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Revista Arbil nº 80

La boda de Aspasia y Pericles

por Publio Cornelio

¿Una escenificación de una boda hace 2500 años o una crónica actual?

Escena 1ª.

Se sube el telón y aparecen dos mujeres, con peplos y cinturón.

Cypris.- ¡Qué nervios, qué nervios! Se acerca el momento, por fin, después de largos meses de espera, en que podremos acercar el lutróforo a la novia de nuestro gran Pericles.

Areté.- Todos esperan impacientes este momento, sí. Pero la patria...

Cypris.- ¡Ay, mujer, qué cosas! Todo el mundo discurriendo sobre el vestido de la novia, su peinado, sus sandalias, el coche que la llevará y traerá, los invitados, los aedos que asistirán y cantarán después lo relacionado con esta boda y tú hablando de la patria. ¡Himeneo, himeneo, oh himeneo! ¡Cuánto he soñado con el momento en que acercaría este lutróforo a nuestra milesia, nuestra simpática e inteligente Aspasia, la que será cualquier día la primera dama de nuestra Atenas! ¡Qué dicha la mía, asistir al momento en que la novia se lava, con agua de la fuente Calíroe, y se deposita en este ánfora como recuerdo perpetuo!

Areté.- Muy contenta estás con tu misión, pero recuerda que esta ceremonia de purificación se realiza siempre con nuestras doncellas. Y esta ya ha probado las mieles del himeneo, y ha llenado un lutróforo, ¿dónde parará este?

Cypris.- ¡Es tan romántico! Ya me la imagino acercándose solemne, entre sus nuevas criadas, desvistiéndose de sus preciadas prendas y lavándose con esmero, mientras sueña en su barbado Pericles, nuestro gran timonel, el futuro de nuestra ciudad. Y pensar que yo, simple mortal, asistiré a semejante escena y podré contarla a mis hijos. Guardaré ese momento en mis pupilas toda mi vida. ¡Himeneo, oh himeneo!

¡Ah, no te lo dije! Aspasia siente hacia mí una atracción particular. Me ha dicho que soy su esclava favorita.

Areté.- Ve diligente y no llegues tarde, pues te espera tu nueva señora para tan singular acto.

Se despiden. Areté sale por la derecha. Cypris sale de la escena por la izquierda con el lutróforo y vuelve por la derecha.

Cypris.- ¡Oh, qué contenta estoy de haber presenciado esta escena, con la inteligente y muy experimentada Aspasia! Qué sabiduría la suya, qué consejos nos daba a las demás. Cuán diferente es de todas las demás mujeres que cuando se acercan a las nupcias reciben consejos y se limitan a llevar sus muñecas y sus juguetes a la diosa Artemisa. ¡Oh, cuánto sabe esta, que ya no tiene juguete alguno que llevar! ¡Qué ejemplo tan sublime!

Camina un poco y se sienta cansada debajo de un árbol, dejando el lutróforo contra una piedra.

Cypris.- No sé si echar una pequeña siesta, antes de proseguir mi camino. La verdad, este lutróforo lleno me pesa bastante.

Cypris queda dormida. Se acercan dos niños –paides- de unos seis o siete años, con cara de traviesos. Al ver a la mujer dormida y el lutróforo a su lado, deciden hacer puntería.

Pais 1.- He acertado todo, fíjate. Fissssh.

Pais 2.- Yo también. Pissssh.

Como Cypris parece despertarse, salen corriendo.

Cypris.- Me voy corriendo. El banquete va a empezar y no puede hacerlo sin mí. Además, así podré ver cómo entran las grandes personalidades que han prometido asistir a este matrimonio, venidas de los lugares más insospechados. ¡Himeneo, himeneo, oh himeneo!

Se le unen seis mujeres más con antorchas y un tañedor de óboe, acercándose a la casa de un conocido sofista, donde se desarrollará el banquete, al no poderse contar con el padre de Aspasia, no ateniense.

Cypris.- Paso, paso a la portadora del lutróforo, que recoge las aguas de la purificación de la novia. Paso al símbolo de las virtudes de nuestra simpar Aspasia, la futura esposa del barbado Pericles.

El cortejo penetra en la casa, decorada con guirnaldas y ramos de laurel y cae el telón.

Escena 2ª.

Aparece un joven matrimonio que sale de la casa donde se ha celebrado el banquete.

Polemón.- ¡Qué banquete más suculento! ¡Qué invitados!

Melanipa.- ¿Y las joyas? ¿Qué me dices de las joyas, que ni Midas lució nunca otras iguales? ¿Y los vestidos? ¡Qué finura, qué transparencias, qué sutileza, qué cromatismo! ¡Y las sandalias! ¿Quién vio semejante pedrería en unas sandalias?

Polemón.- Nos hemos codeado con lo mejor del mundo civilizado: Mileto, Samos, Lesbos, Quíos, Esparta, Corinto, Argos, Efeso, Chipre... hasta del mismo Egipto. Toda clase de autoridades civiles y militares, a los que hemos de añadir nuestros sacerdotes más afamados, que no han querido perderse este acontecimiento del siglo.

Melanipa.- ¿Y qué me dices, mi querido Polemón, cuando el adivino se ha acercado al lutróforo, lo ha mirado, lo ha olfateado y ha pronunciado su vaticinio? ¡Ha sido fantástico! ¡Unir la felicidad que se trasluce de las aguas del lutróforo, con la felicidad de la patria gobernada por tan buen estadista y tan inteligente esposa! ¡Qué agudeza, qué cúmulo de cosas buenas, cual cuerno de la abundancia, nos esperan!

Polemón.- Sí, todos opinábamos lo mismo. La unanimidad ha sido impresionante, y será cantada por los aedos de ciudad en ciudad, de corte en corte, para orgullo de nuestro Estado, el más democrático de todos, faro de la civilización y motor de una nueva era de la ilustración, de la que serán portaestandartes señeros los novios que hoy comenzarán a probar las mieles del tálamo nupcial, entre ellos. Solo han faltado dos, Artemisa y Areté, que ni han querido asistir ni han presentado escusa alguna para hacerlo. Pero para nada se les ha echado de menos, con la amenidad de la conversación de Afrodita y de Atenea, las amigas de la novia.

Salen más invitados y comienza a formarse la procesión que conducirá a los novios a casa de Aspasia. Esta lleva un velo de color violeta, mientras que Pericles se ha puesto el flamíneo por el cuello, cual gorro frigio venido a menos y convertido en cachirulo. Se ha apostado delante de la casa un carro tirado por dos mulas. A él se suben Pericles y Aspasia, sonrientes, saludando a todos los que se han agolpado para ver semejante espectáculo, mientras Anaxágoras se pone a las riendas. Todos los asistentes se ponen en dos filas, portando sus antorchas. Encabeza la marcha Afrodita, seguida de Cypris con el lutróforo. Le sigue el carro; luego los padres de la novia, con sus respectivos acompañantes, los invitados, los aedos, los sacerdotes délficos y no délficos, los adivinos y pitonisas. Salen por la derecha. Al fondo, se levanta otro telón y se escucha un coro de ancianos.

Coro.- ¡No, no, atenienses! ¿Qué hacéis portando con tanto candor y estima el contenido del lutróforo! Y tú, adivino de pacotilla, ¿qué vaticinio es ese, de tan amargo sabor? ¡Mal presagio si el destino de nuestra patria está unido al de esta pareja, si se ha deducido del agua del lutróforo! ¡Alerta, ciudadanos, alerta! Les guía el carro Afrodita, que parece su preferida y no ha asistido Artemisa, ni tampoco Areté. ¡Alerta, ciudadanos, alerta! Las mieles de ahora, serán más tarde hieles.

Se baja el telón.

Escena 3ª.

Reciben a la comitiva los padres de Pericles, él con una rama de mirto en la cabeza, ella con una tea. Los amigos lanzan nueces e higos sobre los novios, que sonríen alborozados, mientras reciben algún que otro impacto en la cabeza. Afrodita, corriendo, les acerca un trozo de tarta nupcial, hecha con sésamo y miel, con dátiles, al cruzar el umbral de la puerta. Ambos lo prueban, mientras sonríen alborozados los sabios padres de Pericles, pensando en los descendientes que les esperan. Todos ríen entre dientes, menos Afrodita, que lo hace sin disimulo, mientras le guiña el ojo a la astuta Aspasia.

Los amigos del novio y los de la novia penetran en la casa de Anaxágoras. La música les acompaña mientras todos observan cómo la pareja se acerca a la cámara nupcial.

Cypris.- ¡Ya llegan, ya llegan! Dejaré el lutróforo en la cámara para que puedan contemplarlo en el momento en que queden solos. ¡Oh himeneo, oh himeneo! ¡Oh tálamo, oh tálamo, oh tálamo nupcial!

El mejor amigo de Pericles, Héctor, vigila la puerta de la cámara y ahí permanecerá mientras ellos estén ahí dentro. Los demás amigos recitan himnos, canciones y gritan jubilosos. Los padres de Pericles, lloran. Los padres de Aspasia y sus respectivos, no se creen tanta felicidad, tanto protagonismo. ¡Y pensar que sus nombres irán de boca en boca, de oreja en oreja, por todos los reinos y por todas las cortes civilizadas! ¿Quién podría imaginarse eso, allá, en Mileto? Serán la envidia de toda Jonia, evidentemente.

Al cabo de unos minutos, se oye un estruendo en el interior de la cámara nupcial. A él le siguen gritos, que ceden, que se mezclan con las canciones de los amigos y las risotadas de todos. No queda muy claro qué es lo que sucede, pero todos deciden marcharse poco a poco, dejando a Héctor ante la puerta de la cámara nupcial. Un líquido de color indefinido sale por debajo de la puerta.

Al fondo, vuelve a aparecer el coro, vestido ahora con túnicas negras.

Coro.- Atenienses, atenienses, os lo habíamos advertido. El lutróforo ha sido derramado y la verdad ha quedado manifiesta. ¿Qué habéis hecho? ¡Marcharos entre risas y jolgorio, mientras los pedazos del lutróforo yacen por el suelo y el símbolo de la virtud ha sido derramado! ¡No penséis que esto no tendrá consecuencias, atenienses! ¡La desdicha se cierne sobre vuestras cabezas! Las sandalias en formación procedentes del sur, ya se oyen en mis oídos. Mientras avanzan, vosotros reís y celebráis con cantos el nuevo himeneo. ¡Oh insensatos!

Aparecen Cypris y Areté en escena.

Cypris.- ¿Te marchas, en una noche como esta?

Areté.- Me marcho, precisamente en una noche como esta.

Cypris.- ¿Volverás pronto?

Areté.- Volveré cuando se me reclame. No veo sitio para mí en esta Atenas, en las que el máximo responsable ha contravenido las leyes y las normas más elementales. Tú estás muy contenta con todo esto, pero yo no.

Cypris.- ¿Y cómo no voy a estarlo después de todo lo que ha sucedido, presagio de tanta felicidad para todos? ¡Se quieren tanto!

Areté.- El tiempo dirá lo que deba de decir. Pero los adivinos se equivocan, y los aedos a sueldo no son de fiar. Los que hoy han aplaudido, mañana no lo harán. Tú misma, que tanto te envaneciste de portar el lutróforo, descubrirás la verdad a no tardar mucho.

Cypris.- Vete, porque veo que tienes envidia de mi cometido, y de la felicidad de estos novios. No te necesitamos a ti, Areté, ni a tus amistades para ser felices. Ya tenemos el camino que Aspasia y sus amigos nos marcan, para conseguir la felicidad de nuestra querida Atenas. Vete, o tus palabras sonarán a traición, en esta noche en que todo el mundo celebra el nuevo matrimonio.

Areté.- Me voy, patria mía, a donde quiera que me deseen albergar.

Se baja el telón y se hace de noche en Atenas. Por debajo del telón, se ve cómo discurre un hilillo de líquido, de un color indefinido.

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Publio Cornelio

 

Revista Arbil nº 80

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