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Revista Arbil nº 78

La gaita, la lira y el sintetizador

por Arturo Fontangordo

Desgraciadamente, ya no son sólo los separatismos regionales los que, junto con la lucha entre partidos políticos amenazan con la implosión de España. Un riesgo mucho más sutil, de aflautada zalamería, de suave guante de terciopelo cuya presión va poco a poco aumentando, se cierne sobre nuestra nación. No es ya sólo el riesgo de una descomposición en reinos de taifas, sino el de la succión y digestión completa por parte de una serpiente multicéfala al servicio del capital apátrida. Porque si la gaita adormecía el pensamiento, ¿acaso no lo turba por completo el artificial sonido del sintetizador

Lo que distingue al clásico es la validez perdurable de su obra. Nos sorprendemos cuando comprobamos hasta qué punto se ajusta a la realidad que nosotros vivimos, cómo el autor ha sido capaz de rescatar y enhebrar cuidadosamente los invisibles hilos que discurren uniformemente por la historia y el comportamiento humano. Así, ¿quién podría decir que los prototipos shakesperianos no son fiel reflejo de las mismas altas y bajas pasiones que siguen moviendo al mundo hoy en día? ¿Quién negar que en Don Quijote y Sancho se encuentra la terrible dicotomía que desgarra el alma del español, debatiéndose eternamente entre la grandeza heroica de las gestas que forjaron un imperio y la vil mezquindad que lo hizo derrumbarse?

 

Hace ya catorce lustros, en el turbulento 1934, un gran pensador, que no nos atrevemos a citar, para que no nos estigmaticen, publicaba un pequeño pero intensísimo artículo titulado “La gaita y la lira”. Con esta metáfora musical, representaba la abismal diferencia que se abre entre el apego al terruño y el verdadero patriotismo, entre el regionalismo folklórico y el amor a la Patria. Por un lado, tenemos la gaita de la aldea, el calor de la hoguera, la familiaridad de los lugares físicos; por otro, pulsa la lira el virtuoso, compone el poeta, se enciende la llama del espíritu.

El amor a la tierra “invita a disolver. A ablandarse. A llorar. Se diluye en melancolía cuando plañe la gaita. Amor que se abriga y se repliega cada vez más hacia la mayor intimidad; de la comarca al valle nativo; del valle al remanso donde la casa ancestral se refleja; del remanso a la casa; de la casa al rincón de los recuerdos. Todo eso es muy dulce, como un dulce vino. Pero también, como el vino, se esconden en esa dulzura embriaguez e indolencia”.

Es cierto. Sentimos inevitablemente esa cercanía a los lugares que nos han visto nacer y crecer, amplificada si cabe cuando en ellos también hunden sus raíces las anteriores generaciones,... o cuando se nos realiza una plena inmersión educativa y cultural para dar lugar a ese sentimiento. Pero, ¿acaso es eso el patriotismo? Entonces “no sería el mejor de los humanos amores. Los hombres cederían en patriotismo a las plantas, que les ganan en apego a la tierra [...]. Tiene que ser lo más depurado de gangas terrenas; lo más agudo y limpio de contornos; lo más invariable. Es decir, tiene que clavar sus puntales no en lo sensible, sino en lo intelectual [...], la canción que mide la lira, rica en empresas porque es grande en números”. Nos advertía para no ver “en la patria el arroyo y el césped, la canción y la gaita; veamos un destino, una empresa”. Porque cuando calla la lira y suena la gaita “enmudecen los números de los imperios para que silben su llamada los genios de la disgregación, que se esconden bajo los hongos de cada aldea

¡Qué pocas líneas bastan para desmontar las alambicadas composiciones de quienes, con la falsificación por bandera, pretenden ignorar (y lo que es infinitamente más grave, hacer que todos ignoremos) nuestra auténtica identidad, nuestro destino común! ¡Cómo deberían enrojecer de vergüenza, si las repasasen, los santones del separatismo, los profetas que quieren ver el futuro negando el pasado! Y con ellos los pusilánimes que caen rendidos a sus pies, estúpido club de admiradoras que no despertaría más que compasión, si no fuese porque entre ellos se encuentran las presuntas cabezas dirigentes del establishment político, social y cultural. ¡Cuánto seguidismo inconsciente! ¡Cuánta demagogia gratuita! ¡Cuánto Judas por treinta monedas!

Nuestra Patria, España, es una unidad de destino en lo universal, representa la misión común de los españoles en la Historia, el navío que surca el mar de la eternidad, del devenir del tiempo. Nuestros antepasados, todos nosotros, y nuestros descendientes, de norte a sur y de este a oeste, somos la tripulación; ¿es que nos vamos a dedicar a desmontar el barco para construir inútiles y fantasmagóricos botecitos que naufraguen en la primera galerna? ¿Es que se nos prohíbe sentirnos orgullosos de lo que fuimos, responsables de lo que somos e ilusionados con nuestro futuro? Vencimos en la Reconquista, dimos al mundo un Nuevo Continente y salvamos a Occidente: ¿acaso esto es un pecado o un cuento de hadas? ¿Por qué permitimos que los enanos pisoteen a los gigantes?

La Patria no es un objeto físico; no se cambia de Patria por bailar un aurresku en lugar de una sardana, por decir morriña en lugar de nostalgia, por venerar a la Santina de Covadonga en lugar de a la Virgen del Rocío. Aunque el corazón parezca engañarnos diciendo lo contrario, sucumbiendo únicamente al son de la gaita, nuestro espíritu debe reaccionar, sabiendo apreciar la matemática precisión de la lira, y siendo consciente de su mayor altura de miras. Y sólo entonces sentiremos llenarse un vacío interior, un vacío que muchos no llegan a descubrir, pero que no por ello deja de existir; porque, como dijo en otra ocasión el autor del artículo, en frase que me ha quedado grabada a fuego, y que encierra un axioma de la vida del hombre: “De la misma manera que el corazón tiene sus razones, que la mente no entiende, así la mente es capaz de amar de una forma en la que no sabe el corazón”.

Pero, desgraciadamente, ya no son sólo los separatismos regionales los que, junto con la lucha entre partidos políticos y la lucha de clases (superada gracias a Dios en España hace décadas, por más que algunos ectoplasmas del Mesozoico marxistoide se empeñen en negarlo) amenazan con la implosión de España. Un riesgo mucho más sutil, de aflautada zalamería, de suave guante de terciopelo cuya presión va poco a poco aumentando, se cierne sobre nuestra nación. No es ya sólo el riesgo de una descomposición en reinos de taifas, sino el de la succión y digestión completa por parte de una serpiente multicéfala al servicio del capital apátrida.

Porque si la gaita adormecía el pensamiento, ¿acaso no lo turba por completo el artificial sonido del sintetizador, que engaña a los sentidos con sus imposibles acordes, con su ritmo ora pausado, ora machacón, con su desprecio del canon? Es tremendamente fácil dejarse deslizar por la pendiente de la novedad para abandonar la posición que tanto esfuerzo costó conquistar. ¡Y qué bien suenan en nuestro oído las insistentes palabras de armonía cuasi-mística! ¡Y qué evidentes, buenos y bellos nos parecen esos nuevos “ideales” de la Europa Unida! ¡Y qué convincentes resultan todas las voces gritando al unísono en la misma dirección, mientras se tiran (aparentemente) los trastos a la cabeza en lo que respecta a cualquier otro asunto! Según Pitágoras, el hombre no percibía como tal el ruido de las esferas celestes al rozar entre sí, por estar acostumbrado a él desde el nacimiento, siendo eso a lo que llamamos “silencio”. ¿No será que estos adalides del liberalismo y sus conmilitones ex-marxistas nos quieren contagiar ese “silencio intelectual” hasta incapacitarnos para detectarlo, y, por ende, para juzgarlo y poder rechazarlo? ¿No será que invitan a un insípido y estéril debate acerca de cuestiones secundarias para dar por sentadas las premisas que llevan a ellas?

Sin embargo, el sintetizador no es sino un sucedáneo de aquello en lo que se inspira, de los instrumentos tradicionales. Es más, diluye esa inspiración en la estridencia, hasta hacerla desaparecer; y de esta forma, lo común de sus componentes, una religión y una forma de entender el mundo que tiene casi tres mil años se tergiversa en un sincretismo descafeinado sin Dios y sin Historia, sin Fe y sin Tradición.

Y no es aislamiento lo que propugno, al contrario. Si algo ha distinguido a la empresa española a lo largo de los siglos ha sido su vocación de universalidad, su participación en el teatro de operaciones mundial. Pero es muy distinto el actuar como protagonista o conseguir un digno papel de galán envejecido, a ser un payaso disfrazado, un mero títere que se mueve sin gracia, mediante hilos accionados por manos invisibles, y al que se le exige renunciar a todo aquello que determina su propio ser para naufragar anónimamente en el océano de la medianía absurda, del interés material.

El sintetizador carece de naturalidad. Carece de alma y de corazón, de espíritu y de ideal. Sólo un estómago por llenar, un balance que cuadrar, una cuenta corriente que engorda incesantemente. Las pupilas de unos, iluminadas con el febril brillo del ansia de oro; las de otros, con un vacua mirada bovina desde la cuna hasta la tumba. Sonámbulos permanentes, inconscientes de que, si se asomasen a su interior, se verían al borde de un aterrorizador precipicio del que no divisarían el fondo...

Está la lira cercada. Por abajo, la pertinaz gaita de los pigmeos; por arriba, la envolvente melodía del sintetizador. Hagámosla sonar más alto cada vez, sin cejar jamás en el empeño, hasta que a la gaita se le acabe el fuelle, y al sintetizador las baterías

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Arturo Fontangordo

 

Revista Arbil nº 78

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