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Revista Arbil nº 80

El islam como religión. Las sectas

por Arturo Fontangordo

De todos es sabido que es necesario conocer bien al enemigo que te ataca para defenderse con efectividad. Ese es precisamente el objetivo de este trabajo, intentar dar unas pinceladas que sirvan primero para demostrar que estamos ante un enemigo de la Verdadera Religión, y segundo para tener una imagen rápida y clara de su estructura, que facilite el profundizar en su conocimiento, y el gozar de una mínima capacidad crítica a fin de asimilar correctamente la información que de él nos llegue. Por un lado, repasaremos de manera sucinta los fundamentos de la creencia islámica, y las fuentes y elementos adicionales en materia doctrinal; por otro, intentaremos fijar las diferencias entre los distintos grupos islámicos más importantes, diferencias que convierten a los mahometanos en una masa mucho menos homogénea de lo que a menudo se piensa

El término “Islam” es de origen árabe y significa “sumisión”. Según la fe islámica, Dios ha transmitido a la humanidad una serie de revelaciones a través de diversos profetas a lo largo de los siglos, de Adán a Jesús, pasando por Noé, Abraham y Moisés, entre otros. De hecho, los musulmanes se consideran a sí mismos, junto con cristianos y judíos, como descendientes de Abraham, en una pretensión absolutamente mítica e infundada. Creen que estas revelaciones anteriores fueron imperfectas, y que, además, fueron deformadas por los hombres con el devenir del tiempo. Mahoma es el último de los profetas, el más importante, el que cierra el ciclo de la revelación divina con el libro sagrado, el Corán. Así pues, allí donde la Torah o el Evangelio entren en contradicción con los preceptos coránicos, veremos una huella de la corrupción humana o una revelación incompleta. Se trataría de la obra de Satanás, que aleja a los hombres y a las naciones del servicio de Dios.

El Corán no es fruto, como en el caso del Antiguo y el Nuevo Testamento, de una inspiración de Dios, que se sirve de instrumentos humanos para dar a conocer su Palabra, sino que es dictado por Dios mismo a Mahoma a través de San Gabriel. El texto sería simplemente la transcripción literal de un Corán increado, transcripción realizada en lengua árabe que resulta ser, por ende, sagrada. Durante la vida del profeta, esas palabras se conservaron de memoria por parte de un grupo de discípulos especialmente dedicados a esta tarea. Diezmados en una de las múltiples batallas iniciales para imponer el Islam en Arabia, se decidió ponerlas por escrito para asegurar su pervivencia. La redacción definitiva más antigua corresponde al tiempo del califa Otmán, y fue realizada por Zaid ibn Tabib, que hizo la clasificación de los 6226 versículos en 114 suras, ordenadas de mayor a menor extensión, con la excepción de la primera sura, la Sura al-Fatiah, que sólo tiene 7 versículos.

El Corán es, pues, un trabajo perfecto, eterno e inalterable. Así como los católicos decimos que Dios se ha hecho hombre y hablamos de Encarnación, para describir la creencia musulmana, habría que decir que Dios se ha hecho libro, y que este libro es el Corán. No hay ninguna posibilidad de interpretación crítica o histórica, ni de distinción entre elementos fundamentales y accesorios. El apego al Corán inunda la vida del musulmán: recitado a los niños en la cuna, memorizado en cuanto se aprende a hablar, copiado para aprender a escribir, compañía en el tránsito de la muerte. En una religión sin sacerdotes y sin sacramentos, el libro es la relación casi exclusiva con Dios. Así pues, es un craso error hablar de clero islámico, no tiene sentido alguno; sólo existen predicadores, exegetas y jueces. Los ulemas son estudiosos del Corán encargados de la predicación; los imanes son los líderes espirituales de la comunidad musulmana (umma). Ello, sumado a una doctrina de libre examen, hace que no quepa hablar en sentido estricto de ortodoxia y herejías islámicas, sino de corrientes mayoritarias o minoritarias.

Fundamentos doctrinales. Los cinco pilares.

La predicación inicial de Mahoma se basó en tres puntos: el monoteísmo radical, un único dios, todo bondad y todo poder; la idea de juicio final; y la respuesta del hombre que ha de ser triple: gratitud, adoración (afirmación pública de fe) y generosidad.

Dios creó la naturaleza de la nada, dando como resultado un conjunto armónico, un cosmos ordenado cuyo propio funcionamiento es la principal prueba de la existencia de su Creador. Alá es enteramente autosuficiente, con lo que es ridículo suponerle compañeros o hijos. Creó a los ángeles para que formaran su corte y a los hombres y genios (jinn) para que le sirvieran obedientemente. Dios es además misericordioso, y dispuesto a perdonar al pecador arrepentido, siempre y cuando profese la auténtica fe y le adore sinceramente. Es el señor del día del Juicio, en el que cuidadosamente serán contabilizados el debe de faltas y el haber de méritos de cada uno, para que eternamente se goce en el paraíso o se padezca en el infierno. Paraíso, por cierto, vívidamente descrito como lleno de concupiscencias y placeres terrenales; revisaremos este punto a la hora de tocar la moral islámica. En el Corán se reconoce además otra clase de juicio divino, que afecta a la historia de las naciones, castigadas con la destrucción o sojuzgadas por pueblos más virtuosos si no se someten al Islam.

Aparte de estos postulados iniciales, la doctrina islámica, tremendamente simplista, se asienta sobre lo que se conoce como “los cinco pilares”:

Xahada o testimonio: la proclamación de la unicidad de Dios, expresada en la fórmula “No hay más Dios que Alá, y Mahoma es su profeta”. Esta profesión debe ser hecha pública por cada musulmán al menos una vez en su vida, lo que equivale al ingreso en la comunidad islámica.

Salat u oración: realizada cinco veces al día. Consiste en unas frases pronunciadas siguiendo un conjunto de posturas: de pie, inclinado, postrado y sentado. La oración pública tiene lugar el viernes, día de la semana reservado para las observancias religiosas especiales. Cada viernes, los musulmanes acuden a una sesión especial de oración que tiene lugar al mediodía. A ella asisten los varones, en tanto que las mujeres hacen las plegarias especiales en casa. Lo que hace diferente a la plegaria del viernes en el sermón dado por el imán, que se conoce como jutba, en el que se habla a menudo de asuntos políticos o sociales.

Sawn o ayuno: se practica todos los años durante el Ramadán, el noveno mes del año, en recuerdo del mes en el que Mahoma recibió la revelación divina. Se combina la abstinencia física y el incremento de las prácticas religiosas, con lo que se obtiene el perdón de los pecados anteriores. Los enfermos o viajeros quedan exentos de la obligación, debiendo compensarla cuando les sea posible en días posteriores.

Zakat o limosna: ha tenido y tiene diversas interpretaciones. En algunas épocas, se entendía como tal el pago de un impuesto al Estado, como vehículo de sostenimiento de la comunidad; hasta que no se pagaba, no se podía considerar legítima la propiedad y fortuna de un musulmán. Hoy en día se espera de los musulmanes que lo paguen voluntariamente. Conviene distinguirlo de la sadaqa que es un acto de caridad, no una obligación.

Hayy o peregrinación a La Meca: todo musulmán debe hacerlo al menos una vez en su vida, siempre y cuando tenga los medios necesarios y no deje sin satisfacer las necesidades domésticas. Se realiza durante el duodécimo mes del año y va acompañado de numerosos ritos, abstinencia y purificaciones. En La Meca, se participa en unos actos rituales que duran 5 días.

La Sunna y la Shariah

La Sunna o tradición es la segunda fuente de la fe. Vino a completar y explicar el Corán tras la muerte de Mahoma. Son los testimonios de la vida del profeta, sus prácticas religiosas y los recuerdos (hadices) sobre su conducta en vida. Estos hadices fueron filtrados y seleccionados en el siglo IX y contienen principios éticos y prescripciones para la vida social. La Sunna es, como veremos, la primera fuente de división dentro del Islam.

La Shariah (camino) es la ley islámica. El Corán tiene carácter de código moral, civil y penal: no estamos ante una doctrina social inspiradora que debe informar los principios sobre los que se asiente la ley sino ante la ley en sí. La Shariah es la aplicación práctica de ese código, que debe extenderse a todos los ámbitos de la vida, entendidos en una indivisible unidad de acuerdo con la filosofía social islámica. La shariah privada ha sido más respetada, mientras que la pública ha sido saltada siempre que le ha convenido al poder político; en el Islam, la “teología” (más correctamente cabría decir pseudoteología), siempre ha estado subordinada a los intereses temporales: de lo contrario, los musulmanes no pagarían impuestos ni conocerían las instituciones crediticias, por ejemplo. Existen cuatro escuelas jurídicas “ortodoxas” en el Islam, que se reconocen mutuamente como legítimas: maliquí, hanafí, chafí y hanbalí; al margen de estas, que son todas sunnitas, hay una quinta escuela chiíta. La coincidencia entre ellas estriba siempre en los cinco pilares.

Todos los actos del hombre se clasifican en cinco categorías legales: deber absoluto (exige recompensa o castigo), actos meritorios (recompensa si se realizan), actos permisibles, actos reprensibles (sin castigo) y actos prohibidos (castigados). En lo penal, la apostasía, el asesinato, el daño físico premeditado y el bandidaje se castigan con la muerte; el homicidio o los daños físicos involuntarios se sancionan con una multa; el robo, con la amputación de la mano derecha; el adulterio, la falsa acusación y el consumo de alcohol con azotes; el resto de delitos, considerados leves, sólo implican una amonestación. En lo civil, el hombre tiene un grado superior a la mujer según el Corán, con derecho a golpearla como marido o como padre; el matrimonio no es indisoluble, se acepta la poligamia y la separación a iniciativa de cualquiera de los cónyuges; el Estado debe establecer los mecanismos necesarios para el sostenimiento económico de las mezquitas.

Elementos adicionales del Islam

Conviene insistir en el simplismo y las contradicciones internas del Islam, seguidas inevitablemente del caos absoluto que es el Corán. Hasta el siglo X, y más como una necesidad defensiva frente a la Teología cristiana que otra cosa, no aparecen los mutazilíes, los dogmatizadores del Islam, que contaron desde el principio con la oposición de los círculos conservadores, refractarios a toda sistematización. Los filósofos medievales como Avicena y Averroes, que intentaron integrar el pensamiento griego, fundamentalmente el aristotélico, con el Islam, llegaron necesariamente a anular varios artículos de fe, hasta el punto de considerar la religión como “filosofía para la plebe”, una especie de metáfora generalizada para aquellos que no podían alcanzar a comprender la filosofía. Ni que decir tiene que enseguida el Islam “ortodoxo” cercenó cualquier intento subsiguiente de especulación racional. ¡Cuán diferente es la historia de la escolástica cristiana, brillantísima síntesis de Razón y Fe, como sólo puede esperarse de la Fe verdadera!

En la moral islámica encuentran cobijo pecados capitales. Desde la concupiscencia, fomentada por la creencia en un paraíso hedonista, hasta la ira, pasando sobre todo por la soberbia; soberbia tanto de la umma situada por encima de los “perros infieles”, como del musulmán que se enfrenta a la misericordia de Dios armado únicamente del libre examen. Se consideran graves los pecados que atentan contra Dios y contra la fe, y los que destruyen o dañan la vida humana; los pecados leves serían aquellos que afectan a los medios de vida y el falso testimonio. Dios perdona todos los pecados salvo la incredulidad y la injusticia. La moral ha sido motivo de controversia en el Islam: los mutazilíes afirmaban que el hombre era capaz de establecer mediante la razón la bondad o maldad de un acto; los asharíes conservadores, por el contrario, asumían que esto era competencia exclusiva de Alá. En todo caso, la moral queda siempre subordinada por la ley (más o menos un “es moral lo que es legal”).

La umma es la comunidad islámica, que no se fundamenta en principios de raza o nacionalidad, y que trasciende las fronteras. Es el conjunto de quienes se someten a Dios y obedecen su ley.

La Ijma es el acuerdo de la comunidad. Es un importantísimo matiz que sirve para justificar cualquier evolución de la doctrina o el derecho islámico, y en la que encuentran amparo, dentro del propio Islam, todas las manifiestas contradicciones que un estudio detallado revela. Enunciado en palabras de Mahoma, el principio se puede transcribir como “mi comunidad nunca consentirá un error”. En fin, podemos considerarla en cierta medida como la primera actualización, anterior al liberalismo, de la estupidez protagórica. La umma se convierte así en infalible, y como en su momento la umma determinó que cierta diversidad de opinión sobre la interpretación del Corán es un regalo misericordioso de Dios (allá por la época de la dogmatización de la que hablábamos antes), voilà que el texto inflexible, eterno e inmutable se interpreta a gusto del consumidor sin reparos teológicos a priori. La ijma permitió que apareciese el misticismo, del que hablaremos luego, y el culto a los santos, prohibidísimo en el Corán, pero que se aceptó por la práctica popular árabe, de raigambre politeísta.

Del concepto de umma se deriva también la visión geopolítica del Islam. Dar al-Islam (la casa del Islam) es el conjunto de países que tienen al Islam como religión de Estado, y dar al-Harb (la casa de la guerra) es el mundo no musulmán, impío. En dar al-Islam, el infiel monoteísta (dhimmi) es tolerado, aunque no puede optar a ninguna función político-administrativa; su único derecho es el de someterse a la ley islámica para ser protegido política y militarmente, a cambio de un impuesto. Esta es la razón de la supervivencia de minorías dhimmis en los países musulmanes. No existe la posibilidad de matrimonio mixto si el varón es dhimmi (el Corán prohíbe incluso la mera amistad con el infiel), ni se pueden levantar templos nuevos, ni se admite en un juicio el testimonio de un dhimmi. El proselitismo no musulmán también está prohibido, mientras que el Islam debe ser predicado en iglesias y sinagogas.

Por otra parte, los habitantes de dar al-Harb pueden ser muertos en tierras musulmanas si han entrado sin autorización, aunque sean náufragos. De hecho, dar al-Harb pertenece de derecho al Islam, que debe recuperarlos tan pronto como las circunstancias lo permitan. Es obligatorio hacerle la guerra o someterlo, no hay paz más allá de la conversión y la sumisión. La tregua (sulh) sólo es lícita cuando no hay posibilidad de victoria, los musulmanes pueden predicar en tierra infiel sin reciprocidad y toda medida adicional redunda en un beneficio para asegurar la victoria final. Que los gobiernos occidentales examinen con atención este precepto, y deduzcan de él el auténtico significado de la yihad o guerra santa.

Sectas y variedades del Islam

El laberinto de variantes dentro de la creencia islámica es casi infinito, como corresponde a una doctrina sin jerarquía y sin ortodoxia alguna. Nos limitaremos a repasar las más significativas, que conviene conocer para saber enfrentarse mejor a la realidad compleja del Islam, añadiendo algún caso especialmente curioso o llamativo.

Los sunnitas aceptan la Sunna, que consideran sirve para adaptar el Corán a todo tiempo y lugar. Creen en el califato electivo, no admiten secta alguna y, considerados en sentido amplio, suponen el 90% del total de los musulmanes. Los wahabíes, en el poder en Arabia Saudí, no son una secta en sí mismos, sino una variante especialmente puritana y ortodoxa del sunnismo. Rechazan radicalmente toda forma de idolatría, lo que les llevó tiempo atrás a al destrucción de santuarios en Kerbala y en la propia ciudad de La Meca. Tras la conformación del Estado saudí, relajaron en parte su doctrina, aunque se les considera el régimen más extremista del mundo islámico, al margen de los talibán afganos. A modo de ejemplo, sirva decir que no abolieron la esclavitud hasta 1962.

Los chiítas (guerrilleros de Alí) apoyan el califato hereditario. La división con los sunnitas, profundizada doctrinalmente en el transcurso de los siglos, arranca de su defensa de Alí, yerno de Mahoma, a quien éste había investido de una “jurisdicción igual a la suya”. Sin embargo, a la muerte del profeta fue postergado por tres califas antes de dirigir la comunidad, y cuando accedió al califato se enfrentó con una oposición virulenta, hasta ser derrotado en combate. Los chiítas duodecimanos o imaníes (el 90% de los chiíes) esperan la vuelta del duodécimo descendiente del profeta, perdido en el desierto, y que les dejó descabezados desde el siglo IX. En el chiísmo la palabra del ayatollah equivale a la ley.

Los jaridchíes son un grupo escindido en los primeros tiempos del chiísmo, debido a lo que ellos consideraron actitud cobarde de Alí. Creen que el califa no tiene por qué ser descendiente del profeta, sino que ha de ser el más digno y piadoso de la comunidad, lo que les dio cierto éxito en poblaciones no árabes, como las del Magreb. Sostenían que la comisión de pecados serios sin arrepentimiento excluye al individuo de la umma, lo que les llevó a considerar impías a las autoridades en su época inicial. Los jaridchíes más moderados, también denominados mzabíes o ibadíes, sobreviven hoy en día en número de apenas millón y medio, repartidos por Omán, Djerba y el sur de Argelia.

Los ismaelitas son otra secta de chiítas radicales escindidos, con fuertes influencias del gnosticismo y el neoplatonismo. Entre las variantes de esta secta encontramos a los alawíes, que creen que Alí fue una encarnación de Alá; los drusos, surgidos tras la desaparición en el Cairo del califa al Hakim, a quien consideran también una encarnación de Dios; y la novelesca secta de los hashassin, los “asesinos”, especie de orden antitemplaria extendida por Armenia, Siria y Tierra Santa en la época de las Cruzadas. Fundada por el misterioso Anciano de la Montaña, tenía su centro en la fortaleza de Alamut, donde los miembros eran adiestrados en las artes del asesinato y fanatizados mediante el uso de estupefacientes, lo que les llevaba a cometer los más audaces crímenes seguros de alcanzar el Paraíso. Llegaron a asesinar a grandes personalidades de la época, tanto musulmanas como cristianas, entre ellas un Gran Maestre del Temple. Fueron definitivamente arrasados por las hordas mogolas.

Los sufíes, o místicos musulmanes, no son en realidad una secta en sí mismos, pues surgieron en las distintas variantes del Islam. Aficionados a la música, el baile y la poesía, elevaron el árabe vulgar a lengua religiosa, lo que les valió cierto predicamento entre las capas populares. Contaron en su momento con recia oposición, pero, finalmente, la ijma sirvió para justificar el misticismo “verdadero”, que encontró alambicadas confirmaciones en el Corán y la Sunna, frete al misticismo herético, de tipo panteísta. El misticismo ortodoxo es de carácter fundamentalmente ético; pretende la unión con Dios a través de la purificación moral del alma. En realidad, los sufíes absorbieron las enseñanzas de místicos judíos y cristianos que vivían en determinadas zonas de Oriente Medio, y fueron desarrollando sus ideas ascéticas iniciales en prácticas más formales. Así nacieron centros de sufismo a cargo de un maestro con sus discípulos que sirvieron para expandir el Islam; con el paso del tiempo los centros se transformaron en las llamadas órdenes sufíes, inspiradas por las enseñanzas del maestro original.

Los ahmadíes o babíes son los seguidores de un iluminado decimonónico que decía ser la reencarnación de Cristo y del Krishna hindú. En términos coloquiales, serían una especie de testigos de Jehová del Islam; eso sí, radicalmente anticristianos. Desarrollaron una doctrina pacifista y universalista y se declararon religión independiente, logrando numerosos adeptos en los Estados Unidos, fundamentalmente entre la población negra.

El llamado Islam popular viene a representar la anuencia de la ijma para continuar con prácticas animistas o espiritistas, destinadas a mantener a raya a toda clase de espíritus y diablillos que pululan por el mundo. Sin embargo, quizás el más importante Islam popular sea el de Indonesia. Indonesia es el país islámico más poblado (200 millones de habitantes), y también el menos islámico. La mayor parte de la población, los llamados abangan (campesinos) practican una religión sincrética, muy influida por el sufismo, de marcado carácter panteísta. Los musulmanes “ortodoxos”, conocidos como los santri (conocedores de la Escritura), y que se ven a sí mismos como una élite en medio de una vasta masa de ignorantes o descreídos, sólo tienen cierta relevancia numérica en Sumatra.

Finalmente, también cabe hablar de musulmanes secularizados, cada vez menos importantes, pues solían ser aquellos que habían derivado hacia el marxismo.

Islam y Cristianismo

Consideremos brevemente las relaciones entre Islam y Cristianismo. Los mahometanos consideran a Jesús como un gran profeta, y creen en la virginidad de Santa María. Pero el Corán hace al Niño Jesús negar su divinidad, y edifica una leyenda por la que, en la Cruz, Jesús es suplantado, siendo asunto a los cielos en vida. Y es que, evidentemente, carece de sentido el acto redentor de la cruz cuando no hay pecado original que redimir, pues resulta que el propio Dios ya perdonó a Adán inmediatamente después de la caída, limitándose a hacerle padecer la decrepitud física del envejecimiento. Por lo tanto, existe una oposición ya no sólo de orden teológico, sino de orden antropológico con el Cristianismo, al no concebir al hombre como inclinado al mal. Otro aspecto muy a tener en cuenta en esta confrontación es el sirk, es decir, el término árabe que describe la asociación de algo con dios. El sirk es uno de los pecados imperdonables, pecado que precisamente cometen los cristianos al proclamar la divinidad de Cristo. De hecho, el Islam considera politeístas a los cristianos por creer en la Santísima Trinidad. En definitiva, el Corán no puede considerarse, a pesar de la pretensión musulmana, una continuación superadora de la revelación bíblica, toda vez que niega todos los fundamentos doctrinales de la verdadera Religión, que se asienta sobre el Verbo encarnado y vivo, y no sobre el Verbo escrito.

Como señala acertadamente Luis María Sandoval en su artículo “Esencia y papel del Islam”, publicado en la revista Arbil, es fácilmente explicable la escasa capacidad evangelizadora entre los musulmanes, debido a la propia estructura de su religión. Es una creencia postcristiana, con la capacidad de configurarse por lo tanto en contra del cristianismo, y adaptada mefistofélicamente a la medida del hombre. Este simplismo sería igualmente el causante de la propensión del Islam hacia el extremismo.

Islam y Occidente

Las relaciones entre el Islam y Occidente pueden entenderse en una doble clave temporal: el complejo del pasado y la esperanza del futuro. El colonialismo fue, en efecto, un golpe increíble sufrido por los países islámicos. Embebidos de su desprecio hacia los infieles, se encontraron repentinamente con la súbita, aplastante e indiscutible derrota frente a las escasas pero modernas tropas coloniales. La trascendencia de esta circunstancia es tal que hoy en día no podría entenderse el sentimiento de los mahometanos hacia Occidente sin concebirlo como un gran complejo heredado de aquellos tiempos.

Un complejo que se tradujo en diferentes posturas que intentaban justificar el desastre. Todas coinciden en que ninguna se baja del burro de la superioridad:

La teoría conspiratoria, absurda, justificada por míticos documentos que nadie ha visto nunca.

La teoría del castigo de Alá, que había permitido la derrota de los creyentes por su desviación de la fe mahometana.

La teoría de que, en realidad, el avance de Occidente se debe a la grandiosa herencia cultural del Islam medieval, de manera que la superioridad técnica y material es, en realidad, de origen islámico.

Esta última teoría, no menos fantasiosa que las otras dos, goza, sin embargo, de un incomprensible predicamento en la historiografía débil y entreguista del Occidente actual. En todo caso, no es este el lugar de rebatirla, pues nos llevaría demasiado lejos en la exposición.

La segunda clave temporal que mencionaba es la de la esperanza en el futuro: esperanza a la que me lleva mi deber del optimismo para juzgar la situación actual. El Islam, utilizado como un ariete más para demoler el Occidente cristiano, es, posiblemente, la única gran potencia humana que escapa al control del Mundialismo. El perro rabioso ha mordido la mano del amo, un amo que creía controlarlo sin problema alguno en base a laicización y progreso material cuando llegase el momento. En el largo plazo, y espero que no se me acuse de tener las menores ansias de devenir en profeta, existirán dos salidas a la situación. O bien el Islam arrasa Occidente, como así hizo, por ejemplo, con el Norte de África en los siglos VII-VIII hasta no dejar ni el menor rastro de aquella floreciente perla cristiana; o bien se transforma como digo, en la gran esperanza, en la gran oportunidad. Esta solución, que es por la que quiero decantarme, implicaría que el Islam fuese el catalizador de la reacción de Occidente, que, viendo como con el liberalismo, el hedonismo y el materialismo no pueden hacer otra cosa que sucumbir ante el empuje musulmán, resurja de sus ya ni siquiera humeantes cenizas para, con brío renovado, reconstruir la Cristiandad.

Conclusión

A la luz de lo que es el Islam, es evidente que es un enemigo de nuestra Fe, un enemigo poderoso e irreconciliable, con el que no caben componendas y ecumenismos. Un enemigo poderoso, pero, como vemos, dividido y vencible, a pesar de la imagen homogénea que a veces transmite y que nos intimida con cierta aureola de imbatibilidad. Y un enemigo irreconciliable, ante el que sólo cabe la encomienda a San Miguel Arcángel para combatirlo: desde la Fe, con la oración; desde la razón, con la Teología y la Filosofía; desde la acción práctica, con la lucha por la restauración de la Iglesia; y, cuando llegue el momento en el que sea necesario –momento que mucho me temo que llegará–, desde las trincheras, con las armas en la mano.

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Arturo Fontangordo

 

Revista Arbil nº 80

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