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Revista Arbil nº 80

La Pasión de Cristo: El director, la película y la polémica

por Fernando Rodríguez Doval

No es fácil emitir una opinión, ya no digamos un juicio, sobre la película La Pasión de Cristo; pocos filmes en la historia del cine han levantado tanta polémica y comentarios en todas direcciones, lo mismo de halago que de censura, lo mismo de elogios que de vituperios. Y es que La Pasión de Cristo es una película hecha, precisamente, para no dejar a nadie indiferente, para levantar al espectador de su butaca –y de su desidia— y lanzarlo hacia la reflexión y, por qué no, hacia la posibilidad de volverse a hacer esos cuestionamientos de los cuales no se había atrevido a buscar una respuesta

El director

Para entender el filme hay que conocer primero las motivaciones de su director, el australiano Mel Gibson. Para ello, hay que indagar sobre su vida. Mel Gibson es un artista que en su juventud llevó una vida disoluta, marcada por la frivolidad hasta que decidió dar un giro radical. Se convirtió entonces en un católico practicante que optó por hacer de su profesión una manera de evangelizar. Lleva casi un cuarto de siglo de matrimonio con su mujer Robyn y ha procreado varios hijos e hijas, una de las cuales, Hannah, ingresó hace tres años a un convento de clausura.

Gibson es un católico amante de la tradición que concibe a la Misa, que él escucha diariamente en su capilla familiar, como la renovación incruenta del sacrificio de Jesús, de Su Pasión. No cree que la Misa sea solamente un banquete festivo, sino también la rememoración de la expiación salvadora. Por eso a Mel Gibson le gusta más la Misa en latín: para él, lo que importa es celebrar el misterio, más que entender todas y cada una de las palabras. Por eso Gibson no quería que la película tuviera subtítulos, a pesar de estar hablada en arameo y latín, las lenguas utilizadas en esa época y esos lugares: el valor redentor de los actos y los gestos que tienen su punto culminante en la cruz no necesitan de expresiones que todo el mundo pueda entender en su literalidad.

La película.

La Pasión de Cristo se propone reconstruir de manera realista las últimas horas de Jesús, desde que es apresado en el huerto de los olivos, hasta su muerte en la cruz en el Gólgota, sin olvidar su Resurrección. La intención es repetir lo más fielmente posible lo recogido en los Evangelios, aunque agregándole algunas escenas de la imaginativa del director así como de las visiones de dos monjas de los siglos XVII y XVIII, Anne Catherine Emmerich y María de Agreda, sin que esto último llegue a modificar sustancialmente lo recogido por los evangelistas.

Al tratar de cumplir con su intención, esta película no puede dejar de reproducir, con toda su crudeza, el enorme sufrimiento que pasó Jesucristo antes de morir, que se refleja en las decenas de azotes y latigazos a los que tuvo que hacer frente antes de recorrer, con una pesada cruz a cuestas, el camino que lo llevaría hasta la muerte. El filme no repara en crueldad, es cierto, porque cruel fue el trato que recibió Jesús antes de morir. La película es sangrienta, en ocasiones muestra escenas francamente desagradables, porque eso fue lo que pasó Cristo. Un estudio publicado en 1986 en la prestigiosa revista The Journal of American Medical Association, patrocinado por la Clínica Mayo de Rochester (Estados Unidos), y que pretende hacer una especie de autopsia de Jesucristo, nos muestra que éste murió por una explosión cardiaca, después de sufrir interferencia respiratoria, deshidratación, intensas hemorragias, congestión hipostática (acumulación de sangre en los pulmones), hematierosis (sudor sanguinolento), hipobolemia (disminución del volumen sanguíneo en estado de shock), y hematohidrosis (infecciones en la piel y el músculo al quedar expuestos). Lo anterior quiere decir que a pesar de contener escenas tan explícitas y delicadas, La Pasión de Cristo bien pudiera quedarse corta en comparación con lo que el Señor tuvo que padecer antes de fallecer.

Desde el punto de vista estrictamente cinematográfico, se puede decir sin ambages que La Pasión de Cristo de Mel Gibson bien pudiera convertirse en un nuevo clásico del séptimo arte. Su fotografía y música son excepcionales, así como las actuaciones de Jim Caviezel en el papel de Cristo, y la actriz judía Maia Morgenstern en el de María. Es una de las películas con menos diálogos que se recuerden, tan sólo alrededor de 400, la mayoría de ellos en arameo y una parte en latín. El recurso a los flashbacks está muy bien logrado, si bien es cierto que se echaría en falta algún otro.

La polémica.

Algunas voces se han alzado contra el filme argumentando que éste es antisemita o que, sin serlo propiamente, puede atizar el odio latente que hacia los judíos sigue existiendo en algunas partes del mundo. Sin embargo, esas opiniones carecen no solamente de fundamentos sólidos, sino del más mínimo rigor histórico.

En la época en la que vivió Cristo, el siglo I de nuestra era, eran diversas las corrientes judías que convivían, y muchas veces se contraponían, entre sí. No eran lo mismo los saduceos que los fariseos, ni los zelotas que los esenios. Cada uno de ellos tenía visiones diferentes de su mismo mundo hebreo, de la forma de llevar su religión y, también, de las posturas que había que tomar ante la invasión romana.

Los discípulos de Cristo eran todos judíos, como judías fueron las centenares de personas que días antes de la muerte lo recibieron con enorme entusiasmo al entrar a Jerusalén. Fueron unos fanáticos religiosos y cercanos al poder establecido, encabezados por Caifás (un saduceo colaboracionista para quien el Talmud, colección de textos tradicionales del judaísmo tardío, tiene palabras de condena), quienes presionaron a la autoridad romana para que se crucificara a Cristo. En todo caso, y queriéndole ver tres pies al gato, podríamos suponer sin conceder que en la película se critica el fanatismo religioso llevado al terreno político, sea del signo que sea, más que a una determinada fe en particular.

Pero en La Pasión de Cristo, más que un componente histórico o político –en el que muchos se empeñar en ver atisbos de antisemitismo— se busca un significado absolutamente religioso, espiritual y teológico. La figura diabólica está al acecho en todo momento, representando a un pecado que está presente permanentemente en la humanidad entera. Por eso el propio Gibson quiso que su mano fuera la que apareciera en la película enterrando en las manos de Cristo los clavos: él también se considera un pecador, que con sus faltas mató a Cristo pero que fue también redimido con su muerte y su resurrección.

Quienes encasillen la película en el antisemitismo, de plano no entendieron el mensaje cósmico que Mel Gibson pretendió dar al mundo. Como tampoco lo entendieron aquellos que, imbuidos por una época en la que la superficialidad de la imagen es capaz de aplacar a la profundidad de los significados, se escandalizan por la duración de los azotes. Qué mas da. La Pasión de Cristo está ahí, como una nueva oportunidad que se le ofrece a este mundo de hoy para saltar al vacío de la fe, de la caridad, de la esperanza. Cada quien es libre de aceptarla, de rechazarla o de buscarla de nuevo.

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Fernando Rodríguez Doval

 

Revista Arbil nº 80

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