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Esto de la política nos tiene confundidos

por Ángel Gutiérrez Sanz

El mal hay que atajarlo desde los principios, porque si no se hace así, posiblemente estemos perdiendo el tiempo. Los efectos tienen su origen en las causas y mientras no se supriman éstas difícilmente desaparecerán aquellos. A veces nos resulta difícil discernir y aceptamos sin más lo que se nos ofrece envuelto en bellos envoltorios. Pasado ya el tiempo de las palabras y de las promesas, habrá que fijarse en los frutos cosechados por nuestro sistema político que resultan altamente decepcionantes. Sócrates en nuestros días volvería a ser un personaje proscrito y políticamente condenable

En el campo del comportamiento humano estamos asistiendo a unas transformaciones que hasta hace poco resultaban impensables. La política lo ha conseguido. ¡Oh la política, el arte de hacer posible lo imposible, de hacer creíble lo increíble!. El quehacer político ha conseguido cambiar las normas morales por pautas de comportamiento, las justificaciones éticas por legitimaciones políticas, los imperativos de la ley natural por consensos mayoritarios. Hay cosas que ya no son lo que deberían de ser, sino lo que los políticos han querido que sean, siempre y cuando dispongan de la capacidad suficiente de persuasión

Lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, lo verdadero y lo falso, lo conveniente e inconveniente son términos que están dejando de ser definidos en referencia al orden natural establecido, para pasar a ser expresión del sentir mayoritario de la voluntad subjetiva de los ciudadanos, basta ver con lo que está sucediendo con la guerra de los sexos.

Hoy por ejemplo, ser hombre o mujer es una cuestión que comienza a verse como un asunto que compete no ya a la naturaleza de las cosas, sino a la caprichosa elección de cada cual. No se nace hombre o mujer, se nos dice, nada de eso. A lo más uno se va haciendo hombre o se va haciendo mujer. Todo depende del consumidor. Las diferencias de sexo son algo artificial, en manera alguna responden a leyes biológicas o exigencias de la propia naturaleza. Simplemente de lo que cabe hablar es de diferencias genéricas. Lo único que separa a los hombre de las mujeres es la diferencia gramatical del género: unos masculinos y otras masculonas.

A medida que la "cultura del género" se ha ido imponiendo, determinados lobbys interesados en la cuestión han considerado que había llegado el momento de plantear la legitimación de los matrimonios homosexuales, que tiene divida a la ciudadanía. Ha hecho falta tiempo, sin duda, para que este tipo de reivindicaciones adquiriera carta de naturaleza en nuestra sociedad; pero ahí está. Si se llega a confirmar el consenso favorable de los ciudadanos, habrá también legitimación política, tal como lo vienen manifestado las autoridades gubernamentales. Supongo que el orgullo gay no se conformará con esto y seguirá pidiendo más ¿Cual habrá de ser la próxima? Los vientos le son favorables. Hoy en día la sensibilidad ciudadana está por el vive y deja vivir, más que por cualquier tipo de exigencias éticas, de modo que todo habrá de dejarse a la permisibilidad de cada cual. Es la herencia del relativismo político, que está quitando los fundamentos éticos al humano comportamiento.

Los magos de la política están dando muestras hoy de que son capaces de todo o de casi todo: de hacernos creer que lo blanco es negro, que se puede ser y no ser al mismo tiempo. Me recuerdan a los sofistas de la Antigua Grecia que se preparaban para ejercitarse en el truculento arte de política. No existe la verdad, no existe la mentira, tampoco el bien y el mal, lo único importante son las apariencias, las cosas son como a cada cual le aparecen y lo más triste de todo es que esta forma de pensar pudiera imponerse a las aspiraciones éticas de los grandes maestros de la humanidad, Sócrates o Platón. Con la suficiente perspectiva histórica no es difícil saber quienes fueron unos, quienes fueron otros, que intereses movían a unos, que intereses movían a los otros. Aún así no acabamos de aprender las lecciones de la historia. A juzgar por todo lo que estamos viendo, no hemos avanzado gran cosa en el campo de la moralidad. Sócrates en nuestros días volvería a ser un personaje proscrito y políticamente condenable.

Consuela pensar, no obstante, que la conciencia moral sigue viva en algunos ciudadanos capaces de alzar su voz contra los abusos políticos, y contra ciertas prácticas abominables: como pueden ser el ejercicio del amor libre, el aborto, el ensayo con embriones y un largo etc.; pero hora es ya de preguntarse si es suficiente con este tipo de denuncias. No nos engañemos, las raíces de los males morales y religiosos que aquejan a nuestra sociedad hay que buscarlas en un sistema político que está viciado por dentro. Desde el momento que se coloca el consenso ciudadano por encima del bien y del mal, se están negando los principios fundamentales, sean del orden que sean. A un sistema político que dependen de las mayorías, y ha establecido la aritmética de los votos como criterio suprema de legitimación, no solamente le sobran las normas morales y religiosas sino que han de ver en ellas un peligro para la propia subsistencia del que es preciso protegerse. Sería particularmente interesante encontrar la última razón explicativa de por qué la Iglesia Católica se ha convertido en blanco de todos los ataques. Tanto empeño en desprestigiarla será por algo.

Todos sabemos lo que hay que hacer para tener contentos a una mayoría de ciudadanos más proclive a la vida fácil que a las exigencias morales, todos somos conscientes del riesgo, al saber que esta mayoría puede ser manejada por gentes sin escrúpulos, como también todos hemos podido constatar la influencia y la presión de esta mayoría sobre los que gobiernan. Esta realidad política en la que estamos sumidos exige estar mirando de reojo a la voluntad ciudadana que es la que da y la que quita poder. ¿ Que sucede ? que en el supuesto de que alguien tocara poder con la voluntad decidida de cumplir con sus obligaciones morales y de justicia, bien pudiera encontrarse con que estas nobles aspiraciones fueran truncadas por los intereses electorales en las urnas y entonces es cuando vendrían las claudicaciones. O sea, que para llegar arriba y mantenerse, este sucio juego de la política, nos coloca en situación de tener que hacer o no hacer aquello que resulta más práctico y no lo más recomendable desde el punto de vista moral.

Mucho podríamos hablar sobre lo que es considerado como lo políticamente correcto. Cuando menos permítasenos decir, que resulta cuestionable un sistema político que no tiene en cuenta la ley de Dios. Se podrá hacer toda la propaganda que se quiera; pero difícilmente resulta legitimable un sistema que no se muestra en todo momento respetuoso con la ley natural. La Política comienza a ser un noble arte cuando está imbuída de moralidad, cuando quienes la practican son modélicos en sus decisiones y comportamientos. No parece que sea esto lo que nos está pasando. Yo me pregunto ¿tendría algún futuro político quien fuera con la verdad por delante, anteponiendo la rectitud moral a los trapisondeos, quien estuviera dispuesto a respetar y hacer respetar la ley natural, sin ningún género de concesiones?

Bien está que se denuncie los casos de subversión del orden moral establecido por la naturaleza y ojalá fuéramos cada día más lo que lo hiciéramos; pero ¿será ello suficiente?. La fuerza contundente de los mil y un argumentos que se pueden esgrimir en contra del aborto, pongamos por caso, de poco están sirviendo en una sociedad en la que sólo hay oídos para escuchar lo que dicen las "mayorías parlamentarias", siendo lo demás sólo filosofías o música celestial. A lo mejor es que ha llegado la hora, no ya sólo, de condenar los abusos cometidos en contra de la ley de Dios, sino también del sistema político que los hace posible.

El mal hay que atajarlo desde los principios, porque si no se hace así, posiblemente estemos perdiendo el tiempo. Los efectos tienen su origen en las causas y mientras no se supriman éstas difícilmente desaparecerán aquellos. A veces nos resulta difícil discernir y aceptamos sin más lo que se nos ofrece envuelto en bellos envoltorios. Pasado ya el tiempo de las palabras y de las promesas, habrá que fijarse en los frutos cosechados por nuestro sistema político que resultan altamente decepcionantes: Una escuela en ruinas, la integridad nacional amenazada, la institución matrimonial en crisis, la sociedad enferma. ¿Se puede seguir defendiendo un sistema político así, sin caer en responsabilidad indirecta, sin ser en cierta manera cómplice de lo que está pasando? Ésta es para mi la cuestión. No sé..... A mi me parece que la mejor forma, hoy, tal vez la única, de decir sí al orden absoluto de valores y principios naturales, es diciendo no a un sistema que todo lo relativiza. No acabo de entender, como podemos estar, por una parte, quejándonos de que se está quemando la casa y por otra parte estar alimentando el fuego. Por una parte quejándonos de las perversiones morales al uso y por otra alimentando con nuestros votos y complacencias al sistema político responsable de las mismas.

Ya se que para algunos puede resultar escandaloso cuestionar un sistema político que la propaganda y la censura se están encargado de preservar y de hacerlo intocable, pero de lo que se trata es de ser sincero consigo mismo y sobre todo consecuente con los propios principios. No es fácil nadar contra corriente, ya sabemos y lo estamos constando todos los días, que a pesar de la cacareada libertad de expresión, hay cosas que no son fáciles de decir. Siempre ha sido así. A lo largo de la historia mientras han estado vigentes, los sistemas políticos han gozado de inmunidad, hoy no es ninguna excepción

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Ángel Gutiérrez Sanz

 

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