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Revista Arbil nº 81

El peine de Aspasia

por Publio Cornelio

Más de las "vidas paralelas" que pueden extrapolarse a sucesos relevantes actuales

Acto Segundo.

Escena 1ª. Aparece la cámara nupcial un tanto desordenada. Entra luz suficiente para ver bien lo que sucede en la misma. Aspasia, sentada, mira con fijeza su espejo. Pericles, en la cama, la observa levemente, dormitando.

Aspasia.- Bien mirado, por mucho que digas Pericles, soy una mujer muy bella. Este espejo no da proporción alguna de mi natural y arrebatadora belleza.

Pericles.- Arrebatadora.

Aspasia.- No te muestras muy locuaz, y me lo explico. Pero el hombre que tiene arrestos para llevar las riendas del poder, ha de tener el coraje para llevar una conversación con su mujer en la cámara nupcial.

Pericles.- Sí cariño.

Aspasia.- Fíjate, fíjate qué peine que me he traido. No es un peine cualquiera, pues tiene unas figuras muy particulares, que sólo un iniciado conoce... ¿Estás iniciado en algún misterio, Pericles?

Pericles.- Sí y no. Ya sabes que no se puede hablar de estas cosas.

Aspasia se mira una vez más. Se vuelve hacia su nuevo marido, se inclina un poco y le dice con voz melindrosa.

Aspasia.- Sí, sí me lo dirás. Lo hemos de compartir todo. No sólo los hijos, si vienen, sino también todo lo demás... Cariño... tu barba, que te cubre las mejillas, me hace cosquillas. Comprenderás que con una barba así, no pueda besarte todo lo que desee a no ser...

Pericles.- A no ser...

Aspasia.- A no ser que me seas muy sincero. Yo siempre te seré leal, y te ayudaré...

Pericles.- Sí.

Aspasia.- Te apoyaré en tus grandes aspiraciones, para que te conviertas en el gobernante más afamado de toda Grecia, el más envidiado. Cuántos invitados tuvimos, ¿no te parece? Todo distinción, sí. Hasta de Lacedemonia y Egipto.

Pericles.- Sí.

Aspasia.- Yo no me fiaría mucho de los lacedemonios, aunque su presente ha sido de los mejores. No confies en ellos marido mío. En cambio, los jonios, esos sí que te harán próspero y a la Liga más. En ellos te has de apoyar, y en el poder de sus barcos. El que controle el mar, controlará la tierra.

Pericles.- Hablas muy bien cariño.

Aspasia.- Pericles mío, ¿por qué no me peinas un poco, que tengo el cabello alborotado?

Se alza el telón intermedio y se vislumbra un coro de ancianos.

Coro.- ¡Pericles, Pericles, despierta! ¿No ves que estás medio atontado? No articulas ni media frase, mientras tu nueva esposa, Aspasia no para de hablar. ¿Cuándo se ha visto semejante cosa? ¿Acaso te vas a convertir en un calzonazos? ¿El auriga del Ática va a ser el burro de la casa? ¡Despierta, despierta! ¡No has durado ni un día en los brazos de esta mujer, que como la viuda negra se apresta a devorarte después de la cópula! ¡Pericles, Pericles, despierta!

Se baja el telón intermedio y desaparece el coro.

Pericles.- Pero qué peine tan mono tienes, rosa mía.

Aspasia.- Sirve lo mismo para el cabello que para la barba. Pero es muy especial, porque con él se logra saber lo que hay en los corazones.

Pericles.- Pensaba que eras sabia, pero ignoraba que fueras adivina.

Aspasia lo rodea con sus brazos, mientras muestra sus blanquecinos dientes, en apretado haz. Se baja el telón.

Escena 2ª.

Un mensajero corre, bastante fatigado. Un campesino lo para.

Campesino.- Alto forastero, descansa un poco. ¿A qué vienen esas prisas?

Mensajero.- Soy portador de gratas nuevas.

Campesino.- ¿Gratas nuevas? ¿Cómo de gratas, o cómo de nuevas?

Mensajero.- Frescas del día, campesino, frescas del día. Ayer se celebraron en Atenas las nupcias de Pericles y Aspasia, la milesia. Asistió lo más granado de Grecia, las islas y de toda esta parte del piélago.

Campesino.- Gente sin deudas reconocidas, pues.

Mensajero.- Si hubieras visto sus vestidos, sus peinados, sus collares y sortijas, sus calzados y pendientes...

Campesino.- Los pendientes están muy de moda. Precisamente ayer llevé a mi burro al herrero para que le pusiera uno. Y dime, ¿asistió mucho pueblo?

Mensajero.- El gentío era indescriptible a lo largo del trayecto desde la casa de Anaxágoras hasta la de los padres de Pericles. Multitud de mujeres querían retener en sus pupilas aquel instante. Grupos de doncellas y jóvenes bailaban y cantaban y tocaban la pandereta y el tamboril, esperando el paso del carro tirado por dos mulos. ¡Qué espectáculo! ¡Qué glamour! Decenas de aedos asistieron y estarán ahora dirigiéndose a sus respectivos lugares, cantando las nupcias de Aspasia y Pericles.

Campesino.- Con todo lujo de detalles. Cómo se ve que no están arruinados los unos, y que esperan cobrar bien los otros. Pan y circo. Y los pobres campesinos, los pobres pescadores, a soñar con las sandalias de Aspasia o la tarta nupcial con que les obsequiaron.

Mensajero.- Veo que no simpatizas mucho con los novios.

Campesino.- No me han solucionado nada hasta ahora, y creo que tampoco me darán nada a partir de hoy, salvo algún disgusto.

Mensajero.- ¿Por qué dices eso, insensato rústico? ¿Acaso eres tú el único mortal que no celebra las nupcias imperiales, la comidilla de los últimos meses?

Campesino.- Los pobres somos mayoría y hablamos poco, mensajero. Pero esa comidilla que tú dices, a mí no me da de comer. Y respecto de celebrar las nupcias, no, no las puedo aprobar. Por otra parte, esta madrugada vi pasar en esta misma dirección a Areté, que huía de Atenas. No ha asistido a la boda y eso no puede ser buena señal.

Mensajero.- Eres un campesino tonto y orgulloso. Deberías aceptar la verdad oficial que anunciamos los mensajeros, la que te repitirán una y otra vez los aedos, la que se fijará en estelas en los caminos y en bronces en las plazas. Eso es lo que has de pensar y no tus necedades, campesino. Eso y defender la democracia, de la que es timonel Pericles, nuestro campeón.

Campesino.- Te iba a ofrecer comida y bebida, pero puesto que me has faltado sin motivo, es preciso que sigas tu camino, si no quieres que te dé un buen golpe.

 

Sale el mensajero corriendo. Se marcha el campesino por la derecha. Por la izquierda aparece una linda joven; por la derecha, entra corriendo el mensajero.

La Joven.- ¿Dónde vas tan deprisa?

Mensajero.- Soy un mensajero, y llevo noticias deliciosas de Atenas.

La Joven.- ¡Atenas! La moda más actual se puede ver en esta gran ciudad, con todas las novedades descargadas en el muelle del Pireo, y con descuentos especiales en las tiendas de Sosípatro del Bósforo...

Mensajero.- Jovencita, veo que tú sí que hubieras apreciado las sandalias de Aspasia y su bella y fina pedrería, la caída artística de sus gasas, sutiles y artificiosas, su mirada de araña y de lechuza a la vez...

La Joven.- ¿Vienes de la boda? ¡Cuéntame, cuéntame con todo detalle los asistentes y sus vestidos! Los peinados, las peinetas, las agujas, los perfumes... ¡Qué suerte la tuya que puedes contarlo después de vivirlo!

Se alza el telón intermedio y aparece el coro.

Coro.- Mensajero, deja de hablar de una vez con el primero que encuentras y cumple tu trabajo. ¡Mensajero! Nada, todos los atenienses, menos ese campesino, parecen sordos y ciegos, como si estuvieran completamente enamorados. Sí, Afrodita los ha vuelto lerdos a todos, comenzando por Pericles, que parece haber perdido el sentido. Y estos chismes... todos querrán saber los zapatitos de Aspasia, su vestido, su peinado, los quilos que pesa, para compararse... ¡Mensajero, deja la cháchara mujeril y cumple tu misión!

Se baja el telón cubriendo al mensajero y la joven. Se sube y aparece un grupo de tres lacedemonios.

Lacedemonio 1.- Me parece que hoy estamos de enhorabuena.

Lacedemonio 2.- Sí, todo el mundo está pendiente de las noticias que traigan los aedos y los mensajeros.

Lacedemonio 3.- Todos desean saberlo todo acerca de los tortolitos, sus trajes, sus perfumes, su peinado. Nosotros, mientras tanto, iremos sacando el polvo a nuestras armaduras. Si han despachado, como cuentan, a Areté, pronto saldrá también de entre ellos Ares.

Lacedemonio 1.- Estamos a punto de conseguir que hagan suyo el lema de Afrodita: haz el amor y no la guerra. Pericles va a ser el mejor heraldo de esta nueva revolución, que tanto nos conviene. Presos en las garras de Afrodita, no oirán el murmullo de nuestras pisadas en formación hacia sus viñas y olivos... Mirad, llega un mensajero.

Mensajero.- ¡Por fin, por fín estoy en tierra lacedemonia!

Lacedemonio 2.- Dinos, mensajero, de dónde vienes y qué nuevas traes.

Mensajero.- Vengo de la boda de Aspasia y Pericles, y traigo noticias recientes de todo, también de la ciudad, sus defensas, sus soldados.

Lacedemonio 3.- ¿Y de la luna de miel se sabe algo?

Mensajero.- Por supuesto. Han contratado con su amigo Todoelglobo una luna de miel insuperable. Desean venir primero a la Arcadia, a disfrutar de su paz paradisiaca. Luego, embarcarse en Corinto en dirección a Chipre y Fenicia. Por último, acercarse a Lesbos y Delos, lugar de poetas y tesoros. Tardarán varias lunas en recorrer todos estos sitios.

Lacedemonio 1.- ¡Oh, qué envidia sentirán todos con esta singular travesía! Cuéntanos, cuéntanos, quién gobernará el Atica mientras tanto. Algún estratego de prestigio, ¿no?

Mensajero.- Pues eso no lo sabe nadie, aunque todo el mundo comenta que será algún consejo de filósofos y pacifistas, amigos de Anaxágoras y Fidias, todos intelectuales de mucho prestigio y vuelo.

Lacedemonio 2. Muy bien mensajero. Toma, esto es para ti. Si quieres hospedarte con nosotros, te ofrecemos comida y bebida a satisfacción.

 

Se baja el telón.

 

Escena 3ª.

Un vendedor ambulante camina con su burro, con las alforjas repletas de ánforas variadas. A pocos metros le sigue otro, que vende higos.

 

Vendedor 1.- ¡Pixis de primera, de primera! ¡Cráteras, copas, lisas o pintadas! ¡De pinturas rojas, negras o incisiones! ¡Con motivos dionisiacos o afrodisíacos!

 

Vendedor 2.- ¡Higos, higos de primera! ¡Para el niño y para la niña! ¡Para el joven y el adulto! ¿Quién quiere un higo?

 

Vendedor 1.- ¡Cráteras! ¡Lutróforos! ¡El último grito en lutróforo, el empleado en las mejores bodas!

 

Baja una señora corriendo al oir lo de lutróforo.

 

Maruja 1.- ¿Es cierto que es un lutróforo de primera?

 

Vendedor 1.- Pues claro, el último grito, señora mía. El empleado ayer por Aspasia es del mismo taller cerámico.

 

Maruja 1.- Enséñemelo, por favor. Es bonito, sí. ¿Cuánto cuesta?

 

Vendedor 1.- Cuatro dracmas, señora.

 

Maruja 1.- ¡Cuatro dracmas! La semana pasada estaban a la mitad.

 

Vendedor 1. Eso es cierto, pero la moda es la moda. ¿No querrá que su hija emplee un lutróforo de segunda, no? Este es ahora el bueno, el que guardará el baño de su hija nubil durante toda su vida. Todo un chollo que se lo agradecerá eternamente.

 

Maruja 1.- Me asegura usted que es el mismo que utilizó Aspasia.

 

Vendedor 1.- Por mi palabra de exsofista se lo aseguro.

 

Maruja 1.- Trato hecho.

 

Vendedor 2.- ¡Higos, higos, higos milesios, sensacionales higos milesios!

 

Maruja 2.- ¿Alguien ha dicho algo de higos milesios?

 

Vendedor 2.- Yo señora. Fíjese que higos tan tiernos, recién traidos de la Jonia, en un barco atracado la semana pasada...

 

Maruja 2.- Oy, sí, no tienen nada que envidiar a los higos atenienses. ¡Qué prestancia, qué aroma!

 

Vendedor 2.- Como estos comió de niña, hasta atiborrarse, Aspasia. Dése cuenta qué inteligencia le han deparado, qué posición. ¿No quiere un kilo de higos milesios, señora?

 

Maruja 2.- ¿Me dice usted que Aspasia los comió de pequeñita?

 

Vendedor 2.- Por supuesto. Le doy mi palabra de filósofo arruinado a que es así.

 

Maruja 2.- Trato hecho. Deme un kilo, a ver si mi Agatónice saca provecho, que va muy mal en matemáticas.

 

Se marchan los dos vendedores y aparece uno nuevo, esta vez sin burro, portando él mismo unas alforjas más reducidas.

 

Vendedor 3.- ¡Peines, peines, peines! ¡Peines de Aspasia y de Pericles! ¡El peine de Pericles y de Aspasia! ¡Baratos, baratos! ¡Un peine en cada casa ateniense! ¡La última moda, el último grito!

 

Maruja 3.- ¿He oido algo así como el peine de Pericles? ¿Qué es eso?

 

Vendedor 3.- Mire, señora, auténtico.

 

Maruja 3.- ¡Oh, qué peine! ¿Es el mismo de Pericles?

 

Vendedor 3.- Como dos gotas gemelas, señora. Si usted quiere un buen peine, aquí tiene uno por solo una dracma. Con incisiones de la alfa y la pi, dos dracmas. Ya sabe, un recuerdo es un recuerdo. Dentro de unos años se desmayarán por tener uno de estos peines.

 

Maruja 3.- Un poco caro me parece. Y no digamos nada con las abreviaturas...

 

Vendedor 3.- Como quiera señora, pero la edición es limitada. Si usted no lo desea y lo compra su vecina, tendrá motivo suficiente para tirarse de los pelos sin necesidad de peine alguno. Ya sabe, señora, de Aspasia y Pericles nada menos.

Maruja 3.- Trato hecho. Seré la envidia del barrio. Y quizás atraiga más a mi marido, que últimamente no sé en qué piensa...

Se sube el telón intermedio y aparece el coro.

Coro.- Todos se han vuelto locos en Atenas. ¡Despertad atenienses, despertad! ¡No os fue suficiente el lutróforo roto y derramado, sino que ahora se comercia con lutróforos de Aspasia, higos milesios y peines de Pericles! ¡Seremos la risa de todos los bárbaros incivilizados y de muchos de los griegos, nuestros enemigos! ¡Durante meses os han entontecido y ahora, en lugar de despertar, estáis con esas! ¡Despertad, atontolinados atenienses, despertad!

Se baja el telón.

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Publio Cornelio

 

Revista Arbil nº 81

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