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Revista Arbil nº 81

Los perfiles ideológicos de la victoria socialista

por Francisco Torres García

¿Es el partido socialista una simple socialdemocracia sin más pretensiones que las derivadas de la gestión de una nación? ¿Ha renunciado el socialismo a trabajar por la transformación de la sociedad? ¿Qué proyecto ideológico tiene el nuevo equipo socialista? ¿Sus propuestas son simples vías de solución a los problemas planteados por la sociedad española o tienen una trascendencia que muchas veces se escapa? ¿Estamos ante una nueva fase de la pugna ideológica entre el orden tradicional y el nuevo orden que promociona el socialismo?

La victoria electoral de José Luis Rodríguez Zapatero, improbable sin la utilización partidista y mediática de los trágicos atentados islámicos de Madrid, apoyada por una importante campaña de manipulación terminológica y conceptual que se ha mantenido hasta los días del debate de investidura, sin obviar -según el reiterado informe publicado por El Mundo- la extraña red de connivencias que allanaron el camino, ha supuesto, tras estas semanas iniciales, salpicadas de trascendentes anuncios de intenciones, la apertura de un amplio panorama de incertidumbres.

En este tiempo, nuevamente, el socialismo, ha vuelto a utilizar el término "cambio" para definir globalmente la orientación política que desea seguir. Se ha dicho, de forma abusivamente reiterativa, que este cambio se pretende llevar a la práctica desde la moderación, el diálogo y la tolerancia. Ahora bien, si se analiza con detenimiento el discurso oficioso de Rodríguez Zapatero, es fácil observar que este pretendido diálogo sólo es admisible si se realiza para secundar sus propuestas, porque éste tiene como límite el conjunto de tesis que los ideólogos socialistas asignan a lo que ellos denominan "la mayoría social de progreso" que impera -según estos planteamientos- en nuestras sociedades. Esta "mayoría social de progreso" es la que asume, de forma incuestionable, una serie de propuestas previamente difundidas, siempre con un lenguaje equívoco y engañoso, por la tupida red mediática vinculada a lo que hoy se denomina, con notable error, progresismo; a la que se suma el extendido número de intelectuales orgánicos que ejercen una auténtica dictadura ideológica disfrazada de inverosímil pluralismo. Una poderosa oligarquía a la que difícilmente los gobiernos conservadores se atreven a combatir o sustituir, pues parecen carecer de planteamientos alternativos.

La biografía política de José Luis Rodríguez Zapatero es escasamente definitoria. Se le podría calificar como el típico producto de la burocracia política del aparato socialista, generado por la más pura partitocracia. Un hombre que, por otro lado, ha sabido, junto con un reducido grupo de colaboradores que le han impulsado a ello, auparse a lo más alto del PSOE merced tanto a los enfrentamientos internos de los líderes socialistas como a la idea de alejar al partido de la sombra, siempre problemática, de Felipe González. Los expertos en publicidad política han logrado, en pocos meses, dotarle de un innegable atractivo utilizando como elementos clave la identificación iconográfica del personaje con los términos de moderación, modernidad y diálogo, impulsando así el eufemismo de un socialdemócrata moderado equiparable a la faz mediática del mismísimo Tony Blair.

Más allá de lo dicho no conocemos en profundidad cuál es el pensamiento y el proyecto político real del nuevo equipo que gobierna el PSOE y a la nación. El programa electoral socialista, pese a su extensión, estaba redactado de forma excesivamente inconcreta y ambigua, no pasando, mayoritariamente, de ser un cúmulo de declaraciones de intenciones. Las sonoras propuestas con las que el socialismo inició la reciente precampaña estuvieron, muchas veces, más próximas a los límites de la demagogia que a los de la realidad. Hasta tal punto fue así que el PSOE se vio obligado a retirar el texto del primer programa electoral porque esas propuestas resultaban, presupuestariamente, inaplicables. Es, por otro lado, de sobra conocido el hecho del intento de ocultar el programa definitivo que sirvió de base a la campaña al día siguiente del triunfo electoral.

El discurso de José Luis Rodríguez Zapatero en el debate de investidura ha sido en términos ideológicos la única referencia válida hasta el momento. Ese texto debe ser repasado con suma atención por las claves que contiene. Fue un discurso intencionadamente impreciso a la hora de abordar los temas capitales que son objeto de diario debate público, pero sí incluyó los ejes fundamentales de cuál es la intención real del socialismo en esta segunda oportunidad.

Hace casi dos décadas Felipe González afirmó que se necesitaban veinticinco años para realizar la transformación que el socialismo pretendía. El objetivo máximo de ese cambio, como anotara Javier Solana, era la "creación de una nueva mentalidad y un cambio en nuestro sistema de valores".

Esa tesis, eje de la acción socialista, aparece también en el fondo del discurso de Rodríguez Zapatero. Así, resulta interesante señalar que en los aspectos en que más rotundo y claro ha sido el socialismo en sus anuncios son los que afectan a ese cambio. A ello obedecen las preocupantes medidas que se anuncian con respecto al respeto a la vida, la manipulación genética, la familia, la educación, los valores morales. Elementos que forman parte de la ofensiva que el socialismo está planificando contra los fundamentos tradicionales de nuestra sociedad.

En esta línea de pensamiento es necesario afirmar que Rodríguez Zapatero y el núcleo fundamental de su gobierno mantendrán, probablemente, al menos en lo externo, las maneras y las formas de la socialdemocracia más alejada del marxismo, o mejor dicho de la renovación del marxismo postulada por Gramsci que les ha guiado en la segunda década del siglo XX, pero, al mismo tiempo, trabajará por la profundización en esa vía de cambio que no ha renunciado a la transformación socialista de la sociedad, siendo su objetivo final el desarraigar, definitivamente, nuestro mundo de lo que han sido sus valores y creencias tradicionales, provocando así el fin de una civilización mediante la transformación y no la destrucción.

El socialismo español es, en este sentido, un fiel seguidor de la conocida "filosofía de la praxis" gramsciana, término que ha permitido alojar en el desván la palabra marxismo. Esa filosofía subyace en el programa y en la mentalidad socialista. La filosofía de la praxis es un método, una hoja de ruta, para lograr la transformación deseada, que permitirá la imposición de una nueva norma general de conducta.

Ciertamente este socialismo ha renunciado a cuestionar el capitalismo, de hecho se encuentra cómodo en él, incluso es capaz de adoptar medidas mucho más duras y radicales en apoyo del ultraliberalismo económico, que las opciones centristas o conservadoras. Así resulta curioso que cuando se anuncian, como grandes banderas gubernativas, las mejoras sociales y la corrección de las desigualdades se lance la idea de ampliar, de forma excesiva, los años de cotización para poder gozar de una pensión íntegra. Esta renuncia a debatir el capitalismo se ha visto compensada por la concreción del cambio ideológico en la lucha contra las bases de la civilización cristiana; corsé en el que el capitalismo tampoco se encuentra cómodo. Ya Gramsci subrayó cuál era el oponente más formidable a la transformación pretendida, al darse cuenta de la enorme capacidad de resistencia que presentaba la cultura cristiana, que es la occidental, ante la embestida socialista. La destrucción de esa cultura continúa siendo, sin duda, el gran objetivo del socialismo actual.

No es necesario hacer ejercicios de predicción para asumir que el socialismo va a continuar acentuando el dominio y control de la sociedad civil desde los resortes de la superestructura, para, desde ella, hacer factibles los cambios que conduzcan al asentamiento, merced a un consenso general previamente inoculado, de la nueva cosmovisión defendida por el socialismo. Ello se logrará a través de los procesos de reeducación posibles gracias a ese dominio de la superestructura. Porque desde ella, a través de sus poderosos medios, se inculca y se impone una concepción determinada de la vida, de la moral, de la historia y la cultura. Para ello el socialismo, ahora desde el poder, impulsará un programa de subversión ideológica y cultural a través de aquellos elementos que, desde sus diferentes posiciones de influencia, pueden generar las pautas de la nueva mentalidad. Ellos son los encargados de hacer válidas y aceptables las tesis socialistas. Son los hombres que pululan por la superestructura: filósofos, pensadores, escritores, literatos, actores, cineastas, políticos, técnicos, economistas, periodistas, profesores, comentaristas… Ellos conforman, día a día, el nuevo sistema de creencias. Ellos son los que acaban haciendo aceptable el aborto, la eutanasia, los nuevos modelos familiares, las nuevas pautas morales, la indiferencia.

Toda esta labor contribuirá, en los próximos años, al progresivo asentamiento de la hegemonía política socialista, algo en lo que ya trabajaron los gobiernos de Felipe González y que sólo en escasa medida los gobiernos populares intentaron desmontar. Es factible pensar que en esta segunda etapa el socialismo acrecentará su capacidad de control de los centros culturales, educativos e informativos gracias a la omnipresencia de los intelectuales orgánicos.

Frente a esos intelectuales quedan los restos de lo que Gramsci denominó intelectuales tradicionales. Hombres y mujeres cada vez más aislados y marginados, ya que muchos de ellos acaban siendo fagocitados por las corrientes del momento. Los intelectuales tradicionales ven, poco a poco, de forma inexorable, cada vez más reducida su capacidad de influencia ante el dominio socialista de la superestructura, pero a ellos compete dar la batalla en el terreno de las ideas, único valladar posible ante el nuevo cambio que anuncia el socialismo.

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Francisco Torres García

 

Revista Arbil nº 81

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