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Otro ABC para el siglo XXI

por Daniel Dimeco

Una alianza entre Argentina, Brasil y Chile (ABC), un regionalismo no basado en una simple conjunción de Estados débiles en solitario, enfrentados al “todopoderoso” por razones de antipatía o temor, sino en relación con la ardua labor de robustecer la cultura nacional, la identidad e idiosincrasias de cada uno de los países que conformasen el grupo.

Argentina nace como fuerza de voluntad de quienes en su momento creyeron posible llevar a cabo un acto de arrojo disparatado: darle a un desierto en el confín del globo identidad nacional. La Independencia fue un instante de oportunismo bien aprovechado, las décadas posteriores se malgastaron como hace todo adolescente, aunque siempre es un período que marca de cara al futuro, al adulto. Hasta el rosismo, en que se intenta la consecución de imponer un modelo basado en la riqueza de la provincia de Buenos Aires y en el puerto de la ciudad; una útil alianza de caudillos que podían dominar las rebeldes regiones esparcidas por la nada, algunas de ellas más cercanas, en distancia y cultura al Alto Perú o al Paraguay que al puerto porteño y al Litoral del Paraná.

Julio A. Roca y la Generación del 80 darán el puntapié que hizo del desierto, o de la Pampa para no suscitar discusiones de detalle, una Nación. Crearon un Estado, crearon un etnia, crearon próceres, una cultura posiblemente soberbia, como debe ser cuando uno quiere nacer, no del vientre materno, sino Nacer. Nacieron los enriquecidos argentinos que vivían entre el Barrio Norte y la Avenue Foch y se sentaron las bases de un país latinoamericano que se autoimpuso (Domingo Sarmiento) la educación y la inmigración europea como ejes centrales en su formación.

Siguieron los radicales de Hipólito Yrigoyen, los hijos de los primeros inmigrantes que hacia 1920 ya habían impuesto las Argentinas conductas inmigracionales: el deseo de superación; la necesidad de posesión de bienes a través del trabajo (arduo); una cierta moral ambivalente, a la italiana, buenas intenciones sin perder en ello la vida; una nostalgia que se hizo tango; y valores que se mantuvieron, quizá, hasta finales del siglo XX.

La clase media, la más grande y prácticamente única en América Latina, había logrado ingresar en las esferas del Gobierno nacional, sin que se destruyeran los postulados de producción económicos y de política exterior de la era conservadora que agonizaba. Con esta Argentina también se extinguía un modelo agro-exportador que había sido el sostén de la economía nacional y su instrumento de relaciones con el exterior, fundamentalmente con Europa. El modelo agro-exportador es medianamente reemplazado por la industrialización incipiente como necesidad de abastecerse en tiempos en los que los tradicionales abastecedores estaban concentrados en la guerra. Esta industria sólo fue creada para colmar el mercado interno, no había interés de expandirla de modo tal que se convirtiese en la gran fuente de ingresos a partir de mediados del siglo XX. Con este proceso industrializador surge la clase obrera que ingresará a las esferas del poder en 1946, con el movimiento peronista, logrando así la total integración de la sociedad a Argentina en todas sus clases.

El Estado, que jamás había estado ausente en la política interna nacional aunque distante de las decisiones económicas hasta 1930, pasa a tener un protagonismo indiscutible, una presencia gigantesca. El estatismo económico del peronismo comenzó a flaquear prontamente y Perón buscó su expansión más allá de las fronteras nacionales vía la integración con los vecinos. Se irá por un Pacto ABC (Argentina, Brasil, Chile), por un eje Buenos Aires-Río de Janeiro-Santiago.

En 1946 ya había acabado la II Guerra Mundial y Argentina logró mantenerse distante de aquel conflicto ajeno y lejano. Y con su final surgió rápidamente una nueva realidad política mundial y nacional: la Guerra Fría y Juan Domingo Perón.

Las grandes potencias volvían a la carga, renovadas presiones sobre las naciones menores para tenerlas de su lado y obtener de ellas respaldo y ganancias. La relación de Argentina con el exterior sufre su primera gran modificación, poco más de una década antes se había visto afectada por la Conferencia de Ottawa y el nacimiento de la Commonwealth, y este nacimiento fue superado por las reformas de orden interno que lograron superar la crisis de 1929 con increíble rapidez y un nuevo pacto con Gran Bretaña (Roca-Runciman) que posibilitó continuar con la relación especial entre ambas naciones.

Cuando Perón asume el poder la presencia británica en América del Sur había declinado y Estados Unidos, que nunca hasta entonces había logrado la confianza de Buenos Aires, es nuevamente rechazado por la política peronista. Los gobiernos argentinos siempre creyeron, y con razón, que los gestos estadounidenses tenían como principal objetivo afirmar la hegemonía del país del norte en todo el hemisferio; y como tal una amenaza para los intereses nacionales argentinos, más en consonancia con la Europa anglo-francesa que con América del Norte. Pero la posguerra había modificado la realidad y EE.UU. había sobrepasado en poder a cualquier otra potencia mundial, Gran Bretaña perdería su Imperio y su capacidad económica y Brasil había jugado en la conflagración europea junto al gran vencedor.

Con gran coraje, como aquel que en su momento había tenido Roca, Perón no se alinea, en concreto, ni con el bando anglosajón ni con el soviético. Perón tomó contenidos ideológicos de varias corrientes distintas e intentó hacerlas viables en el contexto interno argentino y de acuerdo a la nueva realidad mundial que se vivía desde 1945. Uno de sus primeros actos más llamativos en la arena internacional fue el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con el régimen stalinista.

Al tiempo que el general Perón se empeñaba en acercar posiciones entre los países latinoamericanos, y se comenzaba a hablar de la hispanidad y de las tradiciones hispanoamericanas, no dejó de lado el entendimiento con Washington, demostrándolo prácticamente en la ratificación del Acta de San Francisco.

Será una época en la que la “mundialización” tendrá un avance arrollador, no tan sólo por el impacto que el progreso tecnológico pueda ocasionar sino también por las consecuencias político-ideológicas y culturales. Las consignas de Perón serán: Soberanía Política, Independencia Económica y Justicia Social.

En aquellos años en los que negarse a los dictados de los Grandes podía provocar como respuesta la invasión territorial o la subyugación de los Estados menores (al mejor estilo siglo XXI), Perón rescata el continentalismo como forma de conservación y autodefensa por la aportación común de los países vecinos. Ni más ni menos que una respuesta geopolítica.

El regionalismo en el que Perón hizo tanto hincapié, no se refería a una simple conjunción de Estados débiles en solitario, enfrentados al “todopoderoso” por razones de antipatía o temor, sino que tenía que ver con la ardua labor de robustecer la cultura nacional, la identidad e idiosincrasias de cada uno de los países que conformasen el grupo.

Mediante vínculos más intensos con otras potencias iba a ser, para él, el único camino a través del cual se contrabalancearía el peso de las relaciones con Estados Unidos. El peronismo de finales de los ‘40s y principios de los ‘50s rechazaban la división bipolar del mundo, surgida después de la Segunda Guerra Mundial, porque sabía que en ese terreno solamente triunfaban los que dominaban, las cabezas de grupo.

Ni el capitalismo extremo al estilo norteamericano, ni el modelo colectivista forzado de Stalin.

Un camino intermedio, dentro de las posibilidades, necesidades y características de la sociedad Argentina inventada hacia 1880 que, si bien se había modificado enormemente, aún mantenía la esencia de entonces. Dentro de este esquema nacional, se impulsa la industria nacional, aquella que en 1932 había dado los primeros grandes pasos por necesidades de sustitución de productos industriales ante un panorama económico internacional en grave crisis de agotamiento.

Juan Perón y Getúlio Vargas se ponen a trabajar sobre la base de la fórmula acuñada a comienzos del siglo XX por el barón de Rio Branco, quien había sostenido la necesidad de una alianza entre Argentina, Brasil y Chile (ABC) los cuales habían practicado hasta entonces políticas desintegradores en la región. Pero se estaba ante una nueva realidad internacional y ahora la integración era más que una conveniencia una necesidad, recrear un nuevo ABC, no sólo en el campo político-militar sino también en el económico, ampliando el mercado de producción y consumo para las industrias nacionales. Algo similar había intentado en 1940 Federico Pinedo, uno de los ministros de los últimos gobiernos conservadores argentinos. Urgía una nueva política exterior de Estado, como llevaban adelante las potencias centrales para defender sus propios intereses y obtener más beneficios.

Ya entrados los años ‘50s, Perón declaró en la Escuela Nacional de Guerra: “Pensamos que la lucha del futuro será económica (...) La República Argentina sola no tiene unidad económica; Brasil solo no tiene tampoco unidad económica; Chile solo, tampoco; pero estos tres países unidos conforman quizá, en el momento actual, y sobre todo para el futuro, una extraordinaria unidad económica. Esto es lo que ordena imprescriptiblemente la necesidad de la unión de Chile, Brasil y Argentina. Es indudable que realizada esa unión ingresarán en su órbita otros países suramericanos (...) Vamos a suprimir las fronteras si es preciso (...) Aquí hay un problema de unidad que está por sobre todos los problemas (...) la unión continental sobre la base de la Argentina, Brasil y Chile está más próxima de lo que creen muchos argentinos, muchos chilenos y muchos brasileños. Lo único que hay que vencer son intereses...”.

En este contexto, el "enemigo histórico" regional, Brasil, debía devenir el mejor socio. Un bípode estratégico imprescindible para conducir a Sudamérica y mucho mejor si podía convertirse en trípode con Chile, y así tener presencia en ambos océanos. La visión peronista la asumen a principios de la década del ’50 los presidentes brasileño (Getúlio Vargas) y chileno (Carlos Ibáñez del Campo). Era un momento favorable para la integración y la creación de poder regional en condiciones más o menos igualitarias. La cooperación regional acrecentaría el poder negociador del conjunto de países frente a la potencia hegemónica, además favorecería la expansión del comercio entre los miembros y facilitaría la búsqueda de mercados alternativos para sus exportaciones.

Se pretendía más protagonismo político y mejores ganancias económicas.

Siempre habían existido puntos esenciales que habían distanciado a Argentina de los Estados Unidos; en las Conferencias Interamericanas eran siempre los enviados argentinos los que entorpecían los intentos estadounidenses de conducción desde el Norte americano. Por entonces, hasta mediados de los años ‘40s pervivió la estrecha relación anglo-Argentina, que muchas veces entró en colisión con los intereses y pretensiones de Washington en la zona. Y desde que Perón asume el poder, se añaden algunos otros elementos que dificultan el entendimiento entre ambas naciones americanas, debido a las políticas que el justicialismo pone en marcha: estatismo, bilateralismo, nacionalizaciones, no intervención en otros países (Doctrina Drago), rechazo a incorporarse al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial, la Tercera Posición o la no-alineación con Washington en contra de Moscú.

Paralelamente se intenta potenciar las relaciones económico-comerciales con Europa y con la Unión Soviética y sus aliados. El lazo con la U.R.S.S. en particular reforzaba la postura independiente sustentada por la Tercera Posición y pretendía explotar el déficit soviético de alimentos a favor de las exportaciones argentinas.

A pesar de la tradicional oposición Argentina a los intentos de Washington por hegemonizar en la región, participó activamente en la IX Conferencia Interamericana, llevada a cabo en Bogotá en 1948, en la que se creó la Organización de Estados Americanos (OEA). En las Conferencias posteriores (Washington y Caracas) el gran tema de debate fue la seguridad continental, convertidas en ejes de la cruzada ideológica de EE.UU. en contra del comunismo al asecho.

A nivel regional, y en concordancia con las políticas que Perón propugnaba, se dio incentivaron los acuerdos bilaterales entre latinoamericanos: con Brasil, con Chile y con Bolivia, sobre el aprovechamiento de recursos naturales y en aspectos de la cooperación económico-financiera y cultural. Se firmó un Acta de Unión con Chile, en 1953; ese mismo año, en el seno de la CEPAL, la delegación Argentina propuso la integración latinoamericana; se rubrica un tratado de unión económica con Paraguay y un año más tarde con Bolivia; además de otros pasos de acercamiento dados con Brasil, Colombia y Ecuador.

Los acuerdos alcanzados con varios países del continente se enmarcaban dentro de los preceptos de actuar juntos para estructurar a Latinoamérica por un esquema común compartido.

Es muy posible que el afán de Perón por la integración del Cono Sur tuviese idea-fuerza el convertir a Buenos Aires en cabecera de bloque (un reedición virreinal). Pero particularmente se pretendía encarar juntos los desafíos que se anunciaban próximos en el nuevo esquema internacional de poderes contrapuestos entre los de arriba. Y dentro de este planteamiento está la aspiración de relanzar el ABC y alterar con ello el tradicional planteamiento de hipótesis de conflictos.

A comienzos de los ‘50s asume el poder en Santiago de Chile el ibañismo, afín a los postulados de Perón. Ibáñez impulsará al presidente argentino a agendar el proyecto del ABC. Getúlio Vargas también está en el gobierno. En Bolivia triunfa una revolución popular y militar conducida por el Movimiento Nacionalista Revolucionario que, automáticamente, recibe el reconocimiento de Buenos Aires. Además, se producen acercamientos con Paraguay y Perú.

No pasará casi nada de tiempo. Los agentes norteamericanos comienzan a actuar para frenar estos movimientos que afectan a la geoestrategia de EE.UU., justamente en el sur de su propio continente.

Cierta clase política chilena la emprende contra Perón. Vargas se suicida en 1954. Y el propio Perón cae un año más tarde. El ABC había sido desarmado por la habilidad norteamericana y porque en definitiva era un proyecto que impulsaban personalidades, en lugar de haber sido una política geoestratégica abrazada por las tres dirigencias nacionales del Cono Sur.

El llamado Pacto ABC se vería frustrado por diversos intereses. Después continuarían décadas de “hipótesis de conflicto” en detrimento de la integración.

La articulación del ABC fue una de las tentativas más serias que ha habido en América Latina de crear un bloque o eje de países. Perón fue el propulsor, pero nada hubiese ocurrido si no hubiese coincidido históricamente con Vargas e Ibáñez del Campo, éste último desde una postura mucho más explícita que el brasileño. La unión político-económica del Cono Sur tenía la intención de ser el puntapié inicial para avanzar en un posterior entendimiento con los demás países sudamericanos.

La integración en el marco ABC dejaría a un costado la tradicional puja argentino-brasileña y debería desarticular la desconfianza chilena hacia una posible expansión del vecino trasandino (carta que finalmente hicieron jugar los nacionalistas de aquel país para boicotear la política de Ibáñez).

En 1953, Juan D. Perón, refiriéndose a la necesidad de agruparse Argentina con Brasil y Chile, había dicho: “Es indudable que, realizada esta unión, caerán a su órbita los demás países sudamericanos, que no serán favorecidos ni por la formación de un nuevo agrupamiento y probablemente no lo podrán realizar en manera alguna, separados o juntos, sino en pequeñas unidades... Getúlio Vargas estuvo total y absolutamente de acuerdo con esta idea, y en realizarla tan pronto él estuviera en el gobierno. Ibáñez me hizo exactamente igual manifestación, y contrajo el compromiso de proceder de igual manera”.

Dos países, jugaron roles determinantes durante el gobierno del general Perón: uno fue Brasil y el otro España. En el caso del primero debe sumársele Chile como trípode de una política del ABC en el Cono Sur:

Brasil

Argentina nace Anarquía y tiene que inventarse más tarde, pero conserva, y refuerza con las sucesivas oleadas inmigratorias, el espíritu anárquico.

Brasil nace Imperio y hereda la vocación imperial lusa. No fue necesaria la invención del Brasil o de los Brasiles, porque su origen es por decisión imperial y se gobernará desde una Corte que estaba instalada en Río de Janeiro desde la invasión napoleónica a Portugal, lo cual no lo privó de experimentar convulsiones entre-élites estaduales hasta la caída de la Monarquía.

Vargas provenía del riñón de la élite nacional sureña y, a pesar de ello, había propiciado una expansión de la base política nacional semejante (aunque no en los resultados finales) al modelo argentino de inclusión social. La atomización oligárquica del país impidieron realizar cambios en una sociedad eminentemente campesina.

En 1937 da a luz al Estado Novo, claramente centralista y autoritario, al tiempo que alentador del desarrollo industrial del país. Se acalló a las fuerzas políticas y se abandonó la constitución que hasta ese momento había servido de foro para las intrigas parlamentarias, con beneficios para los sectores rurales dominantes. Y Getúlio alentó la sindicalización de los obreros desde el Ministerio de Trabajo, una actitud similar a la de Perón desde la Secretaría de Trabajo y Previsión Social.

A diferencia de Argentina, Brasil participó en la Segunda Guerra Mundial junto a los Aliados en la recuperación de Italia. Este hecho, entre otras decisiones como la pérdida de influencia de Inglaterra en la región, vía su más estrecha aliada Argentina, hicieron que EEUU encontrara en la república carioca el interlocutor en Sudamérica.

Desde que Getúlio Vargas asume por segunda vez el gobierno en Brasil, en 1951, la interconexión entre las políticas internas y externas de Buenos Aires y Río de Janeiro se convirtieron en uno de los aspectos políticos centrales en América del Sur. Y, a ambos lados de la frontera, los intereses domésticos jugaron fuertes presiones a favor o en contra de dicha “empatía” entre los dos líderes, el trabalhista y el justicialista. Ciertos sectores relevantes de la realidad brasileña consideraban que las pretensiones de Perón con respecto a un bloque ABC entorpecerían las prioridades cariocas en el ámbito de la política internacional. Tanto el embajador de Vargas en Buenos Aires como su ministro de Trabajo, Joao Goulart, promovieron estrechos contactos entre ambos países a través de conexiones y apoyos mutuos entre los movimientos justicialista y trabalhista. Enfrentados a esta postura se hallaban los anti-laboristas brasileños que se negaron a un pacto Perón-Vargas, y que en el futuro lo utilizarían como un pretexto para las manipulaciones anti-Getúlio.

Uno de los efectos más trascendentales del acercamiento entre ambas naciones (rivales desde tiempos coloniales, un legado de Madrid y Lisboa) fue la neutralización de dichas tensiones y desconfianzas históricas. Este diálogo se retomaría pocos años después entre Frondizi y Kubitschek, ambos también coincidieron en la necesidad de promover el desarrollo de sus respectivos países.

En épocas más recientes, Brasil no ha ocultado su vocación de liderazgo regional, sostenida en su dimensión territorial y en su capacidad comercial. Hacia el año 2000, el entonces ministro de Asuntos Exteriores Lampreia expuso esta idea brasileña, posiblemente un bolivarianismo con ribetes de samba.

La idea bolivariana siempre chocó con los intereses imperiales, fundamentalmente ingleses durante el siglo XIX y parte del XX; y seguramente hoy se estrellan contra el continentalismo norteamericano.

Los postulados de Lampreia no se disolvieron cuando él abandonó la administración de su país, sino que han sido relanzados a partir de la asunción del presidente Luis Inácio Lula da Silva, quien ve en Buenos Aires principalmente y en Caracas en segundo lugar, los dos puntos hacia los cuales debe trazar la línea que conduzca al continente sudamericano, una gran y firme columna vertebral que resista los embates externos. Da Silva, a su vez, por su origen gremial y porque así lo ha decidido, ha impreso la huella de justicia social en el proceso de integración, casualmente en un período en el que las crisis económicas, Argentinas y brasileñas, han agravado la realidad de pobreza que padece el continente.

Algunos de los objetivos brasileños en esta nueva etapa, ya entrado el siglo XXI son: negociar la posición más favorable posible para Brasil y la región en el ALCA; profundizar los niveles de integración del Mercosur; y fortalecer la integración política en América del Sur.

España

Terminada la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial, los conferenciantes de Potsdam, y más tarde en las Asambleas de San Francisco y de Londres, decidieron que España quedase excluida de los organismos internacionales como la Organización de las Naciones Unidas; según alegaron por su régimen fascista y por haber recibido colaboración de Benito Mussolini y de Adolf Hitler.

En el frente interno, Francisco Franco enfrentaba graves problemas económicos: el escaso abastecimiento de alimentos traía aparejado la constante amenaza de un estallido social.

España encontró, en estas circunstancias, una cierta esperanza, ante el aislamiento al que había sido confinada, en la elección de Juan Domingo Perón, y por ello se opuso a la coalición de conservadores-radicales-socialistas-comunistas que contaban con el soporte estadounidense a través de su embajador Spruille Braden. La contraparte Argentina debió hacer frente a una férrea oposición que se negaba a acercar contactos con la España nacionalista. Pero los lazos pudieron estrecharse porque las circunstancias internacionales de aquellos años y las necesidades económicas así lo permitieron.

Como ya he señalado, la presión norteamericana y el alejamiento británico del Cono Sur limitaban el espacio de la política económica de Argentina. Sin dejar de lado factores políticos e ideológicos que impulsaron a Buenos Aires a que se volcara de lleno, como no ocurría desde tiempos de la Colonia, a España. El peronismo justificaba ideológicamente esta política vía dos postulados muy caros a la diplomacia Argentina (que provenía desde la era conservadora): defender una política exterior independiente, defender el principio de no-intervención en los asuntos internos de un Estado soberano.

Sin olvidar que durante la administración peronista, se comenzó a hacer más hincapié en algunos componentes de carácter nacional, como el apoyo a España como expresión de la política de "Tercera Posición", además de que hay quienes mencionan el tema de la Hispanidad, y la asistencia a un gobierno anti-comunista en Europa occidental (justificación que cumplía por un lado con los postulados de independencia diplomática nacional defendiendo a España contra el mandato dado por la ONU, pero al mismo tiempo representaba un reaseguro frente a las políticas de Washington por evitar la conformación de fuertes partidos comunistas en Europa). Con estos postulados Perón intentaba movilizar a amplios sectores argentinos y continentales haciendo alusión a los lazos lingüísticos, étnicos, religiosos y culturales que nos acercaban con España.

Lo que sí no cabe dudas es que Buenos Aires se convirtió en una de las más fervientes defensoras de España en los organismos internacionales y entre los otros países latinoamericanos, tal como lo reconoce el propio embajador español en los informes que envía a Madrid.

Más allá de los gestos verbales del peronismo y del franquismo, ambos gobiernos firmaron el Convenio Comercial y de Pagos, cuya meta era asegurar el abastecimiento de cereales a España y, en este marco, Argentina otorgó créditos en condiciones sumamente favorables.

Hacia 1948, España era el cuarto cliente en importancia de Argentina, detrás del Reino Unido, EE.UU. e Italia.

Mercosur

Antes de llegar a los acuerdos entre los presidentes Raúl Alfonsín y José Sarney que pondrían la piedra basal del Mercosur, ambas naciones erraron reiteradamente sus caminos por el mundo.

Argentina, sin duda alguna, desanduvo el sendero recorrido hasta mediados del siglo XX. Más allá del gobierno industrialista de Arturo Frondizi, se dejó deslizar torpemente por los fangos dictados desde los grandes centros de poder con la connivencia de quienes desde adentro mismo podían sacar provecho sectorial en detrimento del conjunto de la sociedad. Nuestra política exterior fue errática, marcada por la rivalidad agotadora con nuestros vecinos, un acercamiento excesivo a Estados Unidos (hasta llegar a las “relaciones carnales” durante la década del 90) sin tener en cuenta los objetivos fundamentales que toda nación debe diseñar en pro de sus intereses y de su subsistencia como pueblo y como poder aunque éste no sea mucho.

Luego de varias décadas de fracasos, de mucho tiempo perdido, creo que el nuevo ámbito de acción argentino y que seguiría el espíritu de Juan Domingo Perón y su deseado ABC sería el Mercosur. Pero un Mercosur que no sólo vele por intereses comerciales empresariales, sino uno más amplio y con mirada estratégica en todos y cada uno de los aspectos que hacen que una zona determinada pueda considerársela fuerte y con peso propio en el escenario mundial.

El 16 de octubre de 2003, los presidentes de Argentina y Brasil firmaron el llamado Consenso de Buenos Aires. En uno de sus puntos manifiestan: “...en un contexto mundial signado por la aceleración de un proceso de globalización que ha ampliado el horizonte de las posibilidades humanas pero que, paralelamente, ha generado inéditas modalidades de concentración económica, nuestras naciones deben definir su futuro en el marco de una agenda que responda a las necesidades, posibilidades y desafíos que singularizan a nuestros países en el comienzo del siglo XXI”.

Mercosur sería la expresión "regional" de la propuesta de Perón, aggiornada a los años actuales. Aunque, lamentablemente, no ha logrado afirmarse firmemente en los sectores dirigentes (sobre todo argentinos) que se han visto empujados por las diferentes crisis, indecisiones y falta de coraje a no jugarse enteramente por un espacio que debe ser reclamado como indispensable, no sólo en la órbita económico-comercial sino, fundamentalmente, en la político-estratégica y en la transmisión de valores compartidos (tal como se enuncia en el texto del Consenso de Buenos Aires).

Las necesidades de finales del siglo XX y principios del XXI hacen de los bloques de países quizás el único camino efectivo de sobrevivir en medio de una competencia desaforada y de intereses contrapuestos que hacen imposible la discusión mano a mano con los grandes poderes del Norte. Es la opción que permitirá que naciones como Argentina puedan insertarse en el contexto mundial aumentando su capacidad de negociación, con una mayor autonomía de decisión.

Sin abandonar la latinidad como fuente indiscutible de nuestra esencia Argentina, el espacio sudamericano debe ser el referente de nuestro poderío, donde podemos contar con fuerza propia y desde donde podemos hacernos oír en los foros internacionales y en los escenarios económicos y políticos mundiales.

Argentina y Brasil tienen la obligación de conformar una alianza estratégica que trascienda los meros aspectos económicos y abarque cuestiones políticas y militares, hasta los extremos de conformar una fuerza de defensa regional, incorporando a países estratégicos como Venezuela, Perú y Chile. La imagen del pacto ABC es reiterativa pero nunca concretizada por razones de mezquindad individual cortoplacista. El eje central en Latinoamérica es Buenos Aires-Brasilia, siempre que éste sea claro (como el eje París-Berlín en Europa) el resto del subcontinente responderá favorablemente, pero sin ese entendimiento indispensable no hay posibilidad de integración de América del Sur.

En la actualidad, Brasil apunta a lograr un margen de independencia frente a la geopolítica norteamericana, con una visión geopolítica subcontinental, como la India, China o Sudáfrica en sus respectivas zonas de influencia. Brasil desoyó el primer llamado a participar en Irak en 1990 y sobre todo ha rechazado la internacionalización de la Amazonia que, junto con la Patagonia, conforman las dos mayores reservas de agua dulce mundiales, un recurso estratégico fundamental en tiempos nada lejanos.

Argentina, apartándose de su tradición diplomática, ha actuado en las dos o tres últimas décadas como agente de políticas ajenas a su propio interés nacional y al de los grandes del Cono Sur, las políticas del antiguo roquismo y del posterior peronismo fueron trocadas por las de las “relaciones carnales”. Ha llegado la hora que los argentinos nos demos cuenta de que urge la necesidad de concretar un bloque sudamericano con un margen significativo de autonomía política.

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Daniel Dimeco

 

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