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Revista Arbil nº 80

Árabes cristianos, los grandes olvidados

por José Luis Orella

Los acontecimientos internacionales traen a nuestras pantallas lugares históricos donde padecen los árabes cristianos. Aquellos que descienden de los primeros que recibieron la Fe del Señor. Sin embargo, enclavados en un mundo de mayoría islámica y un occidente secularizado que mira por sus intereses energéticos, los cristianos del próximo oriente se han convertido en los grandes olvidados. En un mundo de la información, donde el olvidado se convierte en sinónimo de víctima de la mayoría.

En este momento, los cristianos árabes son minoritarios y se encuentran fraccionados en diferentes iglesias, dentro de las cuales pueden existir diversos ritos. Las causas de su división las encontramos en el remoto pasado, cuando las disputas de los Padres de la Iglesia era definir la naturaleza de Jesús. El concilio de Éfeso de 431 rebatió la teoría diofisita de que dos naturalezas coexistían en dos personas, a su vez en una. Esta pugna dio con la aparición de la iglesia nestoriana, herética, que procedió a expandirse por el Asia central. Veinte años después, en el concilio de Calcedonia, se respondía a la herejía contraria, el monofisismo, que defendía la existencia de una sola naturaleza en una persona. En esta ocasión, las iglesias que se separaron fueron la Armenia, Copta (Egipto), Etiope y la Siria. La Siria también fue denominada jacobita por su máximo defensor, Jacob Barradai, obispo de Edesa. Esta separación contó con éxito por la oposición de los cristianos árabes a las directrices provenientes de Bizancio. La parte que permaneció fiel al emperador bizantino, fue la denominada melquita, melker es emperador. Sin embargo, cuando en 1054, Roma y Constantinopla se excomulgaron mutuamente y se materializó la división de los cristianos de occidente y oriente. Estos últimos formaron la Iglesia Ortodoxa, que mantiene los patriarcados históricos de Constantinopla, Alejandría, Antioquia y Jerusalén.

La irrupción del Islam trastocó a las comunidades cristianas, que con el tiempo fueron convirtiéndose en minoritarias en su lugares de origen, y en mucho casos tuvieron que refugiarse en lugares montañosos donde la defensa era fácil en los momentos de matanzas. La llegada de los cruzados en 1099 permitió una breve época dorada para los cristianos árabes y la aparición de una pequeña comunidad católica latina árabe, procedente en su origen del resto de las comunidades. En aquel momento, los católicos autóctonos se reducían a la comunidad latinizada y la maronita. Esta última, surgida por la prédicas del siglo IV de San Marón, se habían refugiado en el VII en las zonas montañosas del Líbano. La llegada de los cruzados restauró una unidad católica, que los maronitas defienden, nunca rompieron. En la actualidad su patriarcado tiene sede cerca de Beirut (Líbano) y cerca de 800.000 fieles, principalmente en el Líbano.

En los años posteriores, bajo el dominio otomano, los cristianos aislados estuvieron protegidos por Rusia, en el caso de los ortodoxos y Francia en el del resto. La influencia de las órdenes religiosas católicas, con un papel protagonista que llega hasta nuestros días de los franciscanos, llevó a que parte de aquellas comunidades cristianas, cuya única ayuda recibida procedía de los religiosos europeos, se acercasen a la Iglesia Católica. Manteniendo las peculiaridades propias de cada rito, pero resolviendo en comunión las diferencias teológicas se fue reintegrando aparte de los cristianos orientales a la Iglesia de Roma. En 1552 los nestorianos procedieron a su reingreso, con el nombre de caldeos, y su patriarcado de Babilonia de los caldeos se encuentra en Bagdad (Iraq), formando el núcleo esencial de la comunidad católica iraquí, compuesta por unos 500.000 fieles, mientras los nestorianos se mantienen en 150.000.

Del mismo modo, pasó con los jacobitas. En 1663, una parte de la comunidad siriaca volvió a la comunión con Roma. En la actualidad, su Patriarca de Antioquia reside en Beirut (Líbano) y la comunidad reúne a 100.000 personas, manteniéndose unas 170.000 en la iglesia jacobita inicial. En cuanto a los melquitas, en 1724 se reintegraron en su mayor parte a Roma, manteniendo su rica liturgia. Su patriarcado de Antioquia tiene la residencia establecida en Damasco (Siria) y cuenta con 450.000 fieles, núcleo de la comunidad católica siria. En cuanto a los ortodoxos árabes mantienen una floreciente comunidad de 800.000 personas, también en su mayor parte en Siria.

Con respecto a las iglesias nacionales monofisitas, en 1741 se culminaba un proceso de negociaciones llevado por la Iglesia Católica que llevó a una parte mínima de coptos al reconocimiento de la autoridad del Papa. En la actualidad, la iglesia copta de Egipto se le calcula unos 8 millones de fieles, quienes sufren una gran presión, especialmente en el sur del país, por la mayoría islámica. Los católicos son 150.000 y disponen de su propio patriarcado en El Cairo. En cuanto a los armenios, son una iglesia nacional monofisita, cuyos componentes se esparcieron por toda el Asia menor. Peor especialmente fuera de su lugar solariego, en la Cilicia anatólica. Esta región costera del Mediterráneo prestó ayuda a los cruzados en su momento y su actitud fue posteriormente próxima a los occidentales. En 1741 se reintegraron a la comunión de la Iglesia Católica, aunque después del genocidio de 1917, la mayoría se refugiaron en el Líbano. Los armenios que viven en el próximo oriente son 540.000 fieles y otros 60.000 forman parte de la comunidad católica con su Patriarca de Cilicia de los armenios, residente en Beirut (Líbano).

Estas comunidades cristianas representan el 2% de la población de Israel, Palestina y Jordania; el 4% de la de Iraq; el 8% de la de Siria; el 10% de la de Egipto y 44% de la del Líbano. Sin embargo, estas comunidades se enfrentan a la posibilidad de la desaparición con el despertar de un fundamentalismo islámico que toma a los cristianos árabes como víctimas propiciatorias. Además, la frágil situación internacional de estos países, especialmente desde la invasión de Iraq, a producido una fuga masiva de jóvenes cristianos al mundo occidental. Las comunidades cristianas se enfrentan a la terrible situación de la emigración de sus mejores cuadros profesionales e intelectuales. Los pueblos se desertizan y las comunidades se mantienen por la regular llegada de cristianos procedentes del campo. Pero estas comunidades cristianas son de ancianos, niños y esencialmente, mujeres. Los hombres emigran y las mujeres cristianas, en una sociedad tan masculina, como la árabe, sino se casan, no son nadie. Ante la ausencia de hombres jóvenes cristianos, se casan con musulmanes, pasando a formar parte de la comunidad islámica.

En esta situación, de claro peligro de desaparición de los cristianos árabes, y ante el silencio del mundo occidental secularizado. Se hace cada vez más necesario el auxilio de los cristianos romanos a nuestros hermanos mayores. Tierra Santa no debe convertirse en un museo, sino debe ser una tierra donde prosperen y se mantenga de manera permanente la presencia cristiana. La participación en peregrinaciones a Tierra Santa, la difusión que se haga de las acciones sociales y apostólicas llevadas por la Custodia de Tierra Santa etc... contribuyen a enraizar a los cristianos en su tierra y a evitar su marcha, manteniendo la presencia de nuestro Señor, en la tierra donde por primera vez se habló del Amor.

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José Luis Orella

 

Revista Arbil nº 80

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