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Liberalismo (y 2)

por Bienvenido Subero

Algunas interesantes reflexiones sobre las relaciones de política y economía y sus desarrollos en la Unión Europea

Este verano se me ha pasado volando intentando superar la impresión que me causó saber que ya nunca me iba a tocar la jornada de 35 horas semanales, un privilegio que los currantes europeos han estado disfrutado hasta hace bien poco. Si a esta noticia añado que quieren posoponer la edad de jubilación, llego a la determinación de que voy a hacer huelga, privando a la economía de mis imprescindibles servicios. Me sentaré en medio de una autopista o en la Castellana o la Diagonal, para cortar el tráfico y exigir con vehemencia mis derechos. Todo ello, claro si me lo consiente mi esposa.

Grandes empresas de Francia, país donde consiguieron esta estupenda jornada en 2000, junto con otras de Alemania y Holanda, han comunicado a trabajadores y sociedad en general que o se trabajan más horas por el mismo salario o se llevan la fabricación a otros lugares con mano de obra más barata. En agosto cedieron los trabajadores de Robert Bosch, en junio los de dos fábricas de teléfonos móviles de Siemens.

Y es que la malvada lógica del liberalismo globalizador pone a los trabajadores entre la espada y la pared: o concesiones o te quedas sin empleo. Los sindicatos se tapan la nariz y firman, los Gobiernos respiran aliviados por no tener que soportar más presión política ni financiera en las arcas de la Seguiridad Social, y las instituciones de la UE todavía no se han dado por aludidas. Menos mal que tenemos el movimiento antiglobalización para defendernos de la opresión del capital.

No obstante, me gustaría conocer la opinión de los ciudadanos que habrían encontrado empleo en esas instalaciones industriales, mayormente situadas en territorio de nuestros nuevos socios comunitarios. Ciudadanos de localidades que muy probablemente habrían visto mejorar sus condiciones de vida, habrían recibido transferencias de tecnología y desarrollado industrias paralelas para auxiliar a la recién llegada. Yo me quejaría de falta de solidaridad del proletariado europeo, que les quiere dar limosnas pero no industrias, no se ellos que pensarán.

Nos fascina la idea de los Estados Unidos de Europa, pero cuando hay que demostrarlo, resulta que llevamos la boina bien encasquetada.

Cuando escribo estas líneas el banco de Santander parece que va a llegar a un acuerdo de compra del Abbey National británico sin que las autoridades le pongan impedimentos, como sucedió en 1999 cuando el gobierno francés impidió que comprase Société Générale, ¡por tratarse de una oferta extranjera!. Lo mismo le sucedió al banco Bilbao Vizcaya cuando intentó comprar el italiano UniCredito.

El provincianismo más rancio está arraigado incluso entre los dos campeones del europeismo, que no se fían cuando Sanofi quiere comprar Aventis o cuando Siemens quiere comprar parte de Alstom. Con el cuadro clínico actual parece un mal chiste que en marzo de 2000, en la Cumbre de Lisboa, se acordase hacer de la UE la economía más dinámica del mundo en 2010. A mi no me parece una señal de dinamismo destinar el 45% del presupuesto europeo a subvencionar a 850.000 agricultores, ¿a los parlamentarios y funcionarios europeos sí?.

Dinamizar la economía requiere reducir el tamaño del sector público, es decir, aproximar Europa bastante más al liberalismo económico. Reducir el tamaño del Estado y asimilados, como las insituciones europeas, requiere en primer lugar un poco de austeridad, o mejor aún austeridad monástica.

Un ejemplo de comedimiento en el gasto: los parlamentarios europeos, con todos sus “trastos” se trasladan una vez al mes de Bruselas a Estrasburgo, ya que la sede del Parlamento está compartida por las dos ciudades. La razón es que en 1958 la capital belga fue elegida como sede del Parlamento, pero Francia bloqueó un acuerdo comunitario hasta que consiguió la sede compartida como compensación. El coste anual de esta memez es de € 200 millones anuales.

En junio de este año elegimos a los 732 parlamentarios, que también nos cuestan un buen dinero. La revista Time publicó el 7 de junio los ingresos mensuales confesados por un parlamentario europeo: € 6.590 de salario, € 262 por día trabajado, más gastos de viaje, € 3.700 para una oficina y € 12.576 para contratar secretarios o secretarias. En total esta persona ingresaba un promedio de € 30.010 al mes, que no está mal, cantidad que multiplicada por el número de representantes arroja un total redondeado ¡de 264 millones de euros!.

Me pregunto si esta estructura institucional es eficiente en términos económicos o incluso políticos. Es paradojico que las democracias liberales europeas, a pesar de los esfuerzos de los autodenominados políticos de “izquierdas”, no sean capaces de superar el provincianismo como fórmula política.

Kenichi Ohmae, un conocido “gurú” empresarial, hace una aproximación al problema bastante buena en su libro “El despegue de las economías regionales”, utilizando esencialmente la situación hace dos décadas (el libro ya tiene unos años) en las economías asiáticas para exoponer sus tesis.

Para el sr. Ohmae, la democracia liberal es un pacto por el que el Estado se encarga en educar al ciudadano para conseguir la actuación responsable del individuo y la diversidad cultural y se compromete a respetar todo ello, con la única excepción del conflicto con el interés general. El ciudadano, a cambio de este respeto a la diversidad, cede en sus derechos cuando así lo requiere el interés general. Los fallos del sistema, viene a decir, provienen de la falta de alguno de los requisitos para que funciones el sistema: transparencia a cerca de las decisiones de gobierno, respeto y confianza recíproca.

Como siempre, discrepo, el fallo del planteamiento liberal es para mí otro. El interés general es algo tan impreciso que en la práctica se traduce en lo que el político de turno percibe como una demanda social. Dicho de otro modo, organice un influyente grupo de presión y verá cómo le hacen caso los que gobiernan. En esencia los grupos se forman para exigir derechos que finalmente se traducen en prebendas económicas: los partidos nacionalistas han depurado la técnica, pero no son más que un grupo de presión para conseguir más dinero de las arcas públicas.

Las distintas demandas compiten entre sí por su fracción del presupuesto comunitario, estatal o autonómico y a cada demanda conseguida siguen otras, en una espiral que presiona para aumentar el gasto público, ya que la distribución de fondos es la única forma de que el partido en el poder se mantenga en esa situación. O eso piensan algunos, y recurren a los ingresos de las generaciones futuras para disponer de más dinero para distribuir.

Todo ello, unido a las técnicas de marketing aplicadas en política, conduce a que ningún gobernante pueda plantear un proyecto social y económico a largo plazo, ni fomentar la libre competencia (esto es, sin proteccionismos ni subvenciones), ni adoptar soluciones costosas hoy pero beneficiosas a largo plazo. Por ejemplo, ¿hace cuántos años que el sector naval español tiene problemas serios? y ¿cuánto dinero nos ha costado a los españoles?. ¿No se podía haber invertido ese dinero en fomentar industrias con mejor futuro en esas mismas regiones?.

En el fondo soy optimista, no creo que el mal esté en el sistema, sino en las personas, que sucumben a la avaricia, la pereza, el egoismo, la soberbia, ... Veo a los políticos sin proyectos de futuro, sin ganas de cooperar entre ellos, que no dan ejemplo de buena administración, con visión de corto plazo, más preocupados por mantenerse en el poder que por servir al ciudadano o a su proyecto político.

Necesitamos un nuevo espíritu en política, porque mientras sigan así, que vengan a pedirme esfuerzos cívicos o que vote a favor de la Constitución Européa. Lo tienen claro.

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Bienvenido Subero

 

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