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700 años de la victoria almogavar en Monte Taurus

por César Alcalá

El 15 de agosto de 1304, ahora hace siete siglos, los almogávares expulsaron a los sarracenos del Monte Taurus y, gracias a esa victoria, Constantinopla se vio libre del dominio sarraceno. Antes de explicar el heróico triunfo de los almogávares, que ha pasado sin pena ni gloria, debemos preguntarnos: ¿quiénes eran los almogávares? ¿quién fue Roger de Flor? ¿qué consiguió la Gran Compañía de Almogávares?

El término almogávar deriva del vocablo árabe al-magawar, que significa el que hace algaradas o correrías. Eran soldados mercenarios originarios de las tierras de la Corona de Aragón.

Cuenta la leyenda -transcrita por Cánovas del Castillo- que el mismo Ramón Berenguer IV, heredero de los condados catalanes, fue líder de los almogávares, cuando éstos todavía no habían dado el salto al Mediterráneo, en el siglo XIII. Su actividad fundamental era la de ayudar en la reconquista de la península, haciendo incursiones en territorio árabe desde los pirineos catalano-aragoneses.

Ramiro I, el monje, rey de Aragón, viendo cómo los ricos hombres oscenses iban a ceder el reino a manos castellanas ofreció a Berenguer la mano de su hija Petronila, anexionando Aragón los territorios catalanes. Frente al modelo de expansión absorbente de Castilla, Cataluña en su reunión con Aragón conservó todas sus leyes, normas e instituciones y juntas se expandieron por el Mediterráneo. Después de Cataluña se fueron sumando a la Corona de Aragón otros muchos territorios: los ganados a los musulmanes de Al-Andalus, como Valencia y Mallorca; las islas del Mediterráneo incorporadas, tales como Sicilia o Cerdeña; y territorios situados en el Mediterráneo oriental, como los ducados de Atenas y Neopatria.

Según Desclot, los almogávares vestían igual en el invierno que en el verano: gonela muy corta, calzones bien cortos de cuero, buenas abarcas, que llevaban buen cuchillo y buena correa; se defendían con una buena lanza y dos dardos; que llevaban un eslabón (sílice ad ignem) en la cintura y un zurrón de cuero en la espalda para el pan de dos o tres días, impresionaron profundamente a sus contemporáneos por su feroz valentía.

El origen de éste caudillo de los almogávares es un poco confuso. Según parece nació en Brindisi (Italia) en 1266. Otros apuntan que nació en otro lugar y que, desde pequeño, vivió en esta ciudad. Sea como fuera, se crió desde joven en Italia. Su padre, Ricardo Blume, de origen alemán, era halconero del Emperador Federico II Hohestaufen. Luchó primero al lado de Manfredo hasta su dominio en Benevento y murió combatiendo, contra Carlos d’Anjou, en la batalla de Tagliacozo. Así pues Roger Blume ha pasado a la historia con la traducción literal de su apellido, de ahí, lo de Flor. Esta traducción es debida a que algunos historiadores han querido situar su lugar de nacimiento en Tarragona y, por lo tanto, se le ha querido catalanizar.

En Brindisi, el joven Roger vivía todo el día en el muelle, donde invernaban los navíos de Abulia y de Mesina. A los ocho años, un templario llamado Vassayl llegó a la ciudad. El templario le cogió cariño al joven Roger y le pidió a su madre podérselo llevar para hacer de él un hombre de bien y un caballero templario. A los 15 años tenía una excelente práctica como marino y a los 20 años en teoría y navegación. Nombrado hermano del Temple, se le concedió un barco al que Roger lo bautizó como “Halcón del Temple”, en memoria del oficio de su padre.

En 1291 los sarracenos sitiaron y tomaron San Juan de Arce. Roger consiguió salvar un gran número de cristianos, asimismo salvó los bienes de éstos, que quedaron a guarda en Mont-Pelerin. La historia, aquí, en éste punto, es un poco dudosa. Roger de Flor entregó los tesoros recuperados al Gran Maestre del Temple. Sin embargo, éste lo acusó de haberse apoderado de todo el dinero y mandó prenderlo. Roger de Flor, advertido de las intenciones del Gran Maestre, huyó a Génova. Con la ayuda de algunos amigos pudo comprar una galera, llamada Olivette, y marchó hacia Mesina, para ponerse a las órdenes de Federico II de Sicilia, hijo de Pedro III, el Grande, rey de Aragón. La orden del Temple expulsó a Roger de Flor y, a partir de ese momento, se convirtió en un mercenario al servicio de un rey. Una vez empleado por Federico II, éste lo puso al mando de una compañía de almogávares y de mercenarios catalana-aragoneses, que ya habían participado en la conquista de Valencia y Mallorca.

En 1302 Carlos II y Federico firmaron la paz. Carlos II se quedó con Nápoles y la Italia meridional, mientras que Federico se quedó con Sicilia. Ante esta nueva situación, Roger de Flor decidió marchar de Sicilia. El motivo era claro. Federico tenía muy buena relación con la Santa Sede y tuvo miedo que la orden del Temple lo reclamara por el asunto anteriormente citado. Así pues, decidió marchar hacia Grecia. El emperador de Bizancio, Andrónico II, le había pedido ayuda a Federico II ante el acoso de los sarracenos. El rey de Sicilia decidió mandarle la Gran compañía catalana, formada por 39 galeras, 1.500 caballeros, 4.000 almogávares y 1.000 peones. No puede decirse, a ciencia cierta, que constituyeran un ejército, sino un pueblo guerrero, deseoso de lucha, de dinero y de aventura. Todos ellos al mando de Roger de Flor. Los almogávares de Roger de Flor contraatacaron, desde 1304, eficazmente las posiciones sarracenas, tomando Filadelfia, Magnesia y Éfeso y obligando a los sarracenos a retirarse a las montañas de Taurus.

Anteriormente a los hechos, de los cuales se cumplen setecientos años, Andrónico III nombró a Roger de Flor megaduque del Imperio. Asimismo hizo que se casara con su sobrina María. Una de las acciones llevadas a cabo por los almogávares de Roger de flor fue matar a los genoveses de Constantinopla. Esta acción les fue sustancialmente agradecida por Andrónico II. Los éxitos y las victorias conseguidas hizo que fuera adoptado por la familia Imperial y asumió el señorío de las provincias asiáticas, esto es, toda la actual Asía menor. Lo que en un principio fueron halagos, con el tiempo se convirtió en desavenencias con Andrónico II. Éste se disgustó por las devastaciones que realizaban los almogávares. El motivo era claro, se sentían mal retribuidos y, en compensación saqueaban indistintamente a griegos y a sarracenos. En pocas palabras, Roger de flor se convirtió más en un problema que en una solución. Así pues, Andrónico II puso en manos de su hijo, Miguel Paleólogo, el problema. Miguel Paleólogo invitó a Roger de Flor y a 130 de de sus jefes a un banquete. Durante el banquete asesinó a Roger de Flor y los soldados del primero masacraron en las calles a los almogávares.

Si bien Roger de Flor murió en aquel banquete, la venganza de los almogávares sobrevivió a su jefe. Es lo que se conoce como venganza catalana, al grito de ¡Desperta ferro! Los almogávares arrasaron, a su paso, todo lo que encontraron hasta Constantinopla. Luego, los propios almogávares se enzarzaron en luchas internas y sirvieron a diferentes señores. Aquellos almogávares de Roger de Flor fundaron dos ducados, el de Atenas y el de Neopatria, que pasaron a formar parte de la Corona de Aragón.

Con referencia al tema que nos ocupa, esto es, la victoria en Monte Taurus, escribe Martínez i Ferrando: En la primavera de 1304 los contingentes catalanes y aragoneses, con la ayuda de griegos y alanes -raza escita, que procedían de más allá del Danubio y de los márgenes septentrionales del Mar Negro, tenían fama de guerreros feroces- , volverían a emprender su actividad bélica y ocuparían las poblaciones de Filadelfia, Magnesia, Tira. Efes, hasta ese momento en mano de los turcos. Empezaron ahora a producirse desavenencias entre los candiles de diversas nacionalidades, pero la oportuna llegada de Bernardo de Rocafort con nuevas fuerzas almogávares pudo contenerlas de momento e hizo posible continuar con éxito la expedición a través de toda la Anatólia, siempre esperando que los turcos presentaran batalla. Estos se habían retirado a los contrafuertes del Taurus con la idea de poderse reorganizar, aprovechando el abrupto terreno. Por fin el encuentro tuvo lugar el mismo día de la Virgen de Agosto. Los almogávares atacaron con su famoso grito de guerra: “¡Desperta, ferre, Desperta!”. La batalla duró todo el día. Ya al atardecer, la victoria fue completa para la Gran Compañía. Se asegura que se necesitaron tres día para recoger el botín. Después se siguió avanzando la hueste hasta llegar a la conocida como Puerta de Ferre o de Cilicia; más allá se extendía el reino cristiano de Armenia. El viaje de regreso fue triunfal. Constantinopla se consideró libre al fin de la constante amenaza de los infieles.

Como hemos dicho anteriormente, la muerte de Roger de Flor supuso el inicio de la conocida como venganza catalana. Sobre ella escribe Martínez i Ferrando: Al día siguiente de la aparatosa tragedia se inició una cruel persecución de catalanes y aragoneses por diversas ciudades del Imperio con el deseo de exterminarlos a todos. Delante del inesperado peligro, los almogávares se fortificaron en Gallipoli y desde esta península declararon oficialmente la guerra a Andrónico II. Los basileos contestaron degollando a los embajadores. Tan extrema maldad y perfidia obligó a los catalanes a tomar una decisión desesperada: la de vencer o morir. Tal disyuntiva multiplico sus fuerzas y los lanzó a una lucha heroica, implacable, conocida en la historia por “venganza catalana”, la cual fue llevada a termino “ab l’ajuda de Deus”, como nos dice Muntaner, encendida de indignación por el vil comportamiento de los griegos. Aquellos almogávares, reducidos en número, lucharon con tan singular ferocidad que consiguieron una plena victoria cuando los ejércitos imperiales intentaron reducirlos, atacando Gallipoli. Inspirado por el mismo deseo de venganza, Berenguer de Entenza -cuñado de Roger de Flor-, se dirigió con sus naves hacia Heraclea y diezmó la ciudad. Cuando volvía victorioso, los genoveses, con un pérfido engaño, lo hicieron prisionero y se lo llevaron a su metrópolis. La venganza catalana se extendió tierra adentro del Imperio y la devastación fue tan sistemática y absoluta, dice Nicolás d’Olwer, que al recordarla “temblarían por muchos siglos Tracia y Macedonia.

En definitiva, la Gran Compañía de almogávares catalana-aragoneses triunfó contra los sarracenos y mermaron el poder expansionista de éstos. Fue una victoria de la Corona de Aragón. Querer atribuir la victoria y el origen de Roger de Flor a una historia privativa y exclusivista de Cataluña es una falacia porque, en la época que se produjo, Cataluña, como tal, aún no existía. Ahora bien, ya sabemos como actúan algunos intelectuales y políticos, que tergiversan la historia y la rescriben a su antojo. Allá ellos. Nosotros sólo hemos expuesto unos hechos que ocurrieron hace setecientos años.

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César Alcalá

 

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