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Revista Arbil nº 78

La purificación de la memoria, los inmigrantes, la Derecha y la realidad: El realismo de Gianfranco Fini

por Ángel Expósito Correa

Tras la visita de noviembre a Israel del vicepresidente del gobierno italiano Gianfranco Fini, han sido muchas las polémicas suscitadas en su partido (aunque abundantemente exageradas por los medios de comunicación) a raíz de las declaraciones realizadas durante la visita a Israel y a su regreso a Italia. También la prensa internacional – inclusive la española – se ha ocupado del caso dando una interpretación – como casi siempre ocurre – cuando menos superficial. Pues bien, ¿qué ha dicho realmente Gianfranco Fini?

En un artículo publicado en el diario italiano “Il Foglio“*, el fundador y regente nacional de la asociación cívica-cultural “Alianza Católica“ Giovanni Cantoni, comenta de esta forma las declaraciones del vicepresidente del gobierno italiano Gianfranco Fini sobre la posibilidad de otorgar el voto en las elecciones administrativas a los inmigrantes: “Las declaraciones del vicepresidente Gianfranco Fini sobre la problemática respecto del  trato institucional que se debería reservar a los inmigrantes regularizados por parte del Estado italiano han dado lugar a  varias polémicas de distinto peso. ¿Pero qué ha hecho el presidente de Alianza Nacional? En primer lugar ha dado a conocer y ha tomado nota del éxito, en sus elementos cuantitativos quizás inesperados, conseguido por la denominada Ley Bossi-Fini. Consecuentemente ha ido más allá, dando  de esta manera un paso en el territorio que se extiende entre la administración, la noble actividad dirigida a organizar lo existente, y la política, la asimismo noble actividad volcada en la organización de lo previsible. ¿Qué cosa diferente  debería hacer quien, tras haber verificado el éxito de un movimiento gestional, tiene título – cuando  no más bien, incluso, obligación – para hipotizar la gestión política de sus consecuencias?

“Pues bien, sobre Italia – como sobre toda Europa – se cierne una tragedia demográfica: según datos ofrecidos por la ONU la disminución de la población en edad laboral, esto es, de los 15 a los 65 años, está prevista en un –14,8%  entre el 2000 y el 2025  y en un –31,8% entre el 2000 y el 2050 [1]. Tal disminución, que mina en la raíz la estructura de la pirámide generacional, contribuye – con la mala gestión pública – al desastre del instituto de previsión y ennegrece el futuro de la estructura productiva, a la cual no sólo sirven inversiones y patentes, sino también mano de obra, y mano de obra apropiadamente retribuida, con el riesgo, si no, de la desaparición de los importantísimos consumidores. Todo en la  constante persecución  de un equilibrio de estos distintos factores, no cierto de una condición definitivamente estable, que por otra parte no tendría en absoluto los caracteres de la perfección, irrealizable en este mundo, sino del rigor mortis. Y el pueblo italiano – como el europeo – “demográficamente suicida“, trata de reintegrar  el propio déficit a través de aquel  incremento de los nacimientos sui generis, aquel modo de “adopción social“ constituido por la inmigración. Por lo tanto, en Italia – como en toda Europa – encuentran amplio espacio inmigrantes  de países cuyo retraso económico y/o inestabilidad político-social se casan con normales incrementos demográficos. Su llegada es percibida como una auténtica agresión, mientras se suele esconder habitualmente su necesidad, que es  tal no para que nuestro mundo materialmente mejore, sino para que al menos materialmente no empeore. A su llegada, no espontánea sino querida y organizada por malhechores, se ha propuesto hacer frente el gobierno de centroderecha con la Ley Bossi-Fini, dirigida a no negar los problemas – la necesidad de la inmigración y la manera de realizarla -, sino a encaminarlos a solución, aunque de tales problemas el primero, la necesidad, ha sido y es ampliamente silenciado.

“Hasta aquí se puede hablar sobre todo, si no exclusivamente, de administración de lo existente. Pero, llegados a este punto, se presentan problemáticas que, a partir de lo existente, abren sobre un futuro previsible, sobre el denominado “próximo futuro“. Y aquí entran obligatoriamente en juego la política y sus operadores. De hecho, no basta la enunciación también reiterada de palabras con efecto, como “integración“ y “multiculturalidad“, sino que también es necesario imaginar un adiestramiento apropiado, un training que no sólo  prevea la adquisición de una cualificación profesional y de la competencia lingüística, sino que prepare asimismo al pasaje del status de inmigrante  al de ciudadano culturalmente integrado. Y “culturalmente“ quiere decir también administrativa y políticamente, por lo tanto – es la hipótesis hecha por el vicepresidente Fini – significa adiestrar a la “política emparentada con la ciudadanía“ a través de una previa participación todavía por definir a la vida administrativa, adiestramiento quizás necesitado de una consitente vinculación y regular permanencia, como – por ejemplo – la que se certifica en la expedición del permiso de residencia.

Ergo, la lógica que pide gradualidad y no improvisación preside  la apertura formal del problema por parte de quien practica profesionalmente la política. En caso contrario se vive de emergencias, que son tales no porque se trate de situaciones repentinamente emergidas, como en el caso de una calamidad natural, sino porque irresponsablemente descuidadas y/o maliciosamente ocultadas. En caso contrario – una vez más – de la misma Ley Bossi-Fini se revelaría tener – o se acabaría por tener – una percepción estrictamente emergencial, como de un gesto hecho para contener un oleaje  y no como una etapa de un recorrido.

“Por fin, una tal actitud de largo recorrido puede ser calificada sólo conforme a parámetros apropiados. Los problemas no son ni de derechas ni de izquierdas: los problemas son la realidad de  mañana implícita, para quien lo sepa o quiera ver, en los hechos de hoy; por consiguiente, los problemas son de alguna manera “la realidad“. Pero es realista, por lo tanto de derechas, quien los encara para tratar de solucionarlos, mientras es de izquierdas servirse de ellos para imaginar confusamente y a largo plazo “mundos nuevos posibles“, en definitiva utopías – y para ser “fantaseadores“ no es necesario ir a la feria  de los restos ideológicos de Puerto Alegre, basta con pensar que los inmigrantes sean “piezas de recambio“ -, y acogerlos concretamente y a breve plazo sólo para poner en dificultad al adversario político.

“Me comentan que uno de los padres del neoconservadurismo estadounidense, Irving Kristol, afirme en alguna parte que un neoconservador es “ [...] un progresista que ha sido golpeado por la realidad“. A la espera que nuestros progresistas sufran el mismo trauma, aquellos que no son progresistas – no digo felizmente conservadores – no deben molestar con chácharas distrayentes a quien se esfuerza en  encarar seriamente la realidad porque la capta antes de ser golpeado por ella“.

Pero para que no se piense que el problema de la inmigración (y su integración) afecta solamente a la economía y a un nebuloso concepto de “ciudadanía“, el mismo autor se encarga en otro artículo de explicar que [...] entre los parámetros del control [de la inmigración] hay que destacar apropiadamente el relacionado con la cultura del inmigrante – por lo tanto no su alfabetización o su adiestramiento tecnológico, sino su “visión del mundo“ -, a elegir entre las más próximas y las más compatibles con la cultura de los nativos del país de inmigración. La compatibilidad no elimina, pero ciertamente disminuye las inevitables fricciones con las capas más desfavorecidas y menos integradas del cuerpo social italiano, reduciendo la eventualidad o al menos la dimensión de la denominada “guerra entre pobres“. Esta atención tiene un codicilo particularmente obvio – pero no por ello presente a  la conciencia de la pública opinión y de los hombres políticos -, relativo a la prioridad que se debe dar, entre los posibles inmigrantes, a los... emigrantes con ganas de volver. Ya que tales “emigrantes con ganas de volver“ existen, ¿existen también datos al respecto? ¿Qué puede decir el ministerio de Exteriores con respecto a las solicitudes de repatriación no tramitadas, aspecto descuidado, pero no irrelevante, de una política servil de multiculturalismo salvaje? Si alguien tuviera la tentación de encogerse de hombros, imaginando cifras exiguas, creo útil recordar que actualmente los emigrantes italianos en el mundo rondan los cinco millones, mientras el mundo de los oriundos – otra categoría que se debería privilegiar con toda evidencia – tiene una consistencia superior a la de la actual población italiana, ya que ronda los sesenta millones de personas“ (Giovanni Cantoni, “Inmigrazione & calo demografico“, en “Cristianità“, n° 249).

Mientras dejo abiertos estos interrogantes y las muchas reflexiones y consideraciones que se podrían hacer sobre estos artículos (sobre todo aplicando las categorías del autor a la concreta situación española) como aliciente para la reflexión, considero oportuno afrontar otro aspecto de las iniciativas de Gianfranco Fini para dar un rostro auténticamente “realista“ [2], esto es, auténticamente conforme a una alternativa cultural y política natural y cristiana, a la identidad de su partido.

La purificación de la memoria histórica del pueblo italiano

Tras la visita de noviembre a Israel del vicepresidente del gobierno italiano Gianfranco Fini, han sido muchas las polémicas suscitadas en su partido (aunque abundantemente exageradas por los medios de comunicación) a raíz de las declaraciones realizadas durante la visita a Israel y a su regreso a Italia. También la prensa internacional – inclusive la española – se ha ocupado del caso dando una interpretación – como casi siempre ocurre – cuando menos superficial. Pues bien, ¿qué ha dicho realmente Gianfranco Fini?

Ante todo ha calificado la memoria de la Shoah como [...] símbolo perenne del abismo de crueldad en el que puede caer el hombre cuando desprecia a Dios“. Para luego añadir que “la condena de los tiranos tiene que ir acompañada por la conciencia que nos viene de las enseñanzas de la historia de los justos. Ellos demuestran que no puede haber ninguna justificación no sólo para los que mataron, sino también para quien podía salvar un inocente y no lo hizo. Cierto, así como el milagro de los justos, implorado por Abrahán, no salvó a Sodoma y Gomorra, así las acciones, los comportamientos de hombres como Giorgio Perlasca [3] no impidieron la Shoah. Sin embargo, es con el ejemplo  de estos hombres que debe medirse nuestra conciencia nacional de italianos. Tenemos que hacerlo para conocer a nuestros Justos y para transmitir su ejemplo. Tenemos que hacerlo para denunciar las páginas vergonzosas que hay en la historia de nuestro pasado.

“Tenemos que hacerlo para entender la razón por la cual indolencia, indiferencia, complicidad o cobardía hicieron posible que muchísimos italianos, en 1938, no hicieran nada para reaccionar contra las infames leyes raciales impuestas por el fascismo“ (“Il tempo della responsabilità“, en Il Secolo d´Italia. Quotidiano di Alleanza Nazionale, Roma 25-11-2003).

Ya de regreso a Italia, ha reafirmado la condena del Holocausto y de aquellos que de alguna manera participaron en su realización: [...] si el Holocausto representa el mal absoluto, lo mismo también vale para las obras del fascismo que han contribuido a la Shoah. Sabemos que en la historia compleja del fascismo también ha habido muchos otros momentos, pero si queremos que sean reconocidos por parte de todos los italianos sin que se dispare el reflejo condicionado de la acusación de revisionismo histórico es indispensable para nosotros ser intransigentes en denunciar las fechorías y las tragedias“ (“Fini: una  scelta di coerenza“, en Il Secolo d´Italia. Quotidiano di Alleanza Nazionale, Roma 28-11-2003).

La purificación de la memoria histórica del pueblo italiano emprendida por el vicepresidente Fini (en plena conformidad, por otra parte, con el ejemplo y las enseñanzas del Santo Padre), era más que necesaria si se tiene en cuenta el carácter peculiar, complejo y profundamente ambiguo, del fascismo italiano y no sólo, pues, por su enorme responsabilidad en la Shoah. En efecto, y a pesar de las contradicciones y ambigüedades del régimen del General Franco (contradicciones y ambigüedades que se explican al menos en parte teniendo presente la situación histórica en toda su amplitud, y la concreta situación de ruptura de la convivencia pacífica durante la Segunda República – ruptura que a su vez necesitaba ser curada analógicamente a la rotura de un miembro del cuerpo, esto es, con la escayola; aunque ello suponga incomodidad y picazón...), la identidad “católica“ del fascismo era, en el mejor de los casos, una necesidad.

Las tres almas del fascismo

Una vez más acudo al magisterio de Giovanni Cantoni para encontrar un análisis cabal del fascismo [4]: “En el fascismo en efecto viven al menos tres almas que reproducen ampliamente, de manera  casi geológica, la historia de la derecha, en Italia y en otros lugares, en sus manifestaciones de hecho y en las de principio, en sus elementos positivos y auténticos y en aquellos en cambio advenedizos y espurios.

“De la derecha se comienza a hablar, en sentido político, a partir de la Revolución francesa, y originariamente el término servía para indicar a los partidarios de un retorno íntegro al Antiguo Régimen, al menos en sus aspectos estructurales y por lo tanto de principio. Se trata de una derecha autónoma, que se opone ciertamente a la Revolución, pero que no saca las propias ideas y las propias tesis simplemente de esta oposición, sino sobre todo de los principios que defiende. Es la derecha católica y tradicional, que dio al mundo los mártires y los guerreros cristianos de la Vendèe, de Navarra, del Tirol, de Calabria, de Méjico, de España. Es, por tanto, la sola derecha capacitada para dar vida a la Contra-Revolución y de conducir  un pueblo a resurgir.

“A esta derecha auténtica, originaria, y felizmente intransigente y rigurosa, se añaden consecuentemente al avance de la Revolución, los elementos liberales satisfechos con las conquistas de la Revolución en su fase liberal e intencionados a conservarlas contra los ataques del emergente socialismo. Nace de esta manera el “liberalismo conservador“, la “revolución conservadora“, el “conservadurismo revolucionario“ – las fórmulas son distintas pero la substancia no cambia – que se convierte, en el marco político en el cual el fenómeno se produce, en  la nueva derecha, que va a unirse a la primera o más a menudo a superponerse a ella, moderando con este contacto las propias posturas revolucionarias pero tentando, con sus tesis moderadas, a la derecha auténtica al abandono y al compromiso. Es manifiestamente una derecha de acarreo y de deslizamiento, de hecho y no de principio; una falsa derecha cuyo ideal no es un mundo ordenado según los principios que inspiraron últimamente el Antiguo Régimen y originariamente la sociedad medieval, esto es, los principios del catolicismo, sino un mundo “parado“ en la Revolución en su fase liberal. Nos hallamos ante la primera “derecha de la Revolución“, y no ante la derecha como indicación de las fuerzas que a la Revolución misma se oponen en todas sus formas y sobre todo en sus elementos inspiradores.

“Si ésta es la primera falsa derecha, es decir, la primera derecha revolucionaria, también existe una segunda, que se manifiesta en la medida en que la Revolución procede ulteriormente y se revela. Tras la fase liberal, en efecto, la Revolución atraviesa la fase socialista, y cuando está a punto de revelarse comunista e internacionalista nace la segunda falsa derecha, también ésta de hecho,  y no de principio, que se manifiesta como socialismo nacionalista, como revolución nacional-socialista, como escoramiento hacia la derecha, en el marco político del momento, por parte de las fuerzas del socialismo. También en este caso se trata por consiguiente de una derecha revolucionaria, de una derecha de acarreo que se va a suporponer a las otras dos, a la auténtica y a la liberal-conservadora, y que a su vez se propone conservar las conquistas de la fase socialista de la Revolución, y rechaza la fase comunista en cuanto incompatible con la individualidad nacional; por tanto sus fórmulas son, por ejemplo, “socialismo alemán“, “bolcheviquismo prusiano“, etc. Y también en este caso el contacto induce el socialismo a moderarse – sólo así se explican las declaraciones ancipitales de algunos de sus exponentes – y la derecha auténtica se corrompa.

“El proceso histórico ve por tanto sucederse una derecha auténtica que se propone restaurar las instituciones naturales y cristianas, esto es, la sociedad sobre cimientos religiosos, borrando también los errores del regalismo; luego una seudoderecha que acepta a veces examinar con benevolencia, entre otros, también el problema religioso, sobre todo a causa de la aplastante presencia de los católicos, y está dispuesta a concederles parciales concesiones para convertirlos en aliados primero contra el socialismo y consecuentemente contra el comunismo y el internacionalismo – puesto que la religión católica proclama la paz social y es un elemento de la cultura nacional -, aunque no esté dispuesta a convertirse, sino simplemente unirse, superponerse y servirse de la derecha auténtica, y  a ser posible subyugarla, aprovechando la ausencia de jefes en grado de conservar la autonomía necesaria para el mantenimiento de posturas doctrinales íntegras y la independencia operativa, o bien desautorizándolos, donde estuvieran presentes. La unión entre la verdadera y falsas derechas, construida desde el exterior conforme a situaciones contingentes y dictada por la oportunidad, muestra al principio solamente las ventajas políticas; y sólo desde puntos de observación elevados sobre una sólida doctrina y sobre la esperanza teologal son posibles consideraciones y puestas en guardia agudísimas como la de Giuseppe Sacchetti – uno de los fundadores de la Obra de los Congresos [5]  y director de la combativa Unità Cattolica, que ya había exhortado: “Católicos, imploremos de Dios que la revolución muera mañana, pero luego trabajemos como si tuviera que vivir para siempre“ -, el cual, a propósito de la pacificación práctica del mundo católico con el liberalismo, escribía: “No cabe duda que los católicos cumplieron su deber deteniendo los progresos de la revolución social; pero retrasaron mucho la conversión de la monarquía“; y advertía, y magistralmente sentenciaba: “Se lo metan bien en la cabeza los liberales, en este momento típico la Iglesia les socorre sin pedir nada a cambio, pero ellos no se salvarán si no otorgan o devuelven a la Iglesia lo que la justicia exige [...]. El haz no es posible sin la homogeneidad: no se atan juntos el agua y el fuego, o el aire y el hierro. Hablando claro, hasta que el liberalismo no renuncie a los errores, que lo hacen incompatible con el catolicismo, no espere afrontar victoriosamente las hordas furibundas y brutales del socialismo“. Sólo a largo plazo, además, afloran las desventajas de hábito y luego de mentalidad, la primera de las cuales es la consecuencia de la imposición artificial de una mitología que debe subrogar la falta de unidad de  fe.

“El fascismo, como categoría política, se presenta como bloque histórico, como conjunto  de éstas tres derechas estratificadas, teniendo como primer estrato a la derecha auténtica, representada por algún heredero de la tradición contra-revolucionaria e implícitamente presente al menos en el buen sentido popular; en medio la primera derecha revolucionaria; y en la cumbre la segunda derecha revolucionaria. La primera encarnando, como bien dice una tesis de De Maistre, lo contrario de la Revolución; las segundas, respectivamente, dos revoluciones contrarias. La primera, una contraposición orgánica a la Revolución; las segundas, dos contraposiciones de carácter dialéctico a ésta o aquélla de sus manifestaciones históricas“.

Tras esta agudísima – aunque breve – introspección en las tres almas del fascismo italiano, resulta evidente la necesidad de no limitarse a una purificación de la memoria que afecte única y exclusivamente al aspecto más revolucionario e inmoral de la relativamente breve historia del fascismo, sino que es menester urgente purificarse también de las dos falsas derechas que tantos males han acarreado a la causa del Catolicismo. Ello, por supuesto, si realmente se desea restaurar/instaurar una auténtica Derecha cultural y política. Veremos cómo acaba la cuestión...

Por otro lado, ¿no tiene nada que enseñarnos la experiencia italiana? Yo creo que sí. Primeramente considero oportuno poner en evidencia la necesidad de superar la contraposición franquismo-antifranquismo (lo cual, evidentemente, no significa abandonar el estudio objetivo de la historia con su consecuente apologética y purificación de la memoria) y volcarse en el estudio de los signos de los tiempos. Soy consciente que para algunos – desapercibidamente mal educados por la vulgata políticamente correcta postconciliar – todo esto puede sonar a ruptura con el pasado, con la tradición y con la misma Iglesia, casi como si se tratara de hacer tabula rasa con los dos mil años de historia cristiana. Nada de eso. De lo que aquí se trata es de cómo encarnar los principios eternos de la tradición en la hora presente: en pocas palabras, estudiar la realidad así como es y no como nos gustaría que fuera.

Una realidad, por cierto, que manifiesta toda su tragedia antropológica y - por tanto - cultural, cuando se intenta la descripción unitaria de los rasgos culturales y religiosos de lo que queda del mundo católico en España y en el resto de Europa. En efecto, a la común fe católica profesada, no corresponden coherentes perspectivas conformes a la unidad de la Iglesia y a su Magisterio,  sino una pluralidad de mundos católicos. Tan es así, que casi se podría afirmar que el número de mundos católicos coincide con el número de los que se profesan católicos...

A esta condición de dishomogeneidad se propone hacer frente la nueva evangelización, reconquista de la homogeneidad cultural y religiosa perdida, cuyo mayor instrumento doctrinal es el Catecismo de la Iglesia Católica. De hecho, la nueva evangelización tiene como tarea prioritaria la de dar nuevo vigor al tejido social católico, para, de esta forma, devolver la concienciación de la globalidad a tal tejido, ya sea en la perspectiva de la gestión del presente histórico, ya en la transformación de tal presente. En efecto, no puede haber Cristiandad sin cristianos, sobre todo, si no son cristianos cultural y religiosamente homogéneos. Lo cual, a su vez envuelve la necesidad de la autoevangelización, ya que es imposible que una fe se haga cultura – por consiguiente, realmente vivida, plenamente aceptada y fielmente pensada – si no es adulta, esto es, formada a fondo a la luz de la doctrina social de la Iglesia.

Ahora bien, ¿qué tipo de representación política puede tener el mundo católico actual una vez que se ha dejado sentado que para que haya electores procedentes de ése mundo tiene que haber “católicos“? Evidentemente la respuesta no puede ser el “entreguismo“ a la voluntad manipulada y mediatizada de las mayorías populares, casi como si el político católico no tuviera obligaciones de conciencia con las cuales no puede transigir (algo, en cambio, que ocurre todos los días con los políticos “católicos“ entregados alma y cuerpo al proyecto “centro-reformista“). Para tratar de dar algunas indicaciones útiles a la reflexión, considero oportuno recordar que tras el derrumbe del Muro de Berlín y el consecuente “fin de las ideologías“ y de sus instrumentos por excelencia, esto es, los partidos políticos ideologizados (lo cual no obsta para que sigan existiendo “restos“ ideológicos de cierta entidad), los partidos políticos van poco a poco transformándose, más que en comités electorales, en auténticos colegios de abogados que se ofrecen para representar exigencias sociales frente a poderes ante los cuales no tienen influencia, de la misma manera que un abogado no tiene poder para cambiar el derecho positivo dentro del cual ejerce su profesión. Tales poderes constituyen la nueva clase política del Estado postmoderno, integrados o en vías de integración en ordenamientos jurídicos supranacionales que substraen a los electores y a los elegidos y, por consiguiente, a los Estados nacionales, las decisiones políticas significativas, las elecciones de alto perfil. Los únicos refugios de libertad política lo constituyen quizás los poderes municipales y regionales (aunque en el caso de estos últimos cabe plantearse hasta cuando, dada la institución del Comité para las Regiones en la Unión Europea), más transparentes y menos expuestos a las consecuencias del centralismo comunitario.

En este contexto de reducción administrativa de la política de los Estados que un día eran soberanos y que hoy lo son cada vez menos, la representación del mundo católico puede venir de aquellos grupos que estén dispuestos a representar exigencias identificables con los valores naturales y cristianos y que demuestren su capacidad para satisfacerlos institucionalmente. Ellos pueden convertirse en los destinatarios del lobby ejercido por las distintas realidades socio-culturales del mundo católico. Como, por ejemplo, un abogado que elige su propio ámbito de actividad, penal o civil, o que rechaza patrocinar causas judiciales que lleven a la realización del divorcio, ejerciendo de esta manera un comportamiento análogo al de la objeción de conciencia.

Quede claro que ser el posible receptor del lobby católico no implica renunciar - por una parte - a una política que tenga una visión integral de cómo debe ser una sociedad según el plan de Dios y a la medida del hombre (a la luz, pues, del Magisterio social de la Iglesia), y por otra – consecuencia de la primera – a una santa intransigencia en los principios que le permita constituirse como auténtica Derecha natural y cristiana. Todo ello, pues, con la vista puesta en la superación de la actual fase administrativa y relativista de la política y la sociedad para la restauración/instauración de una futura Cristiandad; sabedores, no obstante, de que no sabemos cuándo, cómo y dónde se alcanzará la Tierra Prometida, pero conscientes de que el Señor decidió contar con nosotros en ésta realidad histórica para la restauración de Su Reinado social

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Ángel Expósito Correa

Notas:

(*) 15 de diciembre de 2003

[1] http://www.iespana.es/revista-arbil/(70)expo.htm

[2] “Por su parte, la prudencia es virtud con dos rostros, de los cuales uno mira a la realidad objetiva y el otro a la actuación del bien, por tanto es un hábito que media primariamente entre el sujeto que mira la realidad para aceptarla, para verificarla, luego es medida entre la verdad "cierta y verdadera" y la acción, entre la realidad y la acción, ya que "todos los diez mandamientos de Dios - explica magistralmente Josef Pieper (1904-1997) - se reducen a la executio prudentiae, a la actuación de la prudencia", http://www.iespana.es/revista-arbil/(64)puri.htm

[3] Empresario y convencido fascista hasta el 25 de julio de 1943 (fecha del armisticio con los Aliados). Disimulando ser un cónsul español consiguió salvar a varios miles de judíos en la ciudad húngara de Budapest. Por otra parte, no cabe olvidar que uno de los mayores Justos del período de la Segunda Guerra Mundial es nuestro General Francisco Franco Bahamonde. Según las estimaciones mínimas del rabino Chaim Lipschitz, gracias a España y a Franco, se salvaron 45.000 judíos; ver “Los secretos de la historia“, de Ricardo de la Cierva, págs. 235-264.

[4] Ensayo introductor “L´Italia tra Rivoluzione e Contro-Rivoluzione“ a la edición italiana de la obra de Plinio Corrêa de Oliveira  http://www.lucisullest.it/international/es/rcr-espanol.htm

[5] http://www.iespana.es/revista-arbil/(62)movi.htm

 

Revista Arbil nº 78

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