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Liberalismo económico (I)

por Bienvenido Subero

El crecimiento sin techo aparente de la riqueza parece demostrar que Dios nos ha entregado un mundo en el que la gente muere antes por una mala administración que por carencia de recursos

Ya somos 6.300 millones de personas en el planeta, de los cuales, los últimos trescientos han venido a hacernos compañía desde octubre de 1999 hasta hoy. A pesar de los muchos alarmistas del llamado “crecimiento sostenible”, los recursos no parece que se vayan a agotar antes de que se encuentren alternativas (tal vez, espero que no, con la excepción de la pesca); en conjunto los habitantes del planeta disponen de mayor riqueza que entonces, y sin embargo su distribución no ha mejorado.

Los escasos mecanismos habilitados con este fin a nivel internacional no han funcionado, si exceptuamos la liberalización del comercio, que ha permitido a las empresas dedicir dónde se localizan sus centros de trabajo en base a razonamientos estrictamente económicos, mejorando el nivel de vida de algunas zonas de China, India y algún país africano, pero creando gran alarma social en aquellas regiones que vivían pensando que su situación económica era inmutable, y que con las contribuciones caritativas del Estado a esos países era bastante. Que les den el 0'7, ¡pero no de mi salario!.

El crecimiento sin techo aparente de la riqueza parece demostrar que Dios nos ha entregado un mundo en el que la gente muere antes por una mala administración que por carencia de recursos. Nuestros problemas son el aire cada día más enrarecido, la administración de los recursos en las grandes ciudades, el agua dulce progresivamente más contaminada, etc. Se nos ha encomendado la responsabilidad de, mediante nuestro esfuerzo colectivo(físico o intelectual), transformar la Tierra y así, entre otras cosas, conseguir satisfacer nuestras necesidades materiales y también las de nuestros herederos, con la justicia como principio rector.

De todo ello parece que debería ocuparse la Economía, que, recordemos, en su origen fue una rama de la filosofía (Adam Smith, “padre” del liberalismo económico, era catedrático de filosofía moral en Glasgow). Pero la definición clásica de la Economía es muy poco ambiciosa y dice asepticamente o mejor, científicamente, que es la ciencia de la administración de los recursos escasos. Poco ambiciosa y poco comprometida con la humanidad, ya que lo importante en mi opinión era y es el estudio de cómo se agrupan las personas en organizaciones para generar riqueza de forma sostenida a largo plazo y de cuál debe ser la interacción más adecuada entre organizaciones con este fin y con el de su justo reparto.

Para este problema organizativo, hasta la desaparición de la Unión Soviética, había dos opciones genéricas: el fracasado socialismo con su propuesta "gestionaria" y carente de propiedad privada y el capitalismo. Hoy está claro que ha triunfado este último, con sus distintas variantes regionales, o como rotundamente dice Francis Fukuyama, el fin de la Historia ha llegado con la victoria terminal del liberalismo (sic).

El liberalismo económico ha demostrado con su victoria ser el marco más adecuado para la generación de riqueza, para la prosperidad de las naciones, por lo que cualquier sociedad con ansia de prosperidad, debe admitir la existencia de la propiedad privada y confiar en la bondad intrínseca del mercado y en la libertad de empresa como principios rectores de la economía.

Muchos, como Fukuyama, identifican capitalismo y liberalismo, o mejor dicho dan a entender que lo uno sin lo otro no es posible, algo con lo que no estoy en absoluto de acuerdo. Una sociedad liberal es aquella en la que cualquier intromisión en la libertad individual debe ser evitada en lo posible y en cualquier caso, justificada.

Así, ambos “ismos” comparten el deseo de que el Estado se inmiscuya lo menos posible, pero fuera de ello, la finalidad de cada forma de pensamiento es completamente distinta, una pretende dejar en manos del mercado la generación y reparto de la riqueza y la otra la preservación de la libertad (de acción) del individuo.

Los efectos que se están observando en distintos países no avalan la afirmación de que la sociedad liberal (y por tanto democrática) es la mejor posible, o al menos la mejor de las opciones conocidas. Al nasciturus se le niega el derecho a la vida más allá de un criterio de utilidad terapéutica o de utilidad para los padres, a los enfermos terminales se les adelanta de forma legal su deseo de reunirse con Dios, los niños que no han tenido la suerte de conocer a sus padres ya no tienen derecho a una educación en familia, sino que se convierten en una mercancía sobre la que se discute en los parlamentos sobre quién tiene derecho a poserla, ...

En fin, podría continuar, pero con estos ejemplos pienso que queda claro que el liberalismo económico no tiene nada que aportar a todas esas discusiones, salvo que aceptemos sin tapujos que lo que estamos haciendo en la mayor parte de los casos es negociar derechos de propiedad o a recibir subsidios por la vía política, sin que los Estados pongan freno a esta pretendida apropiación de derechos.

Volviendo a la economía, decía que las sociedades capitalistas confían en la bondad intrínseca del mercado, lo que significa que el mercado cumple una serie de condiciones que conducen a que sea un mecanismo óptimo de asignación de resursos.

La primera condición es que haya un número elevado de empresas compitiendo, lo que en muchos sectores europeos no se cumple por la existencia de grandes corporaciones, de monopolios y de empresas públicas. Nada tengo que objetar si contribuyen al bien común, o al menos lo pretenden.

La segunda, que los mercados sean transparentes, es decir que haya información suficiente disponible a bajo coste para todos los participantes, premisa que podemos aceptar que se cumple en general.

La tercera, que los precios se formen libremente equilibrando oferta y demanda; o sea, a mayor cantidad de bienes ofrecidos, menor precio. Un análisis un poco detenido impide que se acepte el cumplimiento premisa, ya que el Gobierno español publica la tasa de IPC que sirve para corregir los contratos mercantiles y laborales, fija el salario mínimo influyendo sobre los costes, regula los precios farmaceuticos, los de telecomunicaciones, los de la energía, etc, etc.

La última, pero no menos importante, que los consumidores expresen libremente sus preferencias, lo que quiere decir que de entre todas las elecciones posibles elegirán la que más les convenga de acuerdo con su propio interés.

Aquí encontramos otro punto de conexión de los liberalismos, que profundizando un poco más desaparece, ya que el individuo en economía es un agente que toma decisiones racionales buscando el interés propio, es decir, elige la alternativa que le va a aportar mayor satisfacción, mayor valor, en base a un criterio de decisión.

Suponer que existe un criterio de decisión y que este se utiliza implica que las decisiones necestian información y que varios individuos ante la misma situación optarán por la misma alternativa, haciéndose de esta manera previsibles en gran medida las decisiones de las personas. La mala noticia es que distintos economistas han demostrado en sus áreas que el conjunto de los agentes económicos no toman decisiones de forma racional y se dejan llevar por otras consideraciones. A pesar de ello, sí está claro que los agentes descartan de forma deliberada lo que dicta la regla de decisión y que como colectivo tienen un objetivo uniforme: los gerentes de las empresas quieren poder, los trabajadores empleo estable, los consumidores ampliar su capacidad de compra con los mismos ingresos, los empresarios maximizar su ganancia, etc.

La sociedad liberal no pide ningún requisito, salvo el cumplimiento de la ley, que por otra parte está cada vez más sujeta al dictado de la opinión pública, por lo que la sociedad en puede llegar a moverse de forma errática, no previsible. Y de hecho, lo está haciendo. Por ejemplo, ¿quién habría pensado hace cincuenta años, no ya en España, sino en cualquier país de Europa que un Estado podría ser aplaudido por legalizar la eutanasia?, ¿era esta una necesidad acuciante de la sociedad?. Que cada uno juzgue por sí mismo si en ausencia de unos valores morales, es decir, de reglas de decisión, el camino a seguir por la sociedad puede estar claro o preservar el bien común.

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Bienvenido Subero

 

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