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Revista Arbil nº 81

Clarence Finlayson y la angustiosa búsqueda de Dios o el pensador de una generación olvidada

por Vicente Lastra y Sebastián Toro Dellacasa

Que este artículo sea un homenaje, humilde por cierto, en conmemoración de los cincuenta años del fallecimiento del notable pensador chileno Clarence Finlayson (1913-1954), místico y poeta de la metafísica, miembro destacado de la gran generación del 38, guardado en el olvido y la ignorancia por su patria

Nosotros queremos demostrar que hay un grupo de jóvenes dispuestos a dejarse matar, si es necesario para crear un Chile Nuevo y Grande. En Chile necesitamos un Alma. Un ariete para destruir y un alma para construir”.
Vicente Huidobro, “Balance Patriótico”.

“Amigos enloquecidos, ¡adiós! Hasta
a hora soberbia de los esqueletos”.
Pablo de Rokha.

¿Qué buscan los hombres indagando las vidas de otros? ¿Qué los mueve a rastrear, penetrar existencias ya pasadas? ¿Qué se añora de otros, aún siendo estos, desconocidos? ¿Qué infla esa necesidad de la otredad? Qué, si no, aprender a vivir, descubrir donde está la vida, donde la virtud, donde el abismo, donde la muerte.

¿Y es que reconocemos la miseria de nuestras vidas, hurgando otras que nos colmen más plenamente? ¿Intentamos de algún modo abrirnos paso por la existencia imitando el caminar de otros, de los que han sido nuestros adelantados? Pues, ¿quién sabe acaso algo de la vida por puro mérito propio? ¿Quién no ha encausado sus primeros pasos, sin la mano firme de un padre?

Descubrir hombres, revivir sus vidas, resucitar sus existencias desde la muerte que otorga el olvido, actualizar sus sueños, los ideales que les dirigieron por esta tierra, ser sinceros continuadores de las sendas trazadas, de las obras inacabadas, qué gran misión para toda nueva generación. Ese es el genuino y verdadero significado de la palabra Tradición: la solidaridad entre distintas generaciones.

Breve Introducción

Con este sentimiento, posamos la mirada en Clarence Finlayson, profundo pensador chileno, miembro adelantado de la generación de los años treinta-cuarenta, período que se constituye en un "tiempo- eje" por la influencia cultural, social y política de este grupo en el país. En Finlayson se comprueba, nuevamente, que el mérito y el talento, no siempre van aparejados con la fama y la publicidad. Virtualmente un desconocido entre sus compatriotas, siendo que es, uno de los pocos pensadores de talla con que ha contado Chile, a pesar de los cortos años que le tocó vivir en esta tierra. Continuador sincero de la Escolástica, se dedicó a la actualización de los postulados tomistas, encontrando en este pensamiento, “la verdadera posición existencial y la fecundidad infinita de los principios del orden esencial”. Finlayson fue uno de los promotores del resurgimiento y renovación de la metafísica a nivel mundial, desplegada a mediados del siglo diecinueve y principios del veinte, con la difusión del llamado neotomismo, entre los cuales, figura preponderante es la del francés Jacques Maritain. La escolástica enseñada por la Iglesia Católica se había estancado a través de los tiempos, manteniéndose la mayor de las veces, sólo como exégesis del pensamiento medieval, y rehuyendo toda consideración a los problemas planteados por la filosofía moderna. De ahí la importancia de este movimiento actualizador de la escolástica, que a través de obras originales, arremete con los principios metafísicos las “novedades” de la modernidad.

Vida y Obra

Clarence Finlayson nace de padres escoceses, en Valparaíso, el 23 de febrero de 1913. Estudia en el colegio de los SS.CC., siendo compañero y amigo de siempre de Rafael Gandolfo Barón, futuro sacerdote SS.CC., filósofo y miembro activo de la mentada generación, y alumno del ilustre sacerdote, tomista hasta la quintaesencia, RP. Osvaldo Lira Pérez (1904-1996), de quien heredaría el amor por las doctrinas del Aquinate. Tiene un paso temporal por el seminario, del que se retirará a causa de la muerte de su padre. Realizará estudios de leyes, literatura y filosofía, tanto en la Universidad Católica de Santiago como en la Universidad de Chile, destacando por sus capacidades intelectuales y de líder, al ser dirigente estudiantil del grupo católico Renovación (1937). Mostrando prematuramente dotes de aventajado, dictará a los 22 años, una comentada conferencia titulada "Aristóteles y la filosofía moderna", que, de paso, se convertirá en su primer opúsculo (prensa U. de Chile, 1936). A los 23 años, en tanto, ocupará una cátedra de Filosofía en la UC, y también publicará su obra "Analítica de la Contemplación" (Stgo. Chile, 1937), recibiendo elogiosos comentarios, entre otros, de Jacques Maritain, quien a través de una carta le expresará: "Aprecio en su alto valor la profundidad y verdad con que ha tratado Ud. este gran tema". Por otra parte, Tito Mundt, condiscípulo suyo, dirá de él, “no era para nacido en Santiago de Chile, sino en Oxford o en Cambridge”, agregando que, “andaba en busca de Dios desesperadamente”.

Participa, igualmente, en la Asociación Nacional de Estudiantes Católicos (ANEC), organización fundada en 1915 por el R.P. Julio Restat, punto de formación espiritual e intelectual, además de encuentro, de la generación católica sobre la que gran influencia ejercería Mons. Oscar Larson -sacerdote con enormes dotes de educador y de eximia cultura- al hacerse cargo de la ANEC, en 1928. Otro sacerdote que se destaca como figura religiosa y de influencia en este grupo, es Juan Salas Infante, párroco de la desaparecida Iglesia San Juan Evangelista, célebre por sus lecturas y comentarios bíblicos, especialmente del Apocalípsis, y por su confeso Milenarismo. A estos años, corresponde la gran efervescencia generada por la llamada "cuestión social", que es estudiada en profundidad por la nueva generación católica, a partir de la doctrina social cristiana enmarcada en las encíclicas papales: nos referimos a la Rerum Novarum (1891), y, principalmente, a la Quadragessimo Anno (1931). Estos temas serán tratados tanto en la ANEC como en la Liga Social, esta última, organización fundada por el jesuita Fernando Vives Solar, en la que también alinearía Finlayson. En ambas agrupaciones predominó un énfasis en la formación rigurosa, tanto espiritual como intelectual, de la juventud católica, además de un acendrado apartidismo político. Con posterioridad, una parte del grupo se desligará de esta corriente más intelectual y social, que militante, y entrará de lleno a participar de la política contingente, derivando, paulatinamente, de un socialcristianismo, a un ideologismo izquierdizante completamente secularizado, hacia fines de los años sesenta.

Como decíamos, esta generación renovará la corriente tradicional del catolicismo, sacudiéndolo del acomodamiento y del quietismo intelectual, afianzados en una doctrina ortodoxa y en una Fe sincera, desechando todo resabio del liberalismo que mantenían los muy católicos conservadores. En líneas generales, se destacan por adherir al tomismo en lo filosófico, promover una autoridad fuerte y respetada en lo político, al Corporativismo en lo económico social, y a dar un énfasis escatológico en lo religioso. Es decir, en las antípodas del liberalismo y laicismo imperante, críticos de los materialismos de izquierdas y derechas, en definitiva, críticos de la Modernidad. Entre otros muchos, esta camada la conforman futuras personalidades como el historiador y diletante Mario Góngora del Campo; el poeta Eduardo Anguita; el talentoso Gustavo Fernández del Río, quien por su posición espiritual, virtud mística, y prematura muerte, se transformaría en un referente de esta generación; el historiador y activo intelectual Jaime Eyzaguirre; el internacionalista Julio Philippi; el siquiatra Armando Roa Rebolledo; el abogado Carlos Muñoz Montt; el experto en legislación social Alfredo Bowen; y nuestro Finlayson.

Siguiendo con la misma idea, esta generación sería muy decisiva en el destino del Chile de la segunda mitad del siglo XX. Armando Roa Rebolledo, en su prólogo al excelente libro de Rafael Gandolfo "Memorias de otra existencia", describe muy bien a este grupo, cuando nos dice: "En contraste a la generación de 1920...(ellos) empiezan un modo diverso de mirar la realidad nacional y extranacional, como si se hiciera lúcido que el país entraba en una nueva era, en una especie de mayoría de edad, en una conciencia de sí, en una actitud histórica fundacional que había de captarse con otros conceptos, sensibilidades, imaginaciones. Ellos sostenían que debería procederse a una revolución personal y general del modo de ser chileno, sacándolo de la inercia en que había caído desde 1891, a fin de tener éxito en el cambio cultural, político y social que vendría. Se suponía que era necesario para tal propósito, comprender a fondo lo que pasaba en el resto del mundo y nuestras coincidencias y divergencias con aquellos, a través de la reflexión acabada dentro de lo posible, sobre la nueva ciencia, la filosofía imperante, el arte, la técnica, el origen más radical de la guerra del 14, de España y la 2° Guerra Mundial, más allá de las formas políticas y económicas."

A través de la revista mensual de cultura católica “Estudios”, se dará a conocer el ideario y pensar de este grupo. Revista que tuvo una honda repercusión e influencia durante la primera mitad de la centuria pasada. Que fundada por Otto Hanisch, en 1932, pasará un año después a manos de Jaime Eyzaguirre, con quien llegará, a su época de esplendor, allá por las décadas de los años 30 y 40. Finlayson, publicará en ésta, una decena de artículos, ensayos y reseñas, entre ellas: "Más allá de lo cómico y lo trágico", "Notas para metafísica de la muerte", "El aburrimiento y la moral", "Algunas observaciones metafísicas de la muerte", "Meditación sobre Dios", “En torno a Spengler y una filosofía de la historia", “La poesía nocturna de José Asunción Silva", "La situación de la Iglesia en México", entre otros. La publicación cerrará su circulación en marzo de 1957, en ese momento en manos del académico Hugo Montes.

El itinerario formativo de Finlayson continúa fuera del país por largos años, siendo sus progresivos destinos las más destacadas universidades de Colombia, Venezuela, México y Estados Unidos. Justamente en este país, tratará con grandes pensadores, tales como Ives Simon, Jacques Maritain, Etien Gilson, Wolfang Kohler, y el poeta ingles W. H. Auden. Luego, partirá en 1939, al adjudicarse una beca para seguir estudios de filosofía en la universidad de Notre Dame, donde realizará su tesis doctoral sobre los nombres de Dios. Inicia actividades docentes en el Swarthmore College (1942), en la Universidad Nacional de México (1943), de la cual será Doctor Honoris Causa, y desde 1943 a 1947, se radicará en Colombia, donde tendrá su período de mayor fecundidad y profundidad filosófica, siendo profesor de las universidades Católica Bolivariana y de Antioquia. Entretanto, en 1944 se casará con la colombiana Silvia Inés Merino Puerta. Entre sus muchas actividades participará de una serie de congresos de filosofía en Barcelona, Guatemala, Mendoza y Columbia, en esta última, oficiándolas de delegado chileno. Posteriormente, será docente en Panamá y EE.UU., allí, en las universidades de Harvard, Boston y North Carolina. Desde 1949, hasta 1953, permanecerá en Venezuela, participando en las universidades Central y de Zulia, para finalmente, regresar a Chile, en 1954, como profesor de la Pontificia Universidad Católica. Es de notar, que regresa a Chile muy disminuido síquicamente, debido a problemas personales de diversa índole, que le agobian y le hacen depender del alcohol y de los barbitúricos. La crisis es tal, que el 15 de Septiembre de 1954, muere trágicamente al caer desde el séptimo piso de un céntrico edificio de la capital chilena.

Su Pensamiento

Su obra se compone principalmente de ensayos, que no alcanzan en su mayoría el formato de libro, sino que son publicados en diversas revistas, diarios, y expuestos en seminarios. Algunos, fueron editados como antologías y compendios, como es el caso de "Hombre, Mundo y Dios: Visión Cristiana de la Existencia" (Ed. Cosmos, Bogotá, 1953, 326 págs.); y la "Antología", prologada y seleccionada post mortem de Finlayson, por Tomás McHale (Ed. Andrés Bello, 1969, 474 págs.). Su obra principal, que fue publicada en 1945, e inspirada en su tesis doctoral, es "Dios y la filosofía" (Univ. Antioquia, Colombia, 262 págs.). La cual alcanza grandes elogios, por ejemplo, el otorgado por Ives Simon, quien dirá de ella: "Es una de las más bellas obras de metafísica de nuestro tiempo". Juan David García Bacca, a su vez, dirá: "Coloca a los escolásticos de lengua española en un lugar de honor junto a los filósofos franceses". Y el Obsservatore Romano: "En esta obra magnífica se revive toda la teología del Gran Aquinate y los diversos temas son expuestos magistralmente y discutidos con admirable doctrina". Otras obras suyas serán, "Analítica de la Contemplación" (Stgo. Chile, 1937), "Intuición del Ser o una Experiencia Metafísica" (Ed. Rev. Univ., 1938) y "Poetas y Poemas" (Ed. Rev. Univ., 1938).

La obra de Finlayson se ve traspasada por una honda compenetración religiosa, que destaca como eje central y punto aglutinador de su pensamiento y vida. En nuestro pensador se manifiesta una concordancia notable entre su búsqueda espiritual y su actitud vital. La convicción en la naturaleza espiritual del hombre como manifestación trascendental de la existencia humana, urdimbre entre materia y espíritu, dirigirá su esperanza en el desideratum posterior a la muerte. Es así, que afirma: “El hombre encadenado a la tierra por el cuerpo, levanta su ontológico vuelo a las estrellas del cielo espiritual. Si el hombre es un animal trascendente, su esperanza desborda y horada la cárcel del espacio y del tiempo; trasciende y supera las nocturnales mallas y fantasmagóricos velos tendidos e interpuestos entre el mundo sensible y el trasmundo. El existir es un grito ontológico del amor por sobre la nada”. De la misión del hombre abierto a la comprensión del mundo, a la búsqueda del verdadero ser de las cosas, y del amor entrañable a la creación divina, nace su entusiasmo por la filosofía y el tomismo: “El hombre es un ser extraño en esta tierra; vive como eterno siendo efímero, se alza como un dios en medio de la contingencia y la fragilidad fundamental del universo. Su impulso amoroso hacia todas las cosas, lo conducen en todas direcciones. La metafísica- tomista es existencial y dinámica”. Finlayson, responde en vida, al género de hombres que viven en permanente tensión espiritual, entre la realidad vivida, y las ansias vislumbradas por el genio; entre espíritu y vida; realidad e ideal; y que debido a ello, moldean con un hálito de angustia sus existencias. Esta angustia, se transforma en un desgarro interior, que a la vez, motiva su creatividad en nuevas visiones. Repitiendo de Unamuno, dirá, “el más amargo dolor es aspirar mucho y poder poco”; y, delimitando más aún su sentimiento, expresará, “en el fondo la única tristeza que le es permitida: la tristeza de no ser perfecto en el orden de la santidad”.

Por otra parte, la escritura de Finlayson se destaca por su estilo lírico y elegante, alcanzando el nivel de verdadera poesía en prosa. Manifiesta la verdad del Ser, a través de la categoría de la Belleza. De esta manera, evidencia en sus escritos un amor al bien escribir, como prueba de la importancia crucial del lenguaje en la expresión del pensamiento, mostrando en algunos momentos neologismos que buscan concretizar y ejemplificar abstracciones. El crítico literario Hernán Díaz Arrieta, alias Alone, alabando a Finlayson, escribirá, “(es) un cerebro singularmente agudo, que a la capacidad de razonamiento unía el don de imágenes, la sensibilidad ante la belleza y, en cierto modo, muy suyo, el poder de expresarla”. Y más adelante lo reafirmará diciendo, es “uno de los espíritus más distinguidos de su época, una de sus inteligencias más lúcidas, un maestro perteneciente al escaso número de los estudiosos apasionados que nuestro país ha producido y cuya obra, notoria desde su primera juventud, le había conquistado a los cuarenta años extensa nombradía entre filósofos del continente”.

Los grandes problemas o cuestionamientos que busca esclarecer, abarcan desde el descubrimiento de la naturaleza original de América, como continente diferenciado, hasta la falta de un pensamiento propio que lo manifieste. Al respecto, en Colombia dictará un curso de Culturas Precolombinas que se publicará a posteriori.

El problema apasionante y decisivo de la muerte, lo desarrollará largamente desde todas las perspectivas del conocimiento humano, social, sicológica, literaria, metafísica y religiosa, alcanzando un profundo discernimiento de su naturaleza y de su desenlace, “la muerte es el contacto entre el tiempo y la eternidad”, que resolverá siguiendo la respuesta cristiana de la redención y la vida eterna, “en una plenitud inefable (que) empapará nuestro ser”. A través de la literatura y la poesía de Neruda, de García Lorca y Leopardi, entre otros, entreverá nuevas aristas del fenecer. La literatura será una de sus fuentes de fascinación y conocimiento, la cual le abrirá nuevas perspectivas a las diversas realidades. Y justamente, de Pablo Neruda, le cabe el lujo de ser uno de sus primeros comentaristas y críticos, al penetrar sus poemas “con densos y entusiastas” artículos, ya en los años 1938, año de la publicación de “Poetas y Poemas”, en que dedica un capitulo a los “Tres Cantos Materiales” (de ellos, dirá: introducen al hombre en los grandes misterios silenciosos del universo).

Los disímiles sistemas filosóficos en boga durante su tiempo, asimismo serán materia de su análisis y criticas serenas, estrictas y contundentes. Tanto la fenomenología y el existencialismo son estudiados en rigor, tanto en sus meritos como en sus deméritos. Finlayson se destacó siempre por buscar la verdad sin prejuicio de donde la encontrará, y fundado siempre, en el argumento que jamás se encontrará el error absoluto, sin rastros o visos de algo verdadero. Por lo tanto, rastreará en todos los vericuetos del pensamiento, buscando la parte de verdad que aseveraran.

Estudió el problema de los nombres de Dios, como la suprema y primera pregunta, que otorga luces sobre el hombre y la realidad toda. Nos señalará, al respecto: “El problema constitutivo formal de Dios derrama luces sobre el ideal del hombre y de la sociedad, sobre la mayor perfección que el ser humano concibe y el ideal de vida ética que se propone. El hombre no puede conocerse a sí propio sino a través de las relaciones con Dios, consigo mismo y con el mundo, por que nada más intimo al hombre que Dios”. En su mayor obra, “Dios y la Filosofía”, mostrando gran erudición, describe que los nombres de Dios son, primero, la Aseidad o Existencia Subsistente -Independencia Radical-, el nombre mosaico, Jahvé, El que Es, el Pensamiento Actualísimo, y, finalmente, el Amor Subsistente o Consubstancial.

En el personaje Kirilov de “Los Demonios” de Fiodor Dostoievski, muy querido por Finlayson, hallará la inspiración para afirmar que, “al suprimir la idea de Dios el hombre se ha matado a si mismo, porque, o se cree en Dios y en la inmortalidad y se aguanta la vida con la esperanza y la resignación o sólo queda delante de nosotros el camino de suprimirnos”.

Finalmente, para describir la grave crisis que aqueja a la cultura mundial, no ahorrará comentarios para sentenciar que, el mundo actual - en la hora trágica de su descontemplación- fija sus ansias en la frivolidad efímera y fenoménica -variable y expirante- que pasará fugaz como pasan las espumas de las olas. Nuestro mundo se adentra en lo que varía y muda, en el fluir eterno de las superficies. El hombre moderno no alcanza a ser melancólico -que ya significaría algo grande- y se caracteriza por la confusión y el aburrimiento”. Ante ese desolador panorama, nuestro autor considera imprescindible colocar un gran énfasis en la labor universalista de la educación, para hacer frente a la desmedida especialización, y es así que afirma, poseído de una gran sensibilidad, esta hermosa idea para concluir: “la única profesión que no se practica es la profesión de ser hombre”.

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Vicente Lastra y Sebastián Toro Dellacasa

 

Revista Arbil nº 81

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