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Revista Arbil nº 80

Hermano Oso…, Madre Tierra

por Fernando José Vaquero Oroquieta

Hermano Oso, película infantil de la factoría Disney recientemente estrenada en España, se sustenta en la pseudoespiritualidad de la New Age: un auténtico panteísmo, de raíces paganas y animistas, que se extiende por todo el mundo como expresión religiosa de lo políticamente correcto; todo ello en total contraste con la experiencia cristiana de un Dios personal

Una nueva película de animación de la factoría Disney.

La factoría Disney ha estrenado en España, en fechas cercanas a las celebraciones de la Semana Santa, su última película de animación dirigida a los más pequeños: Hermano Oso.

En su publicidad, y coincidiendo en ello la mayoría de comentaristas, el film ofrece -mediante buena música, efectos especiales y una excelente animación- entretenimiento, diversión, una historia bien tramada… y algo más.

La compañía Disney ha demostrado, en su ya larga vida, una notable capacidad de adaptación a los tiempos que le ha tocado vivir. Si en su día fue acusada de defender los valores sociales y familiares entonces predominantes, descalificados por sus críticos como excesivamente conservadores, en la actualidad, y desde hace unos lustros, viene reflejando –o impulsando- los contravalores emergentes. Si en El Rey León, por primera vez en una película dirigida a público infantil, era un miembro del propio entorno familiar el desencadenante de la tragedia (Scar, un tío de Simba, postergado, resentido y ambicioso), en Mulán, unos pocos años después, asomaba un feminismo –en consonancia con los tiempos actuales- inimaginable en una sociedad patriarcal e inmovilista como la de la China asediada por los hunos. En esta ocasión, en Hermano Oso, es la perspectiva pseudoespiritual de una de la vulgatas de la New Age, el lecho sobre el que se asienta la trama y la moralidad presentada como deseable al potencial público.

Pero, antes de seguir reflexionando, veamos algunos aspectos de esta película.

Contenidos de la película.

Hermano Oso está dirigida por Aaron Blaise y Robert Walker. Con una duración de 85 minutos, fue estrenada en USA el 24 de octubre de 2003. Cuenta, además del concurso de prestigiosos guionistas, con una magnífica banda musical elaborada por Mark Mancina y Phil Collins.

La historia transcurre entre los extraordinarios paisajes del noroeste americano hace, ya, muchos años: una familia de tres jóvenes hermanos esquimales contemporáneos de los –actualmente- desaparecidos mamuts. Una vieja chamán encarna la sabiduría y la religiosidad animista de una comunidad que, aparentemente, vive en armonía con la naturaleza bajo la inspiración de una filosofía pacifista. En este idílico contexto, el mayor de ellos se sacrificará para que se salven, los otros dos, frente la agresión de una enorme osa. El ánimo de venganza de Kenai, el más joven de los supervivientes, le llevará a ser transformado en un oso por los “Grandes Espíritus” manifestados en forma de aurora boreal, quienes pretenden que el muchacho crezca en conocimiento y descubra el papel del amor en la vida.

Vivirá como un oso, sentirá como uno de ellos y, en el recorrido de esa paradójica senda iniciática en busca de la montaña “donde la luz toca la tierra”, entablará amistad con un pequeño oso: más tarde sabremos que el propio Kenai mató a la madre del osezno en el desarrollo del drama inicial. Ambos llegarán al “Salto del salmón”, un auténtico paraíso terrenal para osos en el que Kenai, dolorido por su descubrimiento, comprenderá el alcance de sus acciones y el daño que ha acarreado a muchos seres al persistir en el camino de su venganza, frente al del amor que le propuso la vieja chamán. Llegará a vislumbrar, de esta dramática forma, su papel en la vida, por lo que apenas dudará en tomar su decisión vital cuando, en la tesitura de optar -entre la forma de hombre o la de oso- que le presentan los “Grandes Espíritus” -al término de la película, y cuya respuesta no desvelaremos- tiene que decidirse finalmente. En cualquiera caso, una u otra respuesta ya es indiferente: la filosofía de la película se nos presenta diáfana.

Una expresión de la New Age dirigida a niños.

Conforme este argumento, hombres, osos y, por extensión, todo animal, experimentarían similares sentimientos, disfrutando de una inteligencia análoga y, en definitiva, siendo acreedores de la misma dignidad. La naturaleza proporcionaría, siempre según la película, un equilibrio lógico y total en el que, conforme el estribillo de una de las canciones de la cinta, todo ser vivo ocuparía su espacio con dignidad, en tanto sean respetadas las leyes naturales.

Y, en el caso de los hombres, los “Grandes Espíritus” intervendrían ocasionalmente para restablecer el equilibrio roto por algún desatino humano.

Ese “algo más” que mencionábamos en el segundo párrafo de este breve artículo, en definitiva, es eso: una versión blanda del culto a la Madre Tierra practicado por nuestros antepasados animistas, que racionalizarían, en un panteísmo impersonal, ilustres pensadores y teólogos, y que hoy día cuenta con diversas formulaciones y muchos seguidores entre las numerosas corrientes que integran la New Age.

No se trata, por lo tanto, de una filosofía indiferente que pueda ser asumida acríticamente. En la película hay espectáculo, atractivo sin duda, pero hay mucho más. De entrada, hay que recordar que la perspectiva panteísta y pagana que mencionamos no es compatible con el cristianismo. Una cosa es respetar a la naturaleza y otra, muy distinta, equiparar en dignidad y derechos a hombres con cualesquiera otros seres vivos. Por esa vía, sólo se rebaja la dignidad del hombre… Por otra parte, poco tiene que ver el destino ciego, que propone al hombre, este paganismo reverdecido -comprensible únicamente mediante ritos y danzas, el estudio de símbolos y por la intermediación de mentes privilegiadas inspiradas por oscuras “fuerzas superiores”- con el Dios personal del cristianismo que se comunica con sus criaturas predilectas, los hombres, reservándoles un destino bueno y adecuado a su naturaleza. Nada menos.

No negamos algunas virtudes a esta película. Muchas de sus propuestas pudieran asumirse: el respeto a la naturaleza, el valor de la familia y de la comunidad, la importancia del conocimiento de la propia personalidad, el papel de la inteligencia, el amor y de la razón… pero desde otras bases, lo que acarrea, en buena lógica, consecuencias muy distintas. Debemos ser críticos, por lo tanto, mirar con los ojos bien abiertos y la inteligencia despierta; y no comulgar con ruedas de molino.

La New Age está de moda. Su pseudoespiritualidad es la expresión de un consenso mundialista que permite al hombre de hoy, que aún tiene inquietudes religiosas, poder vivirlas, pero siempre que lo haga de forma individualista y fuera de las “grandes religiones oficiales”.

Hermano Oso es fiel expresión, así, de la nueva ética de la globalización y del supermercado mundial de la pseudoespiritualidad políticamente correcta. Todo ello deberá tenerse en cuenta cuando disfrutemos de esta película para evitar caer bajo la maquinaria de lo religiosamente correcto de hoy.

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Fernando José Vaquero Oroquieta

 

Revista Arbil nº 80

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