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La ideología que está tras el saqueo de la Patagonia

por Mónica Ortiz Otárola

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Douglas Tompkins está comprando grandes extensiones de la Patagonia, con la complicidad de algunos gobernantes locales y la simpatía de la plutocracia mundial, en tan grandes cantidades que, incluso, está poniendo en peligro la soberanía nacional, con excusa ecológicas. Mónica Ortiz Otárola denuncia al ideología de la "ecología profunda" que alienta estos movimientos, y que tiene un transfondo anticristiano

¿Qué quiere Tompkins?

¿Qué es lo que busca hacer el norteamericano con el terreno? La respuesta es sencilla, y él mismo la ha dado públicamente a los medios de comunicación, tanto nacionales como extranjeros. Ferviente adherente de los postulados de la Ecología Profunda, Tompkins pretende “conservar estos terrenos, únicos en el mundo, y protegerlos de una eventual explotación humana”.

¿Sustraer del desarrollo nacional a una extensa porción del territorio que va desde el Océano Pacífico hasta la frontera con Argentina? El debate ha sido intenso y complejo.

Para Carlos Martínez Farah también ha sido fascinante. Este cientista político y docente de la cátedra de Medio Ambiente en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Finis Terrae afirma: “el tema lo encontré apasionante desde el punto de vista que la cuestión ecológica atrae. ¿Quién va a estar en desacuerdo con proteger los recursos naturales, los bosques? El medio ambiente y el buen uso de los bellezas nativas es, hoy por hoy, algo políticamente correcto”.

Conocido investigador, Martínez forma parte del equipo directivo del Instituto de Estudios Políticos de la corporación educacional capitalina. Con convicción agrega: “más allá de los conceptos básicos que maneja el común de la gente, hay que entender la ideología que hay detrás de la defensa del medio ambiente. Hay posiciones muy radicales y otras moderadas apoyadas en raíces políticas, filosóficas y algunas religiosas”.

La naturaleza y el hombre

¿Desde qué coordenadas podemos entender el desafío que supone la “ecología profunda” como un sistema de vida?

La ecología profunda es una visión del ambientalismo desde una perspectiva radical. Su origen está en el pensamiento del noruego Arne Naess, un filósofo y académico cuyo trabajo impulsó el movimiento. Los mismos ecologistas en la década del 70 se autoproclamaron así. Ellos afirman que no se saca nada con solucionar ciertos problemas que sufre el medio ambiente, como la tala de bosques, residuos tóxicos y otros, es decir, problemas puntuales; sino que el problema hay que enfocarlo desde la actitud del hombre hacia la naturaleza. La solución pasa por cambiar la forma de pensar respecto de lo que nos proporciona la Tierra, para poner fin a la crisis ambiental que se vive en la actualidad. Mientras no se cambie ese paradigma, la crisis ambiental va a seguir existiendo, afirman sus adherentes.

Esta filosofía se fundamenta en creer que en el planeta la vida está siendo precaria no sólo para la especie humana, sino que también ha afectado a las plantas, animales y a la viabilidad de la biósfera.

“Más que una ideología, el ecologismo es casi como una religión, en la que se rechaza el paradigma antropocéntrico y se llega, a través de una práctica militante, a un modelo de pensamiento biocéntrico. Se trata de una filosofía opuesta al cristianismo y a las demás religiones que ven al ser humano como el centro del universo”, explica el académico.

Para la ecología profunda, todo lo biológico es lo céntrico en vez del hombre. También rechaza la idea moderna de que la naturaleza y el mundo existen como recurso al servicio de los seres humanos. Más bien se inclinan a sostener que los recursos naturales no son para ser utilizados por el hombre. Ellos se han autodeclarado los salvadores del mundo. ¿Salvadores de quién? Del ser humano.

¿Cómo fue posible que una idea benigna, como es el cuidado del medio ambiente haya derivado en una idea para algunos “tan nefasta” como aquella que busca volver a un estado de naturaleza, según los postulados del filósofo Jean J. Rousseau?

La raíz de este pensamiento que surge en la década de los 70, a la cual adhiere abiertamente Douglas Tompkins y su esposa, Kris McDivitt, la también exitosa empresaria que lo apoya en sus ambiciosos planes, está en los postulados de Rousseau y en el fundamentalismo protestante que, entre otros, dio origen el puritanismo norteamericano.

Tratan de revivir una utopía, volver a los principios. El mismo Tompkins señaló en una oportunidad, y lo cito textual, que “la visión de mundo indígena ha sido desplazada por el modernismo, por el humanismo secular. En definitiva, o crees en el proyecto humano, en la cruzada por humanizar cada metro cuadrado del planeta, marginando o extinguiendo a otras especies, o crees que todo lo anterior es un acto inmoral”, afirmando como opción suya esta última.

Visión reduccionista

Entonces, ¿atacan a todas las religiones?

Esta postura afirma que la superioridad atribuida al hombre “no nos viene por azar”. Y agrega que “las religiones judeocristianas son un modelo de la estructura jerárquica: un Dios por sobre todos, ciertos humanos por sobre los otros humanos y los humanos por sobre la naturaleza. ¿No sería necesario tratar de cambiar nuestros paradigmas religiosos?”, señaló en una oportunidad Jerry Mander, director la fundación Pumalín. Es más, plantear una visión naturalista como las que encontramos en la ecología profunda, es reduccionista y atentatorio de la concepción cristiana de la persona humana y de su libertad.

Martínez explica que estas corrientes ambientalistas ven al hombre como parte integrante de la naturaleza, irremediablemente sometido a las fuerzas cósmicas del universo y al ritmo de su armonía universal. “Tal armonía por grandiosa que pueda ser, no estaría hecha para el hombre, porque no comprende la diversidad ni la superioridad. Así se hace imposible romper el dominio tiránico de la naturaleza. El hombre está destinado, en visiones de este tipo, a permanecer esclavo de ella”.

Se desconoce así la trascendencia del hombre por sobre la naturaleza, lo que conlleva consecuencias éticas y/o prácticas de enorme alcance.

¿Qué hay tras estos grupos que se oponen al desarrollo y al uso de los recursos naturales?

Ellos surgen naturalmente ante la imposibilidad de terminar con los problemas ambientales. La visión es de cuestionamiento, de crítica al humanismo contemporáneo, al hombre, su afán de progreso tecnológico y explotación desmedida de los recursos naturales. Todo lo malo que le ocurre al medio ambiente tiene un agente destructor que es el hombre.

¿Y en Chile tienen seguidores?

Hay escritos ambientalistas chilenos que tratan estas visiones tan radicales. El libro “La tragedia del bosque chileno”, por ejemplo, promovido y financiado por la Fundación para la Ecología Profunda, parte de la premisa de que “más gente sobre la tierra significa más caminos y más consumo a costa de los recursos naturales”, y se agrega algo que no puede ser más elocuente: “La Carretera Austral y otros caminos que vemos abriéndose en bosques y montañas sólo constituyen una poderosa, pero lamentable, presencia del hombre, imponiéndose prepotente sobre la naturaleza”.

Política y ecología

¿Cómo se han alineado las fuerzas políticas en esta materia? ¿Es fácil reconocer esta tendencia dentro del mundo político criollo?

No es mucho el conocimiento que se tiene sobre este tema. Pienso que un socialista, un PPD formado en la visión humanista no comparte o no debería compartir los postulados de la ecología profunda. La crítica no se reduce al humanismo de inspiración cristiana, sino que atenta contra toda visión humanista, propia de la modernidad. A mi parecer, la visión que postulan es extremadamente conservadora, llevada al límite, ya que se rechaza el uso de la tecnología; considera que los males del mundo los causa el hombre y lo que se pretende es volver a una sociedad primitiva, con una economía autárquica. Y ahí está lo utópico de sus postulados.

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Mónica Ortiz Otárola

 

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