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Revista Arbil nº 79

Divinidad y humanidad de la realeza española

por José L. Orella

La consideración que han tenido las dinastías reales en los pueblos ha supuesto la suerte de estos cuando la historia les ha vuelto la espalda

La familia imperial japonesa que tuvo que renunciar a su carácter divino en 1945 por imposición del ejército norteamericano. Es, todavía, en la actualidad, una dinastía fuera de lo corriente por la pervivencia de la religión nacional sintoísta, una de las principales del país. Esta religión adora, entre otras divinidades a la diosa solar Amaterasu y es tradición creer que los emperadores japoneses proceden en linea directa de esta divinidad.

Pero sin tener que recurrir a casos tan lejanos, la realeza francesa gozó en su tiempo de consideraciones cuasidivinas. Los Reyes galos tenían la especial consideración de gobernar a la primogénita de las naciones cristianas. El monarca francés podía remontarse a los carolingios quienes habían sido consagrados por el Papa León III como emperadores del Sacro Imperio Romano en la figura de su más ilustre miembro, Carlomagno en el 800. Los Capeto habían heredado esta tradición de ellos y desde entonces los sucesores fueron directos, tanto los Valois, Borbones y los Orleans.

Por esta razón, el rey galo era el Ungido del Señor, descendiente de San Luis, el Rey cruzado y santo por sus cualidades. Era el santo entre los santos, al que sus súbditos deben dirigirse como un padre. Si esto fuese poco, en el siglo XVI, surgen las teorías que legitiman el poder absolutista. Jean Bodin lo expreso bien claro en 1575: El Rey no tiene compañero en su poder absoluto. Este consideración especial del monarca francés al ser consagrado su antecesor por el Vicario de Cristo daba a su papel una función especial. El pueblo llano consideraba estas cosas como una "marca" especial y recurrían a su Rey para que les curase enfermedades al creer que el monarca tenía poderes taumatúrgicos y milagreros. Con una consideración tan especial, no es difícil creer que los revolucionarios franceses creyesen que se hacia totalmente necesario matar a la familia real para eliminar de raiz la tradición monárquica del país.

En un país, tan considerado en su civilización como Inglaterra, pasó lo mismo. Los Reyes de la dinastía Tudor eran unos monarcas considerados por sus virtudes de gobierno que elevaron a su nación a la categoría de potencia. Sin embargo, fue Jacobo I, el primer Estuardo, quien introdujo las ideas absolutistas en la monarquía inglesa. Como Jefe nacional de la iglesia anglicana, se consideraba que era un elegido por Dios, y, por esta razón, el único que podía pedirle explicaciones. Su hijo, Carlos I fue educado en similares ideas y la rebelión parlamentaria que capitaneó Cromwell llegó a la misma solución que llegaría la francesa. El nuevo sistema únicamente podía establecerse si el Ungido por el dedo de Dios era ejecutado, como sucedió.

En cambio, tras la Primera Guerra Mundial provocó la caída de varios tronos, entre ellos de tres imperios europeos. Dos de ellos fueron desterrados y uno asesinado, curiosamente, el que tenía una consideración cuasidivina y manejaba su poder como absoluto. En los primeros casos, el Kaiser alemán Guillermo II fue desterrado a Holanda y nadie de su familia fue atacado. Pero la elección de su abuelo como Emperador del II Reich en Versalles había sido por la astucia de Birmarck y era el primus inter pares entre los demas monarcas germanos. Además, la dinastía Hohenzollern tenía claro la fortuna de su origen, cuando en 1525, Alberto, Maestre de la Orden Teutónica se convirtió al luteranismo pasando a ser duque de Prusia. Y fueron reyes de Prusia en 1701, cuando el emperador Leopoldo II les dió la realeza por su ayuda contra el expansionismo de Luis XIV. Por tanto, nada de un origen mítico ni aureola de un poder suprahumano.

Por el contrario, el Zar de todas las Rusias, mandaba con un poder cuasi divino apoyado en el cesaropapismo de la Iglesia Ortodoxa. El control que los Romanov tenían de la Iglesia oficial heredera de la costumbre bizantina y la aplicación de métodos de gobierno asiáticos, procedentes de la dominación mongola, a un pueblo atrasado llevaron a considerar al monarca autócrata ruso como el "Padrecito". Del mismo modo, que el Rey francés la gente consideraba que el Zar tenía poderes taumatúrgico y que podía curarles sus calamidades físicas. La consagración del Zar se hacía por todo lo alto y en tiempo de guerra les daba su bendición, arrodillándose los soldados. En plena Guerra Civil, los bolcheviques creyeron que debían exterminar a todos los Romanov que encontrasen para evitar que el pueblo llano respaldase a los blancos en una cruzada zarista.

El caso español es muy diferente, por España han pasado numerosas dinastías y no han tenido esas consideraciones cuasidivinas. Las primeras familias reales cristianas españolas eran originarias de heroes míticos como don Pelayo e Iñigo Arista. Sin embargo, sus sucesores se extinguieron y en el caso de Castilla de forma cruenta con el drama de Montiel en 1369, cuando Enrique de Trastámara mató a su hermanastro Pedro I el Cruel. Los Trastámara fueron la dinastía reinante en Castilla que forjó el poderio de este reino y que al final se unió a través de Isabel con el reino aragonés. Que también tenía a los Trastámara como familia real. Cuando murió Martín el Humano, último descendiente de los condes de Barcelona y de Sancho el Mayor de Navarra, le sucedió por sentencia del Compromiso de Caspe, Fernando de Antequera, un Trastámara.

Pero quienes eran los Trastámara, su origen no tenía nada de mítico, ni de divino, fueron el fruto adulterino del Rey Alfonso XI y Leonor de Guzmán. Sus hijos, de origen bastardo fueron los que aliados a la fortuna consiguieron llegar a donde llegaron. Fernando, con el argumento de que su madre era nieta del rey Pedro IV el Ceremonioso fue candidato al trono aragonés y elegido en 1412. Su hermano Enrique tuvo después de vencer en una guerra civil al legítimo hijo de su padre, la ocasión de subir al trono castellano como Enrique I.

La causa de su subida al poder, mediante el asesinato, y el origen poco honroso de su familia les llevó a los Trastámara a legitimar su derecho al trono con un aumento del protocolo ceremonial en la Coronación real. Una de las consecuencias de que los reyes castellanos no fuesen considerados como sobrehumanos fue la farsa de Ávila en 1465 donde Enrique IV fue depuesto por la alta nobleza para poner a su hermanastro Alfonso XII, que murió al poco tiempo. Después el trono se le ofrecería a Isabel.

Con la extinción de los Trastámara en el infante Juan, hijo de los Reyes Católicos, subieron al trono español una nueva dinastía. Los Habsburgo, procedían de una pequeña localidad alsaciana y habían conseguido instaurarse en el Tirol un pequeño dominio y finalmente ser elegidos emperadores del Sacro Imperio Romano. Sin embargo, en España, un pueblo orgulloso por naturaleza, el origen extranjero de los nuevos monarcas fue contraproducente. Menéndez Pidal recoge el comentario de un escudero que dice: "Soy tan hidalgo como el Rey, y aún más, porque él es medio flamenco"

La Guerra de las Comunidades fue un ejemplo de lo que el pueblo castellano opinaba sobre la adopción de un Rey extranjero. El emperador Carlos o su hijo Felipe II, que son los monarcas más poderosos por antonomasia de la historia de nuestro país, no tuvieron una aureola especial fuera de su carácter humano. Una de las razones es que mientras en Francia triunfan pensadores como Bodin y Bossuet, en España fueron dominicos formados en el espíritu tomista y jesuitas obedientes al Papa y enemigos de un poder laico paralelo al papado, como había sucedido con los emperadores Hohenstaufen en el medievo. Bajo el reinado de Carlos I, se pusieron las bases del futuro Derecho Internacional de manos de Francisco de Vitoria. Este intelectual y sus discípulos restaron argumentos a los que pretendían reconocer unos poderes sin límites humanos a los monarcas.

Los Reyes españoles sufrieron por estar constreñidos por los poderes de los diferentes Consejos y parlamentos de sus reinos que les obligaba a pactar todas sus exigencias. Para colmo, un jesuita español, el P Mariana había escrito un libro en el cual se autorizaba el asesinato del Rey tirano por su pueblo, si este no cumplía con sus obligaciones morales con él. Ejemplo, que pronto fue utilizado para matar a dos reyes franceses, Enrique III de Valois y Enrique IV de Borbón.

Sin embargo, la decadencia española proporciona abundantes sátiras para poder mejorar el poder político. Aunque, en su mayor parte se orientan hacia los validos de los monarcas. Como ejemplo, Juan José de Austria, hijo natural de Felipe IV que fue blanco de numerosas sátiras, precisamente poniendo en colación su origen bastardo.

Con la llegada de una dinastía francesa, como los Borbones, se produce una adopción de gustos, contagiados por el país vecino. En la lucha de las ideas, los borbónicos acusaron a los austracistas de aliarse a herejes, por los holandeses e ingleses, mientras elogiaban a Felipe de Anjou de sus altas cualidades que le llevaban a poseer poderes taumatúrgicos

. Lógico en un Borbón, nieto de Luis XIV.

Con la llegada de la dinastía francesa se formó un partido nacional que criticó las posturas afrancesadas que se llevaron desde el poder en un sentido "modernizador". Con Carlos III, triunfó el regalismo ilustrado, y la pervivencia de algún pensador absolutista, defensor del origen divino del Rey, como Pérez Valiente fueron poco influyentes.

Habrá que esperar a la llegada de Fernando VII, el Deseado, quien instauró un período de poder absolutista influenciado en un momento de triunfo de la Santa Alianza. Pensadores galos como De Maistre y Bonald fueron de gran acogida en todos los países, entre ellos España. El carlismo, curiosamente se mantuvo fiel a la linea tradicional española y fue apartando de sí, las influencias del tradicionalismo fideísta francés que exaltaba el absolutismo monárquico. Las consecuencias fueron para los Borbones carlistas el destierro y para el duque de Berry, heredero del trono francés, el asesinato.

En la dinastía reinante, los sucesos humanos sirvieron para nivelar a la familia real al nivel de las demás. La regente María Cristina de las Dos Sicilias que tuvo ocho embarazos en público y los hijos en privado de su matrimonio secreto con el sargento Muñoz. La reina Isabel II con un matrimonio fracasado con su primo carnal, Francisco de Asís, tuvo numerosos amorios que tuvieron hechos escandalosos de gran trascendencia como el duelo entre el duque de Montpensier y el duque de Sevilla, Enrique de Borbón, cuñado de la reina y amante que murió en la acción. La vivencia separada del matrimonio probó la imposibilidad de la paternidad del Rey consorte sobre el heredero del trono. El derrocamiento de Isabel II se formalizó con su destierro, no era ningún símbolo mítico, que fuese necesario matar, sino una mujer licenciosa de alta clase como el P. Coloma escribiría en Pequeñeces sobre la historia de una familia burguesa.

El pronunciamiento de Sagunto trajo de nuevo a la monarquía borbónica a España. El hijo de Isabel II, fue proclamado como Alfonso XII, aunque fuese hijo del capitan Puig Molto. Cuando entró en Madrid entre el entusiasmo de la gente, el joven monarca preguntó a un mozalbete el porque de su alegría y éste le contestó que no era nada comparando a cuando echaron a su madre. Para darle una popularidad de la que carecía, su matrimonio con la sevillana María de las Mercedes Orleans ayudó sobre manera a traerle el calor del pueblo.

Su hijo postumo, Alfonso XIII heredó una cierta simpatía popular por su gracejo, pero su actividad en política apoyando a unos y denegando a otros, y principalmente su identificación como cabeza del ejército le hizo ser parte del juego político restauracionista y no estar por encima de las circunstancias. Cuando el sistema se agotó y la dictadura no dio para más, la monarquía estaba herida de muerte y Alfonso XIII, del mismo modo, que su abuela fue desterrado de territorio español, sin necesidad de fusilarlo como a había ocurrido a Maximiliano de Habsburgo en México.

El conde de Barcelona que fue la alternativa más viable que encontraron los monárquicos alfonsinos para reemplazar a un Alfonso XIII quemado políticamente, se encontró con la oposición de elementos populares y castizos españoles por su sangre inglesa, rememorando a los tiempos del flamenco Carlos. Aunque más problemas tuvieron los carlistas con el francés Carlos Hugo, sin embargo, estos utilizaron de forma sobresaliente la imagen popular con la operación del Rey-minero. En España siempre era más rentable ser popular que divino. A modo semejante a como el pueblo español se ha comportado con la Iglesia. Los españoles siempre han ido detrás o con la vela o con el palo.

En definitiva la familia real española con unos orígenes claros no tenía un nacimiento mítico como el sol y tampoco sus reyes habían sido consagrados herederos del Imperio Romano como Carlomagno. Su condición de primus inter pares les daba una debilidad y su fuerza, porque no podían mirar con esa altura que los reyes autocráticos lo hacen, pero gozaban de una humanidad que les acercaba más al pueblo, siendo por ello queridos hasta la muerte, pero también, a nivel de exigencia blanco de sus iras cuando las cosas no iban como querían.

El caso más contradictorio quiza sea el de la dinastía carlista, baluarte en teoría de los valores tradicionales y absolutistas. Por el contrario, sus pretendientes gozaron del amor de su gente. Su persecución y exilio les hacía, por las circunstancias, cercanos y queridos a sus seguidores, eran los únicos que podían verles y abrazarles cuando pasaban la frontera por la guerra y vivían las dificultades del terreno con ellos. Pero también, su autoridad era discutida, como lo fue la del más carismático de los reyes carlistas, Carlos VII por los seguidores de Ramón Nocedal que fundarían el integrismo.

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José L. Orella

 

Revista Arbil nº 79

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