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Una tercera visita a Sud Africa

por Gonzalo Rojas Sánchez

Cuando se buscan ejemplos de desarrollo emergente, parece que se quieren olvidar esas lacras, parece que se quieren ocultar las dimensiones morales profundas de una política económica sin sustento en la persona humana.

Gran parte del parque automotriz sudafricano está integrado por BMW, Mercedes y Audi. Al límite de los autorizados 120 kilómetros por hora, esas joyitas se desplazan por las magníficas autopistas del país, tanto en manos blancas como de color. A los costados -por ejemplo en la vía Johannesburg-Pretoria- cientos y cientos de modernas oficinas edificadas en estilo clásico le dan entorno comercial al viaje, con su uniforme arquitectura de tres y cuatro pisos. Por los caminos laterales que cruzan su generosa sabana, se multiplican los criaderos de caballos finos; más visibles aún, se levantan orgullosas las maquinarias de sus ricos yacimientos de oro y diamantes. Todo esto se concreta en que el rand, su moneda, hace gallitos con el dólar y gana muchas peleas

Así mirado, desde sus aeropuertos internacionales hasta el nuevo enclave financiero de Sandton, Sud Africa es un país muy desarrollado, lleno de signos de éxito y opulencia.

Pero tres visitas consecutivas al coloso del continente negro han dejado en mí una convicción firme: ese desarrollo evidente en las cifras y en los volúmenes resulta aún más chocante cuando se lo contrasta con tres realidades menos visibles, pero que a poco escarbar aparecen en toda su dolorosa magnitud: la pobreza extrema de millones, la delincuencia criminal de muchos miles, el Sida galopante en porcentajes apocalípticos.

Soweto, Alexandria y tantas poblaciones infrahumanas gritan desde su hacinamiento que algo anda mal; la imposibilidad de caminar con seguridad por el centro de Johannesburg o de manejar por sus barrios residenciales de noche, se suman a esa sensación; y que hasta el 10% de ciertos grupos etarios de raza negra estén infestados, simplemente clama… ¿al cielo?

Esta es precisamente la lección de Sud Africa. Que quizás sea ese país un buen ejemplo de que del cielo -de las normas impresas en nuestra naturaleza por el Creador- como referente para una vida buena, ya no se acuerdan sino muy pocos. Efectivamente, la práctica de las distintas religiones es baja. Entonces ¿cómo puede resultar extraño que sin Dios, tampoco se respete ni a las personas ni a la ley?

Cuando desde Chile se mira a otros ejemplos de desarrollo emergente, parece que se quieren olvidar esas lacras, parece que se quieren ocultar las dimensiones morales profundas de una política económica sin sustento en la persona humana.

Pero ¿de qué sirven tantas lindas cifras de PGB si tienen que convivir con números tan dramáticos? Esta misma pregunta se ha hecho decenas de veces para el caso chileno, y se la suele contestar sólo en términos de ricos vs. pobres, apelando a la conocida mala distribución de la riqueza. Pero en la lección sudafricana se nos recuerda que la persona humana es mucho más que desarrollo material, que la respuesta no puede apuntar sólo a la búsqueda de nuevos subsidios o de mejores focalizaciones para los existentes; que, al fin de cuentas, la pobreza es efecto de decisiones moralmente reprobales; y, por su parte, que la delincuencia es un conjunto de actos moralmente malos, así, a secas; y, finalmente, que el Sida es mayoritariamente producto de una incontinencia sexual incentivada por irresponsables de la libertad.

Cuando se avanza seriamente en la conformación del Programa de Gobierno de Joaquín Lavín, que no vayan a pensar algunos que basta con los números de la materia, porque también el espíritu tiene sus cifras. Y si te olvidas, te pasa la cuenta.

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Gonzalo Rojas Sánchez

 

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