Arbil cede expresamente el permiso de reproducción bajo premisas de buena fe y buen fin
Revista Arbil nº 79

Religión parlamentaria: Comercio cultural y sepelio de Dios

por Pere Montagut

A la vista de la inauguración y contenidos del Forum universal de las culturas se abre ante nosotros una nueva ocasión para poner en evidencia la relación intrínseca que existe entre vida cultural y fenómeno religioso. Esta relación -que ha merecido la atención doctrinal, teológica y pastoral de la Iglesia a lo largo de siglos- sigue sin encontrar otra expresión que la que puede ofrecer el parlamento de las religiones reunido en ocasión del Forum también en Barcelona. Más allá de los detractores o mecenas del evento, se impone una seria reflexión tanto sobre las grietas que, desde nuestra perspectiva, presenta el concepto de lo "cultural" empleado en el Forum como sobre la oportunidad de una institución con capacidad de reunir a "líderes" religiosos de todo el mundo desde una defendida paridad. Si el goce del encuentro entre las gentes se basta a sí mismo y la comunión de los creyentes se basa simplemente en la superación de conflictos humanos, el comercio cultural y el sepelio de Dios están servidos

Toda cultura, en cualquiera de sus formas, conserva una raíz inextricable de carácter religioso. Es esta una tesis recurrente en diversos autores: en el nacimiento, desarrollo y ocaso de las culturas existe una calidad de vida, tanto de la persona como del grupo humano, en relación directa con el alma secreta que es la religión. Calidad de vida o civilización que avanza o decae cuando progresa o declina la forma religiosa que la animaba

Mientras caducan las formas, tanto religiosas como de civilización, la religión, en cambio, es el único movimiento hacia el absoluto, un dato permanente en la historia del hombre. En realidad, si la cultura se refiere a unos valores y si éstos exigen un valor que los valore, un absoluto, entonces se produce una forma de actuar, de pensar, de ser más humano, en definitiva, una cultura más elevada. En esta línea, el factor de la espiritualidad -superando su sentido vago- es radicación en el valor absoluto como base de todos los demás y se traduce en identidad antropológica, potenciación de una ética personal, familiar y social. Es la expresión del hombre en su ser pluridimensional confirmada por el patrimonio artístico o literario de inspiración religiosa y por las más variadas temáticas de carácter explícitamente sacro.

Una civilización como intercultural humano se pregunta por los significados radicales de la existencia. Sobre esta pista Paul Tillich afirma que "la religión, como preocupación última, es la sustancia que confiere significado a la cultura y la cultura, como totalidad de las formas, expresa el interés fundamental de la religión". Sustancia pues, que en todo tiempo y en cualquier estadio social, es la fuerza central capaz de unificar la cultura. Para comprender las estructuras íntimas de una sociedad, para asimilar sus conquistas culturales hay que conocer bien sus creencias, su religión. Y entonces vemos como ésta es garante de la tradición, protección de la ley moral, educadora y maestra, llave de la historia.

Si todo diálogo ha de ser fiel a la estructura constitutiva del lenguaje humano, el punto de partida no puede ser otro que la situación del hombre con sus intereses penúltimos y últimos, valores y significados marcados por su tendencia hacia el absoluto. Así, la pasión por el hombre coincide con lo divino presente en toda su realidad. Esta puede ser la auténtica base sobre la que presentar el diálogo entre religiones y culturas incluso en aquellas marcadas por el ateismo contemporáneo.

Pero he aquí un salto cualitativo: mientras las religiones animan las culturas particulares, el acontecimiento cristiano es el único verdaderamente universal capaz de hacerse en y con toda cultura. Colocando al hombre de todas las culturas por encima de todo, más allá de fronteras y barreras culturales, el privilegio cristiano sucede marcado por su antropocentrismo y su universalidad como mensaje y compromiso.

Óptica espiritual de la cultura

El Concilio Vaticano II, en su declaración sobre la libertad religiosa, da un paso más: "Todos los hombres, conforme a su dignidad, por ser personas (.) se ven impulsados, por su misma naturaleza, a buscar la verdad y, además, tienen la obligación moral de hacerlo, sobre todo la verdad religiosa". La verdad debe buscarse a través de la ayuda mutua del diálogo mediante el cual unos exponen a otros la verdad que han encontrado o piensan haber encontrado y una vez conocida la verdad "hay que adherirse a ella firmemente con el asentimiento personal" (Dignitatis humanae nn.2 y 3). Una verdad que se ha manifestado y que la constitución dogmática sobre la Iglesia presenta de modo que "todos los hombres están invitados al Pueblo de Dios" pues Aquel que creó una única naturaleza humana envió a su Hijo "como Cabeza del pueblo nuevo y universal de los hijos de Dios". Un Pueblo que no quita nada a ningún pueblo sino que "favorece y asume las cualidades, las riquezas y las costumbres de los pueblos en la medida que son buenas, y al asumirlas, las purifica, las desarrolla y las enaltece" (Lumen gentium n.13).

Desde esta perspectiva conciliar podemos deducir los rasgos distintivos de la Iglesia católica: reúne eficazmente a la humanidad entera con todos sus valores, de todas las naciones toma sus ciudadanos, la fuerza de su unidad reside en el compartir mutuo y la búsqueda de plenitud, de forma que no sólo reúne personas sino que integra en si misma una diversidad. De este modo, como pueblo uno y único, la Iglesia aparece como comunidad de amor que prefigura y promueve la paz universal. La presencia de esta comunidad como único rebaño de Dios, signo levantado entre las naciones que comunica el evangelio de la paz a todo el género humano, crea cultura y armoniza la sociedad fraterna entre los hombres.

Al designio universal de Dios le corresponde el carácter de universalidad que distingue a su pueblo. Por ello, la doctrina conciliar no olvida que la búsqueda de Dios, ya sea en el secreto de la mentalidad humana como a través de iniciativas religiosas, necesita ser iluminada y saneada, y hasta, a veces, reconocida como preparación pedagógica o evangélica hacia el verdadero Dios. Todo recibe una nueva comprensión a partir de que "Dios (.) decidió entrar en la historia de los hombres de un modo nuevo y definitivo enviando a su Hijo" (Ad gentes divinitus n.3).

¿Cultura cristiana?

La misma Iglesia, pues, crea una cultura de la comunicación universal, un fenómeno cultural que tiene su punto de partida en la verdad antropológica del hombre, ser religioso, creado a imagen de las Tres Personas divinas, es decir, del amor recíproco. Este es uno de los sugerentes planteamientos de M.I.Rupnik en sus recientes estudios sobre el tema: "La cultura nace como fruto del éxtasis del yo, es decir, del reconocimiento del otro, su valor fundante está constituido por esta apertura de amor que, incesantemente, busca al otro para comunicar con él". Y en esta cultura del reconocimiento y de la comunicación, a través del dinamismo del amor, hay que constatar un movimiento parecido al que sucede en el interior de las religiones en relación al misterio de la Encarnación del Hijo de Dios y la misión de la Iglesia.

Una cultura goza de buena salud cuando se sostiene gracias a la comunión, a la relación viva y a la comunicación entre las personas a través de valores y significados. Pero también puede degenerar formando en su interior un tejido cultural esclerótico. Entonces, paralizado el impulso del amor, cada grupo cultural con su elaboración propia se convierte en un espacio de autoafirmación y un motivo de separación. Aunque se intente presentar como verdadero valor cultural el reconocimiento del otro, en realidad, las personas no están culturalmente vivas porque son incapaces de renunciar a la propia mentalidad y a todo lo que ya no es útil para la comunicación, el reconocimiento y la comunión.

El mérito del profesor Rupnik estriba en haber rescatado la aportación más genuina de la llamada "cultura cristiana". Su característica fundamental pasa por el "martirio cultural" capaz de mantener dos dimensiones inseparables. Por una parte, "el reconocimiento de otras culturas y la capacidad de creer en la resurrección de aquello a lo que se muere". Lejos de la tentación fundamentalista o de la satisfacción secularizadora "el amor es el único que convence al intelecto y a la voluntad del hombre de que todo aquello a lo que se renuncia a causa del amor no muere, sino que se salva". Por otra, la verdad misma de Dios trinidad, que es la libre adhesión y el reconocimiento del otro, supone para la persona y el bautizado la imagen fundante de la cultura de la pascua a la que pertenece. En ella, "las diferentes realidades pueden subsistir sin contraponerse, pueden dialogar sin combatirse, pueden crear sinérgicamente sin destruirse mutuamente". Es esta una realidad espiritual pero a la vez muy visible que un Forum universal de las culturas no tendría que olvidar como oportunidad para reflexionar sobre esta evidente riqueza y claro riesgo.

La Verdad se hace camino

A menudo, la convicción de que el misterio de la Verdad es inaccesible no pretende tanto salvaguardar la alteridad de Dios como poner de manifiesto la imposibilidad humana de conocer a Dios tal como él es. Desde los mismos comienzos de la pretensión cristiana el mundo pagano ha defendido interesadamente un pluralismo mediante el cual procurar su supervivencia. Afirmando que todos los caminos e intentos de llegar a Dios son igualmente válidos y respetables, el relativismo religioso encontró su justificación. En cambio, lo acontecido en la Encarnación del Hijo de Dios ha supuesto que aquel que en cuanto Dios es la Verdad y la Vida, ahora, en cuanto hombre, es también el Camino. ¿El único camino? "Si la verdad se basta a sí misma -observa R. Cantalamessa- ya no es verdad que no basta un único camino y que todos los caminos son válidos (.) entorno a esta certeza se ha construido la conciencia cristiana y se desarrolló a lo largo de los siglos la misión cristiana".

La certeza de que Jesús es el único camino, total y definitivo, para llegar a Dios presenta implicaciones de orden práctico, cultural y teológico. Es un hecho que numerosos cristianos de nuestro occidente conviven sin excesivos problemas en medio de diversas corrientes sincretistas en las que se ofrece un credo religioso alternativo y autónomo. Y es también un dato cultural evidente el actual interés con el que se buscan puntos de convergencia más allá de los grandes dogmas cristianos, es decir, una síntesis más amplia y comprensiva que la idea bíblica de salvación. Junto a la crisis que ya no percibe sólo en Cristo la plenitud de la divinidad, el único mediador entre Dios y los hombres, emerge cada vez con más fuerza el equívoco teológico que coloca la capacidad y el éxito del diálogo interreligioso en estricta dependencia con el momento de la profesión de fe intraeclesial. Del necesario respeto a los tiempos que Dios se ha tomado en su revelación se pasa al relativismo religioso y, de éste, a la apostasía.

Los caminos humanos -las religiones- preparan el designio divino "que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" que es Cristo (cf. 1Tm 2,4). Si podemos ser salvos y estar con Dios no es gracias a ninguna obra o conocimiento sino por los méritos de Cristo que murió por todos (cf. 2Co 5,14). La cercanía y familiaridad de los cristianos con las diversas tradiciones religiosas descubre, con gozo y respeto, que Cristo es la secreta esperanza que se eleva desde los que creen y están en camino, desde el interior de todos los pueblos.

Tolerancia indiferente

Pero hablar o no hablar de Dios es hoy improductivo. Este parece ser el mensaje de los programadores del actual comercio de lo cultural. En el contexto de la globalización económica y social, la cultura ya no es expresión del ser del hombre o de los grupos humanos sino que pretende la uniformidad de la mentalidad. Como un elemento más de producción económica, se aprecia todo lo popular, ritual y exótico vendido como folklore en la carrera del mercado mundial. En este sentido, las tradiciones culturales cristianas, no desaparecen pero carecen de su fuerza y originalidad. Como consecuencia, la inserción cristiana en la realidad y las actitudes morales que la acompañan son catalogadas como formas retrógradas de sociedad.

La tolerancia que generan estas "relaciones culturales" ya no es el respeto dialogante ni el intercambio mutuo. A juicio del cardenal Paul Poupard estamos ante "la indiferencia desenfadada del otro. El desprecio pasivo de cualquier verdad que trascienda el campo de lo subjetivo, en una palabra: la desilusión viviente del sueño de la objetividad".En el campo de lo "tolerable" entendido como "soportable", se cultiva "la absoluta subjetividad hermética de cada individuo" desde la que es prácticamente imposible salir al encuentro del otro y ver en él un signo de complementariedad.

Si el único horizonte creíble de la realización humana es la felicidad como autosuficiencia y bienestar individual, todo aquello que suponga una identidad y una pertenencia se vuelve rareza. La indiferencia a todo lo que implique salir al encuentro del otro está latente en toda vivencia colectiva que sólo tendrá valor en la medida en que todos "sientan" lo mismo. La revelación de la fe y su dimensión histórica queda suplantada por el sentimiento religioso, los momentos mágicos, emotivos y fuertes. De este modo, se niega la diferencia entre creer y no creer y se acusa de ilusos o autoritarios a los que viven en el mundo el impacto novedoso de Dios Trinidad, signo de la mutua donación en la acogida del otro. Desde estas contradicciones ¿cómo discernir en las expresiones culturales y anticulturales de la sociedad el movimiento de plenitud sembrado por Dios en el hombre?

Dios ha actuado y ha hablado realmente. Ha habido una revelación, una irrupción en la realidad y no sólo una serie de experiencias religiosas subjetivas. Ante este hecho, la decisión por Dios es un camino de fe que concede a la razón su dignidad y amplitud hasta el punto de ser también un camino intelectual. Desde que Dios ha dado noticia de si mismo la diferencia entre lo que ha dicho el Hijo de Dios y lo que las grandes experiencias religiosas han visto de El abre un abismo entre El y los iluminados, el camino y las partes del camino, la verdad y lo contradictorio, la cercanía y lo lejano.

Recientemente, diversos dicasterios de la Santa Sede han desenmascarado a la Nueva Era como tendencia cultural. Quiere ser esta una espiritualidad alternativa para satisfacer las grandes aspiraciones espirituales subrayando el final de las religiones particulares. Se trata de una nueva conciencia espiritual interesada por la religión no a nivel doctrinal sino para tomar de ella la experiencia personal interior de forma exaltada. Estamos, pues, ante una espiritualidad global que pretende incorporar todas las tradiciones religiosas existentes fascinada como está por formar una fraternidad universal sin distinción de razas o credos.

En un contexto así, el cristianismo, es denunciado como un "fanatismo irracional" empecinado en el diálogo que respeta la diversidad pero sin diluir las distinciones. Es la mayor amenaza de cara a una religión universal sostenida por una ética global capaz de unir a toda la humanidad. Lo cristiano no será, por tanto, una alternativa aceptable. Sólo ante él, la "tolerancia indiferente" no es neutral sino neutralizadora.

Es un dato incontestable que la prehistoria del cristianismo no se encuentra en las religiones del mundo -aunque tenga con ellas conexiones claras- sino en el proceso de la razón crítica contra las religiones, en la razón progresiva donde el hombre rompe con costumbres y tradiciones encaminándose hacia la comprensión del mundo y de lo divino por la fuerza de la razón.

Ser cristiano: una llamativa arrogancia.

Para captar la singularidad cristiana, el cardenal J. Ratzinger no ha escatimado argumentos sobre este desafío en el que pocos consiguen entrar con competencia. En una época en la que el rigor científico prohíbe que Dios intervenga en el mundo, "la fe cristiana se caracteriza por relacionar de una manera completamente nueva la razón y la religión para orientar al hombre hacia la verdad".

La "arrogancia" cristiana no renuncia al conocimiento de la verdad, no se ha resignado a una búsqueda sin meta que no busca realmente. Otra cosa es no querer hallar la verdad, despreciar a Dios y degradar al hombre condenándolo a caminar ciego y palpando eternamente en la oscuridad. La verdad supone aceptación humilde, es un riesgo, una responsabilidad, un servicio. Encontrar la verdad no violenta a nadie, no destruye identidades ni destroza culturas. La verdad vence desde dentro la arrogancia porque no tiene otra arma que ella misma.

Afirmar tranquilamente que cada cual debe vivir en la religión que le ha tocado ya que todas son, a su manera, caminos de salvación significa encasillar la religión en una mera costumbre, en la experiencia subjetiva, en lo ritual. Una religión así se aparta de la verdad, no conduce a la auténtica comunicación de las cuestiones humanas, impide la apertura del hombre que, anclado en sus tradiciones, se separa de los demás. La aparición de la fe cristiana y de la misma Iglesia de los paganos fue posible porque en Israel había buscadores insatisfechos con las costumbres corrientes, había personas que esperaban.

La estrella de Jesús como verdadero redentor del mundo, salvador único y universal "de ninguna manera supone un desprecio de las demás religiones, pero si se contrapone decididamente a resignarse a la incapacidad de poder percibir la verdad y a admitir la cómoda estadística del dejarlo todo igual que estaba". La esencia de la fe cristiana, pues, no pertenece ni a la historia de las religiones ni se identifica sin más con la historia de la crítica de las religiones. La verdad purifica y une, no destruye.

El magisterio eclesiástico conciliar y posconciliar ya subrayó que en las diversas religiones existen elementos de verdad, aspectos buenos y verdaderos no sólo en los corazones de los hombres sino en sus ritos y costumbres aunque contengan también lagunas, insuficiencias y errores. El Concilio Vaticano II, pues, contempla la unidad del género humano, su origen común, y no rechaza nada de lo verdadero y santo que se encuentra en las religiones. Pero la existencia misma de estas son un reto para la Iglesia: la estimulan a reconocer como Dios llama a todos los pueblos para comunicarles la plenitud de su revelación y de su amor en Cristo; la mueven a anunciar la plenitud de la vida religiosa y la definitiva reconciliación con Dios (Nostra aetate, n.2; Redemptoris missio, n.55).

Pero fue la Comisión Teológica Internacional que en un documento publicado en 1996 aportó una amplia síntesis sobre el cristianismo y las religiones. La teología de las religiones, el diálogo interreligioso y una teología cristiana de las religiones son consideradas desde el corazón de la cultura como instancia de sentido último y fuerza estructuradora fundamental. Un diálogo interreligioso, en el que la Iglesia católica está comprometida, que parte de la verdad de la fe cristiana fundamentada en el conocimiento natural de Dios y la confianza en la acción universal del Espíritu.

No es nuevo que en este diálogo se resalten tanto los aspectos que las religiones tienen en común como las diferencias igualmente fundamentales. En cambio, la creciente interrelación de las culturas en el contexto mundial y su compenetración en los medios de comunicación ha colocado la cuestión de la verdad de las religiones en el centro del diálogo: "El interés por la verdad del otro comparte con el amor el presupuesto estructural de la estima por uno mismo. La base de toda comunicación, también del diálogo entre las religiones, es el reconocimiento de la exigencia de la verdad". El documento citado añade que mientras las religiones hablan de Dios, en su lugar o en su nombre, la novedad cristiana deja que Dios hable con su Palabra y esta forma de hablar "da al hombre la posibilidad de ser persona en sentido propio, junto con la comunión con Dios y con todos los hombres (.) sólo la fe cristiana vive del Dios uno y trino; del fondo de su cultura ha brotado la diferenciación social que caracteriza la modernidad". Sacrificar la cuestión de la verdad es incompatible con la visión cristiana. Verdad de Jesucristo que, con sus claras exigencias, no puede nunca imponerse sin el riesgo de provocar oposición al Evangelio del Padre y a la dignidad del hombre de la que este habla.

Diálogo y sentido de Dios

El concepto general de "religión", formado sólo a lo largo de la edad moderna, no deja de ser problemático al incluir los fenómenos más dispares como puede ser la Nueva Era, y entre otros, también el cristianismo. Por esta razón, es urgente presentar en términos culturales modernos el fruto de la herencia espiritual, intelectual y moral del catolicismo.

Es una convicción secular de la Iglesia que la auténtica libertad no existe sin la verdad. Si una sociedad no trata de alcanzarla se debilita el ejercicio auténtico de la libertad. El derecho a la libertad de conciencia y a la libertad religiosa se basa en la dignidad ontológica de la persona humana y no en la inexistente igualdad entre religiones y sistemas culturales. El supuesto hecho de que todas las religiones y todas las doctrinas, incluso erróneas, tendrían igual valor va en detrimento de la dignidad de la persona humana que no ha de ser sometida a contradicciones externas que pueden oprimir la conciencia en la búsqueda de la verdadera religión y en la adhesión a ella (Lumen gentium, n.16; Ad gentes, n.11; Dominus Iesus, n.2/8/21).

A pesar de los esfuerzos por extirpar el fenómeno religioso del tejido cultural humano, persiste la importancia del hecho religioso como factor de encuentro entre personas y culturas. Es un diálogo a partir de las necesidades humanas, del sentido de la vida y de la acción común en favor de la paz y la justicia. Fomentar la violencia contradice la misma inspiración religiosa y ofende a Dios "principal antídoto contra la violencia y los conflictos" aseguró Juan Pablo II en Asís. Por ello, el diálogo interreligioso es connatural a la vocación cristiana y parte integrante de la misión de la Iglesia. Cuando la comunicación y la interdependencia entre las diversas culturas tienen hoy una mayor conciencia de la pluralidad de religiones del planeta, únicamente el diálogo, y no la ficción de una "religión parlamentaria", supone un progreso en el verdadero sentido de Dios y del hombre.

El diálogo conduce al discernimiento, plantea la posibilidad de una acción divina en la historia y profundiza sobre los términos de una relación: un Dios a imagen del hombre o un hombre a imagen de Dios. Diálogo significa aportar el peso de la condición humana en relación interpersonal de cada uno con el Dios vivo. Precisamente, la común condición humana creada a imagen de Dios y la búsqueda de la salvación presente en todas las religiones, es lo que coloca a todos los implicados en el diálogo en verdadera paridad mucho más que todos los discursos religiosos puramente humanos.

La novedad sigue siendo, veinte siglos después, aceptar la pedagogía divina por la que Dios no puede ser mejor conocido cuando él mismo ha tomado la iniciativa de revelarse. No ignoramos que algunas tendencias culturales tratan de orientar los comportamientos de las futuras generaciones hacia el relativismo cultural decadente y falto de razón. Tendencias en las que toda identidad cultural es transitoria como si todas las concepciones de la vida fueran igualmente verdaderas y tuvieran igual valor. La pluralidad y la diversidad cultural nunca pueden justificar una legítima pluralidad de opiniones sin necesidad de fundamentos verdaderos y sólidos.

El respeto de la conciencia individual no consiste necesariamente en abdicar del servicio desinteresado a la verdad sobre el hombre y sobre Dios. Asistir impasibles -ha alertado recientemente Juan Pablo II al cuerpo diplomático- a la marginalización del Cristianismo "no favorecería ciertamente el futuro de proyecto alguno de sociedad ni la concordia entre los pueblos, sino que pondría más bien en peligro los mismos fundamentos espirituales y culturales de la civilización". Tomen nota aquellos organizadores de encuentros interculturales e interreligiosos que insisten en prescindir de la historia y del presente de la Iglesia experta en entrar en contacto con nuevas culturas y, por tanto, experta en humanidad. En medio de la feria mundial de las propuestas culturales y religiosas, la Iglesia no sólo muestra a Cristo sino que sigue comprometida con El en transmitir el significado universal de su identidad y el deseo de conocer toda la verdad.

·- ·-· -··· ·· ·-·
Pere Montagut
 

Revista Arbil nº 79

La página arbil.org quiere ser un instrumento para el servicio de la dignidad del hombre fruto de su transcendencia y filiación divina

"ARBIL, Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el Foro Arbil

El contenido de estos artículos no necesariamente coincide siempre con la línea editorial de la publicación y las posiciones del Foro ARBIL

La reproducción total o parcial de estos documentos esta a disposición del público siempre bajo los criterios de buena fe, gratuidad y citando su origen.

Foro Arbil

Inscrita en el Registro Nacional de Asociaciones. N.I.F. G-47042924
Apdo.de Correos 990
50080 Zaragoza (España)

ISSN: 1697-1388


El alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho a la vulgaridad y lo impone dondequiera
(Ortega OC IV 148)