto es poco comprensible. El perdón se pide por las faltas propias, no por las ajenas. ¿Existía, tal vez, alguna falta propia que no se quería mencionar y se recurrió, entonces, al expediente de embrollar el tema para salir airosos? Lo mejor es hablar claro, pues, de lo contrario, se puede hacer el ridículo.

Si todo partía del hecho de que la Iglesia fué uña y carne con el antiguo régimen, menos en los tiempos finales (cuando el barco se hundía), tampoco es muy difícil hallar una explicación razonable a esta compenetración. Si se tiene en cuenta que en el Martirologio del siglo XX que se está confeccionando, de los 10.000 mártires censados, aproximadamente las tres cuartas partes son españoles asesinados en la guerra civil, se comprenderá, a poco de sentido común que uno tenga, que la Iglesia no podía optar por la República que la estaba asesinando, y que, por el contrario, tenía que ver con muy buenos ojos al bando contrario que la defendía y protegía.

Pero este razonamiento que está al alcance de cualquiera, no es tenido muy en cuenta por el clero español actual. En su obstinado afán por desligarse de cualquier concomitancia con el antiguo régimen y deseosos de congraciarse con una sociedad abocada al "progresismo" merced a la potente acción mediática, se apresuraron a pedir un perdón que nadie les había exigido y que resultó pintoresco tal como fué formulado. No se sabe bien por qué pidieron perdón y hay quienes pudieron sacar la impresión de una humildad amanerada y narcisista. Sería necesaria una especificación clara de aquello por lo que la Iglesia siente que tiene que pedir perdón.

Por añadidura, puestos en la vena de pedir perdón, el clero católico, hasta el grado jerárquico que corresponda, podía haberlo hecho por diversas acciones y omisiones de los tiempos recientes, en vez de remontarse a la Inquisición y otros antiguas cuestiones, de cuyo atento estudio salen culpas muy diluídas; y, en el caso de la Iglesia española, podía haber hecho otro tanto, en vez de referirse a la contienda civil con escaso tino.

Armando Valladares, escritor y exiliado cubano, además de ferviente católico, expuso en un artículo con gran respeto graves omisiones en las peticiones de perdón. Se dolía de que no se pidiera perdón por la complicidad de muchos eclesiásticos con el comunismo en Cuba y en otros países del mundo durante las últimas décadas. Citó diversos casos puntuales, de los que entresaco los siguientes: las declaraciones en Cuba, en 1974, de monseñor Agostino Casaroli, artífice de la "ostpolitik" vaticana, de que "los católicos que viven en la isla son felices dentro del sistema socialista" y que "en general, el pueblo cubano no tiene la menor dificultad con el gobierno socialista", negando frontalmente la evidencia; la carta del Cardenal Paulo Evaristo Ams, de Säo Paulo, dirigida a un "queridísimo Fidel", en la que afirmaba discernir en las "conquistas de la Revolución" nada menos que "las señales del Reino de Dios"; y los reiterados pronunciamientos del Cardenal Ortega y Alamino, arzobispo de La Habana, durante las últimas décadas, en favor del diálogo y la colaboración con el régimen comunista.

Valladares, quien sufrió prisión durante veintidos años en las cárceles cubanas, recibió un trato inhumano, palizas, etc., lo que le llevó a pasar ocho años de su vida en silla de ruedas, llegó a afirmar que si no hubiese sido por los silencios, complacencias y apoyos por acción y omisión que recibió Castro de tantas figuras eclesiásticas, el régimen cubano no hubiese posido subsistir.

Y añadió que, con la perspectiva del tiempo, un hecho resulta estremecedor: la negativa del Concilio Vaticano II a condenar al comunismo, pese el solemne pedido en ese sentido suscripto por 456 padres conciliares de 86 países.

Y más peticiones de perdón podrían hacerse con justo motivo. Por ejemplo ¿no debería pedirse perdón por el abandono del dogma católico, relegado al desván de lo inservible por tantos eclesiásticos? ¿No debería pedirse perdón por la negativa a impartir moral sexual, a la que ni siquiera mencionan? ¿No debería pedirse perdón por no denunciar la tremenda corrupción de costumbres? ¿No debería pedirse perdón por la nula mención al crimen del aborto en la predicación? Y esta inhibición no es ocasional, por desidia, dejadez, olvido, no. Todo responde a una planificación, como cualquier mente medianamente despierta puede comprender. Entonces ¿no debería pedirse perdón por esa planificación? Cuando los planes exigen silenciar las verdades de la fe y la moral, conllevan una apostasía tácita. ¿No debería pedirse perdón por esta apostasía?

Es cierto que resulta mucho más acorde con el pensamiento "progresista" dominante referirse a la Inquisición y al caso Galileo. Pero pedir perdón por acontecimientos remotos, puede inducir a pensar que ahora los tiempos son mejores. Lo serán para la ciencia y la tecnología, pero no para el catolicismo, que atraviesa la mayor crisis conocida en toda su historia. ¿No habría que pedir perdón por esa crisis? Porque no ha surgido por generación espontánea. Lógicamente, ha habido responsabilidades. Sólo mencionaré las declaraciones del cardenal Adrianus Johannes Simonis, arzobispo de Utrech, no hace mucho. Después de juzgar a estos tiempos como más faltos de vitalidad religiosa, más indiferentes, que los de hace dos décadas, sobre todo en lo que se refiere a Europa, suscribe las palabras de Godfried Danneels en el último Sínodo sobre Europa: "Vivimos en exilio". Y Simonis compara este exilio con el que sufrieron los judíos según nos narra la Biblia. Comenta: "Pero debo decir que para nosotros la situación es aún más dramática. Los Judíos habían sido deportados al exilio por los Babilonios. Mientras que yo me pregunto si en cierto sentido no nos hemos condenado nosotros mismos al exilio, y hemos guiado a nuestro pueblo por las sendas del exilio. La crisis viene de dentro de la Iglesia. No por ataques y presiones exteriores".

Estas palabras recuerdan otras de Pablo VI, cuando en las sesiones conciliares habló del "humo de Satanás" que parecía haberse infiltrado en la Iglesia. Y las que pronunció, poco antes de su muerte, dirigiéndose a su amigo y escritor Jean Guitton: "Lo que me llama la atención, cuando considero el mundo católico, es que a veces dentro del catolicismo parece predominar un pensamiento de tipo no-católico, y puede suceder que este pensamiento no católico dentro del catolicismo llegue mañana a ser el más fuerte".

Realmente, era ya el más fuerte en aquellos tiempos. Y en los actuales, sigue dominando y ejerciendo su acción devastadora.

Mientras no se demuestre lo contrario, este es el problema fundamental de la Iglesia Católica y el que exige una acción revitalizadora cada vez más intensa.

Las peticiones de perdón son de pertinencia discutible, sobre todo si inducen a pensar que llevan una intención conciliadora con el pensamiento "progresista" que predomina en el mundo.
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Ignacio San Miguel .



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