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Revista Arbil nº 79

Respuesta ciudadana versus respuesta ejecutiva, legislativa y judicial

por Jesús Terreros Andreu

No vamos a calificar vanamente este suceso porque para calificaciones vanas ya están los políticos pero sí que conviene matizar que a pesar de lo que todos hemos sentido, debemos tener presente que lo más grave y principal no son nuestra angustia personal de espectadores solidarios ni tampoco los efectos concomitantes (electorales, desestabilizadores del sistema y amedrentadores de la población), hay que insistir en que la pena y el llanto no es por la democracia ni por los sentimientos personales de los que vemos la televisión o leemos la prensa, sino por el brutal desgarro físico y moral se ha producido en la pierna de Javier, en los brazos de María, en la vida exultante de Alfredo, de Antonio, de Teresa... personas físicas

Ya ha pasado casi un mes desde la masacre de Madrid y parece más sensato pronunciarse ahora que hemos contado hasta 100, ahora que la garganta se ha recuperado de su eventual obliteración y que los lacrimales han repuesto su contenido. El tiempo ayuda a infligir cierta violencia sobre el corazón, una acción necesaria para no sucumbir al sentimiento de odio mortal que a los cristianos no nos es propio albergar.

No vamos a calificar vanamente este suceso porque para calificaciones vanas ya están los políticos pero sí que conviene matizar que a pesar de lo que todos hemos sentido, debemos tener presente que lo más grave y principal no son nuestra angustia personal de espectadores solidarios ni tampoco los efectos concomitantes (electorales, desestabilizadores del sistema y amedrentadores de la población), hay que insistir en que la pena y el llanto no es por la democracia ni por los sentimientos personales de los que vemos la televisión o leemos la prensa, sino por el brutal desgarro físico y moral que se ha producido en la pierna de Javier, en los brazos de María, en la vida exultante de Alfredo, de Antonio, de Teresa... personas físicas con la dignidad de hijos de Dios. Lo que ya no podemos recuperar son las vidas, los estigmas de las víctimas, la armonía de las familias y, por otra parte, de poco nos vale a los creyentes abundar en este luctuoso y horrible suceso si no rezamos por ellos y no pedimos que se agrande con ellos nuestro corazón, nuestra capacidad de querer con un amor eficaz.

No obstante lo antedicho, sí que es cierto que ha sido un embate aleatorio y masivo contra todo el cuerpo social de nuestra nación interesando con deletérea virulencia en algunos de sus miembros abatidos con independencia de sus convicciones, que ni las sabemos ni nos interesan. El cuerpo social debe procurar ahora su legítima defensa exigiendo al legislador que rehabilite las penas más expeditivas y al ejecutivo que adopte todas las medidas preventivas respecto a los entornos socioculturales de las distintas facciones terroristas; todas las medidas que siendo justas sean eficaces.

Deberíamos censurar con dureza cada palabra gratuita del entorno político, cada palabra que no sugiera medidas eficaces y más aún ese estribillo que asocia las muertes a los nuevos mártires para la democracia. Los mártires dan testimonio de convicciones propias (que en este caso no conocemos) y responden voluntariamente a un estímulo hostil (respuesta voluntaria que en este caso no se da). El que quiera sacar de la vida de los inocentes réditos para el sistema, podría autoinmolarse. Estas personas han sido víctimas de la iniquidad de los asesinos e indirectamente de la incompetencia de los políticos, que no han conseguido la paz en casa y ha llevado la guerra al extranjero.

En esa línea de palabras huecas y de traslación de responsabilidad tenemos una recurrente demanda de respuesta ciudadana. Esos mismos políticos con capacidad para promulgar normas generales imperativas, que dirigen los Cuerpos y Fuerzas de seguridad del Estado y gozan por ello de prerrogativas para investigar, acorralar y desarticular bandas criminales, esos políticos con prerrogativas para conseguir el buen gobierno de la judicatura por cuanto eligen a los miembros del Consejo General del Poder Judicial, se dirigen a todos nosotros después de habernos involucrado en la negra cruzada del petróleo, después de haber abierto las puertas a culturas con ánimo de enquistarse en la sociedad y regalado solares para la construcción de mezquitas, después de haber comadreado durante tres décadas con el separatismo nacionalista (padre espiritual del terrorismo etarra), después de haber procurado o aplaudido la amnistía de los criminales (que antes del 78 mataban inocentes igual que ahora), después de haber prestado connivencia a la historia inventada del “Bosque de vascos” (Euz-kadi) repetida hasta la saciedad en unas ikastolas que envenenan a los niños y a los jóvenes con mentiras siniestras sobre su “Patria” y después de haber dispuesto los cauces de financiación de esa televisión autonómica que sirve de caja de resonancia para todo un cuerpo doctrinal de mensajes sectarios.

Ahora que la sangre de los españoles (sus electores) surca el suelo como un manantial de iniquidad y de vergüenza infamante, reclaman al ciudadano para que lo solucione todo y logre persuadir a los más abyectos criminales con la sola acción taumatúrgica de las manifestaciones, con la fuerza imparable de los saltos, los eslóganes y las manos blancas. Está muy claro que los que tienen que dar repuestas eficaces son el gobierno y las Cortes; una respuesta ciudadana que interpele directamente a los criminales no tiene sentido porque mientras discurrimos en manifestaciones multitudinarias, los líderes políticos capitalizan electoralmente la masacre por una parte y eluden su responsabilidad por otra anegando en ambos casos la esfera personal del individuo al instrumentalizar o estandarizar la fórmula de manifestación personal, al homologar el mensaje y su expresión formal y al procurar que toda la protesta contra el criminal (tan emotiva como ineficaz) se canalice por el conducto reglamentario o incluso pueda aprovecharles electoralmente.

Sean quienes sean “los de turno” a ver si cambian ya de una vez las leyes penales, a ver si el CNI se emplea en los frentes reales y no en ámbitos inocuos y estrictamente políticos y a ver si de paso nos vacunamos contra esa fiebre americana de la receptación económica con políticas imperialistas en el ámbito internacional.

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Jesús Terreros Andreu

 

Revista Arbil nº 79

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