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Revista Arbil nº 78

Católicos

por Ignacio San Miguel

Algunos católicos deberían reparar en que las concesiones que hacen al mundo moderno en su discurso, suponen una claudicación en detrimento de la doctrina recta.

Aparte de las corrientes nefastas que plagan hoy día el catolicismo: liberalismo, modernismo, marxismo, secularismo, y que lo desnaturalizan y pervierten, existen aún dentro del catolicismo que se pretende tradicional, no diré corrientes, sino talantes diversos que pueden también deformarlo.

Siempre ha habido católicos que, a fuer de ortodoxos y rectilíneos, exageran la nota y caen en una medrosa gazmoñería que perturba el equilibrio de su capacidad de juzgar. Se podría poner como ejemplo histórico de este tipo de católicos al P. Otaola, el autor de "Lecturas buenas y malas", quien debido a su criterio de una estrechez incongruente, expone valoraciones morales sobre escritores que resultan absurdas. Con decir que considera algún tanto peligroso a… ¡Carlos Dickens!...

El catolicismo es una religión seria, como así tenía que ser, puesto que se funda en la verdad. Pero de ser seria a ser mojigata hay un gran trecho. Con tal estilo no se puede influir en el mundo moderno. Y de lo que se trata es de influir.

Quizás se deba a una reacción desmesurada contra esta clase de catolicismo, subsistente tal vez en círculos muy minoritarios, la aparición de un catolicismo muy desenfadado, muy de rompe y rasga, que llevo tiempo constatando en algunas publicaciones. Su posición antiabortista es coherente con su condición católica, pero sustentan otras que no lo son, y otras más que juzgo, cuando menos, desafortunadas.

El número de fin de año de una de estas publicaciones, por ejemplo, contiene varios explícitos comentarios, que no son sino expresión más contundente de lo que ya iba apuntando en números anteriores. Refiriéndose a la peor de las pasiones humanas, afirma que no se trata de la lascivia, que no es más que pura bagatela, fruslería para corazones tontorrones y mentes débiles. La peor de las pasiones sería el rencor.

No seré yo quien afirme que la lascivia sea la peor pasión humana, pero sí es una mala pasión, una de las peores, de las más perjudiciales para el espíritu. Y no sólo para el espíritu, como fatalmente se comprueba. Afirmar lo contrario es anticatólico y antievangélico. Sólo se comprende que un católico sustente este error, recurriendo a la explicación de una psicología de carácter reactivo. Es cierto que, hace unas décadas, la predicación católica se centraba preeminentemente en los pecados sexuales. Tanto es así, que cuando se hablaba de "el pecado" se presuponía que se trataba de la contravención del sexto mandamiento. Se producía así una distorsión del Evangelio sin duda inconveniente. Que esto ha provocado una reacción es sabido. Pero un católico consecuente no puede caer en el profundo error de pensar que puesto que antes se exageraba en un sentido, ahora hay que exagerar en el sentido opuesto. La virtud no está en pasar de un vicio al vicio opuesto, sino en eliminar ambos. El remedio de la obsesión antisexuaL no está en el libertinaje sexual que predomina ahora. Estos católicos que hablan de la lascivia como futesa de tontorrones deberían reflexionar un poco en la tragedia del aumento de los casos de violación y pederastia en todo el mundo occidental. También deberían considerar sin las frivolidades con que lo han hecho, el escándalo de la homosexualidad y los abusos sexuales de bastantes clérigos en Estados Unidos, que ha sido considerado en gran medida consecuencia del espíritu de relajación que fue extendiéndose por el mundo católico a partir del Concilio. Es por completo improcedente hablar en términos de chanza divertida de estos y otros casos para rebajar su importancia. Totalmente impropio de un católico. No fue por una futesa por lo que todos los obispos norteamericanos fueron convocados al Vaticano. Que la lascivia es una bagatela, posiblemente lo pensasen los clérigos responsables, pero lo que les ha caído encima les habrá convencido de su equivocación.

Deberían también reparar en que en la guerra cultural que se está dando en Estados Unidos (ideas tradicionales cristianas contra las ideas "progresistas" y disolutorias dominantes), el antiabortismo está en primera línea, ciertamente, en los ideales de de los conservadores, pero seguido inmediatamente por la condena de la pornografía, la promiscuidad sexual y el homosexualismo. Y no sólo porque en sí mismos constituyan vicios antievangélicos, sino por sus nefastas consecuencias sociales, al favorecer en gran medida el aumento de las violaciones y crímenes sexuales, aborto, sida y otras enfermedades. Porque así obra la lascivia, esa bagatela, esa futesa.

Podría uno pensar que la postura adoptada por estos católicos modernos de que hablo se deba a que están contaminados por el ambiente "progresista" en que vivimos, salvándose de la quema su antiabortismo, que estimo sincero. También se podría sospechar en la adopción de un disfraz "progresista" para mejor luchar contra el aborto en ciertos ambientes. Táctica equivocada, sin duda, pues lo que se gana en un aspecto se pierde en otro.

Esta sospecha se alimenta del hecho de que hablando de política, estos católicos modernos colocan en el mismo lugar a Hitler, Stalin… y Franco. ¡Qué mejor demostración de "progresismo"!. Táctica equivocada otra vez, pues no es necesario ser franquista, sino tener un poco de buen sentido y elemental conocimiento de los acontecimientos históricos, para saber que tal equiparación es absolutamente improcedente; con lo que tal declaración resulta forzada, artificial, falsa. Y esto es así, tanto si se trata de táctica como si no.

En el número citado de la publicación, emplean la ironía para referirse a un presunto despertar del nacionalismo español. Les resulta anacrónico este fenómeno. Apuntándose de nuevo a lo moderno, a lo que está de moda, apuestan por la globalización y la paulatina desaparición de los Estados-nación. Así, pues, el leve repunte de un moderado nacionalismo español ante tendencias desintegradoras de la Nación, les resulta risible y desfasado hasta el punto de definir burlescamente al año 2003 como el "año del nacionalismo español".

No parecen reparar en dos aspectos muy poco alentadores de la globalización. En primer lugar, los analistas y expertos económicos de Hispanoamérica parecen coincidir en achacar a la globalización liberal efectos negativos sobre sus economías estancadas o en recesión. Es, por tanto, discutible que la globalización, en su aspecto económico, sea la panacea para el bienestar de los pueblos. Por lo menos, discutible.

En segundo lugar ¿cuál es la filosofía subyacente en las tendencias globalizadoras? ¿Se trata, acaso, de una orientación cristiana? Nada de eso. Lo que se va mostrando paladinamente es que, al margen del interés lógico que por el globalismo liberal tiene el gran capital, el pensamiento que anima a los movimientos y organizaciones con metas globales, mucho más tiene que ver con los ideales de la fraternidad universal de los masones y el control de la población maltusiano que con el cristianismo. Naturalmente, la tendencia es a promover el aborto para conseguir el eficaz control de la población. No entiendo qué papel pueda jugar un católico apostanto por esta corriente, como no sea el poco airoso del descentramiento y la inadecuación, como ocurrió con aquellos que apostaron por el marxismo hace algún tiempo. No tiene sentido la adhesión de antiabortistas militantes a los supuestos globalizadores que van en dirección opuesta. Todo apunta en esta actitud a ese fatalismo y derrotismo de aquellos que pretenden humildemente seguir el impulso de los "vientos de la Historia", sin ocurrírseles que deben oponerse a ellos.

Los movimientos tradicionales estadounidenses (tachados, por supuesto, por los "progresistas" de ultraconservadores, fundamentalistas, ultramontanos y el resto consabido de lindezas) se oponen frontalmente a la corriente globalista por dos motivos fundamentales: Primero, por su carácter anticristiano, abortista, relajador de las conductas morales tradicionales bajo la presión de las organizaciones homosexuales y feministas; es decir, por su carácter falsamente progresista, o progredecadente. Y en segundo lugar por su naturaleza desnacionalizadora, pues al tender a constituir un gobierno mundial tiene como necesaria condición diluir los Estados-nación que son un estorbo con su patriotismo, sus intereses nacionales y sus consiguientes obstáculos a la libre circulación del gran capital. Estos yanquis no desean que desaparezca su nación ni sus costumbres. Patria y religión constituyen su preocupación constante.

¿Y España? La situación guarda cierto paralelismo en lo sustancial. Una diferencia, sin embargo, estriba en que aquí, como en el resto de Europa, no existe de momento una reacción de envergadura semejante a la de América. Y otra, en la existencia de estos católicos que se manifiestan enemigos del aborto, pero que no ligan éste con el libertinaje sexual, que miran como algo banal, ni con la corriente globalista, la que aceptan gustosamente. Curiosos católicos estos, cuyo talante "abierto" y "moderno" les conduce a la aceptación de tendencias que socavan sus propias posiciones pro-vida. Parecen más inteligentes los católicos tradicionales americanos.

Como resulta más inteligente aquel católico tradicional católico español, Menéndez y Pelayo, tan lejano su criterio de mojigaterías a lo Otaola, como de frívolas relajaciones modernistas. Representa la auténtica sabiduría católica, adobada con una vastísima cultura que da a sus palabras un peso y una solidez extraordinarios. De él son estas palabras:

"España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio…; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los Arévacos y de los Vectones o de los reyes de Taifas." (Heterodoxos. Extracto del Epílogo)

Que es precisamente lo que está ocurriendo en nuestros tiempos. El criterio exacto y realista de Menéndez y Pelayo tenía que ser profético. Efectivamente, a la desintegración religiosa y moral ha ido íntimamente unida la desintegración política. Y a ésta, el deseo de subsumirse en alguna unidad más amplia. Como consecuencia, la adhesión a la corriente globalista, la cual, siendo constituyente del impulso desintegrador de la Nación y la Religión, es arreligiosa, falsamente humanitarista, abortista y legalizadora de las perversiones sexuales. Estos son "los vientos de la Historia", a los que se adhieren algunos desenfadados y frívolos católicos que no reparan, o no quieren reparar, en que los vientos pueden ser mefíticos.

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Ignacio San Miguel

 

Revista Arbil nº 78

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