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Revista Arbil nº 81

Confianza, Fe y sitema económico

por Bienvenido Subero

El hombre tiene sin duda una tendencia natural a creer en lo intangible, indemostrable e invisible, pero además ha sido lo suficientemente hábil como para servirse de ello para progresar, como en el caso de la economía o de la Fe católica.

Cuando voy a la peluquería, me gusta divagar un poco durante los ratitos en que el tema de conversación ha decaído, o mejor dicho, he hecho que decaiga por miedo a que la falta de concentración del profesional ocasione accidentalmente algún daño a mi persona. La última vez que visité el establecimiento al que voy habitualmente, me di cuenta de lo rica que es una sociedad que se permite tener a gente dedicada a trabajos que no producen nada tangible, ni su labor contribuye a la producción de otros. Antes no podía uno cortarse el pelo a sí mismo, ahora sí, con un espejo y una maquinita que se pueden adquirir por algo más que el coste de un par de cortes de pelo, y sin embargo continúo acudiendo a mi peluquería por motivos esencialmente estéticos.

En efecto, los españoles actuales somos ricos, y mucho, con respecto a los de hace sesenta años, y dedicamos buena parte de nuestros ingresos a cosas tan baldías como irnos en viaje maratoniano de placer, ir a "la pelu", comprarnos una bicicleta estática por si algún día decidimos utilizarla o un juego de herramientas de esas de maestro del bricolaje.

Ampliando el espectro, podría llegar a calificar de baldío también, dada la actual espiral de precios, nuestro afán por colocar el dinero de un banco en manos de un promotor, a costa de comprometer una mayor parte de los ingresos futuros para remunerar ese préstamo que nos hacen. Es increíble, ambos se lucran a mi costa, y yo obtengo unas paredes para refugiarme de las inclemencias del tiempo; sí ya sé que realmente no es eso por lo que he pagado lo que me han pedido, pero ¿vale lo que he pagado?.

Nuestro afán por ser propietarios de un inmueble, en la seguridad de que los precios de los mismos no disminuyen nunca, entra en la categoría de los actos de fe. En España esto no siempre ha sido así si consideramos las alzas de precios en términos reales, y si miramos datos de otros países, como la Gran Bretaña thatcherista, podemos comprobar que nadie garantiza que cuando intentemos vender el inmueble vayamos a recuperar "lo puesto". Así pues, la creencia generalizada de la gente no está sostenida desde el punto de vista racional por nada consistente.

Y es que el hombre tiene necesidad de tener fe. Los judíos ya tuvieron problemas en los tiempos antiguos por adorar a un dios invisible, y los católicos creemos en el Dios invisible y ¡en la resurrección!, sin más prueba que las palabras de Jesús de Nazaret, que nos han llegado a través de los tiempos en documentos cuidadosamente transmitidos.

Creemos sin ver, como nos pidió el Maestro, que a pesar de ello, nos dejó otro evangelio para que meditemos sobre él: la Sábana Santa o Santa Sindone, donde quedó su impronta para asombro de la ciencia y emoción de los creyentes. La duda también forma parte de la condición humana, y por ello muy de cuando en cuando se nos conceden milagros como el de Calanda, que le devolvió a Miguel Juan Pellicer en 1640 la pierna gangrenada que años antes le habían amputado unos cirujanos. Después de todo, parece que los creyentes lo tenemos bastante fácil si queremos tener Fe.

La necesidad humana de fe se extiende a otros órdenes y por ejemplo sustenta en buena medida al sistema económico actual. Veamos, ¿cuántas tarjetas de crédito tiene usted?, ¿las utiliza?, ¿se las admiten en cualquier sitio?, ¿las acepta usted en pago de sus servicios?. ¿Por qué?, ¿quién le garantiza que pasar la tarjeta de plástico por un aparatito vaya a aumentar su riqueza personal o la de su negocio?. ¡La ley!, dirá alguno. Discrepo. La ley persigue a quien defrauda la confianza puesta en ese sistema, pero el sistema en sí funciona porque todos queremos que funcione, o mejor dicho, porque creemos que funciona. El diccionario define confianza como esperanza firme que se tiene de una persona o cosa, pero confiar no es un estado de ánimo como la esperanza, sino que es un acto de voluntad, por el que confiamos o no independientemente de los elementos que tengamos para decidir.

Cuentan los libros de Historia que Federico Barbarossa, emperador romano de la nación alemana, estuvo empeñado en tener bajo su cetro la península italiana, y no por expansionar sus dominios, ni por controlar al papado, sino porque carecía de algo muy importante, carecía de dinero. Y no es que fuese pobre, sino que la economía de sus dominios se basaba en el trueque, su reino carecía además de ciudades y por lo tanto no tenía dinero para pagarse caros paños y armaduras de otros países. El dinero por aquel entonces eran monedas de plata y oro, que tenían valor intrínseco, si a Federico le hubiésemos dado uno de esos papeles que llamamos "billete", probablemente habría hecho que su caballo nos atropellara.

Hay que recordar que no estamos tan lejos de aquello: hasta 1944, si la memoria no me falla, el dinero estuvo respaldado por el oro que un país poseía, lo que se llamaba el patrón oro, sistema que los EEUU abandonaron en esa fecha. Si usted no tenía fe, sabía que había oro "detrás" de ese billete o moneda.

Hoy estamos a años luz de aquello: el dinero no pasa de ser un mero apunte electrónico, o sea, nada, un calambre si acaso. Y sin embargo el mecanismo sigue funcionando, y lo hace a pesar de que nos han cambiado el valor y nombre de la moneda cuando y como lo decidieron las instituciones financieras, que son las que manejan esos electrones que representan nuestro dinero. Impresionante ejercicio de fe el nuestro. Los británicos son unos infieles.

Tener fe, o sea confiar, en personas individuales o en determinadas organizaciones puede ser todavía más arriesgado. Recordemos por ejemplo el caso del exdirector felipista de la Guardia Civil, el Sr. Roldán, sin licenciatura ni vergüenza alguna, como descubrieron tarde los que habían confiado en él, o Gescartera, un agujero negro en el universo económico, que atrajo dinero ajeno a otra dimensión inalcanzable para sus antiguos poseedores. En estos casos se habla de fe ciega, que es algo así como hablar de nieve blanca o de fuego ardiente, en un intento de describir la actitud de aquellos que se vieron defraudados.

Colectivamente, dilapidamos nuestra capacidad para la fe, depositándola como Carl Sagan, en la Ciencia, sin darnos cuenta de que no pasa de ser un modelo de la realidad, y no la realidad misma (por cierto, es digno de leer su libro titulado "El mundo y sus demonios", pero espero que al final de su vida dejase de esperar una prueba científica de la existencia de Dios). O como en un momento de su vida hizo Chesterton, en la ouija y el espiritismo, ... o en las ideas de un estrambótico individuo del siglo XIX que tuvo la ocurrencia, inspirado por vaya usted a saber qué, de que en determinada zona del norte de España había una raza excelsa de humanos, muy superior y distinta a la de sus vecinos.

El hombre tiene sin duda una tendencia natural a creer en lo intangible, indemostrable e invisible, pero además ha sido lo suficientemente hábil como para servirse de ello para progresar, como en el caso de la economía o de la Fe católica.

¡Dios nos libre de aquellos que no tienen fe!, pero que el Espíritu les guíe en el objeto de su fe

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Bienvenido Subero

 

Revista Arbil nº 81

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