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Revista Arbil nº 81

Cosmovisión filosófica del Renacimiento Italiano

por Primo Siena

Magnifica síntesis de una época brillante

La fecha de inicio de la época renacentista permanece todavía una cuestión controvertida

Según una opinión algo original expresada a mitad del siglo veinte por el florentino Piero Bargellini en su historia de la literatura italiana titulada Pian dei Giullari ( "Valle de los Juglares" ), el Renacimiento amanece en Italia cuando algunos hombres cultos - entre ellos el latinista Coluccio Salutati - se reúnen con el fraile Luigi Marsili, erudito, agustiniano, en el convento florentino de Santo Espíritu para conversar sobre la antigua literatura clásica; acontecimiento que ocurre al finalizar el siglo decimocuarto

La originalidad de Bargellini consiste en acabar, sin rodeos, con los debates cronológicos de críticos literarios e historiadores sobre la fecha que marcaría el inicio de la edad renacentista, fijando sus albores en una precisa condición de tiempo.

La Edad Media había clasificado las asignaturas escolares en "artes liberales" y "artes divinas". Las "artes liberales" a su vez se repartían en Trivio (gramática, retórica, dialéctica) y Quadrivio (geometría, aritmética, astronomía, música, denominadas también studia humanitatis). Tales asignaturas conformaban la escuela laica a la que accedían todos aquellos que aspiraban al ejercicio de una profesión intelectual (escribano, médico, matemático, músico, etc.) Pero los clérigos y los hombres doctos perfeccionaban su formación intelectual transitando desde las "artes liberales", otorgaban sus preferencias a las "artes divinas" (studia divinitatis).

 En la celda conventual del fraile Luigi Marsili se moldeó entonces un movimiento cultural que se detuvo de preferencia en las "artes liberales" y en el estudio específico de los autores clásicos antiguos, latinos primero y después también griegos.
Este movimiento cultural asumió la denominación de Humanismo porque otorgaba su preferencia a las artes liberales (esto es: studia humanitatis)

Pero las tesis del florentino Bargellini difiere notablemente de aquellos que - como el historiador alemán Enrique Thorde en el siglo diecinueve - hicieron retroceder el inicio de la era renacentista hasta la época de Francisco de Asís (esto es: al siglo trece) mientras que otros lo colocaron entre los siglos catorce y quince, sin dejar de lado una referencia al emperador Federico IIº de Suebia (1215-1250) considerado un renacentista adelantado, como ocurre al historiador suizo Jacob Burckhardt. En el debate ha incursionado también, como corresponde, el noto escritor Giovanni Papini, fijando el amanecer de la época renacentista en el año en el que Dante empezó a escribir su Commedia (1303/304), pero repartiendo el Renacimiento en tres períodos

El primero marca el anuncio del Humanismo, abarcando desde el 1304 hasta la muerte del poeta Francisco Petrarca (1347) seguida por la del Boccaccio (1375). El segundo coincide con la aurora de la época renacentista e la que "surge y se robustece el nuevo arte plástico", y termina con la muerte del poeta Agnolo Ambrogini, apodado El Poliziano (1494) "héroe - según Papini - del más genial humanismo" y aquella de Pico della Mirandola, exponenete famoso de la omnisciencia humanista. El tercer período - que representa, a la vez, el mediodía y el ocaso del Renacimiento - va desde el 1494 hasta la muerte da Miguelangel acaecida en 1564[1]

Papini calcula entonces un período inicial de setenta años: El primer período del Renacimiento definido "germinador y resuscitador"; un período central de ciento veinte años y que se presenta como el más importante porque en él renacieron los hombres que sobresalirán en el tercer período: Leonardo (1475), Machiavelo (1469), Ariosto (1474), Miguelangel (1475), León Xº (1475), Tiziano (1477), Rafael (1483): es el período del Renacimiento "renovador y creador"; un período final de setenta años: el del Ranacimiento "triunfante y declinante", marcado por la entrada en Florencia de Carlos VIIIº, rey de Francia (1494) y por el final del Concilio de Trento (1563).

* * *

Más allá de toda cuestión cronológica acerca de su inicio, el Renacimiento se define como una "estación del pensamiento"; y los límites de su espacio están definidos tanto por las ideas que desarrolla en el ámbito artístico, literario, político como por las repercusiones de esas ideas sobre el alma religiosa de su tiempo.

Aunque haya sido anunciado por literatos como Petrarca y Boccaccio, o por historiadores como Giovanni Villani y Dino Compagni, es en el siglo catorce y quince que el Renacimiento alcanza su plenitud, coincidiendo este período con los mayores éxitos científicos y mercantilistas en Italia y en Europa.

Como comentará después, en el siglo veinte, el historiador inglés Albert L. Fisher en su Historia de Europa (publicada en 1935), era algo natural que el Renacimiento de las artes y las letras europeas tuviese inicio en Italia; es decir, "en un país en el que los mármoles antiguos todavía blanqueban entre álamos y olivares, porque en él la tradición brotada de la época clásica nunca se había interrumpido del todo".

En los demás países de Europa - donde el humanismo surgió más tarde que en Italia - los límites cronológicos de la edad renacentista son distintos ya que ese movimiento renovador de las artes, la ciencia y la vida, se alarga, en algunos casos, hasta el final del siglo diecisiete.

Después de haber esbozado la cronología de sus albores, su culminación y su crepúsculo, cabe preguntarse por qué aquel resurgir de los estudios humanísticos y las artes clásicas - que empezó en el siglo trece para culminar en los siglos quince y dieciséis - no tomó el nombre de resurgimiento, sino aquel de renacimiento palabra italiana que también pasó en Francia: renaissance.[2]

El resurgimiento es algo distinto del renacimiento, y bien lo aclara Giovanni Papini con estas palabras

"Resurgir non es propiamente renacer. Resurge quien ha caído, quien reconquista la perdida santidad o la perdida potencia y riqueza, o también cualidades del espíritu que parecían exhaustas (...). Se puede hablar de un Resurgimiento literario y artístico en el siglo de César y de Augusto, porque la gran cultura griega hacía tiempo que estaba en decadencia y pareció resurgir en Roma, al final de la República, con una constelación de escritores, de Lucrecio a Virgilio, de Cicerón a Livio, como desde hacía mucho tiempo la cultura helenísta, aunque todavía viva, no era capaz de producir. Y se puede hablar de un Resurgimiento cristiano a principios del siglo trece, con Gioacchino da Fiore, San Francisco y Santo Domingo, porque el Cristianismo, en aquel tiempo, se había vuelto árido, y en otra parte se había estropeado, pero no estaba muerto.

"Renacer quiere decir, en cambio, resucitación, resurrección: presupone una agonía y un entierro. Son auténticos renacimientos, por ello, tanto el Renacimiento como el Romanticismo, porque, grosso modo, el Renacimiento fue la resurrección de una cultura que en el siglo sexto había conocido su agonía, y el Romanticismo fue en parte la resurrección de ciertos sentimientos que habían sufrido un eclipse entre el siglo catorce y el siglo dieciséis, y que la doctrina clasicista del mil setecientos y del mil ochocientos había creído enterrar para siempre".[3]

Florencia: La Atenas de Italia

Un gran fresco guardado en el convento de Santa María Novella en Florencia, representa una alegoría de la cultura medieval: una joven mujer, que simboliza la gramática - entre las otras artes liberales - tiene en su mano izquierda un higo maduro por medio del cual tienta a tres niños que están de pié, cerca de una puerta estrecha; a la vez, la joven mujer amenaza a los niños mediante una vara que esgrime en su mano derecha.

Esta alegoría nos explica que la gramática - a pesar de ser dura y pesada - en la época medieval - constituía un pasaje forzoso para quien quería atravesar la puerta estrecha y preferían detenerse a los pies de la mujer joven, sin temor de su vara, como Coluccio Salutati; quien había querido envejecer saboreando los frutos de los studia humanitatis.

Canciller del gobierno de Florencia, Coluccio Salutati se había ganado la admiración de todas las cancillerías italianas y europeas, en razón de la elegancia de su latín ciceroniano. A quien le preguntaba cómo había alcanzado un estilo literario tan admirado por pontífices y príncipes, él contestaba: la lectura constante de los antiguos escritores clásicos. Gian Galeazzo Sforza - señor de Milán - en distintas ocasiones lamentará de haber sido más dañado por la eficacia de las cartas de Salutati que por la acción de un ejército enemigo.

***

Después de la ocupación de Constantinopla por parte de los turcos (1453), desde los territorios del imperio de Oriente se trasladaron a Italia distintos literatos y filósofos griegos.

En Florencia, un griego octogenario, famoso por su larga barba cándida - de nombre Gheorgios Gemisthos Plethón, llegado en Italia desde Constantinopla, en el séquito imperial de Juan VIIº Paleólogo, en ocasión del Concilio religioso de Ferrara - había despertado una incondicional admiración por la filosofía de Platón en Cosimo de Medici; quien - entusiasta por los estudios humanísticos - facilitó el renacer de la Academia Platónica en las colinas de Florencia.

En la florentina Academia Platónica se congregaron ilustres hombres de estudio: Marsilio Ficino, Giovanni Pico della Mirandola, Cristoforo Landini, Agnolo Ambrogini (El "Poliziano") y Lorenzo de Medici.

El renacer de los estudios humanísticos, la Academia Platónica, el revivir de las artes clásicas atraen a Florencia un esplendor estético e intelectual que, desde el principio del siglo catorce hasta el inicio del siglo diecisiete, merece a la ciudad toscana el título de Atenas de Italia.

El florentino Dante, ya en su tiempo, indirectamente había establecido un nexo entre su ciudad y la griega Atenas, cuando - en su Convivio (III, XIV, 15), hablando de las Atenas celestiales - indicaba en el símbolo de la ciudad griega (y en la diosa Pala Atenea, su protectora) el lugar ideal de la concordia filosófica, opuesto a la Florencia sectaria y conflictiva de su época.

Además Atenas y Florencia habían tenido anteriormente peculiares aproximaciones en estos acontecimientos: Gualtiero VI de Brienne - fracasado su intento de recuperar en Atenas el ducado perdido por su padre en 1331 - se había vuelto el tirano de Florencia (1342-1343). En 1385 el ducado de Atenas había sido alcanzado por el florentino Raniero degli Acciaioli; la ciudad griega se había quedado bajo dominio de esos florentinos hasta el año 1458.

En Florencia se selló la unión entre el catolicismo romano y la iglesia ortodoxa griega en 1439 (destinada a durar, lamentablemente por muy poco tiempo). En la misma ciudad dictó cátedra el ilustre ateniense Demetrio Calcondila (1472). La escuela platónica, clausurada en Atenas el año 529 d. C., resurgió en Florencia en 1459 por la obra apasionada del florentino Marsilio Ficino y del griego Ghemistos Plethón.

Con mucha razón, entonces, Agnolo Poliziano - en su prolusión a la Academia platónica florentina - podía afirmar que la cultura griega, después de su ocaso a las orillas del Iliso, había amanecido nuevamente a las orillas del Arno.

Giovanni Papini, en el siglo veinte, justamente glosará al respeto: "El Renacimiento, en Florencia, fue más griego que latín; fue resurrección de la gracia gentil, de la exquisitez estética, de la agudeza intelectual, de la armoniosa simplicidad, de todas las virtudes que hicieron la gloria de Atenas en su mejor tiempo".[4]

Si Florencia es apodada la "Atenas de Italia", también en otras ciudades de Italia la cultura clásica reflorece entre los siglos catorce y dieciséis: en Nápoles, en la corte de Alfonso de Aragón se reúnen los humanistas Lorenzo Valla, Giannozzo Manetti, Antonio Beccadelli (el "Panormita"), Giovanni Pontano, Jacopo Sannazzaro.

El humanismo abre caminos nuevos a los estudios de filología, de arqueología, de epigrafía e historiografía, que alcanzan especial atención en la Academia Romana, de tono erudito y paganizante, liderada por Guido Pomponio Leto y Bartolomeo Sacchi.

Pero si el humanismo enriquece la renovada cultura clásica con voces poéticas como aquellas del Poliziano y de Lorenzo de Medici, en algunos casos arídece en frías imitaciones del antiguo, reduciéndose a una especie de arqueología literaria. Alguien llega a la exageración grotesca de condenar las obras de Dante y Boccaccio que habían sido escritas en lengua vulgar y no en latín.

La mayoría de los humanistas mantiene un equilibrio interior entre búsqueda literaria y actitud moral, pero en algunos de ellos - los menores, además - la exageración polémica todo arrastra, con serio daño por la seriedad de la vida y la moralidad de las costumbres. Lo que explica la actitud del Papa Pío IIº (alias Enea Silvio, descendiente de la noble familia Piccolomini, originaria e Pienza, lugar de la provincia de Siena).

De joven, Enea Silvio Piccolomini había sido un humanista culto y algo licencioso, pero - ordenado sacerdote a los cuarenta años de edad, después de haber renegado de su vida anterior - en un decenio ascendió todos los grados de las dignidades eclesiásticas hasta alcanzar el pontificado (1458-1464).

Asumido el título pontificio de Pío IIº, Enea Piccolomini, desde la cátedra de San Pedro condena en una Bula las actitudes que él mismo había compartido cuando joven, amonestando a quien parecía asombrarse por sus palabras: "Dejad a Enea y mirad a Pío; Enea fue el nombre pagano que me dieron cuando nací, pío es el nombre que hemos elegido para el apostolado cristiano".

A las palabras de Pío IIº siguen los hechos; el pontífice promueve una cruzada en contra de la cultura paganizante, pero otorga su protección al humanista Flavio Biondo que se dedica a destacados estudios sobre Roma e Italia.

En efecto Flavio Biondo es autor de tres obras esenciales para la cultura italiana: del primer tratado topográfico sobre Roma antigua y medieval: Roma instaurada; de una feliz descripción de las instituciones públicas y privadas de los Romanos: Roma triunphans; además de una acuciosa investigación acerca de la formación histórica de Italia y de su aspecto geográfico, repartido por regiones: Italia ilustrada.

Al humanista Enea Silvio Piccolomini se debe un ensayo profuso de sabiduría, clásica y cristiana a la vez: el Tractatus de Liberorum educatione, donde se aboga por una sana educación de la mente y del cuerpo, sin castigos corporales, que pueda preparar el educando a tareas de responsabilidad públicas. Los jóvenes deben utilizar libros aptos por sus respectivas edades, porque - amonesta el Papa - no todos los poemas y obras literarias pueden ser lecturas útiles para los niños y los jóvenes, con la excepción de Cicerón, considerado un autor del cual es provechoso meditar todo lo que ha escrito.

Apogeo y ocaso del Renacimiento

El florecimiento humanista despierta un intenso interés por la búsqueda de documentos de la cultura clásica. Por toda Europa se desplazan investigadores de "códigos" antiguos que - una vez encontrados - son transcriptos por acuciosos amanuenses y después guardados en bibliotecas surgidas en palacios señoriales y conventos.

Algunas de estas bibliotecas se abren al público; entre ellas: la biblioteca del convento de San Marcos en Florencia, dotada inicialmente de ochocientos libros recogidos en toda Europa por Niccoló Niccoli y donados al convento bajo la condición de ser puestos al alcance de todo el mundo; condición asegurada por la generosa contribución de Cosimo de Medici.

El cardenal Basilio Bessarión - humanista bizantino convertido al catolicismo - traslada en Italia desde Constantinopla seiscientos "códigos" preciosos para sustraerlos de la destrucción por parte de los Turcos. Estos códigos, donados al gobierno de Venecia, constituyeron la dotación inicial de la célebre biblioteca "Marciana".

Alfonso de Aragón recogió en la biblioteca de Nápoles textos de gran valor artístico y cultural, acuciosamente mimiados; e instituyó u cargo especial para oficiales públicos encargados de guardar los libros. Estos oficiales fueron los primeros bibliotecarios públicos.

El señor de la ciudad de Urbino, Federico de Montefeltro, estaba orgulloso de su biblioteca, constituida - según el testimonio de Vespasiano da Bisticci, destacado librero renacentista - de "lindos textos a pluma", porque el duque de Urbino se habría avergonzado de guardar en su biblioteca "textos a imprenta". Es que los humanistas menospreciaban todavía los libros impresos, productos del descubrimiento echo por el alemán Johannes Gutenberg; quien en 1440 había introducido en Europa un proceso de impresión con Caracteres móviles (proceso no del todo desconocido, parece, por pueblos de antiguas civilizaciones como egipcios, chinos, babilonios). Por consiguiente, los humanistas descuidaban los “incunables” que después del perfeccionamiento del sistema Gutenberg por el italiano Panfilo Castaldi – salían en elegante presentación desde las imprentas de célebres artesanos tipógrafos, cuales Aldo Manuzio en Venecia y Bernardo Cennini en Florencia.

El humanismo renacentista marcó el nacimiento de aquel “imperialismo cultural” che, a lo largo de dos siglos, desde Italia se extendió a toda Europa, otorgando a los italianos la posibilidad de consolarse por la falta de un imperio político.

El ideal renacentista se difundió luego por el mundo de los mercaderes, empresarios, magistrados, caudillos militares, regidores políticos, es decir en el mundo de los hombres libres, quienes celebraban su libertad en el florecer de las artes y de la cultura humanista.

En Francia, la cultura renacentista se manifiesta en los ideales educativos de Francisco Rabelais y Pedro Ramus, en Alemania en los estudios de las disciplinas humanistas de Rudolf Agrícula y Alexander Hegius

En la Europa del norte, la figura más eminente del humanismo renacentista es aquella de Desiderio Erasmo de Rotterdam, sacerdote de profunda erudición; quien defiende en el hombre la existencia del libre albedrío pero según un justo medio que, asegurando la libertad, confirmara a la vez la religación del hombre a Dios.

En la cultura renacentista, un lugar a parte ocupa la posición solitaria del cardenal Nicolas de Cusa; quien introduce de manera original su misticismo especulativo en la tradición del pensamiento platónico-agustiniano. Nicolas de Cusa en el ámbito filológico y literario fue un humanista, pero no lo fue en el ámbito filológico y literario fue un humanista, pero no lo fue en el ámbito filosófico porque se diferenció de las orientaciones especulativas renacentistas, expresando un pensamiento calificado de “premoderno” y hasta “moderno”.[5]

El secreto de los humanistas –según el historiador A.L.Fisher – fue su versatilidad que permitió de ir y regresar de la pintura a la escultura, de la escultura a la arquitectura, de la poesía a la filosofía, de la filología a las ciencias naturales.

Como ejemplos clásicos de esta versatilidad, Fisher indica a Miguelangel, a Leonardo da Vinci, a León Battista Alberti. Célebre del primero por sus estatuas y sus frescos, pero también por su habilidad en edificar las fortificaciones que protegían la Florencia de su tiempo. Leonardo es famoso no sólo por haber pintado el retrato de Monna Lisa y el fresco de la Ultima Cena, sino por haber sido también arquitecto, ingeniero, científico, literato. Leon Battista Alberti – primero atleta y jinete de su época - fue también músico, pintó lienzos, edificó iglesias, describió en prosa elegante los principios de la arquitectura.

Pero la sapiencia de estos hombres geniales hundía sus raíces en el tipo humano que la escuela medieval había desarrollado, es decir: el hombre integral que no aparta una disciplina de la otra porque, consciente de la complementariedad de ellas, todas las abarca ordenándolas en una escala de valores en la cumbre de la cual las ciencias humanas son alumbradas por la ciencia divina. Y, por consiguiente el científico, el literato, el filósofo, por fin busca siempre la luz de la teología.

Si es verdad que la era renacentista se detiene, de preferencia, en los estudios humanistas – y hay entre los humanistas, aquellos que se quedan toda la vida en ellos – hay también destacados humanistas que apuntan hacia un saber multiforme para alcanzar el umbral de la sapientia divinitatis. Esto se hace evidente en la dimensión cósmica de las pinturas de Leonardo; flora en la vocación religiosa que embarga toda la producción artística de Miguelangel, aflora en la tensión hacia el infinito que trasluce en la arquitectura de Leon Battista Alberti y Filippo Brunelleschi.

La nueva basílica de San Pedro en Roma parece resumir en sus líneas arquitectónicas el triunfo de esta tensión cósmica.

A pesar de haber centrado su atención en el hombre, en el Renacimiento una inspiración trascendente permanece en los lienzos de los monjes pintores Filippo Lippi y fray Bartolomeo: Discípulos del beato Angélico, quienes demuestran cómo el arte pueda servir a la religión sin dañarse a sí misma.

Por medio de la exactitud científica de la perspectiva el pintor Piero della Francesca expresa un sueño sublime de poesía compartido con hombres de arte y ciencia como Brunelleschi, Alberti, Domenico Veneziano y el gran matemático Paolo Toscanelli.

Figuras, paisajes, colores se transforman en sinfonía poética en las líneas y en los matices cromáticos de los lienzos de Sandro Botticelli: el pintor que marca el debilitamiento del “soberano dominio del hombre sobre la naturaleza”, mientras que el ciclo del humanismo renacentista se acerca a su ocaso.

Como bien ha comentado Papini, el Renacimiento fue armonía, conciliación, unidad. Fue Platón al servicio de Cristo; fue la Roma cesárea que preparó la Roma de Pedro; fue el Edén alcanzado por el Parnaso. Y su característica fue su aspiración a una síntesis total. Con Pico della Mirandola y Marsilio Ficino buscó hermanar el platonismo con el cristianismo; con el cardenal Bessarión intentó reunir Oriente y Occidente; con Vittorino da Feltre apuntó a que la cultura del cuerpo acompañara la educación del espíritu; con Erasmo intentó conciliar nuevamente la razón con la fe. Los pintores renacentistas enlazaron el hombre a la naturaleza y al espacio, los escultores buscaron conciliar la perfección plástica de los griegos con el pathos cristiano, los arquitectos restituyeron al palacio y a la ciudad un sentido antropocéntrico de la vida social y familiar.

En el Renacimiento “el hombre alcanza su plenitud y su gloria”, pero sin renegar de Dios o del cristianismo, observa aún Papini, sellando sus consideraciones con estas palabras que merecen toda nuestra aprobación.

La alta Edad Media fue teocéntrica; la Edad Moderna es atea y egocéntrica: en medio de una y la otra el Renacimiento ha conocido la felicidad creadora y la fecunda perfección, porque es teándrico. Había una mutilación, y él ha reconstruido la unida: el premio fue el esplendor del genio".6

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Primo Siena


[1] Véase G.PAPINI, Obras, tomo IIIº, Apologías, cap. La imitación del padre, IIIº, pág.1220-1223. Ed. Aguilar, Madrid 1957.

[2] Véase J. MICHELET, Renaissance Chamerot, París 1885. Sobre la renaissance Michelet habla también en el tomo VII de su notable Histoire de France 81833,46-1855,67.

[3]G.PAPINI, Obras cit.,, cap. IV, pág. 1225.

[4] G.:PAPINI, Obras cit., tomo III, cap. La imitación del padre, IV, pág. 1232.

[5] Véase J.FERRATER MORA, Diccionario de Filosofía, Ed. Ariel, Barcelona 1994, tomo III°, pág. 2549-50.

6 G.PAPINI, Obras cit., ídem, pág. 1209-

 

Revista Arbil nº 81

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