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¿Qué parte de culpa tiene T.V.?

por Pedro Pérez Cárdenas

Se hace necesario un código ético que comprometa a todas las televisiones, y que realmente se cumpla, con garantías. Pero no un simple código ético de no agresión entre canales de televisión, de respeto a los horarios infantiles, de no a la contraprogramación, eso es insuficiente. Es necesario un código ético que después de estudiar la relación directa entre la violencia en la sociedad con la violencia en televisión, exija responsabilidades

Un suceso ocurrido en Gijón, Asturias, el viernes 23 de Agosto, fue el no va más.
Un niño de 5 años, mientras jugaba en un jardín público, a pocos metros de su madre, fue degollado en un abrir y cerrar de ojos.

Nos cuentan en T.V. que fue obra de alguien que estaba en tratamiento psiquiátrico, que se alejaba del lugar de los hechos con todas las manos ensangrentadas y diciendo que obraba por inspiración divina.

La ambulancia no pudo hacer nada por reanimar al niño. Los policías acordonaban la zona y no podían por menos que romper a llorar describiendo los hechos.

Yo buscaba razones, causas y culpas en este hecho, pues no me suelo conformar con un razonamiento estéril de que es una desgracia y ya está: un infortunio.
Me pregunté:

¿Habrá sido culpa del hospital psiquiátrico?, quizá alegremente deja de paseo a personas que no están en condiciones, poniendo en riesgo al resto de los ciudadanos y al él mismo.

Es verano..., es fin de semana, poco personal por vacaciones en el hospital psiquiátrico..., me gustaría investigar.

¿Habrá presenciado ese desequilibrado aquel video de un comando musulmán degollando a un prisionero en directo? Televisiones árabes lo retransmitieron en directo para satisfacción de los asesinos, y las televisiones occidentales también, para satisfacer a los televidentes: reality show.

¿Vería ese desequilibrado la televisión en uno de sus muchos ratos en los que los cuidadores les dejan frente a la televisión, por su gran poder hipnotizador ?. De igual forma que los anuncios publicitarios inducen a comprar, las noticias de violencia inducen a saltar a la fama sin analizar el bien o el mal de las acciones

No es esta la única tragedia en la que los medios de comunicación, especialmente los televisivos tienen mucha responsabilidad, pero no la ejercen, prefieren ganar cuota de pantalla. Las autoridades, que supuestamente deberían velar para que la televisión fuera un servicio público, resulta que se convierte muchas veces en un servicio contra el público. El liberalismo mira para otro lado cuando ocurren estas tragedias.

Otro tanto sucede cuando las noticias de agresiones conyugales, o entre parejas de novios o exnovios, se dan a conocer con la carga de morbo habitual. ¿no habrá muchas personas que anoten en el subconsciente, y puedan en un momento dado convertir en realidad lo que vieron por televisión?

Resulta escandaloso que todas las semanas varias mujeres hayan caído muertas por esa violencia que algunos quieren ignorar su origen.

¿Cómo estamos llegando a esto? se preguntaba un presentador de televisión. Tu y los tuyos tenéis gran parte de culpa, le respondí yo. Sembráis vientos, y os extrañáis de que vengan tempestades. Destruís los valores afectivos, amorosos, familiares, pues lo que os preocupa es vuestro bolsillo, y que caiga quien caiga.

Quizá los programadores de televisión, o los directores de informativos, creen que todas las personas que ven la televisión tienen bien, y bajo dominio, sus facultades mentales, pero no es así, ni mucho menos.

Violencia televisiva, real o en películas, llama a más violencia.

Se hace necesario un código ético que comprometa a todas las televisiones, y que realmente se cumpla, con garantías. Pero no un simple código ético de no agresión entre canales de televisión, de respeto a los horarios infantiles, de no a la contraprogramación, eso es insuficiente.

Es necesario un código ético que después de estudiar la relación directa entre la violencia en la sociedad con la violencia en televisión, exija responsabilidades. Que no se amparen en la libertad de expresión, en el derecho a la información, en la diosa libertad a fin de cuentas. Por encima de todo ello está el derecho a la vida, y si no que se lo pregunten a la madre del niño asesinado en Gijón.

Los incumplimientos deberían multarse con seriedad, de modo que se sufragara los gastos de casas de acogida para mujeres maltratadas. Los bienes de los narcotraficantes condenados, ya se destinan a subvencionar centros de desintoxicación. La adicción que origina la televisión también necesita ser tratada para lograr una desintoxicación de hábitos y de ideas.

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Pedro Pérez Cárdenas

 

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