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Revista Arbil nº 81

¿El Cristo de Gibson o el de Brown?

por Gonzalo Rojas Sánchez

Lo que es indesmentible es que por el Cristo de Brown, o por su anterior versión, el Jesucristo Superestrella, nadie nunca ha dado la vida. Mientras que por el Cristo de Gibson, cientos de millones de personas la han entregado en los 20 siglos que han pasado desde que su terrible suplicio tuviera lugarentrada

Nunca antes dos relatos sobre Cristo habían impactado tan seguido y de modo tan contradictorio al público nacional.

Durante el verano fue el Código da Vinci de Dan Brown y ahora es La Pasión de Cristo de Mel Gibson. Del primero se vendieron en el país decenas de miles de ejemplares; de la película sabemos que en sólo 10 días, más de 400 mil chilenos han pagado su entrada agotando localidades.

Según Brown, Cristo no es Dios; más aún, es un Jesús que tuvo hijos con María Magdalena y a partir del cual se ha generado una enorme mentira de rango universal para validar poderes temporales. Miles y miles de chilenos se expusieron a esa ficción en los meses estivales y comentaron con entusiasmo el eventual descubrimiento de Brown. Era una lectura de verano, para chilenos de verano, para pelambres de verano.

Incluso algunos críticos literarios nacionales se pronunciaron, el Mercurio pareció interesarse en el fenómeno, pero pffffsss, la discusión se desinfló a comienzos de marzo, porque nunca se entró en la persona de Cristo, sino sólo en la banalidad de una historieta mejor o peor contada. Se escapó lo fundamental. ¿Fue ése el Jesús de la historia?

Por su parte, Según Gibson, Cristo es Dios; más aún, es un Jesús que dio su vida del modo más cruento que pueda imaginarse, sufriendo durante doce horas lo equivalente a todos los pecados y dolores de todos los seres humanos de todos los tiempos y condensando en esa pasión todo el amor del resto de su vida.

Treintaitrés años de amor concentrados en doce horas de dolor… por amor. Cientos de miles de chilenos se sientan nerviosos y concentrados en sus butacas, se quedan petrificados durante más de dos horas y apenas se animan a levantarse al terminar. Lloran y no lo ocultan. Es una película para tiempos de preparación a la Semana Santa, para días de Pasión y Resurrección, para chilenos ansiosos de trascendencia, para conversaciones sobre Dios.

Entonces, al ver el fenómeno, comenzaron a saltar los críticos de cine. Principalmente, Ascanio Cavallo en El Mercurio y Héctor Soto en Capital: que si la tortura, que si el sadomasoquismo, que si la violencia innecesaria, que si la agresión a la sensibilidad, que si… Pero de nuevo, del Cristo doliente, del Jesús, flajelado, agonizante, muerto y sepultado, nada.

En todo caso, el escenario es diferente. Esta vez la discusión no se va a desinflar, sino por el contrario, se va a ir centrando en lo fundamental.

¿Es el Cristo de Gibson el que vio el ojo humano a la vera del camino de la Cruz? ¿Era ése efectivamente el estado del Salvador después de 12 horas de torturas? ¿Pueden unos pocos críticos evitar que millones de chilenos lleguen a preguntarse cómo pudimos los seres humanos -no los judíos- exigirle a Cristo tal prueba de amor para que pagara por nuestros pecados?

Este es el temor de la crítica liberal. Ufff: no se nos vaya a venir una ola de revitalización de la fe, de conversiones y de nuevo fervor en el seguimiento de Cristo. Uffff. (¡No vayan a verla, no vayan a verla!, gritaba un crítico en la TV argentina, intuyendo el fenómeno que se avecina).

Si esas conversiones van a suceder o no, dependerá ciertamente de cada conciencia, de cada voluntad. Pero lo que es indesmentible es que por el Cristo de Brown, o por su anterior versión, el Jesucristo Superestrella, nadie nunca ha dado la vida. Mientras que por el Cristo de Gibson, cientos de millones de personas la han entregado en los 20 siglos que han pasado desde que su terrible suplicio tuviera lugar. Mártires y confesores de la fe, laicos solteros y casados, religiosos de todas las espiritualidades, sacerdotes de sencillo ministerio, todos, todos supieron y saben que Gibson tiene razón. Que eso fue así.

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Gonzalo Rojas Sánchez

 

Revista Arbil nº 81

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