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Revista Arbil nº 79

El verdadero autor de los atentados

por Manuel Mª Bru Alonso

Se trata de buscar no las causas segundas, sino la causa primera. No los autores materiales, sino el principal inductor de estos hechos. Un ser que cuyo reconocimiento es extraño a la cultura burguesa insensible, pero no tanto a los submundos de la marginación, la violencia y la riqueza causante de la pobreza. Un ser que esta en el fondo, y por tanto, ciertamente, en el fundamento del mal. Es el mismo autor, sin ir más lejos, de todas las matanzas del pasado siglo XX, el siglo más homicida de la historia

El terror volvió a asomar sus más criminales garras en el pueblo llano, sencillo, inocente, que el jueves 11 de marzo iba temprano a trabajar en Madrid. La pregunta sobre la autoría material de los atentados, que condicionó la convulsión social de este hecho a tres días de las elecciones generales, nos debe llevar, pasados los días, a una reflexión más honda sobre el último eslabón de esta autoría, una reflexión para la que la fe y la esperanza cristianas tiene una respuesta.

Desgraciadamente, junto a la indignación general ante un acontecimiento tan horrendo, se produjo cuando aún estaban los doscientos cuerpos de las primeras víctimas mortales sin enterrar, un movimiento de protesta contra el legítimo gobierno del momento con claros intereses electoralistas, cuya añadida perversión contribuyo seguramente al resultado de las elecciones generales.

Este movimiento pretendía conducir la indignación general a la respuesta de una pregunta que en los primeros momentos era harto difícil de contestar, la de la autoría de los atentados. Pero, al margen de las mezquinas utilizaciones políticas en los tres días que distaron entre los atentados y las elecciones, la pretensión de encontrar un alivio o una respuesta a lo sucedido en el cuanto antes descubrimiento de los autores es una constante que se repite en algunos ámbitos políticos y periodísticos, que es o ingenuo, o evasivo, pero esencialmente irrelevante. No ahorró jamás ni una sola lagrima a los familiares de las víctimas del terror saber cuanto antes quienes han sido los criminales, porque este descubrimiento no les ha devuelto jamás la vida a los muertos.

Sin embargo, a todos nos conviene reconocer algo que, en la cultura laicista en la que nos movemos viene a ser como una referencia extraña, cuando no fundamentalista. Se trata de buscar no las causas segundas, sino la causa primera. No los autores materiales, sino el principal inductor de estos hechos. Un ser que cuyo reconocimiento es extraño a la cultura burguesa insensible, pero no tanto a los submundos de la marginación, la violencia y la riqueza causante de la pobreza. Un ser que esta en el fondo, y por tanto, ciertamente, en el fundamento del mal. Es el mismo autor, sin ir más lejos, de todas las matanzas del pasado siglo XX, el siglo más homicida de la historia, y también de que todos creamos que ha sido el siglo, en cambio, del mayor progreso de la historia.

Me refiero al maligno. Cuando los asesinos actúan así, tan indiscriminadamente, tan brutalmente, tan inhumanamente, tan sangrientamente, y tan perversamente, nos ofrecen la imagen más perfecta del maligno, su misma mirada, su mismo odio, a todo y a todos, a la humanidad misma.

Sólo los endemoniados o los que, sin estar endemoniados, aún peor, lucida y libremente, son los más miserables secuaces del maligno, y los más feroces ejecutores de sus planes, son capaces de hacer algo así.

Es el maligno el que se sirve de toda idolatría y de toda perversa ideología para ofuscar a algunos seres indignos del apelativo de humanos y sembrar de este modo el terror, la masacre, y la muerte.

La mirada insultante de quienes aún no han condenado este atentado, los que en las cárceles y en las guaridas de lobos donde se esconden los terroristas han celebrado esta masacre, es la misma que aparece en el rostro del maligno que en la Pasión de Cristo disfruta con el dolor de Jesús, porque en esa mirada, como se insinúa magistralmente en la película de Mel Gibson, se vislumbran todas las atrocidades, todos los atentados, todos los horrendos e indiscriminados atentados terroristas de la historia, incluido, en sus primeros planos, este último cometido en la capital de España.

Este reconocimiento no nos debe llevar a otro tipo de evasión, como si se tratase de un autor invencible que acrecienta nuestro miedo hasta el punto de paralizarnos. Todo lo contrario. Nos permite encararlo, señalarlo, y vencerlo. "Esta escrito, sólo a tu Dios adorarás". En nombre del Señor, el maligno tiene los días contados, aunque esta cuenta sea larga y aunque siga dando sus brutales zarpazos, propios de un monstruo que sigue coleteando aunque ya haya sido vencido. El bien ya ha triunfado sobre el mal, porque Cristo Jesús ha vencido para siempre al maligno.

La primera prueba de ello esta en la mirada de los miles de madrileños que se han unido en la ayuda concreta en los lugares de los atentados y en los hospitales, en el consuelo a las víctimas, en la donación de su sangre, en la oración en las iglesias, en la manifestación en las calles, porque esta es sin duda expresión de la mirada de Cristo, que sobre sus hombros carga con el dolor de todas las víctimas, carga con el clamor de todos los hombres que han mirado a lo alto para pedir paz, para suplicar que no sea jamás posible que Caín siga atentando así contra Abel.

La Iglesia española, junto a toda la sociedad española, esta consternada. Pero su mensaje es una llamada a la oración y a la esperanza, y una llamada también a la unidad, a la unidad de todos en la firmeza, en el uso de la fuerza de la ley, en el fin de todos los grupos terroristas, y en desenmascarar a todos sus cómplices.

Una llamada a estar atentos y preparados para resistir las fuerzas del maligno, que actúa con el terror pero también con la desunión entre los atemorizados. Una llamada a replantear el modo de entender la vida desde las relaciones personales a las sociales y políticas, un rearme espiritual, basado en el único fundamento que puede explicar que la desolación no tiene la última palabra.

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Manuel Mª Bru Alonso

 

Revista Arbil nº 79

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