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Revista Arbil nº 80

La gran virtud de Zapatero

por Fernando de Haro

¿Cómo ha llegado Zapatero a ser presidente? Luchas fratricidas, divisiones internas, falta de autocrítica, descalabro catalán, promesas fáciles, apoyo de Prisa, azar, errores del Gobierno saliente y la transferencia de culpa a cargo de los electores son elementos excepcionales que auguran un futuro político revuelto para gobernar el país

Hasta ahora la gran virtud de Rodríguez Zapatero –conviene ir olvidando lo de ZP para referirnos al presidente– ha sido estar en el lugar justo en el momento adecuado. La victoria por mayoría absoluta del PP en el año 2000 produjo en los socialistas desorientación, perplejidad y un aumento considerable del clima de enfrentamiento interno que se respiraba desde el 96. El anónimo diputado de León, desconocido por la opinión pública y con un currículo parlamentario muy reducido, fue elegido Secretario General en el XXXV Congreso del PSOE, en julio hará cuatro años, por nueve votos. Votos, por cierto, facilitados por “oscuros conseguidores” como Balbas y compañía que forman parte de la hez que hay en todo gran partido político, personajes que se hicieron famosos por su participación en la trama de Madrid que impidió a Rafael Simancas gobernar. A Zapatero no le conocía entonces nadie y si consiguió hacerse con el liderazgo fue porque las luchas fratricidas entre las diferentes familias le abrieron una rendija por la que colarse. Su victoria fue más la derrota de Bono que una conquista alcanzada por méritos propios. Ya al frente del partido, Zapatero aseguró ser un defensor del “socialismo libertario” sin llegar a concretar mucho en que consistía semejante doctrina. A nadie le importó mucho tampoco que esta formulación programática careciera de precisión. El partido seguía profundamente dividido y prácticamente nadie confiaba en la capacidad del nuevo Secretario General para hacer frente al PP. Lo único que se discutía era cómo recomenzar de nuevo a partir de 2004, cuál sería el hombre –por supuesto, Zapatero no– que impediría una cuarta legislatura de los populares. En la primavera de 2003, sin embargo, después del desastre del Prestige y de los meses de agitación en la calle contra un ejecutivo que “nos hacía participar” en la Guerra de Iraq, la esperanza se recupera. Toda la oposición esperaba unos resultados en las municipales que supusiera un importante desgaste. De hecho, la campaña electoral más que la de unos comicios locales pareció la de unas presidenciales. Zapatero recorrió España exigiéndole a Aznar responsabilidades por la participación en el conflicto. Parecía el gran momento. El 25 de mayo el globo se desinfló. Contra todo pronóstico, a pesar de haber sufrido sus peores meses, los populares mantuvieron el tipo y consiguieron un empate. Todos los socialistas miraron de reojo a su joven Secretario General, responsabilizándole de no haber sabido capitalizar suficientemente el creciente descontento.

Crisis de Madrid y tripartito.

El malestar hacia el Secretario General creció por el modo en el que resolvió la llamada crisis de Madrid a principios de verano. Cuando los socialistas pierden el gobierno de esta Comunidad Autónoma por la ausencia de los diputados Tamayo y Sáez en el debate de investidura, Zapatero se pone de lado. No reconoce que uno de sus hombres más cercanos, José Blanco, ha sido el responsable del descalabro por introducir en las listas a personajes siniestros; tolera que triunfe una huida hacia delante del PSOE madrileño caracterizada por la falta de autocrítica y por la culpabilización del PP. Cuando se repiten las elecciones, los socialistas las pierden. El rumor de las voces críticas se hace ensordecedor. Gritan que un jefe que no corrige, que no marca rumbo y que no hace reconocer los errores les lleva al desastre. A finales del verano el partido está desolado. Entre los cuadros de profesionales que colaboran con Ferraz cunde el desaliento por errores en la gestión de los equipos; el más conocido es el que se produce entre los asesores económicos. La izquierda del PSOE (sobre todo guerristas) y los hombres de Prisa (la derecha) maquinan el relevo.

Tampoco empieza bien el curso. En las catalanas, los socialistas parten como los grandes favoritos. La marcha de Pujol, el desgaste de décadas de gobierno de CIU y el nuevo catalanismo del PSC auguran ese triunfo rotundo que desde hace casi cuatro años están esperando. Tampoco esta vez hay suerte, son derrotados contra todo pronóstico por Convergencia i Unió. Pero aunque no son la lista más votada forman gobierno con el apoyo de los independentistas de Esquerra y de los comunistas y verdes de ICV. Empieza entonces un nuevo calvario para Zapatero. Pronto se sabe que Carod (máximo responsable de Esquerra y Conseller en Cap) ha aprovechado las vacaciones de Navidad para negociar con ETA una tregua que beneficiará sólo a Cataluña. El Secretario General del PSOE intenta ponerse otra vez de lado, pero esta vez no es posible. Llama entonces al orden a Maragall para que expulse a Carod de su gobierno. Maragall le desobedece y le recuerda que el PSC es, en realidad, un partido independiente. Nunca había sucedido nada semejante entre el PSC y el PSOE desde la instauración de la democracia. La desobediencia se volverá a repetir cuando ETA anuncia efectivamente una tregua que sólo beneficia a Cataluña. Zapatero volverá a exigir a Maragall que se desligue de Carod para siempre y Maragall le contesta que verdes las han segado. Zapatero no obliga a Maragall a dimitir y no impone otro líder socialista como le aconsejan algunos de sus asesores cercanos.

A pesar del desprestigio que supone la crisis catalana para su liderazgo, el Secretario General del PSOE se traga el sapo, se recompone y se prepara para la campaña electoral. El resultado de las urnas en Cataluña ha demostrado, después, que el PP erró al cargar las tintas en sus críticas a Zapatero, acusándole de ser el socio de una persona que negocia con terroristas. A los votantes catalanes les ha importado más que los populares se negaran a concederles una reforma del estatuto que el hecho de que el PSC no le hiciera caso al PSOE. Muchos de ellos incluso han premiado que su Conseller en Cap negociara con ETA una tregua “exclusiva” para su Comunidad Autónoma.

Campaña descendente y 11M.

La campaña electoral comienza con una ventaja del PP sobre el PSOE de casi 7 puntos. Es en ese momento cuando nuestro hombre comienza a ganar. El PP llega a finales de febrero con un Rajoy que lleva cinco meses designado como sucesor sin haber dicho una palabra más alta que otra. La estrategia de los populares es no movilizar a los dos millones de votos de la izquierda abstencionista que no visitó las urnas en 2000. Perfil bajo, por tanto. Poca agresividad y una consigna muy repetida por la derecha tecnocrática y funcionarial: lo importante es no equivocarse. Se nota que a Rajoy le han preparado sus intervenciones personas como Gabriel Elorriaga y Carlos Aragonés, políticos que llevan toda la vida pisando moqueta. Le ha faltado la cercanía de esos hombres que con Aznar refundaron el partido y que fueron conquistando voto a voto en la calle. Con un contrincante obsesionado por no errar, Zapatero se crece. El candidato socialista tiene esa magia de quien sabe suscitar entusiasmo con grandes palabras positivas –esperanza, cambio, ilusión, diálogo– que no necesitan mucha racionalización. En una campaña, sobre todo televisiva, el líder socialista joven y de ojos claros se consolida. Al final la diferencia se había reducido a dos o tres puntos. Objetivo conseguido: después del 14-M pocos se atreverían a cuestionar al nuevo líder. Guerristas y socialdemócratas de Prisa deberían apoyarlo para 2008.

Y es entonces cuando a Zapatero le vuelve a saludar la fortuna de un modo sorprendente. Esperemos que haya alguien en su entorno que se esté pellizcando y dando gracias a los dioses por el inmenso regalo recibido y que no todos sus colaboradores crean que su victoria se debe a su esfuerzo. El azar, los errores de un Gobierno que se había vuelto arrogante e incapaz de entender cómo se vivía la crisis del 11M en la calle y el cálculo de los terroristas de Al Qaeda le han convertido en Presidente del Gobierno. No ha sido ni su capacidad para poner orden en su partido, ni una labor paciente y seria de oposición ni la originalidad en formular propuestas lo que le ha llevado hasta Moncloa. Simplemente ha estado en el lugar –la candidatura útil para la izquierda– y el momento adecuado cuando dos millones y medio de votantes abstencionistas han querido castigar al gobierno del PP porque lo han considerado responsable de los atentados del 11M.

¿Un presidente a la altura de las circunstancias?

El extraño juego de las fuerzas que mueven la historia a veces encumbra a hombres que en otros momentos sólo hubieran llegado a la portavocía de una comisión parlamentaria. Eso no prejuzga nada; hay casos en los que consiguen estar a la altura de las circunstancias. Nunca es fácil hacer un pronóstico, porque, como dice Sófocles en Antífona, «no hay medio de conocer el espíritu, pensamientos y puntos de vista de hombre alguno, antes de que se aclare en contacto con el mando y las leyes». Pronóstico que en el caso de Zapatero se complica porque su trayectoria y su tendencia a ponerse de perfil impide encontrar en el pasado pistas relevantes. Lo cierto es que las circunstancias son muy difíciles. Los españoles, por la influencia del franquismo y por un pacifismo mal entendido, tenemos tendencia a intentar salirnos de la historia y a buscar refugios donde los grandes problemas internacionales no nos rocen. Los atentados del 11M han dejado claro que eso es una quimera. Desde el 11S el islamismo terrorista de Al Qaeda está en guerra contra Occidente y el neutralismo es imposible. En este ámbito Zapatero ya ha cometido su primer gran error. Al día siguiente de su victoria anunciaba la retirada de las tropas españolas de Iraq, si bien condicionó esa retirada a una nueva resolución de la ONU. Menos mal. Tiene todavía una posibilidad. La guerra de Iraq fue seguramente una gran equivocación que ha complicado el combate contra el terrorismo islámico. Pero ahora que ya estamos allí hay que pensárselo dos veces antes de hacer las maletas.

Lo normal de un presidente electo es que, tras su victoria, se enfunde en un traje oscuro, abandone los gestos propios de la juventud y adquiera esos ademanes posados que acompañan al hombre de Estado. Asistimos a esa “mutación” cuando González llegó a la Moncloa y metió a España en la OTAN, o cuando Aznar ganó en el 96. Palabras de compromiso, estudio de dossieres, conversaciones con estadistas y decisiones sopesadas. No ha sido el caso. Zapatero ha querido agradecer sus dos millones y medio de votos extra. Y como ha dicho Gilles Kepel, «el anuncio realizado por el presidente electo del gobierno español es una señal que demuestra que por primera vez el terrorismo islámico ha obtenido una victoria política inmediata. Se puede temer que la lección española aliente al terrorismo: la “victoria” conseguida en España, “obligada” a retirar a sus tropas, puede evocar la victoria de Hezbolá en Líbano, dado que los atentados suicidas de 1983 contra las fuerzas estadounidenses y francesas llevaron a la retirada de sus contingentes de Beirut». Seguramente habrá nueva resolución de la ONU. Zapatero sostendrá entonces que ha sido él quien ha conseguido un nuevo paraguas jurídico internacional y que tiene sentido quedarse. Pero lo va a tener muy difícil, porque esos dos millones y medio de votos quieren que nos vayamos de Iraq con o sin resolución.

De todos modos ya se ha comenzado una labor de re-educación del líder desde la derecha de la izquierda que puede dar su fruto. Zapatero no hubiera llegado donde está sin el apoyo final del Grupo PrisaCadena Ser, El País y Localia–. A Prisa nunca le gustó Zapatero, pero lo ha estado sosteniendo para que el suelo de los socialistas no se desplomara y, de pronto, se ha encontrado con un presidente del gobierno entre las manos. Prisa, a diferencia de lo que le sucede a la actual dirección del PSOE, sí tiene un proyecto bastante definido. En política internacional el atlantismo de Felipe González, que durante sus años de gobierno siempre mantuvo una relación excelente con Estados Unidos, tiene mucho peso. También es un atlantista convencido Javier Solana –actual Mr. Pesc–. Y estos dos hombres, por citar a los más influyentes, más que hombres del PSOE son hombres de Prisa. Siempre se mostrarán contrarios a la política de Bush, sobre todo por su carácter conservador y porque lo consideran un cristiano reaccionario, pero estarían probablemente muy cómodos con Kerry –que por cierto le ha pedido a Zapatero que no retire las tropas–. Los dos están muy lejos del pacifismo irresponsable que han jaleado los medios de Prisa para desgastar a Aznar.

En cualquier caso los columnistas más reputados de El País ya le han empezado a “explicar” a Zapatero que a lo mejor conviene no marcharse de Oriente Próximo y que es imposible salir de la historia. También desde este periódico otro de los hombres clave de Prisa –Miguel Ángel Fernández Ordóñez, antiguo alto cargo en los gobiernos de Felipe González y colaborador en la campaña– ha empezado a decirle a Zapatero lo que tiene que hacer. Hace unos días le mandaba desde el periódico de Polanco este mensaje: «aunque la herencia recibida no es buena, el nuevo Gobierno socialista no debería dedicar un solo minuto a criticar al gobierno anterior (...) además de aprobar decretos el gobierno debería dedicar mucho tiempo a convencer a los agentes económicos de la importancia de innovar, de ser eficientes y de ser flexibles». A buen entendedor… Si Zapatero escucha a Prisa tendría que seguir reformando el mercado laboral, siempre más fácil para un gobierno de izquierdas que para uno de derechas. Más consejos: hay que recoger «la mejor política presupuestaria del PP –la importancia de la estabilidad presupuestaria–». Fernández Ordóñez que se pasó todo la legislatura explicando las bondades de romper con el Pacto de Estabilidad y de aplicar políticas keynesianas vuelve al redil y recomienda déficit cero. Si Pedro Solbes es al final el ministro de Economía, eso está garantizado. Solbes fue el hombre que en la última época de González más defendió el control del gasto y ha sido el azote de Francia y Alemania, en la Comisión Europea, por haberse saltado a la torera el Pacto de Estabilidad. En el campo económico Zapatero puede dejarse orientar por los hombres conservadores de Prisa porque su programa económico nunca fue preciso.

Anticlericalismo y moderación económica

Otra cuestión muy diferente es la educación. En esta materia Zapatero sí había dicho claramente que derogaría la Ley de Calidad de la Enseñanza, una ley que ha querido introducir la cultura del esfuerzo en un país como el nuestro en el que el fracaso escolar es uno de los más altos de la Unión Europea. Después de las funestas consecuencias de la LOGSE, los hombres de Prisa están realmente muy preocupados por este tema. Han dedicado en los últimos años importantes recursos, a través de la Fundación Santillana, a estudiar modelos educativos que funcionen. Por eso le “indicarán” a Zapatero el camino para conseguir lo que consideran una educación de calidad. Una educación de calidad que, por supuesto, significa hacerle la guerra a la clase de religión y complicarle la vida a la enseñanza de iniciativa social. El Secretario General de los socialistas se ha pasado la campaña prometiendo que va a favorecer la enseñanza de titularidad estatal, que va a eliminar el carácter evaluable de la religión y que su gobierno defenderá los “valores seculares”. Es conveniente releer la intervención que hizo durante la campaña electoral en la Universidad Carlos III para hacerse una idea del carácter beligerantemente laicista que anima a inspiradores de nuestro presidente. No por casualidad esa conferencia la pronunció delante del Rector, Gregorio Peces Barba, uno de sus “notables”, que con más vehemencia ha defendido la revocación de los Acuerdos Iglesia-Estado. Tanto Peces Barba como Zapatero están entusiasmados con la idea de meter a los católicos en las sacristías.

Es previsible que, reeducado por el ala derecha en materia económica, el nuevo inquilino de La Moncloa utilice su combate contra lo que considera “los privilegios de la Iglesia” para congratularse con el ala más izquierda de sus votantes. Convertirse en un “comecuras” no tiene costes inmediatos como sí los tiene una política internacional o una política económica realmente de izquierdas. La única factura podría ser una auténtica movilización social de los católicos, cosa que en este momento es improbable.

También le va a resultar “muy barato” y rentable electoralmente ser radical en las políticas de “mínimos éticos cuestionados”. Es muy previsible que ponga a nuestro país a la cabeza de la investigación con células madre embrionarias, que apueste por la clonación terapéutica, que reconozca validez al matrimonio entre homosexuales y que facilite el que éstos adopten niños. En realidad, a gran parte de la derecha estas cuestiones no la movilizan.

Así que, sin especial complicación, dosificará anticlericalismo con moderación económica e internacional. Lo que le va a resultar más complicado va a ser el problema de la cohesión territorial. Zapatero, a diferencia de lo que hizo el PP, apuesta por un entendimiento con los nacionalismos moderados. Pero lo que tiene en el Congreso de los Diputados y gobernando en el País Vasco y en Cataluña no es nacionalismo moderado. El PNV le va a hacer llegar el plan secesionista de Ibarretxe el próximo otoño. El presidente electo ya ha anunciado que quiere dialogar con el lehendakari pero que en ningún caso admitirá el plan. Tendrá que elegir entre perder al PNV como posible apoyo parlamentario, o mantener el actual modelo de Estado y dar fuerza al PSE en Euskadi como partido líder del bloque constitucionalista. También Cataluña enviará a Madrid una reforma del Estatuto en breve, una reforma que –por lo menos– desdibujará lo que ahora entendemos por España. En este caso va a tener muy difícil oponerse a la reforma, porque no sólo va a ser Esquerra quien se lo va reclamar, también se sumarán sus diputados catalanes del PSC y a lo mejor hasta CIU. Si no impuso su criterio en la llamada crisis de Carod tampoco lo va a imponer ahora. El peor de los escenarios es que haya un acuerdo entre los socialistas del PSC, el PNV, ERC y CIU para exigir, de forma conjunta, la reforma de los dos estatutos. Entonces cambiarían muchas cosas. El único contrapeso lo podrían ejercer los socialistas españolistas como Bono o Ibarra.

En cualquier caso, lo mejor que nos puede pasar es que Zapatero reconozca en su fuero interno que ha llegado al gobierno en circunstancias excepcionales, que además de los dos millones y medio de votos extra que ha recibido, hay ocho millones de votos del centro izquierda y otros nueve millones de centro derecha. La oposición política y la sociedad civil deben recordárselo constantemente.

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Fernando de Haro

Este artículo ha sido publicado en el número 76 (abril de 2004) de la edición impresa de la revista “Páginas para el mes”, (www.paginasparaelmes.com).Foro ARBIL agradece la autorización de su Dirección para la reproducción del citado artículo en nuestra revista digital.

 

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