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Revista Arbil nº 81

Himno Nacional; Marcha Granadera con o sin letra

por Francisco Díaz de Otazu

Hay una eterna polémica sobre el segundo símbolo nacional, después de la Bandera,-tercero si se considera el escudo por separado-, el Himno Nacional, si es que se puede llamar Himno a sones sin letra. Digamos que letra oficial y aceptada, ya que he podido computar 32¡!, una más que las que señala José Mª Gárate en el nº de febrero de 2002 de la revista de los veteranos de las FAS. Imposible y prolijo reproducir su totalidad

Hay una eterna polémica sobre el segundo símbolo nacional, después de la Bandera,-tercero si se considera el escudo por separado-, el Himno Nacional, si es que se puede llamar Himno a sones sin letra. Digamos que letra oficial y aceptada, ya que he podido computar 32¡!, una más que las que señala José Mª Gárate en el nº de febrero de 2002 de la revista de los veteranos de las FAS. Imposible y prolijo reproducir su totalidad.

Una de esas cosas que “sabe todo el mundo”, al menos desde 1864; la Marcha granadera sería un regalo de Federico el Grande a Carlos III, de 1762, por medio del embajador de éste ante el rey-soldado, a la sazón el conde de Aranda. El error procede de Vallecillo, lo recoge López-Calvo en 1868, y se heredó en textos históricos diversos, entre ellos la Espasa desde 1908.

Aranda fue embajador en Polonia, no en Prusia. En todo caso, el decreto de 3 de setiembre de 1770 declara “marcha de honor española” a la Marcha granadera. La cuestión es que en 1972 Fernández de La Torre encontró la partitura en un manuscrito de música militar, en la Biblioteca Nacional. Se trataba de una copia de 1791 sobre el manuscrito original, un año anterior a la inexistente entrega por el rey prusiano, titulado “libro de Ordenanza de los Toques de Pífanos y Tambores que se tocan nuevamente en la Ynfantª Española, compuestos por don Manuel Espinosa”. El hallazgo fue reproducido, con el original de la partitura fotografiada, en su parte bibliográfica por una cuidada edición de la historia de la música militar española que acompañaban dos discos, a cargo de dicho cuerpo del ejército.

Nos basta anotar, aunque tampoco hubiese sido gran desdoro, que la música que oficia de himno nacional no es de origen germano, si no español. Tampoco sería un desdoro; la partitura original de Oriamendi carlista es nada menos que inglesa, aunque de mano de un liberal donostiarra, eso merece otra historia, como sus diversas letras, y el regalo, como en este segundo caso el botín de guerra, son buenos títulos de propiedad. Hasta la hermosa carta de amor a la novia que Tellería musicó para José Antonio, roba el primer verso, y con él el título, a José Martí, muerto en lucha contra España, tal y como el profetizó, “cara al sol”. Paradojas de la historia.

Pero una cosa es una marcha y otra un himno. La marcha es sólo música instrumental, rítmica en cuanto acompasada al paso de desfile, el “chinda-chinda” respondía a un paso particularmente lento que correspondía a la demostración de disciplina y sangre fría de los granaderos bajo fuego enemigo, ayudaba a mantener la moral y la formación según los usos de las batallas de entonces, sin duda más estilosas que las más recientes. En este caso era algo más lenta que otros ejemplos de la época. Quizá nos resultaría fácil silbar un par de composiciones similares asociadas a la independencia yankee. Un himno, al contrario se canta, con entusiasmo e identificación nacional y popular, siendo “La Marsellesa” su ejemplo más universal. La evolución es lenta, si es que se ha terminado ya. En 1871 su breve línea melódica, de 16 compases, resultaba algo sosa, aunque se revoca una modificación de la mano de Squadrini, encargándole Alfonso XIII los arreglos al maestro Pérez Casas. Una orden de 1908 la convierte en Marcha Real, con la breve variación melódica que introdujo el citado músico. En 1997 el director de la música de la Guardia Real, Francisco Grau, introdujo una pequeña modificación, pasando de Do a si bemol en alguna nota.

El redoble del tambor exigía sílabas estróficas, y era inadecuado para palabras largas.

La letra más conocida es sin duda la de Pemán, que se cantó en los colegios de Franco, como la de Marquina, una de doce quw presentó, era encargo de Alfonso XIII, entre 1927y 1931, en la segunda se buscaba “un grito de fe sin tendencia política ni orgullo patriótico agresivo a otros pueblos, que pudiese sonar bajo cielo no español”. Es la época en que comienzan las confrontaciones deportivas, olímpicas. La de Pemán, considerada fascistoide por aquello de “alzad los brazos hijos del pueblo español”, en realidad tenía un sentido contrario; evitaba el completo predominio del “Cara al Sol” falangista, que compartía con el Oriamendi un rango de “canto nacional” desde el Decreto de Unificación. Obsérvese que “los brazos” está en plural, no es el brazo derecho sólo a la romana.

LETRA DE PEMÁN

¡Viva España!
Alzad los brazos hijos del pueblo español
Que empieza a resurgir:
Gloria a la Patria que supo seguir
Sobre el azul del mar
El caminar del sol

Sigue con yunques etc.

LETRA DE MARQUINA

Danos Patria
Las armas de Cantabria
Y el valor del Cid:
queremos campear!
Danos Patria
La lanza del Quijote
De Teresa el Dios:
¡queremos delirar!.

(Esto de delirar se refiere a la experiencia mística, pero hoy suena de un modo sonrojante, lo siento por el gran dramaturgo).

Hay una versión piadosa que comienza;

“La Virgen María es nuestra protectora

LETRA CARLISTA

Viva España,
gloria de tradiciones,
con la sola ley
que puede prosperar.

Viva España,
que es madre de Naciones,
con Dios, Patria, Rey
con que supo imperar.

Guerra al perjuro
traidor y masón,
que con su aliento impuro
hunde la nación.

Es su bandera
la historia de su gloria;
por ella dará
su vida el español

Fe verdadera
que en rojo de amor
aprisiona briosa
un rayo de sol.

La más antigua es la de Ventura de la Vega, de 1843, que terminaba:

Venid españoles
Al grito acudid.
Dios salve a la Reina,
Dios salve al país.

En los años veinte hay cuatro letras de Aurelio Fuentes, José Rdez. del Franco, González Riera y el padre Figar. En 1929 otra de Planeéis. Ya en la guerra, 1937 otra del marista Miguel Antonio, que retoca un texto perdido que el máximo investigador de música militar, el padre Otaño, atribuyó a la Marcha granadera. En 1983 una de Etheria Artay. En 1990 otra de Juan Iriarte. En 1994 tenemos ya un intento constitucionalista publicada en El Diari:

¿Viva España!
tus hijos siempre unidos
en Constitución
jurad ante el Rey,
con democracia queremos seguir
por caminos de paz,
de amor y libertad
…..

El famoso padre Zacarías de Vizcarra, en su Vasconia Españolísima, ofrece cuatro letras; una religiosa, otra española y dos hispanoamericana. En 1992 el músico Manuel Noriega dice “la ausencia de un Himno cantado en España no se puede tolerar en la final de fútbol en la copa de S.M. el Rey”, al tiempo que ofrece dos. Esto de ofrecer más de una letra un autor ya se repite, y es indicativo de las pocas esperanzas en el éxito.

Bueno, el asunto es que por decreto de Carlos III de 1770 la Marcha Granadera es la “marcha de honor española”. Pérez Galdós reseña que dio la bienvenida a la reina Cristina en 1829. Mesonero Romanos la señala en 1820, durante la infructuosa jura constitucional de su marido, Fernando VII. Durante la III guerra carlista será el himno del ejército, y, como hemos visto, es Himno Nacional desde 1908.

Claro que, arreglos aparte, el director de la Banda Municipal de Valencia, Ayón, en 1932, ya en la II República, la consideraba “sosa…absurda composición”. Esto no es del todo cierto, al menos a partir del citado Pérez Casas, músico mayor de Alabarderos, al introducir una leve variación, adecuada a las largas revistas que hacía el Rey a las tropas.

Solucionada ya de un modo definitivo la partitura, queda la eterna polémica de la letra. Las emociones no se explican. Los muertos de anteriores generaciones no cantaron lo mismo, pero muchos marcharon o permanecieron firmes ante esos sones. La devoción patriótica puede muy bien conformarse sin verbalizar esa solidaridad por encima de las generaciones que es la Patria.

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Francisco Díaz de Otazu

 

Revista Arbil nº 81

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