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Revista Arbil nº 80

¿Choque de civilizaciones o cuarta guerra mundial? Dos caras de la misma medalla

por Ángel Expósito Correa

Concepción tomista de la democracia; ¿es posible exportar la democracia al mundo islámico? La postura del mundo conservador islámico y la nueva constitución iraquí; ¿está Iraq en el caos? Claves para una lectura políticamente incorrecta de la actual situación iraquí; la guerra civil en el mundo islámico como detonante de la cuarta guerra mundial; el estado anímico de Occidente a la luz de los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola.

Uno de los mayores errores cuando se habla de democracia es considerarla como una forma de gobierno o bien como un régimen político. Formas de gobierno, en cambio, son la república (representación parlamentaria) y la monarquía (sea o no parlamentaria), mientras la democracia es la participación concreta de los ciudadanos en el ejercicio del poder (el “gobierno del pueblo”), por lo tanto una forma no tiránica del poder. Es éste concepto de la democracia que hace legítima la pluralidad de las distintas formas de gobierno, impidiendo la identificación de una sóla de ellas (por ejemplo el régimen parlamentario) como la mejor y relegando a las demás a simples variantes de la tiranía. El Doctor de Doctores de la Iglesia, Santo Tomás de Aquino, nos enseña que el régimen mixto (compuesto por monarquía, aristocracia y democracia) es la forma teóricamente óptima de gobierno. Transcribo algunos textos que me parecen fundamentales y suficientemente claros al respecto:  

“No es comprensible que de las dos formas pésimas de gobieno (tiranía y democracia o demagogia) pueda salir una forma de gobierno óptima. Mucho mejor proceden quienes integran el gobierno de la ciudad de diversas formas de gobierno correctas, pues cuanto más mixto sea tanto mejor será, al tomar más ciudadanos parte en el gobierno de la ciudad” (In II Politicorum, lect, 7, n. 247).  

“Algunos dicen que el mejor gobierno de la ciudad es el que es como mezcla de los regímenes antedichos (monarquía, aristocracia, democracia). La razón de ello es que así un régimen se modera con la presencia del otro, y deja menos lugar a la sedición, al participar todos en el gobierno de la ciudad, mandando en unas cosas el pueblo, en otras cosas la aristocracia y en otras el rey”. Tratando en otra de sus lecciones los cometidos de las varias formas de gobierno que componen el régimen mixto, esto es, lo que se ha dado en llamar Monarquía Tradicional, nos dice analizando las cosas que hay que atender para la buena constitución del poder que: “[...] si bien las principales de ellas [formas de gobierno] son la monarquía, en la cual es uno el depositario del poder por su virtud, y la aristocracia, en la que el poder está en manos de unos pocos que son los mejores. Así pues, la mejor constitución de una ciudad o de un reino es aquella en que uno obtenga por su bondad la presidencia sobre todos, y por debajo de él algunos otros idóneos participen del gobierno, el cual pertenece a todos, en cuanto que todos pueden ser elegidos y todos toman parte en la elección. Tal es la mejor constitución política, justa mezcla de monarquía – por cuanto es uno el presidente -, de aristocracia – por cuanto son muchos los que participan del legítimo poder – y de democracia, es decir, del poder del pueblo, en cuanto que los gobernantes pueden ser elegidos del pueblo y por el pueblo” [1].  

La constatación de que un régimen de estas características sea impracticable en el actual mundo postmoderno debido a la ausencia de las condiciones mínimas exigibles para su realización – in primis la homogeneidad cultural y religiosa [2] -, no debería ser óbice para no conocer o, incluso, despreciar lo que el Magisterio de la Iglesia ha propuesto y sigue enseñando sobre la democracia como categoría política de participación, independientemente del régimen político imperante. Es, sí, menester que los católicos estudiémos la realidad así como se nos presenta para aprender paciente pero incansablemente a gestionar el presente con la vista puesta en su superación, en aras de una futura civilización cristiana. Para lo cual, a su vez, se requiere un conocimiento cabal de toda la Doctrina Social de la Iglesia, pues ella nos marca las pautas y el fin al que debemos aspirar, sin mengua, no obstante, de la debida distinción entre la esfera política y la religiosa y del necesario proceso de inculturación en el ethos concreto de cada realidad histórica.  

Ahora bien, ¿qué pensar – aplicándonos a nosotros mismos el deber susodicho de estudiar la realidad – de la corriente política, filosófica e incluso teológica, que considera “exportable” la democracia en el mundo entero con particular atención al mundo islámico? Una primera respuesta nos la ofrece el director del CESNUR Massimo Introvigne: "En su discurso sobre el estado de la Unión, el presidente americano George Bush ha arremetido contra quienes piensan que la democracia es incompatible con el Islam, y ha defendido la idea (típica del pensamiento neoconservador) según la cual el ideal y la práctica democrática son exportables a cualquier lugar.  

“La cuestión es de grandísima importancia no sólo para el futuro de los países de mayoría islámica, sino también para la integración de los inmigrantes musulmanes en nuestros países, empezando por las propuestas de conceder el derecho de voto. ¿Quién tiene razón?  

“Sobre este punto es particularmente interesante la postura del dirigente musulmán tunecino Rachid Ghannouchi. Exiliado en Londres, líder del partido al-Nahda (oficialmente prohibido en Túnez), Ghannouchi no es un “progresista” sino un dirigente de los más escuchados a nivel mundial de aquel ramo del “fundamentalismo” que evoluciona hacia un Islam de tipo conservador.  

“En un reciente ensayo sobre Islam y democracia, el pensador tunecino distingue la democracia “a la francesa”, fundada sobre el laicismo y la hostilidad a la religión, enraizada en la “influencia de la Revolución francesa” , y la democracia “anglosajona” donde “no existen estas ásperas contiendas entre el elemento religioso y el civil, o entre la religión y la política”. “Según Ghannouchi, el rechazo de la democracia por parte de numerosos movimientos islámicos se debe al hecho que el único modelo que les ha sido presentado es el “francés”. (Las posturas asumidas por las autoridades francesas sobre la cuestión del velo islámico para las mujeres ha dado la puntilla a toda perspectiva de reconciliación entre su estilo de vida y la democracia “a la francesa”). Pero las cosas serían distintas, opina Ghannouchi, si a los musulmanes les fuera presentada una democracia “anglosajona”, explícitamente enraizada en valores religiosos y compatible con la presencia de símbolos religiosos en la vida pública, como ocurre en Gran Bretaña y en los Estados Unidos.  

“Por supuesto, la preferencia por el modelo anglosajón de democracia respecto del francés coexiste, también en Ghannouchi, con feroces críticas a los Estados Unidos por su política internacional, especialmente por su apoyo a Israel. Pero la tesis no pierde interés.  

“Cierto, en el mundo musulmán hay partidarios de la democracia “a la francesa”, fundamentada en un laicismo radical. Pero o se trata de intelectuales con muy poco seguimiento popular, o bien de nacionalistas que acaban ofreciendo un laicismo sin democracia (el laico Iraq del primer Sadam Hussein y la laica Siria de Assad enseñan).  

“Una democracia que renuncie a los símbolos religiosos, a los llamamientos a Dios y a la religión en las constituciones, a la colaboración sistemática con las instituciones religiosas – la misma que Francia propone a Europa – no tiene presente ni porvenir en el mundo islámico” [3].  

Un ejemplo de cómo el principio democrático pueda ser compatible con el Islam, lo tenemos en la actual Turquía gobernada por el partido islámico conservador del primer ministro Recep Tayyip Erdogan. En efecto – comenta en otro artículo Massimo Introvigne -, “[...] La historia de Turquía es una prueba empírica de la falacia de la teoría clásica de la secularización. La modernización – ni siquiera en presencia de un importante esfuerzo de laicización mediante la escuela y los medios de comunicación, bajo férreo control kemalista [en referencia al “Padre de la Patria” Mustafá Kemal Atatürk, fundador de la Turquía laicista “a la francesa”, ndr.] – no ha provocado la desaparición, sino más bien el despertar de la religión. Si es verdad que las grandes sociedades comerciales a menudo vinculadas a los intereses extranjeros, federadas en la organización patronal TUSIAD, están consideradas como un pilar del kemalismo, los denominados “Tigres de Anatolia”, las medianas empresas de la zona asiática que tuvieron un papel preponderante en el boom económico reciente, han constituido una organización alternativa, MUSIAD, cuya dirigencia se inspira a los principios de tipo religioso y apoya al AKP. Este último partido constituye un interesante experimento – cuyos resultados, evidentemente, hay que verificar – de un movimiento enraizado en el islam político que sin embargo se presenta como democrático, económicamente liberista, y filo-occidental”. Se entiende, pues, porque el terrorismo y el fundamentalismo islámico radical teman este tipo de experimentos como uno de los peores ejemplos posibles para la opinión pública religiosamente orientada de los países islámicos. El modelo alternativo representado por Erdogan, que concilia islam político, liberismo y política exterior filo-occidental, puede hacer prosélitos fuera de Turquía. En efecto, aunque escrita en un contexto distinto y con algunas ambigüedades, parece que también la Constitución provisional de la República de Iraq del 8 de marzo, va en la dirección emprendida por Erdogan  

La Constitución provisional iraquí

El artículo 5 establece que “Las Fuerzas Armadas de Iraq están sometidas al control civil del gobierno”, y el artículo 27 letra C precisa que los militares no pueden candidarse a las elecciones y participar en las campañas electorales. Además, el artículo 34 establece la inmunidad parlamentaria para todos los miembros de la Asamblea Nacional, cuya detención se ve subordinada a la autorización del Parlamento. Además de ser algo típico en los países civiles, la inmunidad es fundamental en un país donde el poder judicial tiene entre sus fuentes a la ley islámica, la sharia. Es verdad que en el artículo 7 la sharia es definida como “una fuente”, y no “la fuente” del nuevo derecho iraquí. Pero también es verdad que el mismo artículo declara que “el islam es la religión oficial del Estado” y que “ninguna ley puede contradecir los principios universalmente aceptados por el islam”. Sin inmunidad parlamentaria, la política estaría en manos de unos jueces que juzgarían según el derecho islámico. Al mismo tiempo, los Estados Unidos han tenido la finura de concordar el texto con el “gran ayatolá” chiíta Sistani y de renunciar a una inviable Constitución “laica”. El islam mantiene su primado, pero la Constitución garantiza la libertad religiosa y establece un límite a los principios del islam en los derechos fundamentales que garantizan la igualdad política de las mujeres y de los no musulmanes.  

En abstracto el texto es contradictorio, porque la sharia no reconoce mismos derechos a las mujeres y a los no musulmanes, ni tampoco reconoce la libertad para los musulmanes de cambiar de religión. Sin embargo, concretamente, en el mundo musulmán se intensifica el debate si la sharia deba ser aplicada literalmente o bien servir de simple referencia ideal. La Constitución, a pesar de que todavía esté lejos de ser definitiva, va en esta segunda dirección y es por ello que encuentra tanta oposición en los partidarios del islamismo radical. En efecto, por mucho que los medios de comunicación se empeñen en decir lo contrario, en Iraq no nos hallamos – al menos por el momento – ante una rebelión de los chiítas contra los Estados Unidos para conseguir las elecciones lo antes posible. Ocurre exactamente lo contrario: un grupo minoritario de ultra-fundamentalistas (chiítas y suníes con vínculos con la red de Al-Qaeda) trata de desencadenar una guerra civil contra la mayoría chiíta que, aunque con muchas dificultades, colabora con los Estados Unidos. El objetivo de los ultra-fundamentalistas es evitar que se complete la transición hacia libres elecciones, porque en las elecciones saldrían derrotados.

  El mundo chiíta en Iraq está dividido en tres facciones. La primera, conservadora pero no fundamentalista, estaba liderada por el ayatolá Abdul Majid Khoi, asesinado en Nayaf en 2003 e hijo del “gran ayatolá” (la máxima autoridad del mundo chiíta) Abdil Qasim Khoi. Actualmente es influyente en el grupo del actual “gran ayatolá” Ali Sistani, ya discípulo de Khoi padre. Sistani piensa que una coalición por él inspirada pueda ganar las elecciones políticas, y las espera con impaciencia. Heredero de una tradición política que trata de preservar la unidad de Iraq, mira con muchos recelos al separatismo curdo. No se ha opuesto a las normas de la Constitución provisional sobre los derechos humanos, sino sólo a las que tutelan (a su entender de manera excesiva) a los curdos. Cree poder ejercer su hegemonía sobre aquella parte del fundamentalismo filo-iraní, que declara repudiar al terrorismo y está dispuesto a una cierta colaboración con los Estados Unidos, que se exprime en los partidos SCIRI y Dawa, cuyo líder es Abdulaziz al-Hakim. Como es notorio, el grupo ultra-fundamentalista que ha dado lugar a los últimos desórdenes en Iraq está liderado por Muqtada al-Sadr, hijo del ayatolá Mohammed Baqir al-Sadr que es desde muchos puntos de vista el verdadero ideador de la ideología teocráctica iraní. Pide para Iraq un régimen rigurosamente jomeinista, y es responsable del asesinato de Khoi y quizás también del de Mohammed Bagher al-Hakim hermano del actual líder del partido SCIRI, Abdulaziz al-Hakim. Al-Sadr quiere sobre todo consolidar su hegemonía sobre la base inconforme, joven y pobre del movimiento, concentrada sobre todo en Bagdad Este. En segundo lugar, ser tomado en serio por los iraníes, hasta el momento bastante escépticos. En tercer lugar, terrorizar a los líderes de la mayoría chiíta y alejar lo más posible las elecciones, donde al-Sadr no puede competir con Sistani y al-Hakim [5].

  Frente a este escenario de guerra civil intra-islámica – guerra que se extiende a todo el mundo islámico dividido, grosso modo, entre nacionalistas más o menos “laicos”; tradicionalistas y neo-tradicionalistas partidarios de la islamización de la sociedad “desde abajo”, esto es, contrarios al terrorismo – aunque con una pluralidad de matices y vínculos con las organizaciones terroristas – como la monarquía saudí y los Hermanos Musulmanes; fundamentalistas terroristas; los islámicos conservadores a la Erdogan y los progresistas – Occidente debe centrar sus esfuerzos en un diálogo prudente y difícil con aquellos islámicos conservadores que como Sistani o Rachid Ghannouchi – aun entre mil dificultades y contradicciones – están dispuestos a aceptar principios de ley natural como el respeto de los derechos fundamentales de la persona o la misma libertad religiosa. Si en cambio se sigue apostando por líderes “laicos” y/o “progresistas” se corre el seguro riesgo de apoyar líderes con escaso seguimiento popular que difícilmente podrán neutralizar personajes a la Ben Laden o al-Sadr.  

Ello, por supuesto, requiere la continuación de la alianza con Estados Unidos (aunque sanamente dialéctica) y la presencia de las tropas occidentales en Iraq, independientemente de lo que cada uno opine de la legitimidad ya pretérita de la guerra contra Sadam Hussein. Seguir el ejemplo de Zapatero (auténtico mal ejemplo a olvidar para las generaciones presentes y futuras de “cómo escapa un español”) significaría secundar, por una parte, los proyectos de expansión y conquista del islam en su conjunto y, por otra, sobre todo aquella parte del islam que se identifica con lo que en otro lugar hemos definido “nueva alianza islamo-social-comuno-nacionalista del terror” [6], entregándole en bandeja de oro un país tan importante, desde un punto de vista geoestratégico y religioso, como Iraq [7].  

La legítima defensa contra el islam en su conjunto  

Las anteriormente citadas diferencias entre las varias corrientes dentro del mundo islámico no deben llevar a la falsa conclusión de que existe un islam bueno y otro malo, sino sencillamente tomar nota – con la máxima prudencia y conocimiento de causa e insertándonos en el juego de los conflictos intra-islámicos - de quienes pueden ser nuestros interlocutores para desactivar las corrientes ultra-fundamentalistas, haciendo así emerger sus contradicciones y buscando aliados sin los cuales sería difícil ganar la guerra. Además, nos ayudaría a entablar un difícil diálogo con aquellos que se demuestren receptivos para los principios de la ley natural, incluido el de la categoría de participación política conocido como democracia. Sería un gravísimo error de consecuencias funestas para nuestra civilización y para la restauración de un orden social cristiano, si desconociéramos que por encima de las importantes diferencias prevalece, en el mundo islámico, la tendencia a la conquista de los mundos no musulmanes – en especial del cristiano – otorgando un lugar privilegiado a la jihad.  

Otro elemento a tener en cuenta para una comprensión cabal de la actual situación del mundo es aquel que la describe como cuarta guerra mundial (la tercera es la “guerra fría”), constituyendo el choque de civilizaciones sólo una de las caras de la moneda. En efecto, también en este caso se trata de una guerra civil que una civilización exporta en el mundo. En el caso de las anteriores guerras mundiales era la civilización europea quien exportaba sus conflictos ideológicos (nazismo, comunismo, liberalismo) prácticamente al mundo entero, absorbiendo a los conflictos sociales preexistentes. En cambio, en la actualidad, nos hallamos ante una guerra civil en el mundo islámico, que a pesar de no ser la civilización dominante es lo suficientemente importante desde el punto de vista demográfico (más de mil millones de personas) y del control de los recursos (petróleo) para exportarla al mundo entero. En un libro publicado en 2001 por el número dos (quizás hoy número uno) de Al-Qaeda al-Zawahiri Caballeros bajo la bandera del profeta, polemiza con aquellos movimientos fundamentalistas que consideran el atentado contra el presidente egipcio Sadat, ocurrido en 1981, la prueba que el terrorismo no sirve. Sadat murió, pero los fundamentalistas no conquistaron el poder; antes bien, les ha hecho más impopulares y perseguidos. Zawahiri contesta que estos problemas atañen a una primera fase de la campaña terrorista, en la cual el fundamentalismo actúa dentro de los países árabes dirigidos por gobiernos “apóstatas”: Países no democráticos, donde la prensa no es libre y no hay elecciones genuinas. La intuición de Al-Qaeda ha sido la de atacar directamente en Occidente, donde los periodistas y las cámaras de televisión no sufren limitaciones y el miedo puede convertirse en factor político. Con el 11-S y el 11-M Al-Qaeda ha demostrado a sus críticos qué impacto se puede tener actuando dentro de Occidente para reorientar la lucha contra los gobiernos “apóstatas” y alcanzar la federación de un cierto número de países musulmanes bajo el mando de un nuevo califa: condición sine qua non para el proyecto de conquista islámica del mundo interrumpido ante Viena en 1683. Desde este punto de vista cabría plantearse si la verdadera clave para entender el 11-M no resida en el entramado de intereses “amistosos” entre la monarquía alauí y España, es decir, ¿se ha pretendido dar un “empujón” a la causa fundamentalista marroquí en su lucha contra la monarquía “apóstata” aliada del “Gran Satán” americano y “amiga” de los “infieles” españoles? Y ello independientemente de la finalidad proclamada por Al-Qaeda – y por todo el mundo musulmán – de “reconquistar” lo que en su imaginario colectivo sigue siendo “Al Andalus”.  

Conclusión  

Ante este escenario de cuarta guerra mundial sin fronteras, sin ejércitos y sin las reglas que hasta el momento habían caracterizado los conflictos bélicos (aunque a partir de la Revolución francesa fueran cada vez más débiles por la involucración de las masas como “nueva conciencia nacional”), se corre el riesgo de ceder a tentación de la desesperanza. En las reglas para el discernimiento de los espíritus contenidas en los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola, el santo nos describe el estado de desolación como la obscuridad del alma: no saber qué hacer, no saber qué ocurre. Pues bien, no creo exagerar afirmando que es éste el estado de ánimo actual del mundo. ¿Cómo es posible, por ejemplo, que un número enorme de personas estén dispuestas a inmolarse asesinando a cientos y a miles de personas en nombre de un falso profeta como Alá? ¿Qué hacer para neutralizar estas nuevas “armas de destrucción masiva” potencialmente más peligrosas que la bomba atómica? Frente a éstas y otras preguntas que seguro saltarán alguna vez a nuestras mentes se hace evidente que la sola – aunque urgente y necesaria – respuesta militar, diplomática y económica no es suficiente. Se hace más que nunca necesario que nosotros los cristianos – en especial, los católicos - tomemos definitivamente conciencia de nuestra enorme responsabilidad y privilegio: La de ser portadores de la Luz que sola puede salvar al mundo, Cristo. Ha llegado el momento de que recojamos el guante que el “misterio de iniquidad” nos arroja y nos tomemos en serio la conversión y la nueva evangelización - conscientes - que sólo así salvaremos nuestra civilización y volveremos a ser “faro de todas las naciones”: Auxilium Christianorum, ora pro nobis!

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Ángel Expósito Correa

Notas:

[1] P. Victorino Rodríguez El régimen político de Sto. Tomás de Aquino, Fuerza Nueva Editorial, Madrid 1978.

[2] www.iespana.es/revista-arbil/arbi-d78_archivos/78 (fini).htm 

[3] www.cesnur.org/2004/mi_democrazia.htm

[4] www.cesnur.org/2003/mi_tuchia.htm

[5] www.cesnur.org/2004/mi_sciiti.htm

[6] http://www.iespana.es/revista-arbil/(79)expo.htm

[7] www.iespana.es/revista-arbil/(69)expo.htm

 

Revista Arbil nº 80

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