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El clamor de mi suplica

por José Luis Olaizola

El miembro del consejo asesor de Arbil , José Luis Olaizola , se refiere a el drama de la prostitución infantil en Tailandia

Hace un par de años, Rasami Krisanamis, cuando todavía no era muy amiga mía; sólo la conocía por carta y por una breve visita que hizo a España. Me había pedido permiso para traducir al tailandés mi novela juvenil Cucho – es profesora de español en la Universidad de Bangkok – advirtiéndome que no podría pagarme derechos de autor, ya que lo que se obtuviera de ese libro se destinaría a ayudar a los niños pobres de las montañas del norte de Tailandia. Accedí no por generosidad sino por comodidad: ¿Cómo preocuparme de cobrar derechos de autor en las antípodas, cuando a veces me cuesta cobrarlos en Francia o Alemania?

A partir de ese momento todo fueron noticias agradables; cada poco tiempo me informaba de lo que iba obteniendo con la venta del libro y a qué lo destinaba, escuelas, becas, casas para profesores... y yo no salía de mi pasmo, consciente de que sin comerlo ni beberlo, me había convertido en un mecenas en Tailandia. Le cedí derechos de otros libros míos, que no sólo los traducía, sino que los imprimía en una imprenta budista –porque para colmo resultó que era budista, de un movimiento muy estricto, el Santi Asoke-, y ella misma se encargaba de distribuirlos y venderlos.

Primero por carta y luego en algunos de sus viajes, me insinuó con la típica cortesía oriental, que sería muy bueno que fuera a dar una conferencia a la Universidad de Chulalonghorn, en Bangkok, ya que era el autor español más traducido al tailandés, lo cual es cierto gracias a ella. Y, por fin, hace un año volvió a España y me dijo que ya estaba todo arreglado para que pudiera ir a conferenciar a Bangkok, billetes pagados etc. Mi mujer y yo le sonreímos, le agradecimos su interés y, cuando nos dejó, nos conjuramos a que por nada de este mundo estábamos dispuestos a ir hasta Bangkok para dar una conferencia a un grupo de hispanistas budistas. Efectivamente, dos meses después estábamos volando a Tailandia, vía Roma, porque Rasami Krisanamis es una fuerza desatada de la naturaleza que, sin perder nunca los modales, consigue todo lo que quiere.

En Tailandia nos pasaron tantas cosas que creo que estoy escribiendo un libro sobre todo ello y anticipo que lo que más me impresionó fue El clamor de mi súplica, y aquí aparece otro de los regalos que me ha deparado la vida, en mi madurez; la amistad con el padre Alfonso de Juan, misionero jesuita, socio de Rasami en la ayuda al prójimo. Al principio, con visión de cortos vuelos, no acababa de entender qué clase de colaboración podía haber entre una budista reformista y un misionero jesuita; por el contrario Rasami no acababa de entender, cómo yo no entendía semejante colaboración. ¿Es que para hacer el bien en común hace falta pertenecer al mismo credo?

Padre Alfonso lleva cuarenta años en Tailandia luchando en los más diversos frentes, contra los poderosos que abusan de los más débiles –refugiados camboyanos, boat people de Vietnam... – y ahora la batalla la tiene centrada en la más ignominiosa de las lacras: la prostitución infantil, que comienza en la frontera de Camboya, o en las montañas del norte del país, pero que ensucia a toda la humanidad. Es un negocio millonario, ante el que el gobierno cierra los ojos porque cree que favorece a la industria del turismo. Y por eso se ha creado una industria del sexo –así la denominan– con agentes que recorren los pueblos pobres comprando niñas para trabajar en esa industria. Cuando esas pobres niñas se encuentran en Bangkok están perdidas; no conocen el idioma, porque se manejan en su dialecto; las maltratan, llegan a mutilarlas para que no puedan escaparse. Y acaban todas con el sida. Se convierten en niñas con secuelas irreparables, con un concepto muy bajo de sí mismas, se consideran sucias.

El clamor de mi súplica es un vídeo que ha hecho padre Alfonso –también colabora Rasami–, en diversos idiomas, que recoge la súplica de esas niñas para que no las vendan a los prostíbulos y piden ayuda. ¿Qué clase de ayuda? Educación. Como explica padre Alfonso: “Cuando conseguimos retener a esas niñas en su tierra, dándoles una educación útil, que les sirva para aprender un oficio, una profesión, el idioma, ya las hemos salvado de la prostitución porque pueden defenderse”. Para eso hacen falta becas, concepto burocrático del que yo le oía hablar a Rasami, con cierto distanciamiento, porque no sabía que detrás de cada beca podía haber una niña de 12, 13 años... – en Tailandia hay más de 50.000 prostitutas de menos de 15 años– que la estaba salvando del infierno. El programa de El Clamor de mi súplica es muy ambicioso, a nivel internacional, pero el lema final es: “Ayudar a uno, por lo menos”.

Si usted quiere ayudar a una, por lo menos, no tiene más que suscribir una beca de cien euros por una sola vez, que en Europa no es demasiado, pero en Tailandia cubre todo un año de escolaridad, incluido vestuario, alimentación y todo lo que precisa el ser humano para que no le obliguen a perder la dignidad.

Esta llamada obtiene una respuesta de gran generosidad; en poco tiempo ingresan varios cientos de becas, lo que anima al autor a promover la publicación de “El clamor de mi súplica” en otros medios de comunicación. Con notable sentido de la solidaridad la publican, “La Razón”, “Expansión”, “El Semanal”, “El Periódico”, de Aragón, y “Mundo Cristiano”.

Un año después se han suscrito mil quinientas becas, por importe de más de 140.000 euros ( 24.000.000 de antiguas pesetas).

La mayoría de los ingresos corresponden a particulares, aunque también han colaborado con generosidad instituciones, como la “Fundación Maite Iglesias”, “Caritas” parroquial, de Fuente del Fresno, y el “Club Rotario” de Madrid.

Las becas se pueden ingresar en la cuenta “Somos uno”, entidad 2038, oficina 2495, DC 31, cuenta número 6000192025, de Boadilla del Monte, Madrid, desde donde son transferidas de modo inmediato a la cuenta “Social Services Centre Xavier Hall”, de la Fundación de la Compañía de Jesús en Bangkok, Tailandia.

El Padre Alfonso de Juan lidera personalmente la operación, no sólo en orden a la concesión de las becas, sino al seguimiento posterior de los estudios de las becarias, y ha merecido la Cruz de Caballero de la Orden de Isabel la Católica, impuesta por el rey Juan Carlos, en una ceremonia en la embajada de España, en Bangkok, por su heroica labor en pro de los más desfavorecidos. Y este mismo año, por su colaboración en este programa, Rasami Krisanamis ha sido distinguida por el rey con la Cruz de Oficial de la Orden de Isabel la Católica.

Todo es poco para combatir este problema, verdadero drama de la humanidad. Una beca de cien euros, por una sola vez, que cubre un año de escolaridad, incluido vestuario y alimentación, puede significar la salvación de una niña en grave situación de peligro, pero cualquier cantidad es bien recibida por quienes en el lejano oriente no se resignan a la ignominia que significa vender la inocencia de los más débiles y desamparados.

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José Luis Olaizola

 

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