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El progresismo y la explotación de la pobreza (I)

por Pedro Rizo

La pobreza de los progresistas no es la virtud que tiene por finalidad independizarnos de un mundo hedonista, sino la herramienta con la que explotar la envidia del agraviado. Deberíamos preguntarnos entre qué pautas se inserta el concepto de pobreza, qué límites hay que cruzar para ser ricos o pobres, cuáles son los patrones de la riqueza y de la pobreza. Sin duda Judas es el prototipo del defensor de los pobres. La moda del pobrismo es en la Iglesia un virus muy difícil de erradicar, especialmente después de que el progresismo se ocupara de que "los orígenes humildes" (es decir, socialistas) fuesen el aval de las carreras eclesiásticas. …Y no contentos con ello hasta se atrevieron a manipular el Evangelio

La pobreza que los progresistas nos pregonan no es la virtud que tiene por finalidad liberarnos de ataduras a un mundo hedonista, sino la que usan para explotar la envidia del agraviado en sus comparaciones.

La pobreza y los pobres son el gran tema del "comunismo eclesial". En él se apoyan las comunidades de base, la teología de la liberación, el indigenismo y tantas otras viejas herejías que el Pos-Concilio ha presentado como novedades. Pero esta propuesta “empobrecedora”, este empacho de pobreza no se relaciona con la virtud de renunciación ni con la ayuda a los pobres sino como catapulta de demagogia para la socialización de la fe y la secularización de sus esencias sagradas. Cuánto les interesa realmente resolver la pobreza del mundo se ve en los frutos que produjeron sus sistemas: que en sus estados sus líderes viven del Partido, sin trabajar, y los pobres son más pobres que cuando vinieron a redimirlos.

Parece como si antes del C.V. II la Iglesia no trabajara en favor de los desvalidos y marginados. Así, la ayuda a los pobres que la Iglesia siempre apoyó en la educación e instituciones asistenciales, el progresismo la instrumenta (hasta en la propia exégesis) haciéndonos creer que ser pobre es la mejor manera de ser cristiano. Todavía más genuino si se es un “pobre proletario", revanchista, disponible para ser usado por los foros revolucionarios y lanzado por consignas y activistas al expolio de lo ajeno... Se tiene que ser pobre de cuna pobre y cuanto más inculto mejor, y cuanto más alienado en sus propias disculpas, mejor. El pobre accidental, por una desgracia fortuita, pero que en su educación no lo es intrínsecamente, no es digno de que el progresismo le asista. La instrumentación de la pobreza exige inventar una Iglesia de pobres lo más pobre posible, sobre todo de ideas y de formación... Y exige también un Jesús bandera y partido, el celota, el primer comunista… Un Jesús que, según ellos,"nunca quiso ser carpintero sino empuñar la metralleta del guerrillero..” [1]

Si examinamos aquellos años de la Iglesia española con muchas de sus parroquias (y bastantes diócesis) regidas por impostores progresistas —¿qué otra cosa más suave se les puede llamar?— encontraremos un amplio espectro de pobrezas con las que consiguieron, al menos en España, posicionarse en los dos tercios de las diócesis, bien por convicción o por el mimetismo de sus flojos ordinarios. Y las consecuencias fueron, por ejemplo, actuar con los bienes de la Iglesia como si fueran bienes del clero. De no haberse atajado a tiempo, por esta falsificada pobreza se hubiera malvendido casi todo lo que generaciones de fieles aportaron, simplemente porque formaba parte del gran proyecto progresista de dejarnos en la miseria. Con este argumento, un lego podía sacar de nuestro patrimonio religioso imágenes y pinturas cambiando las naves de banco y reclinatorios en patios de butacas sin orientación sagrada de culto. No se ha hecho aún un estudio del porqué los obispados y los obispos no vigilaron aquella explosión iconoclasta para negocio de almonedas. La riada del pobrismo comunista asoló los conventos y las iglesias y sus tesoros malvendidos, regalados o tirados. Yo mismo conozco casos tan asombrosos que si los contara no se me creería, por lo que careciendo de pruebas debo abstenerme. Al mismo tiempo, las deserciones y las secularizaciones de conventos y monasterios alcanzaron tal número que en menos de cuatro décadas, faltos de capital humano los monumentos que la fe levantara un tiempo pasaron a parecer platós de cine abandonados. Un sabio dominico cuya amistad disfrutó nuestra familia hasta su muerte, nos dijo: «Estos últimos quince años—era 1980— han sido peores para la Iglesia de España que si juntáramos el daño de la invasión francesa, la Guerra de la Independencia y la Desamortización». Y lo que entonces creímos catastrofismo pocos lustros después pudimos leerlo como estadística de los anuarios.

*

Los seudo-teólogos progresistas (comunistas) convirtieron el concepto "los pobres" en la gasolina inagotable de su predicación. Los sermones de ricos contra pobres se prodigaban para hacernos creer que la prosperidad del esfuerzo de una vida era pecaminosa y la pobreza certificación segura de santidad. Se nos propuso que ser pobre era el paradigma de la condición cristiana, así que los supuestos ricos —y los pobres con dignidad— se decían: "Pues si esto es la religión católica... apaga y vámonos".

Clara enseñanza del s.XX es que manejando promesas para redención de los parias de la tierra el peor de los materialismos, que es el filosófico, apartó de Dios a millones de almas; muy en particular las de sus pupilos proletarios. Se hablaba de justicias fáciles pero no se repartía ni panes ni peces, y la realidad práctica de su ideología mostraba que solamente comía la nomenclatura del partido único. La redención de los pobres predicada por los curas progresistas fue absolutamente contraria a la razón: hacer que nos empobreciéramos todos.

Pero la Iglesia siempre enseñó que no es ser pobre lo que nos abre el reino de Dios sino el saber que todo, riqueza o pobreza, es igual a nada si le excluimos de nuestra vida. El catolicismo siempre ha trabajado por los pobres —por los de Yahvé, por los indigentes, por los del desamor—, principalmente a través de los que son ricos, como su más inmediato campo de evangelización. Pero la inmensa experiencia de la Iglesia enseña que adular a los pobres nunca les redime sino todo lo contrario, les enseña a exigir, verbo indebido en casi todas sus aplicaciones. Por cierto, todos sabemos que al adulador le importa muy poco el adulado y sí el provecho que pueda obtener con la adulación. Es la esencia de la demagogia.

«Esos malditos» «Los pobres son evangelizados, los mudos hablan, los cojos andan...» (Lc 7, 22) Estas palabras de Jesús se esgrimen como fundamentales en la acción meramente humanista (materialista) del progresismo. Éste no nos explica que aquellas palabras de Jesús le remiten a las profecías sobre su venida. Cuando San Juan Bautista preguntó si era Jesús “el que había de venir” (según las escrituras) la respuesta que recibió le subrayaba que sí, que Él, Jesús de Nazaret, era el Mesías esperado, Dios mismo bajado del cielo. Miremos el texto de Isaías:

«He aquí que vuestro Dios […] vendrá y os redimirá. Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos se abrirán, entonces saltará el cojo como un ciervo…» (Is 35, 5-6)[2]

Para entender hay que empezar por referirlas al campo profético y a la interpretación que los calificativos “pobre” y “oprimido” tenían para el pueblo hebreo. Hay que mirarlas también en su justa realidad, como lo es que en la Antigüedad los pobres no contaban (y ahora tampoco) para escribir la historia. Las noticias a registrar provenían de los poderosos y si algo conocemos del paso de la Humanidad por aquellas edades es sólo desde ese nivel. Porque desde el nivel del pueblo llano, y menos si el de los pobres, nada sabríamos. El protagonismo de los tiempos pasados estaba en el poder. Así, la historia de China, Egipto, Japón, Persia, Grecia o Roma eran y son, principalmente, la historia de sus reyes y militares. Con este punto de vista podemos afianzar la procedencia divina de Jesús que no vino a ofrecer la luz eterna a sólo los que destacaban, a los "sabios y poderosos de este mundo", sino a todos los nacidos de mujer. De ningún modo vino en exclusiva atraído por la pobreza estructural o social sino para liberarnos del peso del pecado, de aquél fatal del Paraíso que nos empobreció para siempre. Es necesario no olvidar que la pobreza de que se trata es la implícita en la sentencia de Jesús: «No sólo de pan vive el hombre» que expresa la nada de la criatura-hombre cuando se desgaja del Dios que la creó.

«Para percibir todo lo que se esconde tras este lenguaje necesitamos recurrir también a las fuentes judías. Éstas, en efecto, mencionan con frecuencia los "amme haares"; esta expresión literalmente significa "las gentes de la tierra" y con ella se designa despectivamente a las gentes carentes de formación religiosa, a la vez que incultas, pues en la Palestina de entonces no había otra instrucción que la religiosa. Su ignorancia incapacitaba a estos hombres (los pobres) para practicar la Ley según los cánones fariseos y les daba fama de no piadosos, alejados de Dios. Los miembros de las comunidades fariseas evitaban el contacto con estos hombres para no contraer impureza legal. [...] Como conclusión de todo lo que precede podemos decir: los seguidores de Jesús pertenecían principalmente a los que, según los cánones de la ortodoxia farisea, por su conducta moral o su ignorancia religiosa, tenían cerrada la entrada a la salvación de Dios.» (Mariano Herranz Marco , Pbro., La predicación de Jesús: La Buena Nueva a los pobres [3]

Quizá estos afanes progresistas transporten inesperadas dosis de clasismo y privilegio calvinista diametralmente opuestos al Dios encarnado que a nadie excluye de su mensaje. Bien podemos entender a Jesús cuando señala que los cojos andan, los mudos hablan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. (Mt 11, 5) Recordemos aquel episodio en que los fariseos envían a unos alguaciles del templo para detener a Jesús y vuelven diciendo: «Jamás hombre alguno habló así». Entonces los fariseos les reprochan: « ¿Acaso ha creído en él alguno de los jefes o de los fariseos? Esa turba que ni siquiera conoce la ley son unos malditos.» (Jn 8, 45) La originalidad de Jesús es que el desconocimiento de la Ley no era obstáculo para que "esos malditos" fueran también hijos de Abraham y destinatarios de la Buena Nueva. (Lc 14, 14)

Pensemos que la enseñanza de Jesús se centra en cosas muy simples y al tiempo muy difíciles: no vivir apegado a uno mismo ni a los muertos que se tengan que enterrar (Lc 9, 59); no preocuparse sobre qué se va a comer y qué se va a vestir (Lc 12, 30), y no ansiar riquezas que igual entristecen porque no se tienen como porque sobran; vivir en nuestro estado dedicados al reino de Dios y su justicia de donde seremos pagados al ciento por uno, aquí en la tierra y obtendremos, además, la vida sin fin. Así se nos manifestó en las Bienaventuranzas.

"En cada una de las bienaventuranzas resaltan dos elementos: una disposición moral o situación aflictiva y una recompensa celeste. Las situaciones aflictivas no deben entenderse en sentido puramente material ni tampoco exclusivamente espiritual. La sola pobreza efectiva carece de suyo de valor moral.» (Jose M. Bover) [4]

Poco a poco los discípulos de Jesús, aquellos y nosotros, aprendemos que la fortuna consiste en desarrollar en el alma y en la manera de enfrentar la vida un tesoro que ni los ladrones ni la polilla puedan echar a perder. (Lc 12, 33) Y por eso la enseñanza tradicional de la Iglesia distingue como rico al que acude a Dios y se confía por completo a su providencia. Ser perfectos, es decir, santos, no es sólo venderlo todo para dar el dinero a los pobres. Jesús se lo propone al joven rico pero no se lo manda para salvarse, pues ya le había dicho que le basta guardar los mandamientos. No es la indigencia física o social lo que enseña Jesús sino el aprendizaje de sólo necesitarle a Él para que los que quieran ser sus discípulos le sigan desembarazados de lastres. No olvidemos que lo que Jesús le dijo a aquel joven fue: «Vende cuanto tienes, dalo a los pobres y sígueme.» No dijo que nos hiciéramos pobres como fin de nuestra vida, sin una estrategia, sin una aplicación. Tampoco que fuéramos pobres sino que nos desprendiésemos de todo lo que nos impida ser perfectos, que como la Tradición enseña consiste en anteponer a Dios a toda otra perspectiva. Este tipo de pobreza es el único válido.

La pobreza de todos los hombres, pobres y ricos

La pobreza cristiana se realiza desde nuestra esencialidad ontológica. Los hombres —el hombre— somos pobres porque sabemos que no somos dueños de nuestra vida, no tenemos dominio sobre su duración ni sobre su futuro. Nuestra verdadera pobreza es la perenne inseguridad; y la verdadera riqueza es precisamente no rendirnos a lo contingente. Los animales, por ejemplo, no pueden ser pobres ni ricos porque no conocen intelectualmente esta fragilidad esencial. Por eso pienso que no es la pobreza fortuita lo que nos empobrece sino cualquier poder o entorno que nos impida conocer esta condición nuestra... Esta última pobreza siempre fue combatida por la Iglesia, sus obispos y sus santos, sus nobles y sus gobernantes. Bien se trate de la pobreza sufrida por desorden de vida (perezas, conformismos, miedos, ignorancia, incapacidad de administración, etc.); bien la que soportan los débiles explotados por quienes con malas artes les impiden el acceso a los bienes que acaparan. (Job 24, 2-12; Lc 12, 18). A estos la Biblia (y la Iglesia) los describe como «los que no saben que son los más desventurados...» (Ap 3, 17)

“La pastoral de la pobreza" magnificada en los años posconciliares, esa obsesión por hablar de los pobres históricos, materiales, no puede proceder más que de un nuevo Evangelio: el evangelio del materialista. Así, hoy, lo que está ocurriendo es que por la pastoral de los pobres hemos metido a Dios en el cuarto trastero y la religión que se enseña ya no viene del cielo sino de una amalgama utópica amasada en las asonadas de los foros sociales.

Trabajar con inteligencia «Pues qué conducta es más noble y prudente: aguantar impávidos los embates e injurias de una fortuna adversa, o por el contrario, tomar las armas contra el proceloso piélago preñado de peligros desconocidos y terribles amenazas, y darles fin a todas, enfrentándose a ellas y combatiéndolas con entereza.» (William Shakespeare, Hamlet, a.III, e.1)

De la economía de libre mercado, del realismo sindical y de la política fiscal más avanzada del mundo se ha derivado en España un gran cambio del mercado laboral. La garantía de conservar un empleo ya no corresponde sólo a la administración del Estado. Hoy el empleo bien remunerado corre por los cauces de la empresa privada donde la mezcla de riesgo, competencia y lealtad no sólo aseguran el puesto al empleado sino que es de éste del que el empresario temerá pueda irse con otro que le haga mejor oferta. Por cierto, puntualicemos. Esto, que digo para reconocimiento de la evidente mejora de la estructura macroeconómica, en ningún modo desmerece a la función pública a la que se accede con el esfuerzo de una titulación universitaria previa a una dura oposición, haciendo de los funcionarios la garantía de que el Estado y la nación funcionen al abrigo de azares políticos. Sólo subrayo que el mercado de trabajo privado ha crecido con muy buenas ofertas de empleo si se compara con otras épocas en que la función pública era casi la única opción posible.

El trabajo como premio

No me refiero a la suerte o desgracia de tener o no tener un empleo, un emprendimiento, una tarea remunerada, sino de la condición creadora del trabajo por sí mismo. Digamos antes de nada que el trabajo es una gran medicina contra la pobreza, especialmente contra la pobreza de carácter, fuente de todas las pobrezas. El trabajo evita la oxidación del alma y del cuerpo y nos aparta de preocupaciones frívolas. Las obligaciones de cada jornada, las responsabilidades que deben cumplirse, las necesidades de los míos que sólo se cubren trayendo a casa lo que mi trabajo produce crean un sentimiento interno de utilidad que favorece la aceptación de nuevos retos, facilita que lleguen las soluciones y ayudan al desarrollo personal. Cosas éstas desconocidas para muchos diletantes solucionadores del mundo a los que más les valdría se analizaran a sí mismos sobre el clásico consejo: Primum vivere deinde philosophari. Sentencia odiada, por supuesto, por los orgullosos de sus perpetuas inhabilitaciones. “Cómo voy a aceptar yo un trabajo para plebeyos..!", se dicen, para morirse de inanición. O por los buscadores del trabajo más representativo de su alta clase y perdidos en "mil idas y venidas que no son de utilidad"...

Ahora es el momento de decir que el trabajo es la mayor riqueza que un hombre puede desarrollar aun si le saliera el dinero por las orejas, o si jamás consiguiera atesorarlo. No importa. El tesoro es el propio trabajo. Algunos predicadores progresistas traicionados por la indolencia de su inconsciente dicen que el hombre fue castigado a ganarse el pan con el trabajo. No es verdad. No es una condena a nuestros primeros padres sino una herencia del Paraíso que Dios tuvo a bien dejarles, un bien de antes y después del Pecado Original. El castigo no fue el trabajo sino el cansancio del espíritu, el desencanto. La Biblia sólo nos dice que el pan estaba asegurado y que, tras el pecado, Adán debería ganárselo con el propio esfuerzo. Pero aquí se estrellan los teólogos materialistas porque ese sudor de la frente es un regalo de afirmación y de purificación. Porque el trabajo protege contra todos o casi todos los incidentes de la vida. Las obligaciones son señas de nuestra utilidad, nos rejuvenecen o retrasan la vejez. El que trabaja no se aburre, tiene una salud excelente pues las responsabilidades asumidas priman sobre muchas pequeñas (y grandes) enfermedades; el trabajo en pocas ocasiones es fastidioso y siempre una oportunidad que agradecer y aprovechar. Y si es creativo, una fuente de felicidad y de paz para la relación con los que nos quieren y queremos. En todo caso, inclusive realizado sin gusto, es trampolín de experiencias para saltar a otro más satisfactorio. A todo esto se añade —casi hablo en broma— que por trabajar ganamos dinero... y a veces con largueza.

Esto aparte, ¿cuántos de los pobres, hombres o mujeres, que encontramos por las calles no lo son porque desoyeron buenos consejos, o porque no se esforzaron por vencer las Matemáticas, por ejemplo, o no se apartaron de amistades peligrosas y, orgullosos, no compensaron derrotas con nuevas batallas? Un padre jesuita apóstol de las cárceles asegura que muchos presos están allí porque en su niñez y adolescencia escogieron «hacer lo que les gustaba en lugar de lo que les convenía» [5]. ¡Cuánta reflexión podríamos hacer de esto! Sí, es cierto; esos desechos humanos durmiendo en las calles sobre cartones, esos mendigos que nos atosigan en las puertas de los supermercados y ni les miramos la cara entre el desprecio inicial y el miedo de reconocer que entre sus harapos hay un ser humano, tal vez perdido y asustado de no saber qué hacer con su vida excepto ahogarla en alcohol… Esas gentes no sólo nos obligan a mirarles compasivos sino a pensar en las consecuencias del autoabandono, del sólo elegir lo fácil y nunca vernos culpables de nada.

La exigencia de la caridad es algo más que el automatismo de dar limosna, es también vigilar si el mendigo se siente satisfecho de su penuria porque esa imagen externa le permite alimentar disculpas a sus egoísmos, justificar odios y rebeldías aun sacrificando a estas pasiones todas las posibilidades de mejorar... Mientras el progresismo usa de ellos desde este germen de demagogias, nosotros debemos no pasar de largo tampoco para verles como lo que son y poder ayudarles eficazmente. Aquí puede ofrecer gran ayuda la Iglesia en sus centros parroquiales. Tal vez nos baste hacerlo en aquellos que están bajo nuestra responsabilidad, hijos, familia, subordinados o alumnos intentando que no sean víctimas de sus ignorancias. ¿Lo hacemos, trabajamos con los que son nuestros prójimos más próximos? Porque no es el mundo en abstracto, sus estructuras globales injustas, ni una retórica Humanidad doliente lo que nos moverá sino esos prójimos directos que, probablemente más de lo que imaginamos, necesiten de nuestra ayuda para librarse de sus demonios... Es nuestra mínima atención, aunque sólo sea en agradecimiento a todo lo que hemos recibido gratis. (1 Co 4, 7)

La caridad "de limosna" es un remedio a una necesidad momentánea; enseñar a trabajar, sin embargo, es la escala con la que asaltamos todas las dificultades. Justamente, la peor pobreza y más insalvable está en rendirse a la adversidad. En la Iglesia la acción con los pobres ha consistido en instruirles para que sepan levantar cabeza por sí mismos. Soy de la opinión de que la lucha contra la pobreza no radica en hacer caridad, eso es epidérmico, sino en educar, ayudarse y unir esfuerzos con inteligencia. Qué suponen ustedes que es la pasión milenaria de la Iglesia por la enseñanza, por la creación de universidades, por los talleres de oficios… Amor a los hombres y a la sociedad y nada más que eso. Otra cosa. En el fondo, la ayuda más eficaz es la destinada a aquellos que la saben usar, los que la trabajan. Aún hecha en el anonimato, la ayuda más agradecida — hospitalidad, recomendaciones, préstamos, etc.— es la que fomentó el empuje personal del que la recibió. Esa es la ayuda que más reconforta al que la dio y la que más favorece a la fe en Dios.

Las dimensiones de la pobreza.-

Pero la pobreza despierta más reflexiones. Para empezar habría que preguntarse qué límites hay que cruzar para ser ricos, cuáles son los patrones de la riqueza y de la pobreza.

Creo con la Iglesia que rico es el cristiano que confía en la providencia de Dios. Pero tal y como enseñó el Canciller de Inglaterra, Santo Tomás Moro, que oraba así: «Dame, Señor, la gracia de esforzarme por conseguir las cosas que te pido en la oración.» Porque rico es el que desarrolla lo recibido y lo pone en juego para multiplicarlo: «Diez talentos me diste, diez más te devuelvo...». Eso supone esfuerzo, inteligencia, algo de aventura y prudencia para controlarla; eso es riqueza. No es el dinero lo que ayuda a salir adelante en la vida sino la voluntad de mejorar, el deseo de saber, la constancia y, sobre todo, la fe en que la vida es larga y en ella casi todo es posible. Tener dinero como protección al pánico del futuro nos lleva a vivir enterrados. En dinero, pero enterrados. Tener dinero sin que produzca vida es una manera de arruinarse, si no en la cuenta del Banco sí en la vida que desperdiciamos... ¿Tenemos realmente dinero o nos tiene él a nosotros? No es cosa de las cantidades ahorradas sino de la vida que se les saca. ¿Qué aliciente tiene la vida asegurada en una fortuna que protege nuestra indolencia? En ese caso somos como los tahúres con un revólver debajo de la mesa. Aparte de que cuando llegamos a la tumba ¿de qué nos valió el tener? Lo único que nos vale en la vida es disponer y disfrutar —darle y sacarle fruto al trabajo y al dinero, convertir la vida en más vida— y este disfrute, aunque parezca mentira, está muy lejos del que se ofusca en ser rico. Creyendo que el dinero le facilita la vida, la vida se le escapa por la carencia de aventura; o la obsesión por lo seguro consume toda posibilidad de disfrutarla.

Y casi todo el secreto de “ser rico” se resume en un puñado de pequeñeces no tan pequeñas que se aprenden en casa. Como, por ejemplo: levantarse sin pereza, respetar el aseo diario; "ordenar mis cosas para aprender a ordenar mi cabeza"; estudiar sin distracciones buscando tiempo donde otros no lo encuentran; honrar a los padres obedeciéndoles, oyéndoles, ayudándoles; tratar de cumplir las tareas de un plan... Esto es la enseñanza tradicional de la Iglesia, esta fue la educación de las familias católicas. Estoy aseguro de que la causa de esta penosa miseria evangelizadora es que muchos predicadores modernos se dedican al confort de las altas teologías sin bajar a la prosa diaria en que viven los fieles, que muchos párrocos se adocenan en la rutina y abandonan su propia interioridad. Porque esas pequeñas virtudes de andar por casa ayudan más tarde a encontrar un trabajo y con más éxito que por toda la instrucción universitaria... que, por supuesto, las consolida. La redención de esos pobres que vemos por las calles, cualquiera que sea su origen está no sólo en la ayuda urgente, necesaria, sino en todo un programa de educación personal, antes del corazón que de la cabeza. En esto tenía toda la razón práctica Santo Tomás, que completó a Aristóteles, en las potencias del alma: memoria, entendimiento con la voluntad. Sin la última las otras no existen. Voluntad formada en la negación de uno mismo, en la elección práctica de lo que conviene sobre lo que deleita, en el sacrificio transitivo de que lo que renuncio me asegura mi bien… El espíritu educador es el alma de toda institución humanista y mucho más si es de la Iglesia. Pero no sólo para enseñar en los colegios o en la familia, sino en las misas de domingo donde, si se buscan se encuentran campos inagotables de misión. Hablo así porque he visto y aprovechado su mérito en algunas parroquias jóvenes de Madrid que saben hablar de Dios y del Evangelio aplicándolo admirablemente a la vida práctica de sus fieles a los que, además, conocen muy bien. Aparte de esto, proporcionar informaciones de empleo, enseñar y guiar en cómo obtenerlo, sugerir que el éxito final depende más de la riqueza de “tu esfuerzo” que de mi exigua caridad. Pero, halagar a los pobres porque son pobres... ¡Qué villanía!

La instrumentación del pobre

Villanía y estupidez es la defensa que el clero progresista hace de los pobres centrados en la morbosa demagogia de perseguir a los ricos. Haber reclutado clérigos desde la casi única solvencia de sus orígenes proletarios fomentó en la Iglesia pos-conciliar un pobrismo cutre y revanchista, un nuevo clasismo por el que se presumía de "orígenes humildes" en la misma medida que en lo íntimo no se renunciaba al deseo de riquezas y notoriedad. Sin duda eso fue origen de cientos de homilías que casi obligaban a los ricos a meterse debajo de la cama, asustados de su mala suerte. Igual que los hipócritas le corregían a Cristo su entrada en casa de Zaqueo o Mateo... Y nos preguntamos: ¿Es que los ricos tienen que pedir perdón por trabajar probablemente desde que eran muchachos? ¿Por crear riqueza, por arriesgar, por pensar; por la heredad del sudor de sus padres o de la sangre de sus antepasados; por pagar impuestos que posibilitan las obras sociales...? Para esos predicadores que viven de los estipendios de los fieles parece que ya nada les valen los Mandamientos ni la vida religiosa a la que se supone fueron llamados. Lo único que saben hacer "los curas comunistas" es proyectar sobre la feligresía sus traumas personales. Por otra parte, nada de particular tiene una predicación que es plagio o absorción de la doctrina revolucionaria. Se pretende cambiar la acción tradicional y salvadora de la Iglesia, de orientación activa y positiva, por una falsa redención en la simple denuncia de injusticias o comparaciones odiosas, siempre de sentido pasivo y negativo. La basura intelectual en el dislate de que el camionero que después de millones de kilómetros compra un camión y lo explota sea para algunos un "cochino capitalista"; o que el directivo que multiplica beneficios y por cien los puestos de trabajo, sea visto como "un aprovechado de la clase obrera”... No hay duda de que estos “curas del demonio” son de otra iglesia, cómo ellos dicen, pero así, con minúscula. De esa monstruosidad de iglesia a la que llaman "suya"; la de los que corrompen en beneficio de sus miserias personales lo que deberían defender: los textos, la pastoral apostólica, la administración de los sacramentos, el sentido del pecado, el enfoque de la vida suya y ajena...

Sin embargo, la parábola de los talentos (Mt 25, 10) nos advierte de que el esfuerzo es esencia de la vida: «Diez me diste, diez más te entrego.» Aquí no caben interpretaciones proletaristas sino que Jesús distingue entre dos trabajadores eficientes y un tercero malicioso y apático —« (…) sabía que eras duro y exigente...»— al que Jesús arroja allí donde es «el llanto y el crujir de dientes». No es nada raro que por el engaño del “humanismo integral” los progresistas, los comunistas eclesiales del rojo pobrismo, muy generosos ellos con la bolsa ajena, nos propongan que la Iglesia se deshaga de sus tesoros y de toda la fuerza económica que generan para darlo a los pobres... Como Judas. (Jn 12, 4-6)

Judas, el Precursor

Judas es personaje muy interesante en unas reflexiones sobre el comunismo infiltrado en la Iglesia. Así, póstol de Jesús por derecho pero no por los hechos, pasó su tiempo en perpetua malquerencia con sus objetivos. Fue el primero que se insolentó dando lecciones a su Maestro e intrigando contra su autoridad, pues le crispaba verle ajeno a sus ambiciones político-sociales. Judas fue también, aquel primer Jueves Santo, uno de los candidatos al episcopado (Mt 10, 2) pero, despechado por la oposición entre sus planes y los de Jesús, terminó haciendo "lo que tenía que hacer". (Jn 13, 27) Se apartó de Jesús porque lo que quería —¿de verdad?— en favor de los oprimidos de Israel nunca lo lograría con un Mesías tan alejado de sus deseos... Porque el plan de Jesús era la salvación del destino eterno del hombre. [6] Aún suponiéndole a Judas una sinceridad que nunca evidenció, su problema fue no entender que Jesús se manifestase "sólo" salvador del hombre en singular, pobre o rico; del hombre individuo destinado a la vida eterna y no de los pueblos en plural. Bien sabemos por quien mejor le conocía que sus ambiciones no eran «por amor a los pobres sino porque era ladrón y robaba de la bolsa común». (Jn 12, 6) Quizás por eso, y a pesar de saberse de non entre los demás apóstoles, Judas siguió "administrando" los fondos de todos.

En su protesta al homenaje de la Magdalena Judas se nos descubre como el primer secularizador de la Iglesia: "¾A qué tanta sacralización (de rodillas y a sus pies) y esos honores (con perfumes carísimos) cuando hay tanto pobre al que socorrer..." (Jn 12, 1-5) Y los efectos se traducen en terribles paradojas: pudo ser uno más entre los Apóstoles pero se quedó en modelo de traidores; pudo santificarse al lado del Autor de la vida siguiéndole en su portentosa actividad pero sólo alimentó sus resentimientos; pudo ser mártir como todos sus compañeros pero eligió la vía contraria del suicidio; como ellos, pudo amar en la obediencia y en la humildad pero escogió la contestación y la demagogia; pudo captar almas para Dios y ensució la suya con su anticipada versión de "proletarios del mundo uníos"; fue llamado a ser apóstol del Evangelio pero terminó de sicario del Sanedrín. [7] El que condenaba el derroche en perfumes aceptó treinta monedas por la vida de su amigo. San Juan nos recuerda que a Judas nunca le movió la solidaridad con los pobres sino que buscaba empedrar con ellos su proyecto hacia la revolución social.

Y la deducción lógica es que por su ceguera de revanchas personales no le enamoró el reino de los cielos que le mostraba Jesús ¾"qué tonterías eran esas"¾. Ni "pecó" de ambición con la fe atolondrada de la madre de los Zebedeo, soñadora de puestos relevantes para sus hijos en el reino de Dios; ni su taimada condición le permitió los arranques apasionados de Pedro. Es Judas un prototipo de hombre amargado, reprimido por su doblez y sin la sinceridad espontánea de sus camaradas. Judas es el primer usuario de la retórica de los derechos humanos sin referencia a Dios. Así tenemos a Judas y el humanismo ateo, para ahogo de la caridad teologal; Judas y el socialismo en su más genuina argumentación liberacionista, en lugar del reino de Dios y su justicia ("su" justicia, la de Dios, no la nuestra; es decir la de darle a Dios lo que es suyo, no la de reclamarle lo que no sabemos comprender). Judas y la solidaridad volátil, en abstracto, en lugar de la formación de almas, una a una, que es lo que levanta una civilización; Judas y el pueblo colectividad, en lugar del hombre individuo, irrepetible ante Dios; Judas y la racanería de corazón en las treinta monedas del tránsfuga, frente a la promesa del ciento por uno que significa la inmensidad; Judas y la subversión, en lugar de la negación de sí mismo; Judas y las protestas de humanitarismo para esconder su traición a la fe... Sin duda que San Juan acertó al decir que en él se había metido Satanás (Jn 13, 27) pues toda su figura es el negativo de los Apóstoles, la pura negación diabólica, una página escrita al revés.

Qué interesante personaje, Judas. Sin quererlo, fue el precursor de la infiltración progresista en la Iglesia de todas las épocas, en casi todas las formas y en cada una de sus paradojas.

La relatividad de la pobreza

Son muchas las causas de la pobreza («A los pobres siempre los tendréis con vosotros...», Mt 26, 11) pero las más seguras son las predicadas por el progresismo comunista.

Voy a destacar algunas:

- el regate comprensivo a nuestros errores;

- seducir con derechos imposibles sobre bienes que otros disponen por mérito propio;

- crear una teología según la cual el décimo mandamiento es papel mojado;

- exponer una pobreza de comparación, que haga pobre a un rico artesano de Filipinas al lado de otro australiano.

Ejemplo de comparaciones son algunas misiones de África donde las indígenas dueñas de un huerto o de una vaca ven “pobres” a nuestras monjas porque no tienen un huerto o una vaca, ni hijos ni marido.

Los orígenes humildes

La moda del pobrismo es en la Iglesia un virus muy difícil de quitar, especialmente después de unos años en que el progresismo —hoy tan activo como cuando se promovía— se ocupó de que "las cunas pobres" fuesen el mejor aval para ascenso en jerarquía. Esto fue, sin duda, una perversión encanallada pues no se valoraba como prioritaria la ejemplaridad cristiana, la santidad evidente, los méritos de una vida apostólica o una brillante carrera en los estudios, fuera el que fuese su nivel económico. En muchos casos, que podemos certificar, todo el escalafón era posible tras el cultivo revolucionario. La Iglesia no progresaba con hombres y mujeres “conocedores del nivel de donde procedían para mejor hacer su apostolado”. Lo que se buscaba en los orígenes humildes era facilitar la lucha de clases, dividir a la Iglesia en dos frentes irreconciliables. Desde la llegada de Juan XXIII el filtro pobrista, proletarista, empezó a aplicarse en la recluta y admisión de alumnos y, si era posible, enriquecidos con el absurdo de algún pariente con años de cárcel o persecución policial... ¡en un país donde tal pariente probablemente purgó crímenes directos o indirectos contra la Iglesia!

Aún hoy, en círculos progresistas los “orígenes humildes” son como una seña de identidad. Esto se me parece a, cuando en convenciones internacionales me presentaban a algún japonés, que era muy corriente me diera junto a su nombre el de la empresa en la que trabajaba. Por ejemplo, tras la cortés reverencia me decía: "Akira Tsukuda de Toyota", "Yoko Fujiyama de Sony" como si la empresa fuera parte de su nombre. Igualmente en la Iglesia algunos se apresuran a hacernos ver su “humilde procedencia”: Antonio Fernández de “Orígenes Humildes", tal que si la pobreza encontrada (circunstancia) y no la de desprendimiento (evangélica) —ésta tanto si por "orígenes humildes" como si no— fuese el marchamo de los nuevos eclesiásticos. Sin duda el más cutre extremismo clasista, pues en la Iglesia la vocación es católica, es decir, para todos. Dicho de otra manera, que no importan en absoluto la modestia de orígenes sino la intención de servir a la Iglesia. Aparte de que esas presunciones de cunas pobres son pura soberbia que no se detiene ni en la utilización de los padres: "Miren a dónde llegó el hijo de mis pobres viejos…" Ejemplo vergonzoso nos lo dio un político progresista durante una campaña electoral de la Comunidad de Madrid (octubre 2003) proponiendo como mérito de su candidatura que su madre era analfabeta...

La manipulación pobrista del Evangelio Según la nueva teología tenemos que dar por cierto que Jesús , su familia y sus discípulos eran humildes proletarios:"Jesús, el primer comunista". Con esta igualdad resumían su programa de transformación de la Iglesia. Por supuesto que Jesús no era rico como los poderosos de su tiempo, ni pertenecía a la clase encumbrada de aquella Palestina, pero tampoco la figura que nos muestran los Evangelios se corresponde con la imagen paupérrima que ahora se nos quiere inculcar. La ya apuntada estrategia de evangelizar el mundo en pautas proletarias pretende modificar la catequesis hasta extremos que rozan la herejía... y entran de lleno en el ridículo. De esta manera el pobrismo ha conseguido que la demagogia se eleve a rango teológico. Y menos mal que la vida de Jesús no la conocemos solamente a través del comunista Pasolini ... (Por cierto, vaya ladrillo su película La Pasión según San Mateo a la que sus enamorados califican "obra maestra de la Historia del Cine")

El pobrismo enfermizo que se nos predica desde el CVII es resultado de la coacción de los revolucionarios comunistas que infestaron la Iglesia. Por tanto, de la misma manera que ahora se predica y se editan docenas de Evangelios tal como ellos quieren, que se enseña en seminarios por profesores, eruditos quizá, pero sectarios, es obligado recordar las interpretaciones que antes se estudiaban. Revisemos, pues, algunas pobrezas de los personajes de los Evangelios según nos las dogmatizan los intérpretes progresistas. Lo haremos con la misma intención que suele hacerse con esas antiguas pinturas a las que se les quita capas y capas de suciedad acumulada hasta entrever el óleo original.

La Sagrada Familia.-

No parece argumento ese de que la Sagrada Familia era muy pobre porque José y María se trasladaron en burro desde Nazaret a Belén. ¿Acaso debieron ir en litera y con baldaquín? Para algunos, el hecho de que viajaran en un burro, como la mayoría de la gente de su tiempo, y no en un Volkswagen de hoy es la prueba irrefutable de su pobreza. Pero el burro era entonces el medio de viaje más normal, como refrenda poco después la entrada clamorosa de Jesús en Jerusalén. Por supuesto, estamos hablando del pollino previsto por el profeta pero, en todo caso, algo que ha sido muy corriente y que todavía hace un siglo se usaba en el mundo entero para viajar. Lo que se destaca aquí es la manipulación de comparaciones imposibles entre el esquema presente y el de aquella tierra y aquellos tiempos en que los caballos estaban controlados por los romanos o pertenecían a algún eslabón del poder. Sin embargo, si nos ceñimos a los Evangelios sabremos que la familia y los parientes de Jesús pertenecían a lo que visto desde nuestro tiempo llamaríamos clase media, teniendo en cuenta que en la economía y por los estamentos sociales de aquel entonces tal clase no existía. Jesús y su familia ni eran pobres menesterosos ni tan relevantes como para compartir el poder y merecer atención de los cronistas de aquel tiempo. Simplemente, disfrutaban de una situación desahogada. Así lo afirman los Evangelios si les liberamos de la prótesis del pobrismo.

José.-

La más simple deducción nos conduce a que San José tenía que ser un excelente artesano y no un “chapuzas”. Y, además, un hombre de relieve en su sociedad pues, si bien los Evangelios se limitan a decir que era carpintero (no existían los ebanistas), no por ello vamos a olvidar que descollar en tal oficio era garantía de un buen medio de vida. Porque si ser un buen carpintero está muy bien pagado en estos días, cuánto más lo sería por aquel entonces en que se carecía de otros materiales y la madera era la reina de la estructura de las casas y del confort de sus interiores.[8] Yo creo, por tanto, que nos es lícito dudar de que un buen profesional, por tanto bien relacionado, fuese el padre de familia en precario que nos dibujan los profesionales de la humildad.

María.-

El proto-evangelio de Santiago, que está dedicado en especial a María, es apócrifo por diversas razones pero no en todo lo que dice. En él se nos cuenta que el padre de la Virgen, San Joaquín, era muy rico (CI, 1), dueño de grandes rebaños y patrón de pastores (CIV, 2-3); que la Virgen tenía sus propios aposentos (CVI, 3) donde era servida por doncellas hebreas. (CVI, 1) Por otras fuentes sabemos también que la prima de la Virgen María, Santa Isabel, y su marido, Zacarías, eran descendientes de Aarón y, en consecuencia, miembros de la familia sacerdotal.

Reconózcase que estas gentes, por mucho que apreciaran a José, no le aceptarían como pretendiente de sobrina e hija sin las mínimas garantías económicas. ¿Lo harías tú, lector? Pues todavía menos una familia judía.

Asimismo parece muy publicitaria la supuesta pobreza de los primos de la Virgen, Zacarías e Isabel. Según la versión del pobrismo la Virgen María, tras la Anunciación, se apresuró a visitar a su prima porque "necesitaba ayuda en sus tareas caseras". Por supuesto que también lo habría hecho por esa razón, pero no es tan seguro que fuera en este caso. El esposo de Isabel, Zacarías, era sacerdote de una de las veinticuatro clases sacerdotales de Israel y encargado cada seis semanas de quemar incienso en el Templo dos veces por día. En Jerusalén, en aquellos tiempos y con tal profesión no se era un indigente. Pero lo que nos debe importar no es ya si Isabel y Zacarías disponían en su casa de las asistencias necesarias sino que María realizó la visita apresurada en razón del misterio de su gravidez virginal. Comprendiendo que a través suyo se cumplirían las promesas hechas a Israel, fue "presurosa a la montaña" a compartir secreto y alegrías con su prima. Su prima era sin duda la mejor confidente puesto que también había sido distinguida con el milagro de la concepción de un niño, el que luego fue San Juan Bautista, cuando como a la Sara del Génesis ya se le había pasado el tiempo fértil. Por eso San Lucas nos muestra a las dos mujeres sobrecogidas de emoción por la singularidad de sus vidas, Isabel diciendo a la Virgen: «Bendita eres entre todas las mujeres...», y María exclamando el Magnificat.

Nazaret.-

Yo no sé si todo lo que se nos dice cuando visitamos Tierra Santa estará contrastado por la ciencia histórica o arqueológica. Además, según quienes sean en muchas cosas parecen contradecirse. Últimamente los nuevos exegetas de la pobreza, pobres de ellos, nos dicen que la Sagrada familia "vivió en una cueva" de unas colinas cercanas a Nazaret (?). Bueno, dejémosles decir. Pero si hay que moverse en estas hipótesis en nada vemos que fueran tan pobres. La vida troglodita es todavía hoy muy corriente en los países ribereños del Mediterráneo Oriental; por ejemplo, en comunidades ortodoxas. Incluso existen mansiones excavadas en las laderas de las montañas y habitadas por familias acomodadas que se protegen de la extremosidad del clima: las cuevas son templadas en invierno y frescas en verano. En España, una sociedad hotelera de hoy mismo explota diversas cuevas de las provincias de Almería y Granada, concretamente en Guadix, como oferta turística... ¡de lujo!

"—Bueno, nosotros no pensábamos exactamente en cuevas sino en las pobres casas de adobe..."

¿Dicen ustedes de adobe...? Pero si así eran en su mayoría las casas de Palestina por influencia de los poblados egipcios y por la citada protección contra el clima. Tal vez no sepan ustedes que de adobe se construyó la muralla que en gran parte rodea hoy, todavía, la Alhambra de Granada.

Aquella tierra paupérrima.-

Ya es extraño que Roma conservara su administración sobre aquel territorio, contra toda resistencia, si hubiera sido algo tan pobre como ahora nos presentan. En contra de esta tontería leamos lo que dicen los investigadores serios sobre la pobreza del país, Palestina. Por ejemplo, GEZA VERMES, Historiador y Doctor en teología; intérprete oficial de los manuscritos del Mar Muerto (1953); miembro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de París (1957), y profesor de Estudios Judíos en la Universidad de Oxford (1965):

«La Galilea de Jesús era populosa y relativamente próspera. La razón de su bienestar económico era la extraordinaria fertilidad de la tierra y el pleno uso que hacían de ella sus habitantes. Tal como nos la describe Josefo, «es tan rica en terreno agrícola y en pastos y produce tal variedad de árboles, que hasta los más indolentes se sienten tentados por estas facilidades a dedicarse a la labranza». Aunque más pequeña que Perea, sus recursos son mayores, «pues se cultiva toda ella y produce cosechas de un extremo a otro». Uno de sus productos era el aceite de oliva, que se exportaba en grandes cantidades para los judíos de Siria, Babilonia, Media, Egipto y Capadocia [...] Esta rica industria agrícola, junto con la pesca del Lago, y el trabajo en las artesanías.. » ( Jesús el Judío , Muchnik, Barcelona, 1994)

Pues no tenemos qué añadir, excepto subrayar eso de que a la rica industria agrícola se sumaba la artesanía y la pesca en el lago. A pesar de esto los nuevos intérpretes nos quieren hacer creer que los inútiles de los discípulos, o del propio San José, desaprovechaban este escenario de boyante economía. Quizá, los pobres, sólo vivían de «la exportación de aceite» (la familia de San Marcos), de «la pesca en el lago» (San Pedro, su hermano y los Zebedeos) y del «trabajo en la artesanía» (San José). ¿Pobres de solemnidad…?

Belén y el pesebre.-

Separemos la costumbre popular de los belenes de lo que nos describen los Evangelios. Me refiero a ese cuadro de José y María pobres a los que nadie quiso hospedar... Que San José no tenía dinero para pagarlo... (?) Sin embargo, lo que dice el Evangelio es que si la Virgen acomodó al niño en un pesebre fue «por no haber sitio para ellos en el mesón» (Lc 2, 7). El mesón, en singular, sugiere que era el único establecimiento; cosa muy probable pues, aun siendo Belén la cuna del rey David era entonces una ciudad aún más pequeña que hoy. Y es que, aparte del cumplimiento de las escrituras, la Virgen dio a luz en un establo por una emergencia que puede acaecerle a cualquier mujer cuando ya ha salido de cuentas... San Lucas lo apunta escuetamente: «se le cumplieron los días del alumbramiento» (Lc 2, 6) No se nos dice que se les "hospedase" en un establo, porque hospedarse no es pasar una noche circunstancial, como confirma San Mateo más adelante cuando dice que los magos después que dejaron a Herodes «entraron en la casa y vieron al niño». (Mt 2, 11). Es evidente: «entraron en la casa» significa que lo del establo fue solución a una emergencia. Y en cuanto a medios y dinero, San José pronto nos demuestra que disponía de lo suficiente para huir a Egipto con su familia y quedarse allí aproximadamente tres años.

Caná.-

Del milagro de Jesús convirtiendo el agua en vino se nos dice que fue en ocasión de haber sido invitado a unas bodas. (Jn 2, 1) Si leemos despacio encontraremos detalles interesantes que en nada indican clase baja o indigencia para la Sagrada Familia. Primero, no se deduce, en absoluto, que los anfitriones fueran pobres o de origen humilde pues disponían de sirvientes y hasta maestresala. Segundo, está clarísimo que la Virgen María era amiga de los dueños de la casa y no la sirvienta humillada que le gustaría al progresismo. San Juan destaca que mandaba a los criados con autoridad, como señora. Y, tercero, los discípulos de Jesús que se sumaron a la fiesta no fueron recibidos como zarrapastrosos.

Los discípulos.-

Pues sí, empezada ya la segunda mitad del s.XX fue moda entre muchos sacerdotes de la Iglesia ir descuidados mostrando "su humildad de origen" o pobreza de vida. El marketing para el Papa Bueno le convirtió en paradigma de la humildad y de la pobreza. (Pio X, el Papa santo en los altares, quedó en contraste como icono de carca derechista y antiliberal.) Por tanto, esta etiqueta de orígenes humildes se empezó a aplicar a los discípulos de Jesús: ellos deben ser pobres porque así conviene a la estrategia humanista. A lo cual ayuda la comparación fraudulenta de aquel tiempo con el presente, de aquel mundo con éste. Según el pobrismo los Apóstoles eran gente que nada contaba en su sociedad. Pero la verdad ceñida a aquel tiempo y lugar, que sería cándido comparar con los nuestros, es que a Jesús le seguían personas tan poco muertas de hambre como: funcionarios adinerados que le ofrecían estupendos banquetes en su casa; [9] hijos de hacendados, Marcos, o armadores como los Zebedeo, de los cuales se dice que tenían jornaleros. (Mc 1, 20) (¿Jornaleros? Hay que ver qué cuentos nos venden los "nuevos sabios de la Iglesia".) Por cierto, si mi lector visita Tierra Santa se llevará la sorpresa de que el guía le informe del buen número de propiedades que tenía la familia de San Juan.

«[…] la profesión dominante era la de pescador. Lo eran dos pares de hermanos bien presentes en el Evangelio: Simón (también llamado Pedro) y Andrés; lo eran también Jacobo (Santiago) y Juan, probablemente el mismo autor de uno de los Evangelios. Estos pescadores trabajaban juntos, es decir, eran socios, y tenían trabajadores a sus órdenes. No eran por tanto pescadores individuales, sino lo que hoy llamaríamos empresarios de la pesca. […] Conviene tener en cuenta que Cafarnaún era una ciudad muy activa comercialmente, debido sobre todo a estar situada en una vía de tránsito internacional (en el nivel del mundo entonces conocido): la “Vía Maris”, que iba desde Mesopotamia a Egipto. […] La pesca tenía en ella mucha tradición y parece que había también unas rudimentarias industrias conserveras.» [10]

En el huerto usado a menudo por Jesús y sus discípulos había un molino de aceite. Según la Tradición respaldada por las investigaciones modernas aquel huerto y aquel molino pertenecían a la familia de San Marcos y el aceite producido era exportado, junto a otras producciones de la familia. Lo que nos explica la destacada posición de su casa de la que se tienen datos para creer que en ella celebró Jesús la cena del Jueves Santo. (Mc 14, 12-ss) San Pedro, elegido por el Maestro para jefe de la Iglesia era un hombre acostumbrado a mandar. Como patrón daba trabajo a pescadores a los que pagaría su salario y les exigiría rendimiento. Por supuesto, ningún discípulo de Jesús había cursado un master en Harvard ni tenía un castillo con criados vestidos de seda, pero podemos asegurar que no eran —siempre en el contexto de su tiempo— menos que los componentes de la clase media actual. Y en nada lo que los romanos llamaban proletarios.

Así, cuando Jesús agradecía al Padre que sus cosas las revelara a los humildes de este mundo lo hacía en contraste con los que Él hubiera querido que le escucharan y que desde un principio fueron su principal frustración: el poder. Es decir, las autoridades religiosas de Israel, los fariseos instruidos pero engreídos, los sacerdotes y escribas, el rey... Así lo repite docenas de veces en su vida pública. Jesús alababa al Padre que se manifestaba en la acogida y fe de los discípulos. Es en este sentido que lo dicen Santiago (Sant 2, 5) y San Juan (Jn 17, 25).

Jesús no era tan pobre como dicen.-

La Iglesia está en el mundo; no somos del mundo, pero vivimos en el mundo y lo amamos en nuestro deseo de cristianizarlo. Y desde este enfoque de fe es indiscutible que los cristianos somos los más "mundanos". Por tanto, al dinero lo estimamos muy necesario puesto que es herramienta poderosa para actuar en casi todo lo que compone este mundo. De esto la mayor enseñanza la recibimos del Evangelio. Vamos a espigar algún ejemplo: Sin dinero no se habría descolgado anticipadamente de la cruz el cuerpo de Jesús, ni se le habría untado con aceites y perfumes, ni habría sido guardado en una sepultura nueva. Recordemos también que, aun para que se cumplieran las Escrituras, la túnica que vistió se la jugaron a suerte los soldados por que era prenda de lino «sin costuras y de alto precio». (Jn 19, 23)

Además, una constante de Jesús es que jamás excluyó a los ricos sino que fue amigo de muchos a los que reclutaba, les enseñaba, aprovechaba la resonancia de sus influencias. Así, los evangelistas nos dicen que era asiduo a personas de posición, de entre ellos nombres como José de Arimatea, Nicodemo, Zaqueo, Lázaro de Betania, Mateo y hasta un centurión. Una de las mujeres que le seguían era la esposa de un administrador del rey, entre otras que cuidaban del grupo «con sus propios bienes». [11] De María la de Magdala sabemos lo que destaca el relato evangélico pero hay autores que añaden que entre sus negocios se incluía la venta de palomas para la Pascua. ¿Quién clasificará a estas personas como pobres?

" —El Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza..." Ciertos teólogos afirman que estas palabras son la prueba indiscutible de la pobreza de Jesús. Son éstas: «Las raposas tienen madrigueras y las aves del cielo nidos pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza.» (Lc 9, 58)

"—Ahí lo tiene usted, el mismo Jesús lo dice".

Sí, pero…

Si acudimos a la enseñanza de la Tradición nos encontramos la impugnación de tan extravagante versión pauperista. Empecemos fijándonos en el detalle de que Jesús no dijo: "Jesús, el de Nazaret..." sino: «el Hijo del hombre...» Justamente el título que confesó ante el Sumo Sacerdote y le valió su condena. (Mt 26, 64) Y, puesto que los progresistas no creen que era Dios hecho hombre, tampoco entienden aquí que se refería a esa condición extraordinaria, fundamental. La finalidad didáctica del evangelista cuando registra estas palabras es asomarnos a algo extraordinario: Que Jesús era el Mesías profetizado por Daniel. Entonces sí que se entiende respuesta tan misteriosa: "el Hijo del hombre" no tenía donde reclinar su cabeza en un mundo que no era el suyo; al que Él no pertenecía. (Jn 18, 36) Si Jesús citó a Daniel fue para que sus seguidores le identificaran con el sujeto de la profecía. La afirmación de Jesús se expGlica en que "el Hijo del hombre" no podía tener su nido ni su madriguera entre nosotros porque no era un hombre más sino un ser único bajado del cielo (Jn 3, 13; 6, 62). Porque nos llegó en Él la luz verdadera (Jn 1, 0) el rostro que nos hizo visible al Padre. (Jn 14, 9) Es lo que dijo a Nicodemo (Jn 3, 13) y lo que repitió a sus discípulos al final de sus días. «Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo nuevamente el mundo y voy al Padre.» (Jn 16, 28)

Está clarísimo. Las criaturas zorras, pájaros y hombres no son la Segunda persona de la Trinidad; Jesús, sí. Y puesto que Jesús como Hijo del Bendito es incomparable a todo lo creado "su madriguera o su nido" sólo puede estar en el reino de los cielos. (Jn 18, 36). Ni siquiera su madre, criatura inefable pero criatura al fin, valía para que reclinase (ontológicamente) la cabeza en su pecho el que era "consustancial al Padre". Ahora sí que podemos ver en Jesucristo al pobre más pobre de todos los pobres. Y un poco mejor nuestra pobreza de elección que no puede ser la de una circunstancia encontrada sino la de aceptar nuestra realidad intrínseca: que nuestra existencia depende "del-que-es" (el Padre) y del que nos redimió de nuestra cárcel en la nada (el Hijo). Esa realidad de Jesús es la que le hace adorable. Él se anonadó (Flp 2, 8) por nosotros para que su pobreza nos enriqueciera a todos. (2 Co 8, 9).

Las diferentes pobrezas

El Viejo y Nuevo testamentos enseñan que ni con pobreza ni con riqueza nos aseguramos el regreso al seno del Creador, nuestro destino esencial. Lo que dice la Tradición de la Iglesia , es que la pobreza que Jesús nos proponía era la de entregarnos absolutamente a Dios desprendiéndonos de todo lo que pudiera apartarnos de Él. El sentido global de la enseñanza del Evangelio se sostiene sobre dos patas. Una, que a esta vida y a este mundo, cualquiera que sea la circunstancia, hemos venido para vivir en el agrado de Dios. Dos, que tal destino se logra en una constante elección en miles de pruebas y fracasos: Dios primero; después, todo lo que no le excluya.

El tener o no tener no es lo que importa sino la sinceridad del valor que le damos en referencia a Dios y sus leyes. Se puede tener mucho y agradarle, se puede ser un rácano infeliz y vivir amargado. Tal vez un episodio del libro de los Hechos refuerce lo que quiero decir. Un tal Ananías vendió una finca. Una parte del dinero lo dio a la Iglesia y la otra parte se la guardó secretamente para él. «Entonces dijo Pedro: Ananías ¿por qué has dejado entrar a Satanás en tu corazón para engañar al Espíritu Santo ocultando parte del precio del campo? Cuando lo poseías, ¿no eras libre de conservarlo? ¿Y no podías disponer libremente de lo vendido...?» (Hch 5, 3) Con esto, mira tú qué cosas, nos enteramos de que Ananías hubiera obrado bien quedándose con todo y que lo que San Pedro le reprocha es su doblez.

El Evangelio de Jesús instruye que para los cristianos la gran riqueza es sabernos destinados a la vida sin término en un reino que nuestra mayor fantasía es incapaz de imaginar. Pero este ensueño de la fe no nos adormece en un nirvana inútil sino que excita de energía la vida aquí en el mundo y nos enseña a aborrecer todo lo que pueda impedirnos su acceso. Algo mucho más costoso que cualquier alarde de penitencias porque: «Es más difícil que entre un rico en el reino de los cielos que el que un camello pase por el ojo de una aguja.» (Mt 19, 24)

Por cierto, esto del ojo de una aguja merece un comentario que ayudará, supongo, a entender el tipo de pobreza que anuncia el Evangelio. Me acuerdo de la extrañeza que de niño me causaba Jesús haciendo imposible a los mortales alcanzar el reino de los cielos, al menos para los que no supieran convertirse en microbio. Hasta que me explicaron que esa figura se refiere a "las puertas de aguja" de los fielatos por donde los camellos de los comerciantes tenían que pasar, doblando manos y patas, para pagar los impuestos de toda la mercancía que se les desprendiera. Al ver que el joven rico se va, Cristo aprovechó esta imagen, que sus oyentes conocían, para advertirnos de que anteponer la mayor fortuna a la fe en sus palabras hacía imposible alcanzar sus promesas. Mucho más que al camello pasar contrabando por una puerta de aguja. Quiero subrayar que, ahora, el progresismo quiere entendamos que Jesús se refería exactamente a una aguja de coser… (Boff, Casaldáliga, Sobrino…)

En realidad el fiel cristiano que se desprende de todo por Dios —darlo a los pobres no es más que una utilidad consecuente— no hace cosa tan meritoria. El mérito es de Jesucristo que le encendió la fe. A partir de aquí es como quien descubre un tesoro enorme y por su posesión ya no le importa arruinarse con tal de poseerlo. (Mt 13, 44) Como dijo Carlos de Foucault , la fe nos sobrenaturaliza de tal modo que seguir a Cristo ya no duele; es de lo más ventajoso. Tal situación es como si volviéramos a nacer abandonando la placenta materna que, aun por segura y cálida que fue, se olvida ante el privilegio de vivir. Y, además, este desprendimiento no pone por condición arruinarnos según los valores del mundo sino saber usar de los medios precisos para servir a Dios en el estado en que tengamos que servirle.

Tanto cambió el progresismo el sentido de la pobreza que hasta en muchos círculos eclesiásticos se llegó a pensar que era certificación segura para ser buen cristiano. Pero, si estas ingeniosas teologías las lleváramos a sus últimas consecuencias, para agradar a Dios ya no harían falta ni el amor al prójimo, ni acomodarse a espiritualidad alguna, ni austeridad o negación de sí mismo… Simplemente, bastaría dejar que las moscas del abandono nos comieran los ojos. «El mayor error de la vida» según Madre Teresa de Calcuta. Si no se estudian las causas de la pobreza y el cómo arrancarlas de raíz (con la educación) estas "defensas" de los pobres son estereotipos que más que socorrerles a ellos consuelan de sus personales miserias al progresista.

La pobreza progresista y la "virtud misionera"

«En la plaza vacía
nada vendía
el vendedor;
y aunque nadie compraba
no se apagaba,
nunca su voz...”
(Mocedades)

Cuando estudiamos los Evangelios o la Historia de la Iglesia se nos destaca radiante el mandato y la actividad de evangelizar a todas las gentes. Evidentemente, esto no se puede partir en dos: no podemos elegir evangelizar, así en abstracto, considerando en la práctica que "todas las gentes" son sólo los pobres sociales o económicos y dejar sin Evangelio a los que son ricos según sus esquemas materialistas; no se puede abandonar a los que son pobres en el espíritu, a los pobres de moral y criterio, a las almas sin rumbo, a las vidas sin sentido... Es decir, a los pobres de la peor miseria existencial; eso es un extravío. Ahí es donde los progresistas del pobrismo se refugian en una fantasmal solidaridad con la que retuercen para su solo favor la parábola del Juicio de las naciones o la del Buen samaritano. Porque fieles a sus objetivos revolucionarios no se quedan en el antropocentrismo condenado, que ya es bastante desviación, sino que se anclan en la pobreza socio-económica haciendo del mensaje de Cristo puente de revanchas en nada relacionado con su bendita Encarnación. Algo muy peligroso, ciertamente, porque en este extremismo miserocéntrico la misión de la Iglesia se degenera en simple materialismo y el clero se desnaturaliza irreversiblemente. El final seguro, que hemos estado a punto de cumplir, será mandar a Dios a freír espárragos... Y a los pobres también.

San Pablo nos recuerda cuáles fueron en aquellos primeros tiempos los medios humanos con que se contaba para convertir a la sociedad romana: «Y si no, mirad, hermanos, vuestra vocación; pues no hay entre vosotros muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles.» (1 Co 1, 26) De lo que entendemos que entre los miembros de las Iglesias se incluían "sabios, poderosos y nobles". Al decir que no hay muchos sólo constata la diferencia cuantitativa —social— de rangos, de ningún modo excluye a los que hay ni mucho menos rechaza a los que podría haber. Lo evidente es que acogía a todos, tanto a los pobres, los ingenuos, los incultos, los que no contaban como a los de posición elevada.

Dado que la motivación de los progresistas en el C.V. II era "volver a la Iglesia primitiva" (como programa de aggiornamento, tiene su gracia) voy a señalar nombres de aquellos tiempos primitivos que a todas luces procedían de cunas acomodadas. Pocos eran los perturbados que los rechazaran por ser ricos pues, entre otras razones, su entrada en religión no era sólo teoría sino que se acompañaba del desprendimiento de bienes.

SIGLO IV: San Hilario de Poitiers, San Basilio, San Jerónimo, San Efrén, San Gregorio de Nacianzo, San Gregorio de Nisa San Juan Crisóstomo, San Gregorio el Grande, San Prudencio. SIGLO V: San León Magno, San Benito. SIGLO VI: San Leandro de Sevilla, San Isidoro de Sevilla, San Gregorio el Grande...

"—Claro, usted trae nombres de cuando Constantino hizo al cristianismo religión oficial. Era lógico que las clases altas se adhiriesen..."

Pues, no. Fueron muchos los pensadores y sabios que influyeron en la expansión de la fe. Cuando Constantino admitió a los cristianos ya se habían registrado cientos de actas de martirio no precisamente aplicadas a sólo desesperados y mendigos sino a muchos otros que renunciaban a su buena posición por amor a Jesucristo. Nadie puede negar que antes de Constantino se sumaban a la Iglesia familias nobles como la de los Flavios, que al convertirse a Cristo le entregaban todo: la hacienda, la vida y el alma. Así, Clemente y su mujer, Domitila, que fueron ejecutados por "atheotes", es decir, por negarle culto a la religión del Estado. (Los cristianos primitivos eran muy poco solidarios con otras creencias.) En lo que fuera su hermosa finca hoy todavía se conservan las catacumbas más visitadas.

Y ya que nos referimos a los tiempos de persecución, en el siglo I tenemos a San Pablo Apóstol, San Lucas, San Marcos y San Lino que pertenecían a familias acomodadas o relevantes. En el s.II están Atenágoras, Hermas, San Ireneo, San Ignacio de Antioquía, San Justo, San Policarpo. En el s.III, podemos escoger a San Teófilo de Antioquía, Santos Cosme y Damián, San Cipriano, San Lactancio, San Atanasio. Y junto a ellos otros muchos que se entregaban al servicio de Jesús y de su Evangelio. Su amor a la pobreza no era por reivindicación de orígenes.

Otros ejemplos de vocación entre ricos o poderosos pueden ser: San Bernardo de Claraval (s.XI); Santo Tomás Becket, San Francisco de Asís (s.XII); Santo Tomás de Aquino, San Alberto Magno (s.XIII); San Ignacio de Loyola (s.XV); San Francisco de Borja, Duque de Gandía; San Carlos Borromeo, Santo Tomás Moro y San Roberto Belarmino (s.XVI)... ¿Y los de ahora mismo? ¿Los hay de procedencia acomodada? Sí, y muchos. Cristo sigue siendo arrollador.

Es evidente que a la resistencia progresista agazapada en la Iglesia desde el C.V. II le gusta más hacer recluta entre las clases bajas de la sociedad. Con lo que, fatalmente, la Iglesia irá perdiendo más y más número en los países poderosos y ganándolo en los pobres y, si se permite que en la evangelización imperen los principios progresistas, en poco tiempo la Iglesia dejará de existir como hasta ahora la conocimos. Sabemos por la historia que el comunismo necesita de las masas insatisfechas, de la pobreza como fuerza revolucionaria —"intrínsecamente perversa"— porque en ellas prenden mejor sus métodos alienantes. No educa, no eleva sino controla a las masas en perpetua contestación contra cualquier sistema que no sea la final implantación del comunismo. Allí donde menos carácter y menos criterio encuentra es donde le es más fácil triunfar. El progresismo comunista necesita de la pobreza, en oposición a la doctrina de Jesús que lo que enseña es a erradicarla del corazón de cada hombre. El denostado —por el progresismo— Santo Tomás de Aquino decía que la Iglesia necesita del poder para hacer el bien. En esto coincidía con San Agustín y con el señor Rockefeller. Algo, por otra parte, de puro sentido común. Lo que pasa es que los progresistas no saben hablar a los poderosos pues viven encapsulados en su obsesión proletarista, en los años sesenta, en su santoral, en su "Papa Bueno" o su Teilhard de Chardin. Son ellos los más necesitados de una nueva evangelización.

Y si tuviera que existir un clasismo, mejor que abandonarnos a la dictadura del proletariado será hacerlo con el del gobierno de los mejores (no la falsa aristocracia), con el aristocraticismo espiritual llegado del cielo. Es ley de mercadotecnia que de abajo a arriba nada se vende sino al revés... Y precisamente por eso es de sentido común que la Iglesia debe ser rica en medios, en personas y, sobre todo, y si es posible, que sí lo es, en santos. Repetiremos mil veces que no se puede dejar que un currículo excelente sea preterido por bandería "de orígenes humildes" así porque sí, sino que la Iglesia debe nutrirse de hombres que siendo válidos para triunfar en el mundo se sienten atraídos por el mensaje de Cristo; de hombres libres, sin deudas con nadie y menos de partido o de club. La Iglesia sigue siendo atractiva para todos y para cualquier nivel de la sociedad. Para hombres y mujeres sabios en su deseo verdadero de santidad, aun procedentes de cualquier origen y formación… Cristo entusiasma a todos y si la Iglesia no sabe beneficiarse de Él es porque o lo ha marginado entre ideologías o ha olvidado cómo presentarlo.

«Ponte en pie y échate a andar»

«La ociosidad [...] es madre de la indigencia.» (Tob 4, 13)

La Iglesia absorbió y cristianizó el tesoro de las culturas griega, romana y bizantina del que aún nos quedan perlas que le dan precio a esta civilización de Occidente. La Cristiandad no fue otra cosa que aquella riqueza de sabiduría y gobierno puesta a los pies de Cristo. Esta realidad, a la que se llama Primer Mundo procede de allí, de sus leyes, de su organización política y, sobre todo, de su pensamiento que con la fe cristiana se purificó y elevó a la enésima potencia. Occidente es el vestigio y todavía motor y fruto de ese inmenso soporte. Qué es lo que ayudó a la Iglesia desde sus comienzos está muy claro en que no admitió ni a ociosos ni viciosos tal y como constatan las cartas paulinas y muchos pasajes del Evangelio. Por ejemplo... En la historia de los Apóstoles se cuenta una manera muy particular de socorrer a los pobres. San Pedro encontró a uno tirado en el suelo que le pidió una limosna. San Pedro se paró y le dijo: «No tengo plata ni oro; pero lo que tengo te doy: En nombre de Jesucristo, el Nazareno, ponte en pie y échate a andar.» (Hch 3, 6) Ahí se simboliza la liberación que propone el cristianismo: levantarnos con ayuda y ponernos a andar en nombre de Jesucristo. La liberación primera que se nos propone en el Evangelio es la de levantarnos de nuestras cárceles del alma. San Pedro, otra vez, nos lo dice cuando nos habla de Jesús: «...pasó haciendo el bien y curando a todos los que estaban oprimidos por el diablo (Hch 10, 38) Por cierto, para el Pedro el término "diablo" significaba "el engañador".

Cada cual tenemos que hacer nuestra vida y esto empieza porque la tomemos en serio. Y tomarla en serio es vivirla. Sin fijarnos qué otro regalo recibieron los demás. "Es que me has dado sólo media docena de bombones y a aquél un camión de nueve mil cajas"; "Es que yo los quería de licor como los que tiene mi vecino..." De las enseñanzas de Jesús me viene a la cabeza una de las más anticomunistas que conozco, la parábola de los jornaleros contratados a distintas horas. Si la estudiamos nos daremos cuenta de la perversidad de la predicación progresista que se centra en el agravio comparativo y no en la generosidad del amo que da a todos la oportunidad de trabajar por una buena ganancia. (Mt 20, 1-16)

Los dos señores

He comprobado en multitud de ocasiones que quien sólo se apoya en el dinero siempre termina sacrificándole la vida. Su propia vida, que la vive amedrentado por la amenaza de que algún día falte —¡Oh, terrible riesgo!— y que limita la virtud de administrarse a ajustarse a lo que gana. Es decir, se ata a una carencia que muy bien podría superar. Así, si no gana para pagar su boda, no se casa; y si se casa se limita a sólo pareja, porque como no gana para enfrentar la responsabilidad de tener hijos, carga aterradora de gasto constante, decide que la mejor solución es no tenerlos. Una ilustración nos la darían unos padres que porque su economía no les permite pagar un buen colegio para su único hijo (que es lo corriente en estos supuestos), con excelentes profesores y compañeros cargados de promesas, se ajustan a lo que ganan excluyéndole... Cuando más tarde llega el dinero la edad del hijo se ha pasado... Y todo porque confiar en la providencia implicaba lanzarse al futuro casi sin red, pero con fe. ¿Es que hay que esperar a que pase la corriente para cruzar un río? Un amigo me decía: «Muchas veces tengo que elegir hacer lo que debo aunque deba lo que hago».

Ajustarse a lo que se gana no es siempre virtud, y en muchos casos suele ser una virtud subordinada a objetivos de superior responsabilidad. Pero la vida es algo muy grande que no se puede encarcelar en lo que se gana hoy habituándonos a su limitación. Nunca tiene fin su lucha, ni su crecimiento, y siempre habrá que ganar más para hacer más. Y, sobre todo, administrar no sólo el dinero que se gana sino aplicándolo al plan que se pensó. La primera finalidad de una buena administración es que sirva a un proyecto. «Señor, sabía que eres exigente y reclamas cosecha donde no has sembrado... ¡Por eso enterré lo que me diste!» Esta prudencia es pecaminosa porque procede de la presunción de que dependemos más de la circunstancia que de la fe, o de nuestra capacidad para dirigir la circunstancia. Pero hasta el más torpe se agiganta si sale de sí y encara el mundo. Lo equivocado no es saber administrarse, no es esto lo que digo, sino que hacer prioritario el dinero en lugar de evitar que una circunstancia adversa nos condicione a una vida avara. Así, después de luchar ya más de cincuenta años empiezo a entender unos consejos muy "imprudentes" de Jesús: «Si la hierba del campo que hoy aparece y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿por ventura no lo hará mucho más a vosotros hombres de poca fe? No os acongojéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos?, o ¿qué beberemos?, o ¿con qué nos vestiremos? Pues tras todas esas cosas andan solícitos los gentiles. Que bien sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todas ellas.» (Mt 6, 25 y ss) Puedo asegurar que esto es una verdad real y practicable.

Nuestro Nazareno coincidía con Aristóteles en que más vale el uso de los bienes de la vida que quitarse la vida por la propiedad de los bienes. Creo que este principio sigue vigente y que, hoy más que nunca, la propiedad es muchas veces el timo de la estampita que la seguridad hace a la libertad. De todo esto que decimos se puede entender, ojalá, es lo que pretendo, que no se puede servir a la vez a Dios —a "yo-soy-la-Vida"—, y al dinero. Porque cuando fiamos la garantía de la vida en el dinero que podamos acumular, o guardar, viviremos acobardados y sin más seguridad que el recuento de lo que tenemos. Nadie con esa actitud me convencerá de que cree en Dios. Él lo decía: «No se puede servir al dinero y a Dios (la vida).» (Mt 6, 24) Lo cual repitió de muchas maneras: «Quien quiera salvar su vida la perderá, y quien la pierda por mí y el Evangelio, ése la salvará.» (Mc 8, 35) Ahora se explica por qué judíos y cristianos no podíamos entendernos, y que aquellos nos acuñasen el mote de "vividores". Al cabo del tiempo, la historia respalda la teoría económica, contraria al Keynes "progresista", de que las naciones más poderosas no son las que más ahorran sino las que más riqueza producen, las que más bienes venden o distribuyen, las que más consumen, las que más invierten e inventan para seguir creciendo. Es decir, las que más apuestan por la vida.

Se mire por el lado que se mire nuestra auténtica libertad no depende sólo del dinero; éste tiene que ir acompañado de algo a lo que él solo no alcanza. Ni siquiera la seguridad es virtud agradecida, pues se neutraliza con la incógnita permanente de si viviremos mañana. Cuántas personas me asombran en su riquísima miseria, que tienen cientos de millones guardados con una austeridad más digna de un monasterio, sin hacer uso de un solo euro que se salga de su reducidísima necesidad, únicamente con el fin de que estén ahí “por si un día hacen falta para una necesidad…” ¡Y tienen ya cumplidos setenta años! El dinero por el dinero, como objetivo de seguridad, pero todavía como recurso de afirmación, en la mayoría de los casos trae la enfermedad del rey Midas: la vida no existe porque no se disfruta.

Como el náufrago metódico que contase las olas que le bastan para morir;
y las contase y las volviese a contar, para evitar errores, hasta la última,
hasta aquella que tiene la estatura de un niño y le cubre la frente,
así he vivido yo con una vaga prudencia de caballo de cartón en el baño,
sabiendo que jamás me he equivocado en nada,
sino en las cosas que yo más quería.
(Luis Rosales)

Los Evangelios no proscriben el uso de riquezas

El dinero siempre se consigue en la medida que se necesita; algunas veces, incluso, en la desmedida. Trabajas, te esfuerzas, estudias el cómo, el dónde, el cuándo y, sobre todo, el "para qué" y cómo hacerlo útil... Y cuando te quieres dar cuenta ya la vida está tocando a su fin habiendo obtenido de ella mucho más de lo que habías imaginado. Por supuesto, aceptar un reto de desarrollo vital deja sus cicatrices, esas que mientras a unos avergüenzan a otros le embellecen la biografía. Como a los toreros. Además, cuando llenos de seguridad (dinero) nos creemos emancipados de la Providencia, lo pagamos con inconvenientes inesperados pues la falta de albur acelera la vejez. Por el contrario, la lucha de cada día, tanto si es en los Consejos de Administración o por la suma de horas que cobrar cada sábado, nos rejuvenece más que mil horas de "jogging". Aquel gran santo, Bernardo de Claraval, dijo muy bien que la mayor miseria es "obligarse a una vida de pobres por temor a la pobreza."

Evidentemente, el catolicismo es antípoda del nirvana pues enseña cosas como éstas: «El que no trabaje que no coma...» (2 Tes 3, 10); «[...] cinco me diste, cinco más te doy» (Mt 25, 15); «[...] aquí el ciento por uno y después la vida eterna.» (Mt 19, 29) Ante esto está más que claro que los teólogos paupérrimos sólo dicen tonterías cuando nos presentan la pobreza como señal de la predilección de Dios. Se pasan del extremo calvinista al de los intocables de la India. Su predicación no es cristianismo sino proyección de complejos laureada de falsa bondad. Eso es convertir a la Iglesia no en la acogedora de los oprimidos y agobiados [12] sino en su promotora; una religión negativa que sólo producirá carne para la demagogia. Además de estar probado que allí donde los activistas del llamado progreso se hacen con el poder ya no importa el mérito sino la adhesión doctrinaria, el arbitrio partidista, el carné. Y con tal combustible en el alma de sus adeptos la miseria segura para todo el país. Eso de cristiano no tiene nada porque la oferta de Cristo es para triunfar también en esta vida. Una oferta que supera la hecha a Isaac: «Isaac sembró en aquella tierra y cosechó el ciento por uno. Yahvé le bendecía e Isaac se iba enriqueciendo más y más hasta que se hizo riquísimo. Tenía rebaños de ovejas y vacadas y copiosa servidumbre. Los filisteos le envidiaban.» (Gn 26, 12-14) [13]

Pienso que cuantos más católicos haya capaces de crear riqueza más medios dispondrá la Iglesia para evangelizar. Por el contrario, arruinarnos para no despertar envidias, para no molestar (?) a los que "padecen" en nada es catolicismo, ni humanismo ni caridad sino pura mentecatez. Por eso en nuestras parroquias necesitamos más educadores de virtudes cristianas y menos vendedores de solidaridades de baratija. Los misioneros y pastores de la Iglesia nunca han sido valedores del derrotismo sino elevadores del pueblo.

*

Vivimos unos tiempos equivocados, en un pueblo sin filosofía cristiana. Incluso sin seguridad de que el clero católico la conozca. Se ha degenerado el sentido aristocrático de la vida según la medida de la riqueza material, tanto la de herencia como la de producción. Se ha inoculado en nuestra conciencia un esquema pagano de increencia práctica sobre apariencia de fe; como descarga de letrina nos ha caído en el alma un espíritu bancario y judaizante de los valores de la vida, y una pastoral aburguesada en su peor acepción: no evangelizar a nadie pero avergonzar al rico que acude a la Iglesia en subconsciente revancha de secretas envidias.

Deberíamos volver nuestros ojos a la tradicional riqueza cristiana en la que los caudales guardados eran un pobre exponente de nuestra aventura en el mundo. Con este entendimiento de la fe, en España fue muy corriente el cristiano rico y a la vez austero aun a la contra de la fortuna que movía en empresas (militares, sociales, industriales, etc.). A tal punto que, por más que parece olvidarse, la pobreza por desprendimiento fue la gran educadora de nuestra aristocracia en los siglos de oro. Una aristocracia no manchada todavía de soberbia sino vivificada de servicio; no originada sólo en la clase social sino en la gracia de Dios que toca a quien la acepta con un sello de innata elevación, sin más mérito propio que recibir y acatar. Hablo de ese grado de riqueza interna que aún en la mayor pobreza extrínseca nos permite disfrutar de la vida con valores que no se pueden tasar. Es la aristocracia del servicio a Dios que hace fácil andemos por las más comprometidas situaciones sin degradarnos ni mancharnos. En sentido contrario esto se subraya en el fracaso de los padres nuevos-ricos, pero plebeyos, que por blandura y más aún por ostentación dan demasiado a sus hijos haciéndoles egoístas y auténticos inútiles. Por el contrario, la fe católica llevada a su exigencia en la vida práctica es la que creó la clase de los hijosdalgo, en Castilla e Italia, como vivero de auténtica nobleza.

Amado Nervo dedicó a la pobreza evangélica estos versos:

«¡Oh, santa pobreza,
dulce compañía,
timbre de nobleza,
cuna de hidalguía
¡y aguijón de la vida!»

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Pedro Rizo

 



[1] De una canción del grupo Ipalacagüina cantada en las misas de domingo, en Madrid, años setenta.

[2] Este apoyo de su divinidad se refuerza con otro capítulo del mismo Isaías (61) leído por Jesús en la sinagoga de Cafarnaún: “El espíritu del Señor, Yahvé, está sobre mí….»

[3] Cuadernos de Evangelio, Núm. 12.

[4] Sagrada Biblia, BAC, Madrid, 1956

[5] JAIME GARRALDA, Ejercicios Espirituales en la calle, Cauce, Madrid, 2001

[6] En Act 10, 38 se dice de Jesús: «[...] pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo.»

[7] « (...) se le conocía como Iscariote en derivación del término que los romanos usaban para llamar a ciertos celotas, "sicario", porque manejaban una especie de navaja llamada "sica".» (JOSÉ LUIS MARTÍN DESCALZO).

[8] JOAQUIM JEREMIAS, Jerusalén en tiempos de Jesús, Cristiandad, Madrid.

[9] Lc 5, 29

[10] HISTORIA Y VIDA, nº 228, marzo 1987.

[11] Leer: Hch 13, 50; 16, 13; 17, 4; 17, 12; 22, 3.

[12] Mt 11, 28

[13] De la palabra philisteo deriva "palestino".

 

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