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Revista Arbil nº 79

“Planfleto Contra la Democracia” de Gustavo Bueno

por Francisco D.de Otazú

Tras un minucioso análisis que se remonta a las raíces atenienses, el autor de este ensayo explica una a una las contradicciones de la “democracia” actual: los conflictos entre el ejecutivo y el legislativo; la estructura tributaria; la falta de igualdad ante la ley; las «aristocracias» políticas; la controvertida pena de muerte; la reclasificación de los partidos según los polos derecha-izquierda... Una obra que señala los déficits de la democracia real y aboga por un nuevo planteamiento de sus principios ya caducos

Verdadero buldózer del pensamiento, Bueno se nos presenta siempre como un implacable polemista, fértil en lo cuantitativo y en lo cualitativo. Nada más aparecer, ya hay que acudir a la segunda edición, porque en España, aunque se escribe más que se lee, a los que son "buenos" en algún sentido se les lee de veras, incluso por los lectores menos previsibles.

Bueno parece menos fiel a las editoriales (y eso que su Fundación tiene una: Pentalfa) que a sus principios, uno de los cuales es no hacer concesión alguna a "lo políticamente correcto". Es más, Don Gustavo domina el arte de la provocación, dentro del que se inscriben sus contundentes títulos, un verdadero cebo y desafío al lector.

Sabedor de que su libro va a crispar a todo aquel «que se atreva a leerlo», el profesor Bueno aprovecha para «hostigar las conciencias bienpensantes». «La democracia es fundamentalista; perniciosamente fundamentalista. ¿Por qué? Porque influye en todos nuestros comportamientos sin que nosotros nos demos cuenta de sus trampas. Pero esto tiene mal remedio, pues la gente, en general, también es fundamentalista.»

El nuevo libro de Bueno que se publica apenas unos meses después de El mito de la izquierda, de amplia repercusión nacional, aborda la naturaleza profunda de la democracia distinguiendo, en primer lugar, entre la perspectiva fundamentalista, que se refiere a un deber ser, a una realidad que sencillamente no existe ni puede existir, y la perspectiva funcional, que se refiere a las democracias reales.

Bueno considera que una vez superado el siglo XX, en el que los totalitarismos de izquierdas y de derechas -los comunismos y los fascismos- se apoderaron de buena parte del planeta, la democracia se ve ahora desde una perspectiva fundamentalista. Contrapone ese concepto al de democracia realmente existente -extraído, para más ironía, de Suslov, gran teórico del estalinismo, que hablaba de comunismo realmente existente- y llega a la consideración más fuerte según la cual sólo puede haber democracia donde hay mercado pletórico, o sea, un mercado en el que abunden la variedad y la cantidad de las mercancías. La identificación de la democracia con el capitalismo avanzado queda así establecida y con su correlato político liberal, lo que no dejará de escandalizar en el panorama intelectual español y europeo, donde casi por definición se considera desde hace cien años que el capitalismo es una amenaza latente para la democracia.

Su testimonio definitivo de crítica de la filosofía política, donde pone patas arribas las convenciones sobre qué es democracia. Y lo apoya en un aparato filosófico que rebate contradicciones, malos usos y tergiversaciones de la idea de democracia, como la conciben, según apunta en su ensayo, los «fundamentalistas», que es como define a la idea de democracia de la izquierda. Por eso rebate aspectos como la «solidaridad», la «reinserción social», la «tolerancia» o la «igualdad». El primer error, sostiene, de los «fundamentalistas» es no ser partidarios de la pena de muerte, que Bueno reivindicó con una amarga ironía, por ejemplo, contra los maltratadores que asesinan a sus parejas. La represión está, según Bueno, en el origen democrático. El filósofo dijo que ahora vivimos en una «partitocracia» dirigida por «oligarquías», donde, por ejemplo, no existe «igualdad ante la ley» para profesores de otras regiones que quieran dar clases en el País Vasco o Cataluña. De hecho, Bueno dijo que Ibarretxe y Carod Rovira no representan una «democracia real» y «restan grados de democracia al país».

Me sabe raro coincidir algo con su presentador Gabriel Albiac, que se distingue en sus columnas de el mundo por un sionismo que podría calificarse como desmelenado si no fuese por su calvicie, que dijo que el libro era «la obra mayor de teoría política escrita en castellano en muchas décadas».

Bueno se cura en salud; «Me llamarán facha, pero como ya me lo espero... responderé.»

No sería el primer libro con el que gana enemigos. Contó que, después de publicar «El papel de la filosofía en el conjunto del saber», se le sumaron a la contra pedagogos y antropólogos: «Me echaron encima un bote de pintura y todo.»

Establecidas las cautelas, se lanzó a intentar que le entendieran cuando dice que «manejamos una idea de democracia de carácter fundamentalista». Medimos la democracia «realmente existente» respecto a la idea de democracia pura, que es como comparar los motores que podemos construir con ese motor ideal e imposible -el «perpetuum mobile»- que se alimenta hasta el infinito de la energía que produce su propio movimiento.

Explica que comparar nuestras democracias con la idea perfecta de democracia es tan absurdo como comparar la eficiencia de los motores de los trenes con ese ingenio perfecto e imposible. La democracia pura es más débil, por la sencilla razón de que no puede existir.

Media hora después, cuando ya hablaba lanzado como quien cae por una ladera, le pasaron una nota para que abreviase y dejase paso a las preguntas. Se rió: «Pues bueno. Vale.» Pero recordó que intentar explicar el libro con brevedad es «como tocar una sinfonía con un dedo».

A partir de ahí, sacó el machete y comenzó a desbrozar la sala de tópicos, empezando por la tolerancia, de la que dijo que era un error producido por un espejismo: «No es una virtud democrática. Es la menos democrática. Es ofensiva.»

Como en un trabalenguas, explicó en la presentación en el Círculo de Bellas Artes de Madrid que quien tolera es el poderoso, que suspende, porque quiere, la potestad que tiene para reprender al tolerado, y que esa desigualdad ofende. «El que tolera se pone en la posición de Franco», remató.

Luego se lanzó a por los 17 tribunales supremos que propone el PSOE: «No sé en qué estarán pensando estos señores. Eso nos lleva a una especie de anarquismo jurídico.» Incluso le tocó un tajo de machete, de refilón, a la Constitución: «Tuvo graves errores, ¿pero quién iba a prever que saliera un Ibarreche? Es un sedicioso y, cuando había pena de muerte, a los sediciosos se los fusilaba. Pero se ha olvidado el concepto de sedición.»

Entonces, recordó su libro inédito sobre la pena de muerte, que no publica «porque no sirve para nada», y ahí terminaron ya de caerse las mandíbulas de las bocas semiabiertas de quien no le habían escuchado nunca: «Una democracia auténtica debería instaurar la pena de muerte», dijo, mientras desde una esquina una señora, que sí lo conocía, le apuntó: «Eutanasia procesal.» «Sí, no me gusta denominarla pena de muerte», añadió Gustavo Bueno.

Le pidieron que se explicara. «Es una atención que la sociedad tendría con el criminal horrendo que no se atreve a suicidarse, y entonces la sociedad le acompaña. Por caridad.»

Sonó el segundo aviso, porque el tiempo pasaba y ya llegaba tarde a la siguiente cita, pero admitió la última pregunta: «¿Se puede mejorar la democracia?», quiso saber una periodista. «El libro no habla de eso», contestó Bueno.

«Pero tendrá usted una opinión», insistió la periodista. «Mi opinión es irrelevante. Y ahora, en virtud de la libertad democrática, que cada uno piense lo que quiera.»
El catedrático de Filosofía aseguró que su propósito era «destruir y triturar todos los lugares comunes, conceptos manidos e ideas preconcebidas sobre las que se sustenta la democracia». «Tenemos que volver a repensar la democracia, pues nada de lo nos aseguran que es coincide con lo que es.» Enemistado con el gremio de pedagogos y de antropólogos -«a este paso me quedo solo», auguró- el autor de Telebasura y democracia admitió que su libro estaba lleno de contradicciones, pero «esas contradicciones no me señalan a mí sino a cada uno de los lectores».

Con un discurso desconcertante, el profesor Bueno criticó duramente los nacionalismos y la fragmentación de las competencias políticas. «Los nacionalismos restan fuerza a la democracia; la debilitan.» Tras bombardear dialécticamente a las autonomías y censurar los planteamientos socialistas de intentar descentralizar la justicia, acabó la rueda de prensa como Don Quijote ante los molinos de viento o como el rey Jorge III cuando corría en pijama por los pasillos de palacio para recibir a sus súbditos.

«¡El señor Ibarretxe -tronó Gustavo Bueno- es un sedicioso! ¡Por lo tanto, si en nuestro país hubiera pena de muerte y fuese un país con verdaderos principios democráticos tendríamos que hacerle un gran favor a este señor! ¿Qué favor? ¡Fusilarle!».

Para ser justos, a Ibarreche fusilarle, y a Bueno leerle.

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Francisco D.de Otazú

Panfleto contra la democracia realmente existente, editorial La esfera, Madrid 2004

 

Revista Arbil nº 79

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